Todos deben tomar sobre sí el nombre dado por el Padre
El nombre del Salvador tiene un poder singular y esencial; es el único nombre mediante el cual la salvación es posible.
Hace unas semanas, participé en el bautismo de varios niños de ocho años. Habían comenzado a aprender el evangelio de Jesucristo de sus padres y maestros. La semilla de la fe en Él había comenzado a germinar, y ahora querían seguirlo a las aguas del bautismo para convertirse en miembros de Su iglesia restaurada. Al observar su ilusión, me pregunté cuánto entenderían sobre un aspecto importante de su convenio bautismal: el compromiso de tomar sobre sí el nombre de Jesucristo.
Desde un principio, Dios ha declarado la preeminencia del nombre de Jesucristo en Su plan para nosotros. Un ángel enseñó a nuestro padre Adán: “… harás todo cuanto hicieres en el nombre del Hijo, y te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás”1.
El profeta del Libro de Mormón, el rey Benjamín, enseñó a su pueblo: “… no se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual la salvación llegue”2.
El Señor reiteró esta verdad al profeta José Smith: “He aquí, Jesucristo es el nombre dado por el Padre, y no hay otro nombre dado, mediante el cual el hombre pueda ser salvo”3.
En la actualidad, el presidente Dallin H. Oaks ha enseñado que “los que ejerzan la fe en el sagrado nombre de Jesucristo… y entren en Su convenio… podrán reclamar el sacrificio expiatorio de Jesucristo”4.
Nuestro Padre Celestial quiere dejar bien claro que el nombre de Su Hijo, Jesucristo, no es simplemente un nombre entre muchos; el nombre del Salvador tiene un poder singular y esencial; es el único nombre mediante el cual la salvación es posible. Al hacer hincapié en esta verdad en cada dispensación, nuestro amoroso Padre asegura a todos Sus hijos que hay un camino de regreso a Él. Sin embargo, que haya un camino seguro disponible no significa que nuestro regreso se asegure automáticamente. Dios nos dice que es necesario que actuemos: “… así que, es preciso que todos los hombres [y mujeres] tomen sobre sí el nombre dado por el Padre”5.
A fin de tener acceso al poder salvador que viene solo por medio del nombre de Cristo, debemos “humill[arnos] ante Dios… y ven[ir] con corazones quebrantados y espíritus contritos… y [estar] dispuestos a tomar sobre [nosotros] el nombre de Jesucristo” y así ser dignos, como mis amigos de ocho años, de “ser recibidos en su iglesia por el bautismo”6.
Todo aquel que desee sinceramente tomar sobre sí el nombre del Salvador debe ser merecedor de la ordenanza del bautismo y recibirla como testimonio a Dios de su decisión7. Pero el bautismo es solo el comienzo.
La palabra tomar no es pasiva; es una palabra que implica acción y tiene múltiples definiciones8. Del mismo modo, nuestro compromiso de tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo requiere acción y tiene muchas dimensiones.
Por ejemplo, un significado de la palabra tomar es tomar algo o introducirlo a nuestro cuerpo, como en el caso de tomar una bebida. Al tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, nos comprometemos a tomar [o recibir] Sus enseñanzas, Sus características y, en definitiva, Su amor, en lo profundo de nuestro ser, a fin de que sean parte de quien somos. De ahí la importancia de la invitación del presidente Russell M. Nelson a los jóvenes adultos de “procura[r], de manera devota y vigorosa, entender lo que cada uno de [los] títulos y nombres [del Salvador] signific[a] personalmente para [ellos]”9, y deleitarse en las palabras de Cristo que se encuentran en las Escrituras, en especial el Libro de Mormón10.
Otro significado de la palabra tomar [en inglés] es aceptar a una persona en una función determinada, o la veracidad de una idea o principio. Al tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, lo aceptamos a Él como nuestro Salvador y adoptamos Sus enseñanzas como guía para nuestra vida. En toda decisión importante que tomemos, podemos tomar Su evangelio, aceptarlo como verdadero y obedecerlo con todo el corazón, alma, mente y fuerza.
La palabra tomar también puede significar vincularse con un nombre o una causa. La mayoría de nosotros ha tomado [o asumido] una responsabilidad en el trabajo o tomado [o apoyado] una causa o movimiento. Cuando tomamos sobre nosotros el nombre de Cristo, asumimos las responsabilidades de un verdadero discípulo, abogamos por Su causa y somos “testigos de [Él] en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que est[emos]”11. El presidente Nelson ha invitado a “todas las jovencitas y a todos los jóvenes… a que se alisten en el batallón de jóvenes del Señor para ayudar a recoger a Israel”12. Y todos nosotros estamos agradecidos de aceptar el llamado profético de declarar el nombre de Su iglesia restaurada del modo en que el Salvador mismo lo reveló: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días13.
Al tomar sobre nosotros el nombre del Salvador, debemos comprender que la causa de Cristo y de Su iglesia son la misma cosa; no pueden separarse. Del mismo modo, nuestro discipulado personal para con el Salvador y el ser miembro activo de la Iglesia son inseparables. Si flaqueamos en nuestro cometido hacia uno, nuestro compromiso hacia el otro disminuirá, tan cierto como la noche sigue al día.
Algunas personas son reacias a aceptar el nombre de Jesucristo y Su causa porque la consideran demasiado rígida, limitadora y restrictiva. En realidad, tomar sobre nosotros el nombre de Cristo libera y engrandece; despierta el deseo que sentimos cuando aceptamos el plan de Dios mediante la fe en el Salvador. Con ese deseo en el corazón, podemos descubrir el verdadero propósito de los dones y talentos que recibimos de Dios, sentir Su amor fortalecedor y aumentar nuestro interés en el bienestar de los demás. Al tomar sobre nosotros el nombre del Salvador, verdaderamente nos aferramos a todo lo bueno y llegamos a ser como Él14.
Es importante recordar que tomar el nombre del Salvador sobre nosotros es un compromiso bajo convenio y que comienza con el convenio que hacemos al bautizarnos. El presidente Nelson enseñó: “[Nuestro] compromiso de seguir al Salvador al hacer convenios con Él y luego guardar esos convenios abrirá la puerta a toda bendición y privilegio espiritual que están a nuestro alcance”15. Uno de los privilegios celestiales de tomar sobre nosotros el nombre del Salvador mediante el bautismo es el acceso que proporciona a la siguiente ordenanza en la senda de los convenios: la confirmación. Cuando le pregunté a una de mis amiguitas de ocho años lo que tomar el nombre de Cristo sobre sí significaba para ella, simplemente respondió: “Significa que puedo tener el Espíritu Santo”. Y tenía razón.
El don del Espíritu Santo se obtiene mediante la confirmación después de haber recibido la ordenanza del bautismo. Ese don es el derecho y la oportunidad de tener al Espíritu Santo como compañero constante. Si escuchamos y obedecemos Su voz apacible y delicada, Él nos mantendrá en la senda de los convenios a la que entramos mediante el bautismo, nos prevendrá cuando seamos tentados a alejarnos de él y nos animará a arrepentirnos y amoldarnos, según sea necesario. Nuestro objetivo después del bautismo es mantener al Espíritu Santo siempre con nosotros para poder seguir progresando a lo largo de la senda de los convenios. El Espíritu Santo puede estar con nosotros solo en el grado en que conservemos nuestra vida limpia y libre del pecado.
Por esa razón, el Señor ha proporcionado un camino para que renovemos continuamente el efecto purificador del bautismo mediante otra ordenanza: la Santa Cena. Cada semana podemos “… testifi[car]… que est[amos] dispuestos a tomar sobre [nosotros] el nombre [del] Hijo”16 nuevamente al extender la mano y tomar los emblemas de la carne y la sangre del Señor —el pan y el agua— y recibirlos en el interior del alma. A su vez, el Salvador realiza su milagro de purificación una vez más y nos hace dignos de tener la influencia constante del Espíritu Santo. ¿No es eso evidencia de la misericordia infinita que se encuentra solo en el nombre de Jesucristo? Así como nosotros tomamos Su nombre sobre nosotros, Él toma nuestros pecados y dolores sobre Él, y su “brazo de misericordia se extiende”17 para envolvernos en los brazos de Su amor18.
La Santa Cena es un recordatorio semanal de que tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo es un compromiso vivo y continuo, no un evento único que sucede solo una vez en el día de nuestro bautismo19. Podemos disfrutar de forma continua y repetida de “aquel divino don: ofrenda de clemencia, amor y redención”20. No es de sorprender, entonces, que cuando los hijos de Dios comprenden las bendiciones poderosas y espirituales que se reciben al tomar el nombre de Cristo sobre ellos, su sentimiento es siempre de gozo y su deseo siempre es el de concertar un convenio con su Dios21.
Al seguir en esta senda divinamente diseñada, nuestro compromiso y nuestros empeños por tomar sobre nosotros el nombre de Cristo nos darán la fortaleza para “conservar siempre escrito [Su] nombre en [nuestros] corazones”22. Amaremos a Dios y a nuestros semejantes, sentiremos el deseo de ministrarles, guardaremos Sus mandamientos y desearemos acercarnos más a Él estableciendo convenios adicionales con Él; y cuando nos sintamos débiles e incapaces de actuar según nuestros deseos justos, suplicaremos la fuerza que solo se recibe mediante Su nombre, y Él vendrá a nuestro rescate. Si perseveramos con fidelidad, llegará el día en que lo veremos y estaremos con Él y reconoceremos que hemos llegado a ser como Él, siendo, por lo tanto, dignos de regresar a la presencia del Padre.
Pues la promesa del Salvador es segura: aquellos que “crean en el nombre de Jesucristo, y adoren al Padre en su nombre y perseveren con fe en su nombre hasta el fin”23, serán salvos en el Reino de Dios. Como ustedes, me regocijo en que esas bendiciones incomparables sean posibles al tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, de quien y en nombre de quien testifico. Amén.