Preparativos para la Restauración y la Segunda Venida: “Te cubriré con mi mano”
[La] mano [del Señor] ha estado sobre la obra de la Restauración desde antes de la fundación de este mundo y continuará hasta Su Segunda Venida.
Este año conmemoramos el bicentenario del nacimiento del profeta José Smith. Testificamos al mundo que él fue el profeta de Dios preordenado para llevar a cabo la restauración del Evangelio de Jesucristo. Esto lo hizo bajo la dirección de nuestro Salvador, quien le dijo a un antiguo profeta: “Jehová es mi nombre, y conozco el fin desde el principio; por lo tanto, te cubriré con mi mano”1.
Reconozco la mano del Señor en la restauración del Evangelio. Mediante el inspirado sacrificio de los hijos de Dios a través de las edades, se estableció el fundamento de esa Restauración, y el mundo se prepara para la Segunda Venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Su Evangelio se estableció por primera vez en la tierra con Adán y se ha enseñado en cada dispensación por medio de profetas como Enoc, Noé, Abraham, Moisés y otros. Cada uno de esos profetas predijo la venida de Jesucristo para expiar los pecados del mundo, y esas profecías se han cumplido. El Salvador estableció Su Iglesia, llamó a Sus apóstoles y estableció Su sacerdocio, pero lo más importante es que dio Su vida y la volvió a tomar para que todos nos levantáramos de nuevo, llevando a cabo así el sacrificio expiatorio. Pero ése no fue el fin.
Después de Su resurrección, el Salvador dio a Sus apóstoles la responsabilidad de dirigir la Iglesia y administrar las ordenanzas del Evangelio. Fieles a ese mandato, fueron perseguidos y algunos padecieron el martirio. Como resultado, la autoridad del sacerdocio del Señor dejó de estar en la tierra, y el mundo cayó en la oscuridad espiritual. En los siglos posteriores, los hijos de Dios tuvieron la Luz de Cristo, podían orar y podían sentir la influencia del Espíritu Santo, pero la plenitud del Evangelio se había perdido. En la tierra no quedaba nadie que tuviera el poder y la autoridad para dirigir la Iglesia o que efectuara ordenanzas sagradas como el bautismo, el otorgamiento del don del Espíritu Santo y las ordenanzas salvadoras del templo. A casi todas las personas se les negó el acceso a las Escrituras y la mayoría de ellas eran analfabetas.
El primer paso de la restauración del Evangelio fue hacer accesibles las Escrituras a los hijos de Dios y ayudarles a aprender a leerlas. Originalmente, la Biblia se escribió en hebreo y en griego, idiomas desconocidos para la gente común de Europa. Luego, unos 400 años después de la muerte del Salvador, Jerónimo tradujo la Biblia al latín; aún así, las Escrituras no estaban disponibles para un gran número de personas. Las copias había que hacerlas a mano, trabajo que por lo general hacían los monjes, y hacer cada una de ellas llevaba años.
Luego, mediante la influencia del Espíritu Santo, comenzó a crecer en el corazón de las personas el interés por el aprendizaje. Ese renacimiento se esparció por Europa, y a fines del siglo XIV, un sacerdote de nombre John Wiclef inició una traducción de la Biblia del latín al inglés. Debido a que en aquel entonces el inglés era un idioma emergente y poco refinado, los líderes de la Iglesia lo consideraron inapropiado para comunicar la palabra de Dios. Algunos líderes estaban seguros de que si las personas pudiesen leer e interpretar la Biblia ellos mismos, se corrompería la doctrina; otros temían que la gente que tuviera acceso independiente a las Escrituras no necesitaría la Iglesia y cesaría de apoyarla económicamente; por lo tanto, a Wiclef se le acusó de hereje, y se le trató como tal; después de que murió y se le sepultó, desenterraron sus huesos y los quemaron. Pero la obra de Dios no se pudo detener.
Aunque algunos fueron inspirados a traducir la Biblia, otros recibieron inspiración para preparar los medios para publicarla. Para 1455, Juan Gutenberg había inventado la imprenta de tipo móvil, y la Biblia fue uno de los primeros libros que imprimió. Por primera vez fue posible imprimir múltiples copias de las Escrituras a un precio asequible para muchos.
Mientras tanto, la inspiración de Dios también ejerció su influencia en los exploradores. En 1492, Cristóbal Colón se dispuso a encontrar una nueva ruta al Lejano Oriente, guiado por la mano de Dios en su jornada. Él dijo: “Dios me dio la fe y luego el valor”2.
Esos inventos y descubrimientos prepararon el camino para otras aportaciones. A principios del siglo XVI, el joven William Tyndale se matriculó en la Universidad de Oxford, donde estudió la obra de la Biblia realizada por el erudito Erasmo, quien creía que las Escrituras eran “el alimento para el alma [del hombre]; y… [que] deben penetrar hasta lo más profundo de [su] corazón y [su] mente”3. Por medio de sus estudios, Tyndale adquirió amor por la palabra de Dios y el deseo de que todos los hijos de Dios se deleitaran con dicha palabra.
Más o menos en esa época, un monje y profesor alemán llamado Martín Lutero señaló 95 puntos de error en la Iglesia de esa época, los cuales audazmente envió a sus superiores en una carta. En Suiza, Huldrych Zwingli imprimió 67 artículos de reforma. Juan Calvino, en Suiza, Juan Knox, en Escocia, y muchos otros ayudaron en esa labor. Se había iniciado la Reforma.
Mientras tanto, William Tyndale se había convertido en un sacerdote capacitado y hablaba ocho idiomas con fluidez. Él creía que una traducción directa del griego y del hebreo al inglés sería más exacta y más fácil de leer que la traducción que Wiclef había hecho del latín; por lo tanto, iluminado por el Espíritu de Dios, Tyndale tradujo el Nuevo Testamento y una parte del Antiguo Testamento. Sus amigos le advirtieron que perdería la vida si lo hacía, pero estaba decidido. Una vez, mientras discutía con un erudito, dijo: “Si Dios me salva la vida, en pocos años yo haré que un simple muchacho de granja sepa más que usted acerca de las Escrituras”4.
Con el tiempo, Tyndale, como otros, fue muerto por sus esfuerzos: fue estrangulado y quemado en la hoguera cerca de Bruselas. Pero la creencia por la cual había dado su vida no se perdió. Millones de personas han llegado a experimentar por sí mismas lo que Tyndale enseñó a lo largo de su vida: “La naturaleza de la palabra de Dios es que todo el que la lea… comience a mejorar de inmediato y día a día, hasta desarrollarlo y convertirlo en hombre perfecto”5.
Las épocas de turbulencia política produjeron cambios. Debido a desacuerdos con la Iglesia de Roma, el rey Enrique VIII se declaró a sí mismo cabeza de la Iglesia en Inglaterra y mandó que se colocaran copias de la Biblia en inglés en cada una de las parroquias. La gente, que tenía hambre del Evangelio, acudió a esas Iglesias, y se leían las Escrituras unos a otros hasta que se quedaban sin voz. La Biblia también se utilizaba como texto básico de enseñanza de la lectura. Aunque los martirios continuaron a través de Europa, la noche oscura de la ignorancia estaba llegando a su fin. Un predicador declaró antes de ser quemado: “Este día, por la gracia de Dios, encenderemos esa luz en Inglaterra, que confío nunca se extinguirá”6.
Expresamos gratitud a todos lo que vivieron en Inglaterra y a lo largo y ancho de Europa y que ayudaron a encender esa luz. Por la gracia de Dios, la luz se volvió más brillante. El rey Santiago I, de Inglaterra, consciente de las divisiones que existían en su propio país, accedió a la preparación de una nueva versión oficial de la Biblia. Se calcula que en la versión del rey Santiago7 se retuvo más del 80 por ciento de la traducción que William Tyndale hizo del Nuevo Testamento y una gran parte del Antiguo Testamento (el Pentateuco, o sea, desde Génesis hasta Deuteronomio, y desde Josué hasta Crónicas). Con el tiempo, esa versión llegaría a una nueva tierra, donde la leería un muchacho de granja de catorce años llamado José Smith. ¿Es de sorprender que la versión del rey Santiago sea la versión de la Biblia en inglés aprobada por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en la actualidad?
La persecución religiosa en Inglaterra continuó bajo Carlos, el hijo de Santiago, y muchos fueron motivados a buscar la libertad en nuevas tierras, entre ellos los peregrinos que desembarcaron en las Américas en 1620, la parte del mundo que Cristóbal Colón había explorado hacía más de cien años. Al poco tiempo, siguieron otros colonizadores, entre ellos Roger Williams, fundador y más tarde gobernador de Rhode Island, que seguía buscando la Iglesia verdadera de Cristo. Williams dijo que no existía ninguna Iglesia de Cristo debidamente constituida sobre la tierra, ni persona alguna autorizada para administrar ninguna de las ordenanzas de la Iglesia, ni que la podría haber hasta que fuesen enviados nuevos apóstoles por el gran Director de la Iglesia, cuya venida él buscaba”8.
Más de un siglo después, ese mismo sentimiento religioso guió a los fundadores de una nueva nación que surgió en el continente americano. Guiados por la mano de Dios, consiguieron la libertad religiosa para todo ciudadano mediante la inspirada Declaración de Derechos. Catorce años más tarde, el 23 de diciembre de 1805, nació el profeta José Smith. La preparación ya casi estaba lista para la Restauración.
Siendo José un joven, “invad[ió] su mente una seria reflexión”9 en cuanto al tema de la religión. Debido a que nació en una tierra que permitía la libertad religiosa, él podía cuestionar cuál de las Iglesias estaba en lo cierto, y ya que la Biblia estaba traducida al inglés, podía buscar una respuesta en la palabra de Dios. En el libro de Santiago, él leyó: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios”10, e hizo lo indicado. Como respuesta a la oración de José, aparecieron a éste Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo11. Ese humilde niño de granja fue el profeta escogido por Dios para restaurar la antigua Iglesia de Jesucristo y Su sacerdocio en estos últimos días. Dicha Restauración iba a ser la última dispensación, la dispensación del cumplimiento de los tiempos, pues restauraría todas las bendiciones del sacerdocio que el hombre podría poseer en la tierra. Con ese mandato divino, su obra no era la de reformar lo que ya estaba sobre la tierra, ni la de oponerse a ella, sino la de restaurar lo que había habido en la tierra y que se había perdido.
La Restauración comenzó con la Primera Visión en 1820 y continuó con la salida a la luz delLibro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo. El 21 de septiembre de 1823, José Smith recibió la visita del ángel Moroni, que le enseñó en cuanto a un registro antiguo que contenía “la plenitud del evangelio eterno… en preparación para la segunda venida del Mesías”12. Escrito en planchas de oro, el Libro de Mormón da un recuento del ministerio de Cristo en el hemisferio occidental, tal como la Biblia registra Su vida y Su ministerio en la Tierra Santa. José recibió las planchas de oro cuatro años más tarde y, en diciembre de 1827, comenzó a traducir el Libro de Mormón13.
Mientras traducía, José Smith y su escribiente Oliver Cowdery leyeron sobre el bautismo. Su deseo de recibir esa bendición dio lugar a la restauración del Sacerdocio Aarónico el 15 de mayo de 1829, de manos de Juan el Bautista14.
A eso le siguió la restauración del Sacerdocio de Melquisedec, que le fue otorgado a José y a Oliver de manos de los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, quienes poseían las llaves. Después de siglos de oscuridad espiritual, el poder y la autoridad de actuar en el nombre de Dios, de efectuar ordenanzas sagradas y de dirigir Su Iglesia se encontraban nuevamente sobre la tierra.
Las primeras copias impresas del Libro de Mormón se publicaron el 26 de marzo de 1830. Unos días más tarde, el 6 de abril, la Iglesia verdadera de Cristo en estos últimos días se organizó nuevamente en la casa de Peter Whitmer, padre, en Fayette, Nueva York. Al describir los efectos de esos sucesos en el mundo, el élder Parley P. Pratt escribió:
Ya rompe el alba de la verdad
y en Sión se deja ver,
tras noche de obscuridad,…
el día glorioso amanecer15.
La larga noche finalmente había terminado y la revelación fluía, dando como resultado Escrituras adicionales. Doctrina y Convenios fue aceptada por la Iglesia el 17 de agosto de 1835. La traducción del libro de Abraham en la Perla de Gran Precio también se inició ese año.
Al poco tiempo se otorgó más autoridad para actuar en el nombre del Señor. El Templo de Kirtland se dedicó el 27 de marzo de 183616, y allí el Salvador se apareció a José Smith y a Oliver Cowdery, donde posteriormente aparecieron Moisés, Elías y Elías el profeta, quienes entregaron llaves adicionales del sacerdocio al Profeta17.
Esta luz del Evangelio nunca más sería quitada de la tierra. En 1844, José Smith confirió todas las llaves del sacerdocio a Brigham Young, a John Taylor, a Wilford Woodruff y a los demás apóstoles. El Profeta dijo: “He vivido hasta ver la carga que descansaba sobre mis hombros, pasar a los de otros hombres… las llaves del reino están plantadas en la tierra para nunca más ser quitadas… No importa qué me suceda a mí”18. Lamentablemente, tres meses después, el 27 de junio, José Smith el Profeta y su hermano Hyrum padecieron el martirio en Carthage, Illinois.
El élder John Taylor, quien estuvo con el Profeta en su martirio, testificó de él: “José Smith, el Profeta y Vidente del Señor, ha hecho más por la salvación del hombre en este mundo, que cualquier otro que ha vivido en él, exceptuando sólo a Jesús”19.
Testifico que la obra del profeta José Smith es la obra del Salvador. En el servicio del Señor la senda no siempre es fácil; muchas veces requiere sacrificios y seguramente pasaremos adversidades. Pero al servirle, descubrimos que Su mano ciertamente nos cubre. Así fue para Wiclef, Tyndale y miles más que prepararon el camino de la Restauración. Así fue para el profeta José Smith y todos aquellos que ayudaron a introducir el Evangelio restaurado. Así es y será para nosotros.
El Señor espera que seamos tan fieles, devotos y valientes como aquellos que nos antecedieron. A ellos se los llamó a dar la vida por el Evangelio. A nosotros se nos llama a vivir por el mismo propósito. En éstos, los últimos días, tenemos motivos especiales para hacerlo.
Antes de esa sagrada noche en Belén, los sucesos de la historia y las palabras de los profetas de todas las dispensaciones prepararon el camino para la primera venida del Señor y Su Expiación. De manera similar, la historia y las profecías establecieron el fundamento para la restauración del Evangelio por medio del profeta José Smith. ¿Tenemos ojos para ver que los sucesos y las profecías de nuestra época están preparándonos para la Segunda Venida del Salvador?
Doy testimonio especial de que nuestro Salvador Jesucristo vive. Testifico que Su mano ha estado sobre la obra de la Restauración desde antes de la fundación de este mundo y continuará hasta Su Segunda Venida.
Que cada uno de nosotros se prepare para recibirlo, es mi humilde oración, en el santo nombre de Jesucristo. Amén.