2000–2009
Los convenios del Evangelio nos traen las bendiciones prometidas
Octubre 2005


Los convenios del Evangelio nos traen las bendiciones prometidas

Si guardamos los convenios del Evangelio, todas las pruebas momentáneas de la vida pueden vencerse.

Hoy deseo expresar mis profundos sentimientos de reverencia y amor hacia nuestro Padre Celestial; Su Hijo, el Señor Jesucristo y el Espíritu Santo. Testifico, además, del llamamiento sagrado del presidente Gordon B. Hinckley como Profeta, Vidente y Revelador del Señor. Lo apoyo con todo mi corazón y energía.

Estoy agradecido por el convenio del matrimonio en el templo a una bondadosa compañera eterna a quien amo y valoro. Ella constantemente da el ejemplo de servicio generoso a los necesitados. Nuestro matrimonio ha sido bendecido con hijos y nietos fieles y llenos de energía que nos han enseñado mucho y siguen haciéndolo.

Me siento especialmente bendecido porque mi hermano, mis hermanas y yo nacimos de padres rectos que han permanecido fieles a sus convenios del templo y que de buena gana lo han sacrificado todo para que estemos firmemente dedicados al plan de nuestro Padre Celestial. A mi madre angelical, tan sólo puedo darle las gracias por mantener fuertes en nuestra vida la cadena del amor y de las ordenanzas del Evangelio.

He mencionado esta sagrada relación por motivo de la felicidad que siento al saber que existe un convenio vinculante con cada uno de ellos al ser sellados en el santo templo. Agradezco profundamente el saber que, sin importar las dificultades que aún nos aguardan, existe la esperanza y la confianza al saber que si guardamos los convenios del Evangelio, todas las pruebas momentáneas de la vida pueden vencerse. En las Escrituras se nos enseña que al final todo estará bien si somos fieles a nuestros convenios. El rey Benjamín enseñó:

“…a causa del convenio que habéis hecho, seréis llamados progenie de Cristo…

“…por tanto, quisiera que tomaseis sobre vosotros el nombre de Cristo, todos vosotros que habéis hecho convenio con Dios de ser obedientes hasta el fin de vuestras vidas.

“Y sucederá que quien hiciere esto, se hallará a la diestra de Dios…” (Mosíah 5:7–9).

El prestar cuidadosa atención al hecho de hacer convenios es de suma importancia para nuestra salvación eterna. Los convenios son acuerdos que hacemos con nuestro Padre Celestial en los que dedicamos nuestro corazón, nuestra mente y nuestra conducta para guardar los mandamientos definidos por el Señor. Si somos fieles en guardar nuestro acuerdo, Él hace un convenio o una promesa de bendecirnos, al final, con todo lo que Él posee.

En el Antiguo Testamento se nos enseña el modelo de convenios del Señor en la experiencia que tuvo Noé con el mundo malvado y el plan del Señor para limpiar la tierra. A causa del compromiso firme y fiel de Noé, el Señor le dijo:

“Mas estableceré mi pacto contigo, y entrarás en el arca tú, tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus hijos contigo…

“E hizo Noé… todo lo que le mandó Jehová” (Génesis 6:18; 7:5).

Después de que las aguas disminuyeron, salieron del arca.

“Y edificó Noé un altar a Jehová…

“Y habló Dios a Noé y a sus hijos [que estaban] con él, diciendo:

“He aquí que yo establezco mi pacto con vosotros, y con vuestros descendientes después de vosotros” (Génesis 8:20; 9:8–9).

Nosotros también hemos hecho convenios sagrados con el Señor a fin de que seamos protegidos del adversario. Así como en el tiempo de Noé, vivimos en una época de promesas y de cumplimientos proféticos. En los últimos ocho años se han dedicado 71 templos nuevos, una hazaña extraordinaria, bajo la dirección del profeta del Señor, lo que podría considerarse en cierto sentido como la construcción del arca en la época de Noé.

Nuestro profeta viviente, el presidente Gordon B. Hinckley, nos ha invitado a entrar por la puerta del templo, donde podemos hacer convenios con el Señor.

Al igual que en la época de Noé, nuestros esfuerzos por vivir estos convenios a menudo pueden ir acompañados de un nivel de sacrificio. Ese sacrificio, sin importar lo grande o lo pequeño que sea, con frecuencia determina el grado de dedicación que tengamos, tanto en nuestra mente como en nuestro corazón, para ser sumisos a la voluntad de nuestro Padre Celestial. El modelo de sacrificio a veces incluye una época de prueba, en la que debemos evaluar y sopesar las consecuencias de nuestras decisiones. Es posible que las decisiones no siempre sean claras o fáciles, de modo que nos esforzamos por salir adelante. Cuando finalmente tomamos la determinación de despojarnos de esa lucha y de sacrificar nuestra voluntad por la del Señor, somos elevados a un nuevo nivel de entendimiento. A menudo, ese proceso se puede apreciar más si experimentamos tragedias o desafíos significativos en nuestra vida.

Hace unas semanas, un jovencito que estaba en un campamento de escultismo en las montañas al este de Salt Lake City pereció cuando le cayó un rayo. Sus padres, llenos de pesar y abrumados por la pérdida repentina de su hijo, sufrían en silencio y se preguntaban por qué había sucedido esa tragedia. Debido a sus corazones sumisos y a su fe firme, recibieron un abundante derramamiento de amor por parte del Señor. En medio de su dolor, sintieron la pacífica y tierna determinación de aceptar sin enojo el resultado de esa experiencia. Con esa aceptación se percibió una visión mayor del propósito de la vida y del recuerdo de los convenios que se concertaron. Aunque aún se sentían acongojados por su repentina pérdida, se hallaban en un plano más elevado, resueltos a asirse aun con más firmeza a sus convenios y a vivir de tal modo que se les asegurase una gozosa reunión con su hijo.

En esta dispensación, el concertar convenios ha adquirido una perspectiva diferente de la de los tiempos de Noé. No sólo somos responsables de hacer convenios por nosotros mismos, sino que además se nos ha dado la responsabilidad de buscar la información de nuestros antepasados fallecidos y de abrir la puerta a todos los que deseen hacer convenios y recibir dignamente las ordenanzas del Evangelio.

La obra entre los que vivieron previamente está avanzando con rapidez con las fuerzas de los cielos comisionadas por el Señor. En la visión que el presidente Joseph F. Smith tuvo en cuanto a los muertos, él hace constar:

“Mas he aquí, organizó sus fuerzas y nombró mensajeros de entre los justos, investidos con poder y autoridad, y los comisionó para que fueran…

“Vi que los fieles élderes de esta dispensación, cuando salen de la vida terrenal, continúan sus obras en la predicación del evangelio de arrepentimiento y redención…” (D. y C. 138:30, 57).

Además, en las Escrituras se nos enseña que entre los mensajeros estaban “los profetas que habían testificado [del Redentor] en la carne” (D. y C. 138:36). Algunos de esos mensajeros podrían haber incluido a Pedro, Pablo, Alma, Juan, José y Nefi.

Al leer esa visión del presidente Smith y al saber acerca de los misioneros asignados a realizar esa obra, uno podría pensar que sería sumamente motivador que cada uno de nosotros cumpliera su convenio de buscar los nombres de nuestros familiares fallecidos y ocupara todas las horas disponibles en cada uno de los templos. Con cierta seguridad, puedo informar que todavía hay tiempo disponible en muchos de los templos para seguir el consejo de la Primera Presidencia de apartar parte de nuestro tiempo libre y dedicar más tiempo a efectuar las ordenanzas del templo. Ruego que seamos receptivos a esa invitación de ir a las puertas del templo.

Me siento humilde ante la oportunidad de servir en este llamamiento de confianza y ruego que pueda actuar de acuerdo con los convenios que he hecho con el Señor y que sea sumiso a la dirección del Espíritu. Declaro mi solemne testimonio del Señor Jesucristo y de la Restauración de Su Evangelio por medio del profeta José Smith. Expreso mi amor por los convenios y las ordenanzas del templo y me comprometo a redoblar mi esfuerzo de participar en esas santas casas de Dios. Sé que al hacer convenios sagrados y guardarlos, el Señor nos llevará a Su sagrada presencia. Testifico de ello en el nombre de Jesucristo. Amén.