Quédense con el cambio
Mediante Jesucristo se nos da fortaleza para hacer cambios duraderos. A medida que nos volvamos a Él con humildad, Él incrementará nuestra capacidad para cambiar.
Hermanas, es un verdadero gozo estar con ustedes.
Imaginen a una persona yendo al mercado para comprar un artículo. Si ella paga al cajero más de lo que cuesta el artículo, el cajero va a devolverle el cambio.
El rey Benjamín enseñó a su pueblo en la antigua América en cuanto a las enormes bendiciones que recibimos de nuestro Salvador, Jesucristo. Él creó los cielos, la tierra, y toda la belleza que disfrutamos 1 . Mediante Su amorosa expiación, Él nos proporciona un medio para ser redimidos del pecado y de la muerte 2 . Cuando le mostramos nuestra gratitud al vivir con diligencia Sus mandamientos, Él nos bendice inmediatamente, lo que nos deja siempre en deuda.
Él nos da mucho más de lo que jamás podríamos darle a cambio. Entonces, ¿qué podemos darle a Él, quien pagó el precio incalculable de nuestros pecados? Podemos darle cambio. Podemos darle nuestro cambio. Puede tratarse de un cambio de pensamiento, de hábitos o de la dirección en la vamos. A cambio de Su invaluable pago por cada uno de nosotros, el Señor nos pide un cambio de corazón. El cambio que Él nos pide no es para Su beneficio sino para el nuestro. Entonces, a diferencia de la persona que compra en el mercado que tomaría el cambio que se le da, nuestro bondadoso Salvador nos invita a quedarnos con el cambio.
Tras escuchar las palabras del rey Benjamín, su pueblo clamó, declarando que sus corazones habían cambiado, y dijo: “… por el Espíritu del Señor Omnipotente, el cual ha efectuado un potente cambio en nosotros […], ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” 3 . Las Escrituras no dicen que ellos se volvieron perfectos de inmediato, sino que su deseo de cambiar los condujo a la acción. Su cambio de corazón significó despojarse del hombre o de la mujer natural y entregarse al Espíritu a medida que se esforzaban por ser más semejantes a Jesucristo.
El presidente Henry B. Eyring enseña: “La verdadera conversión depende de […] bus[car] libremente con fe, con gran esfuerzo y algo de dolor. Entonces es el Señor el que concede […] el milagro de purificación y cambio” 4 . Al combinar nuestro esfuerzo con la capacidad del Salvador para cambiarnos, llegamos a ser nuevas criaturas.
Cuando era joven, me visualizaba caminando a lo largo de una senda ascendente y vertical hacia mi meta de la vida eterna. Cada vez que hacía o decía algo incorrecto, sentía que me deslizaba hacia abajo por la senda, para comenzar mi camino otra vez. Era como caer en aquella casilla del juego para niños, “Serpientes y escaleras”, en la que te deslizas desde arriba del tablero de vuelta al comienzo del juego. ¡Era desalentador! Pero a medida que comencé a comprender la doctrina de Cristo 5 y cómo ponerla en práctica a diario en mi vida, encontré esperanza.
Jesucristo nos ha dado un modelo continuo de cambio. Él nos invita a ejercer fe en Él, lo que nos inspira a arrepentirnos, “esa fe y arrepentimiento que efectúan un cambio de corazón” 6 . Al arrepentirnos y volver nuestro corazón hacia Él, obtenemos un deseo más grande de hacer y vivir convenios sagrados. Perseveramos hasta el fin al continuar aplicando esos principios a lo largo de nuestra vida y al invitar al Señor a que nos cambie. Perseverar hasta el fin significa cambiar hasta el fin. Ahora comprendo que no comienzo de nuevo con cada intento fallido, sino que, con cada intento, continúo mi proceso de cambio.
Hay una frase inspiradora en el lema de las Mujeres Jóvenes que declara: “[V]aloro el don del arrepentimiento y procuro mejorar cada día” 7 . Es mi oración que valoremos este hermoso don y que busquemos intencionalmente el cambio. A veces los cambios que necesitamos hacer están relacionados con pecados graves. Sin embargo, la mayoría de las veces nos esforzamos por refinar nuestro carácter para alinearnos con los atributos de Jesucristo. Nuestras decisiones diarias ayudarán o entorpecerán nuestro progreso. Los cambios deliberados, pequeños pero constantes, nos ayudarán a mejorar. No se desanimen. El cambio es un proceso que dura toda la vida. Agradezco que el Señor sea paciente con nosotros en nuestra lucha por cambiar.
Mediante Jesucristo se nos da fortaleza para hacer cambios duraderos. A medida que nos volvamos a Él con humildad, Él incrementará nuestra capacidad para cambiar.
Además del poder transformador de la expiación de nuestro Salvador, el Espíritu Santo nos apoyará y guiará al seguir esforzándonos. Incluso puede ayudarnos a saber qué cambios necesitamos hacer. También podemos encontrar ayuda y aliento mediante las bendiciones del sacerdocio, la oración, el ayuno y la asistencia al templo.
Asimismo, familiares de confianza, líderes y amigos pueden ser de ayuda en nuestros esfuerzos por cambiar. Cuando tenía ocho años, Lee, mi hermano mayor, y yo pasábamos tiempo jugando con nuestros amigos en las ramas de un árbol del vecindario. Nos encantaba estar en compañía de nuestros amigos bajo la sombra de ese árbol. Un día, Lee se cayó del árbol y se rompió el brazo. Con el brazo roto, le costaba subir al árbol, pero la vida en el árbol no era la misma sin él. Así que algunos de nosotros lo sosteníamos por detrás mientras otros tiraban del brazo bueno, y sin demasiado esfuerzo, Lee estuvo de vuelta en el árbol. Su brazo seguía roto, pero volvió a estar con nosotros disfrutando de nuestra amistad mientras sanaba.
Con frecuencia he pensado en mi experiencia de jugar en el árbol como un símbolo de nuestra actividad en el evangelio de Jesucristo. Bajo la sombra de las ramas del Evangelio, disfrutamos de muchas bendiciones relacionadas con nuestros convenios. Posiblemente, algunos se han caído de la seguridad de sus convenios y necesitan nuestra ayuda para volver a subir a la protección de las ramas del Evangelio. Puede resultarles difícil regresar por sí mismos. ¿Podemos tirar un poco aquí y leveantar un poco allá para ayudarlos a sanar mientras disfrutan de nuestra amistad?
Si están sufriendo una lesión debido a una caída, por favor, permitan que otras personas les ayuden a regresar a sus convenios y a las bendiciones que estos ofrecen. El Salvador puede ayudarles a sanar y a cambiar mientras estén rodeadas de aquellos que las aman.
En ocasiones, me encuentro con amigos a quienes no he visto en muchos años. A veces dicen: “¡No has cambiado nada!”. Cada vez que escucho eso, me avergüenzo un poco, ya que espero haber cambiado con el paso de los años. ¡Espero haber cambiado desde ayer! Espero ser un poco más amable, menos crítica y más compasiva. Espero ser más rápida para responder a las necesidades de los demás y espero ser un poco más paciente.
Me encanta pensar en las montañas que están cerca de mi casa. Con frecuencia, al andar por el camino, una piedrecita se me mete en el zapato. Tarde o temprano me detengo y sacudo el zapato, pero me sorprende lo mucho que me permito caminar con el dolor antes de detenerme para deshacerme de esa molestia.
Al recorrer la senda de los convenios, en ocasiones se nos meten en los zapatos piedras que adoptan la forma de malos hábitos, pecados o malas actitudes. Cuanto antes las saquemos de nuestra vida, más gozoso será nuestro trayecto terrenal.
Conservar el cambio requiere esfuerzo. No puedo imaginar detenerme en el camino para volver a poner en el zapato la molesta y dolorosa piedrecita que acabo de quitar. No me gustaría hacerlo; así como una hermosa mariposa no elegiría regresar a su capullo.
Testifico que gracias a Jesucristo podemos cambiar. Podemos ajustar nuestros hábitos, cambiar nuestros pensamientos y refinar nuestro carácter para ser más semejantes a Él; y, con Su ayuda, podemos quedarnos con el cambio. En el nombre de Jesucristo. Amén.