El costo —y las bendiciones— del discipulado
Sean fuertes; vivan el Evangelio fielmente aunque los que estén a su alrededor no lo vivan en absoluto.
Presidente Monson, lo amamos. Usted ha entregado su corazón y su salud a todo llamamiento que el Señor le ha extendido, y especialmente al sagrado oficio que actualmente posee. La Iglesia entera le agradece su servicio constante y su infalible devoción al deber.
Con admiración y ánimo por todos los que tendrán que permanecer firmes en estos últimos días, les digo a todos, y especialmente a los jóvenes de la Iglesia, que, si aún no les ha tocado, un día se encontrarán ante el llamado de defender su religión o quizás hasta soportar un poco de maltrato personal por el simple hecho de ser miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En esos momentos se requerirá de parte de ustedes tanto valentía como cortesía.
Por ejemplo, hace poco una misionera me escribió: “Mi compañera y yo vimos a un hombre sentado en una banca de la plaza de la ciudad comiendo su almuerzo. Al acercarnos, alzó la vista y vio nuestras placas misionales. Con una terrible expresión en el rostro, se puso de pie rápidamente y levantó la mano para pegarme. Yo evadí el golpe justo a tiempo, pero él me escupió la comida encima y empezó a decirnos las más horribles palabrotas. Nos marchamos sin decir nada. Intenté limpiarme la comida de la cara cuando sentí que una bola de puré de papas me golpeó la cabeza. A veces es difícil ser misionera, porque en ese preciso momento tenía ganas de volver, agarrar a ese hombre y decirle: ‘¿QUÉ ES LO QUE LE PASA?’; pero no lo hice”.
A esa dedicada misionera le digo: “Estimada joven, usted, en forma humilde, ha pasado a formar parte de un grupo muy distinguido de hombres y mujeres que, tal como Jacob, el profeta del Libro de Mormón, dijo que ‘[contemplaron la] muerte [de Cristo], y [sufrieron] su cruz, y [soportaron] la vergüenza del mundo’”1.
De hecho, en cuanto a Jesús mismo, Nefi, el hermano de Jacob, escribió: “Y el mundo, a causa de su iniquidad, lo juzgará como cosa de ningún valor; por tanto, lo azotan, y él lo soporta; lo hieren y él lo soporta. Sí, escupen sobre él, y él lo soporta, por motivo de su amorosa bondad y su longanimidad para con los hijos de los hombres”2.
A semejanza de la experiencia del Salvador, ha habido una larga historia de rechazo y un precio dolorosamente alto que han pagado profetas y apóstoles, misioneros y miembros de todas las generaciones que han procurado honrar el llamamiento de Dios de elevar a la familia humana a “un camino aún más excelente”3.
“¿Y qué más digo [de ellos]?”, pregunta el autor del libro de Hebreos.
“…quienes … taparon bocas de leones,
“apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada … se hicieron fuertes en batallas y pusieron en fuga a ejércitos …
“[Vieron a] sus muertos [resucitar]… [mientras que] otros fueron torturados …
“… experimentaron vituperios y azotes … prisiones y cárceles;
“fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a espada; anduvieron … cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados y maltratados;
“[Ellos] de los que el mundo no era digno, anduvieron errantes por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra”4.
Seguramente los ángeles del cielo lloraron al registrar ese costo del discipulado en un mundo que suele ser hostil a los mandamientos de Dios. El Señor mismo derramó Sus lágrimas por los que durante cientos de años habían sido rechazados y asesinados al servicio de Él; y ahora Él estaba siendo rechazado y a punto de ser asesinado.
“¡Jerusalén, Jerusalén”, clamó Jesús, “que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!
“He aquí, vuestra casa os es dejada desierta”5.
Allí hay un mensaje para cada joven y cada jovencita de esta Iglesia. Quizá se pregunten si vale la pena defender los valores morales con valentía en la escuela secundaria o servir en una misión sólo para que sus creencias más preciadas sean injuriadas; o luchar en contra de tantas cosas en una sociedad que a veces se burla de una vida de devoción religiosa. Sí, vale la pena, porque la alternativa es que nuestras “casas” nos sean dejadas “desiertas”: personas desiertas, familias desiertas, vecindarios desiertos y naciones desiertas.
Así que ésa es la carga de los que son llamados a llevar el mensaje mesiánico. Además de enseñar, alentar y animar a la gente (que es la parte agradable del discipulado), de vez en cuando a esos mismos mensajeros se los llama a preocuparse, a amonestar y a veces simplemente a llorar (que es la parte dolorosa del discipulado). Ellos saben muy bien que el camino que conduce a la tierra prometida que “fluye leche y miel”6, pasa necesariamente por el monte Sinaí, de donde proviene un caudal de mandamientos en cuanto a lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer7.
Lamentablemente, los mensajeros de los mandamientos divinamente ordenados no suelen gozar de mayor popularidad en la actualidad que en la antigüedad, de lo cual hoy pueden dar fe al menos dos misioneras a quienes se escupió y se llenó de papa. Aborrecer es una palabra muy fea; sin embargo, en la actualidad hay quienes dirían, junto con el corrupto Acab: “…aborrezco [al profeta Micaías], porque nunca me profetiza el bien, sino siempre el mal”8. Ese tipo de odio por la sinceridad de un profeta le costó la vida a Abinadí. Tal como le dijo al rey Noé: “… porque os he dicho la verdad, estáis enojados conmigo. Y más aún, porque he hablado la palabra de Dios, me habéis juzgado de estar loco”9, o bien, podríamos agregar pueblerino, sometido, intolerante, malvado, mente cerrada, anticuado y arcaico.
Es tal como el Señor mismo se lamentó con el profeta Isaías:
“[Estos] hijos… no quieren oír la ley de Jehová;
“[le] dicen a los videntes: No veáis visiones; y a los profetas: No nos profeticéis lo que es recto; decidnos cosas halagüeñas, profetizad engaños;
“dejad el camino, apartaos de la senda, quitad de nuestra presencia al Santo de Israel”10.
Tristemente, mis jóvenes amigos, es una característica de nuestra época que si la gente quiere dioses, quiere que sean dioses que no exijan mucho; dioses cómodos que no sólo no zarandeen la barca, sino que ni siquiera la muevan; dioses que nos den una palmadita en la cabeza, que nos hagan reír y luego nos digan que salgamos a jugar y recojamos flores11.
¡Ni qué hablar de que el hombre esté creando a Dios a su propia imagen! A veces —y ésta parece ser la ironía más grande de todas— esas personas invocan el nombre de Jesús como alguien que es ese tipo de dios “cómodo”. ¿En serio? Él, que dijo que no sólo no debemos quebrantar los mandamientos, sino que ni siquiera debemos pensar en quebrantarlos; y si pensamos en quebrantarlos, ya los hemos quebrantado en nuestro corazón. ¿Suena eso como una doctrina “cómoda”, agradable al oído y popular en las comunidades donde se supone que todo es “amor y paz”?
¿Y qué hay de aquellos que sólo quieren ver el pecado o tocarlo de lejos? Jesús dijo con severidad: “si tu ojo… te es ocasión de caer, sácalo… y si tu mano te es ocasión de caer, córtala”12. “…no he venido para traer paz, sino espada”13. Él amonestó a los que pensaban que sólo hablaba trivialidades reconfortantes. No es de asombrarse que, sermón tras sermón, las comunidades locales le “[rogaran] a Jesús que se fuese de sus contornos”14. No es de extrañar que, milagro tras milagro, atribuyeran Su poder no a Dios, sino al diablo15. Es evidente que la pregunta tan común: “¿Qué haría Jesús?”, no siempre generará una respuesta que sea popular.
En el apogeo de Su ministerio terrenal, Jesús dijo: “Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado”16. A fin de que entendieran exactamente a qué tipo de amor se refería, dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”17 y “… cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será … en el reino de los cielos”18. El amor semejante al de Cristo es la mayor necesidad que tenemos en este planeta, en parte porque se supone que la rectitud siempre debería acompañarlo. De modo que si el amor debe ser nuestro lema, tal como debe, ser, entonces, según la palabra de Aquel que es el amor personificado, debemos abandonar la transgresión y cualquier indicio de que la apoyamos en otras personas. Jesús entendía claramente lo que muchos de la cultura moderna parecen olvidar: que hay una diferencia fundamental entre el mandamiento de perdonar el pecado (para lo que Él tenía una capacidad infinita) y el amonestar en contra de justificarlo (lo cual Él nunca hizo, ni siquiera una vez).
Amigos, especialmente mis amigos jóvenes: tengan valor. El amor puro como el de Cristo que emana de la verdadera rectitud puede cambiar al mundo. Testifico que el evangelio verdadero y viviente de Jesucristo está sobre la tierra, y ustedes son miembros de Su Iglesia verdadera y viviente, y tratan de compartirlo. Testifico de ese Evangelio y de esa Iglesia, con un testimonio en particular de las llaves restauradas del sacerdocio que abren las puertas al poder y la eficacia de las ordenanzas de salvación. Estoy más seguro de que esas llaves han sido restauradas y de que esas ordenanzas están disponibles nuevamente mediante La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, de la certeza que tengo de estar parado frente a ustedes en este púlpito y que ustedes están sentados frente a mí en esta conferencia.
Sean fuertes; vivan el Evangelio fielmente, aunque los que estén a su alrededor no lo vivan en absoluto. Defiendan sus creencias con amabilidad y compasión, pero defiéndanlas. Hay una larga historia de voces inspiradas, incluso aquellas que escucharán en esta conferencia y la voz que recién escucharon del Presidente Thomas S. Monson, que señalan el camino hacia el discipulado cristiano. Es un camino estrecho y es un camino angosto sin mucha flexibilidad en algunos puntos, pero se puede recorrer de manera emocionante y exitosa, “con firmeza en Cristo, … un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres”19. Al procurar seguir con valor ese rumbo, forjarán una fe inquebrantable, encontrarán seguridad ante los malos vientos que soplen, incluso refugios dentro del torbellino, y sentirán la fuerza firme como la roca de nuestro Redentor, sobre Quien, si edifican su discipulado constante, no caerán20. En el nombre de Jesucristo. Amén.