2010–2019
Por Él
Octubre de 2018


11:53

Por Él

Saber el quién y el porqué de nuestro servicio a los demás nos ayuda a entender que la manifestación más elevada de amor es la devoción a Dios.

En esta noche histórica, expreso mi amor y gratitud por cada una de ustedes, mis queridas hermanas. Cualquiera que sea nuestra edad, el lugar donde vivamos o nuestras circunstancias, esta noche nos congregamos en unidad, fortaleza, propósito y testimonio de que somos amadas y guiadas por nuestro Padre Celestial, nuestro Salvador, Jesucristo, y nuestro profeta viviente, el presidente Russell M. Nelson.

Cuando éramos recién casados, mi esposo y yo fuimos llamados por nuestro obispo a visitar y ministrar a una familia que no había ido a la Iglesia por muchos años. Aceptamos la asignación de buena gana y fuimos a su hogar unos días más tarde. Enseguida nos quedó claro que ellos no deseaban recibir visitas de los miembros de la Iglesia.

Así que en nuestra siguiente visita nos presentamos con un plato de galletas, confiando en que los trocitos de chocolate les ablandaría el corazón. No fue así. El matrimonio nos habló a través de la puerta mosquitera, haciendo aun más evidente que no éramos bienvenidos. Pero de regreso a casa tuvimos la clara certeza de que habríamos tenido éxito si, en lugar de eso, les hubiésemos ofrecido Rice Krispies Treats [dulces hechos con arroz inflado].

Nuestra falta de visión espiritual hizo que otros intentos fallidos fueran frustrantes. El rechazo nunca es cómodo. Con el tiempo comenzamos a preguntarnos: “¿Por qué hacemos esto? ¿Cuál es nuestro objetivo?”.

El élder Carl B. Cook hizo la siguiente observación: “… prestar servicio en la Iglesia puede resultar difícil si se nos pide hacer algo que nos atemoriza, si nos cansamos de prestar servicio, o si se nos llama a hacer algo que al principio no consideramos interesante”1. Estábamos experimentando la veracidad de las palabras del élder Cook cuando decidimos que debíamos buscar la guía de Alguien que tuviera una perspectiva más amplia que la nuestra.

Por tanto, tras mucho estudio y sincera oración recibimos la respuesta al porqué de nuestro servicio. Hubo un cambio en nuestro entendimiento, un cambio de corazón; ciertamente una experiencia reveladora2. Al buscar guía en las Escrituras, el Señor nos enseñó la forma de hacer que el proceso de prestar servicio a los demás fuera más fácil y significativo. Este es el versículo que al leerlo transformó nuestro corazón y nuestro enfoque: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, alma, mente y fuerza; y en el nombre de Jesucristo lo servirás3. Aunque conocíamos bien este versículo, pareció dirigirse a nosotros de una manera nueva e importante.

Nos dimos cuenta de que estábamos esforzándonos sinceramente por prestar servicio a esa familia y a nuestro obispo, pero teníamos que preguntarnos si realmente estábamos sirviendo por amor al Señor. El rey Benjamín aclaró esta diferencia cuando dijo: “He aquí, os digo que por haberos dicho que había empleado mi vida en vuestro servicio, no deseo yo jactarme, pues solamente he estado al servicio de Dios4.

De modo que, en realidad, ¿a quién prestaba servicio el rey Benjamín? Al Padre Celestial y al Salvador. Saber el quién y el porqué de nuestro servicio a los demás nos ayuda a entender que la manifestación más elevada de amor es la devoción a Dios.

A medida que nuestro enfoque cambió de manera gradual, también lo hicieron nuestras oraciones. Comenzamos a esperar con anhelo nuestras visitas a esa familia por amor al Señor5. Lo estábamos haciendo por Él. Él hizo que la lucha dejara de ser lucha. Después de muchos meses quedándonos en la puerta, la familia comenzó a dejarnos pasar. Con el tiempo, comenzamos a orar juntos y a tener unas entrañables conversaciones sobre el Evangelio. Forjamos una amistad duradera. Al amar a Sus hijos, estábamos adorándolo y amándolo a Él.

¿Recuerdan alguna ocasión en la que con amor tendieron una mano en un esfuerzo sincero para ayudar a alguien que lo necesitaba, y sintieron que sus esfuerzos pasaban desapercibidos o tal vez no eran valorados y ni siquiera deseados? En aquel momento, ¿se cuestionaron el valor de su servicio? Si fue así, puede que las palabras del rey Benjamín reemplacen su duda y aun su dolor: “… solo estáis al servicio de vuestro Dios”6.

En lugar de edificar resentimiento, a través del servicio podemos edificar una relación más perfecta con nuestro Padre Celestial. Nuestro amor y devoción hacia Él elimina la necesidad de reconocimiento o agradecimiento, y permite que Su amor fluya hacia nosotros y por medio de nosotros.

A veces puede que inicialmente sirvamos por un sentido del deber o por obligación, pero incluso ese servicio puede hacer que recurramos a algo más elevado en nuestro interior que haga de nuestro servicio “un camino aún más excelente”7, como en la invitación del presidente Nelson a “implementar un enfoque más nuevo y santo de cuidar y ministrar a los demás”8.

Cuando nos enfocamos en todo lo que Dios ha hecho por nosotros, nuestro servicio fluye de un corazón agradecido. A medida que dejamos de preocuparnos de que nuestro servicio nos engrandezca, nos damos cuenta más bien de que el enfoque de nuestro servicio estará en poner a Dios en primer lugar9.

El presidente M. Russell Ballard enseñó: “Solo cuando amemos a Dios y a Cristo con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente, seremos capaces de compartir ese amor con nuestro prójimo mediante actos de bondad y de servicio”10.

El primero de los diez mandamientos reitera esta divina sabiduría: “Yo soy Jehová tu Dios… No tendrás dioses ajenos delante de mí”11. Este mandamiento nos ayuda a entender que, si a Él lo ponemos como nuestra principal prioridad, todo lo demás ocupará su lugar adecuado, incluyendo nuestro servicio a los demás. Cuando por nuestra decisión deliberada Él ocupa la posición preeminente en nuestra vida, Él puede bendecir nuestras acciones para nuestro bien y para el bien de otras personas.

El Señor aconsejó: “Mirad hacia mí en todo pensamiento”12. Y cada semana hacemos convenio de hacer precisamente eso: “recordarle siempre”13. ¿Puede ese enfoque divino aplicarse a todas las cosas que hacemos? ¿Puede incluso una insignificante tarea convertirse en una oportunidad para demostrar nuestro amor y devoción a Él? Yo creo que sí puede, y que lo hará.

Podemos hacer que cada punto de nuestra lista de tareas se convierta en una manera de glorificarlo a Él. Podemos ver cada tarea como un privilegio y una oportunidad para servirle, incluso en medio de plazos, obligaciones o pañales sucios.

Como dijo Ammón: “Sí, yo sé que nada soy; en cuanto a mi fuerza, soy débil; por tanto, no me jactaré de mí mismo, sino que me gloriaré en mi Dios, porque con su fuerza puedo hacer todas las cosas”14.

Cuando servir a nuestro Dios se convierte en nuestra principal prioridad en la vida, nos perdemos y, a su debido tiempo, nos encontramos a nosotros mismos15.

El Salvador enseñó este principio de una manera sencilla y directa: “… por lo tanto, así alumbre vuestra luz delante de este pueblo, de modo que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”16.

Permítanme compartir con ustedes algunas palabras de sabiduría que se encontraron en la pared de un orfanato en Calcuta, India: “Si eres amable, tal vez la gente te atribuya motivos egoístas o segundas intenciones. Sé amable de todos modos. En una noche alguien podría destruir lo que pasaste años construyendo. Construye de todos modos. A menudo la gente olvidará mañana el bien que hagas hoy. Haz el bien de todos modos. Dale al mundo lo mejor que tengas, y puede que nunca sea suficiente. Pero dale al mundo lo mejor que tengas de todos modos. En definitiva, ya ves, es algo entre Dios y tú… de todos modos”17.

Hermanas, siempre es entre nosotras y el Señor. Como dijo el presidente James E. Faust: “‘¿Cuál es la mayor necesidad en el mundo actual?’… ‘¿No es acaso la necesidad más grande en este mundo que cada persona tenga una relación personal, constante, diaria y continua con el Salvador?’. Una relación así puede encender la chispa de la divinidad que llevamos dentro, y nada puede marcar una diferencia más grande en nuestra vida que llegar a conocer y a comprender nuestra divina relación con Dios”18.

De manera similar, Alma explicó a su hijo: “… sí, sean todos tus hechos en el Señor, y dondequiera que fueres, sea en el Señor; deja que todos tus pensamientos se dirijan al Señor; sí, deja que los afectos de tu corazón se funden en el Señor para siempre”19.

Del mismo modo, el presidente Russell M. Nelson nos ha enseñado: “Cuando entendemos Su expiación voluntaria, cualquier sentimiento de sacrificio de nuestra parte queda totalmente opacado por un profundo sentimiento de gratitud, por el privilegio de servirle a Él”20.

Hermanas, testifico que, cuando Jesucristo, mediante todo el poder de Su expiación, obra sobre nosotras y en nosotras, Él comienza a obrar por medio de nosotras para bendecir a otras personas. Nosotras les prestamos servicio a ellas, pero lo hacemos al amar y servirlo a Él. Llegamos a lo que se describe en las Escrituras: “… buscando cada cual el bienestar de su prójimo, y haciendo todas las cosas con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios”21.

Puede que nuestro obispo supiera que esa era la lección que mi esposo y yo aprenderíamos de aquellos primeros esfuerzos bienintencionados, aunque no perfectos, de ministrar a Sus amados hijos e hijas. Doy mi testimonio personal y seguro de la bondad y del amor que Él comparte con nosotras, incluso a medida que nos esforzamos por servirle. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.