No os turbéis
Cobren ánimos, hermanos y hermanas. Sí, vivimos en tiempos peligrosos, pero mientras permanezcamos en la senda de los convenios no debemos temer.
Agrego mi testimonio a los mensajes que el presidente Russell M. Nelson y el élder Quentin L. Cook dieron hace unos minutos acerca de la armonía y la unanimidad del Consejo de la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles. Sé que estos anuncios reveladores son la disposición y la voluntad el Señor y bendecirán y fortalecerán a las personas, la familias y La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días por las generaciones venideras.
Hace algunos años, una de nuestras jóvenes hijas casadas y su esposo nos hicieron a la hermana Rasband y a mí una pregunta muy importante, que influye en la vida: “¿Sigue siendo seguro y sabio traer hijos a este mundo aparentemente inicuo y aterrador en el que vivimos?”.
Esa fue una pregunta importante para que una madre y un padre trataran con sus queridos hijos casados. Podíamos oír el temor en sus voces y sentir el temor en su corazón. Nuestra respuesta fue un firme: “Sí, está más que bien”, mientras compartimos enseñanzas fundamentales del Evangelio y nuestras propias impresiones sinceras y experiencias de vida.
El temor no es nuevo. Los discípulos de Jesucristo, en el mar de Galilea, temieron al “viento, y… las olas” en la oscuridad de la noche1. Como Sus discípulos hoy en día, nosotros también tenemos temores. Nuestros adultos solteros temen contraer compromisos tales como casarse. Los jóvenes casados, al igual que nuestros hijos, pueden temer traer hijos a un mundo cada vez más inicuo. Los misioneros temen muchas cosas, especialmente hablar con desconocidos. Las viudas temen seguir adelante solas. Los adolescentes temen no ser aceptados; los alumnos de escuela primaria temen el primer día de escuela; los alumnos universitarios temen recibir el resultado de un examen. Tememos el fracaso, el rechazo, la desilusión y lo desconocido. Tememos los huracanes, los terremotos y los incendios que asolan la tierra y nuestra vida. Tememos no ser elegidos y, por el contrario, tememos ser elegidos. Tememos no ser lo suficientemente buenos; tememos que el Señor no tenga bendiciones para nosotros. Tememos el cambio y nuestro temor puede convertirse en terror. ¿He incluido casi a todos?
Desde la antigüedad, el temor ha limitado la perspectiva de los hijos de Dios. Siempre me ha encantado el relato de Eliseo en 2 Reyes. El rey de Siria había enviado un ejército que “[llegó] de noche y [rodeó] la ciudad”2. Su intención era capturar y matar al profeta Eliseo. Leemos:
“Y levantándose de mañana para salir el que servía al hombre de Dios, he aquí que el ejército tenía rodeada la ciudad con gente de a caballo y carros. Entonces su criado le dijo: ¡Ah, señor mío! ¿Qué haremos?”3
Era el temor el que hablaba.
“Y [Eliseo] le dijo: No tengas miedo, porque son más los que están con nosotros que los que están con ellos”4.
Pero él no se detuvo allí.
“… oró Eliseo y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del joven, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo y de carros de fuego alrededor de Eliseo”5.
Podemos o no tener carros de fuego enviados para disipar nuestros temores y conquistar nuestros demonios, pero la lección es clara. El Señor está con nosotros, cuidándonos y bendiciéndonos de maneras en las que solo Él puede hacerlo. La oración puede invocar la fortaleza y la revelación que necesitamos para centrar nuestro pensamiento en Jesucristo y Su sacrificio expiatorio. El Señor sabía que a veces sentiríamos temor. Yo lo he sentido y ustedes también, por lo cual las Escrituras están repletas del consejo del Señor:
“Sed de buen ánimo, pues, y no temáis”6.
“Mirad hacia mí en todo pensamiento; no dudéis; no temáis”7.
“… no temáis, rebañito”8. Me encanta la ternura de “rebañito”. En esta Iglesia quizás seamos pocos en número, según la forma en la que el mundo considera la influencia, pero cuando abrimos nuestros ojos espirituales, “son más los que están con nosotros que los que están con ellos”9. Nuestro amoroso Pastor, Jesucristo, continúa: “… aunque se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno… si estáis edificados sobre mi roca, no pueden prevalecer”10.
¿Cómo se disipa el temor? Para el joven, él estaba junto a Eliseo, un profeta de Dios. Tenemos la misma promesa. Cuando escuchamos al presidente Russell M. Nelson, cuando prestamos atención a su consejo, estamos con un profeta de Dios. Recuerden las palabras de José Smith: “Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, este es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!”11. Jesucristo vive. Nuestro amor por Él y por Su evangelio disipa el temor.
Nuestro deseo de “siempre… tener su Espíritu”12 con nosotros alejará el temor para tener una visión más eterna de nuestra vida mortal. El presidente Nelson advirtió: “… en los días futuros, no será posible sobrevivir espiritualmente sin la influencia guiadora, orientadora, consoladora y constante del Espíritu Santo”13.
El Señor dijo, con respecto a las plagas que cubrirían la tierra y endurecerían el corazón de muchos: “… mis discípulos estarán en lugares santos y no serán movidos”14.
Y luego, este consejo divino: “… No os turbéis, porque cuando todas estas cosas acontezcan, sabréis que se cumplirán las promesas que os han sido hechas”15.
Permanezcan en lugares santos, no se turben, y sus promesas se cumplirán. Consideremos cada uno de estos puntos en relación con nuestros temores.
Primero, permanezcan en lugares santos. Cuando permanecemos en lugares santos —nuestros hogares rectos, nuestras capillas dedicadas, los templos consagrados—, sentimos el Espíritu del Señor con nosotros. Encontramos respuestas a las preguntas que nos preocupan o la paz de simplemente dejarlas de lado. Ese es el Espíritu en acción. Estos lugares sagrados en el reino de Dios sobre la tierra requieren nuestra reverencia, nuestro respeto por los demás, lo mejor de nosotros mismos al vivir el Evangelio y nuestra esperanza para apartar nuestros temores y buscar el poder sanador de Jesucristo mediante Su expiación.
No hay lugar para el temor en estos lugares santos de Dios o en el corazón de Sus hijos. ¿Por qué? Por el amor. Dios nos ama, siempre, y nosotros lo amamos a Él. Nuestro amor por Dios contrarresta todos los temores y Su amor abunda en los lugares santos. Piénsenlo. Cuando somos vacilantes en nuestros compromisos con el Señor, cuando nos alejamos de Su camino que conduce a la vida eterna, cuando cuestionamos o dudamos de nuestra importancia en Su designio divino, cuando permitimos que el temor abra la puerta a todos sus compañeros —el desánimo, el enojo, la frustración, la desilusión—, el Espíritu nos deja y estamos sin el Señor. Si saben cómo es eso, saben que no es una buena situación. En contraste, cuando permanecemos en lugares santos podemos sentir el amor de Dios, y “el amor perfecto desecha todo temor”16.
La siguiente promesa es “No os turbéis”17. Sin importar cuánta iniquidad y caos llenen la tierra, se nos promete, mediante nuestra fidelidad diaria en Jesucristo, “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento”18. Y cuando Cristo venga en todo poder y gloria, la maldad, la rebelión y la injusticia se acabarán.
Hace mucho tiempo, el apóstol Pablo profetizó acerca de nuestros días al decirle al joven Timoteo:
“Esto también debes saber: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos.
“Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos…
“… amadores de los deleites más que de Dios”19.
Recuerden, “los que están con nosotros” a ambos lados del velo, aquellos que aman al Señor con todo su corazón, alma, mente y fuerza, “son más… que los que están con ellos”20. Si confiamos activamente en el Señor y en Sus caminos, si participamos en Su obra, no temeremos las tendencias del mundo ni nos preocuparemos por ellas. Les ruego que dejen de lado las influencias y presiones mundanas y busquen la espiritualidad en su vida diaria. Amen lo que el Señor ama —lo cual incluye Sus mandamientos, Sus santas casas, nuestros convenios sagrados con Él, la Santa Cena cada día de reposo, nuestra comunicación a través de la oración— y no se turbarán.
El último punto: confíen en el Señor y en Sus promesas. Yo sé que todas Sus promesas se cumplirán. Lo sé tan firmemente como que estoy ante ustedes en esta reunión sagrada.
El Señor ha revelado: “Porque aquellos que son prudentes y han recibido la verdad, y han tomado al Santo Espíritu por guía, y no han sido engañados, de cierto os digo que estos no serán talados ni echados al fuego, sino que aguantarán el día”21.
Es por eso que no debemos preocuparnos por la agitación actual, por aquellos del edificio grande y espacioso, por quienes se burlan del esfuerzo honrado y el servicio dedicado al Señor Jesucristo. El optimismo, el valor, y aun la caridad provienen de un corazón que no está agobiado por los problemas o la agitación. El presidente Nelson, que es “optimista en cuanto al futuro”, nos ha recordado: “Si hemos de tener alguna esperanza de examinar la infinidad de voces y las filosofías de los hombres que atacan la verdad, debemos aprender a recibir revelación”22.
Para recibir revelación personal debemos dar preferencia a vivir el Evangelio y fomentar la fidelidad y la espiritualidad en los demás así como en nosotros mismos.
Spencer W. Kimball fue uno de los profetas de mi juventud. Estos últimos años, después de haber sido llamado como Apóstol, he encontrado paz en su primer mensaje en la Conferencia General de octubre de 1943. Él estaba abrumado por su llamamiento, lo cual entiendo muy bien. El élder Kimball dijo: “… dediqué mucho tiempo a meditar y orar, ayunar y orar. Pensamientos confusos surgían en mi mente; parecía como si escuchara voces que me decían: ‘No puedes hacer la obra. No eres digno. No tienes la capacidad’, mas por fin me llegó la idea triunfante: ‘Debes hacer el trabajo asignado; debes capacitarte, ser digno y merecedor’. Y la batalla continuó con más fuerza”23.
Cobro ánimos del testimonio puro de este apóstol que llegaría a ser el 12º Presidente de esta poderosa Iglesia. Él reconoció que tenía que dejar atrás sus temores para “hacer el trabajo asignado” y que debía confiar en el Señor para obtener la fortaleza de “[capacitarse], ser digno y merecedor”. Nosotros también podemos hacerlo. Las batallas continuarán, pero las enfrentaremos con el Espíritu del Señor. No nos turbaremos porque, cuando estamos con el Señor y defendemos Sus principios y Su plan eterno, estamos en tierra santa.
Ahora bien, ¿qué hay de esa hija y ese yerno que hace años hicieron la pregunta sincera, penetrante y basada en el temor? Ellos pensaron seriamente en nuestra conversación esa noche; oraron y ayunaron y llegaron a sus propias conclusiones. Feliz y gozosamente para ellos y para nosotros, los abuelos, han sido bendecidos con siete hermosos hijos mientras avanzan con fe y amor.
Cobren ánimos, hermanos y hermanas. Sí, vivimos en tiempos peligrosos, pero mientras permanezcamos en la senda de los convenios no debemos temer. Los bendigo para que, al hacerlo, no se turben por los tiempos en los que vivimos ni por los problemas que se les presenten. Los bendigo para que escojan permanecer en lugares santos y no ser movidos. Los bendigo para que crean en las promesas de Jesucristo, que Él vive y que vela por nosotros, nos cuida y está a nuestro lado. En el nombre de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Amén.