Hablamos de Cristo
A medida que el mundo hable menos de Jesucristo, hablemos nosotros más de Él.
Les expreso mi amor por ustedes, nuestros amados amigos y hermanos creyentes. He admirado su fe y valor durante los meses pasados, en los que esta pandemia mundial ha afectado nuestras vidas y se ha llevado a preciados familiares y amigos queridos.
Durante este período de incertidumbre, he sentido una inusual gratitud por mi conocimiento seguro y certero de que Jesús es el Cristo. ¿Se han sentido así ustedes? Hay dificultades que nos agobian a todos, pero siempre ante nosotros está Aquel que declaró con humildad: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”1. Si bien aguantamos un tiempo de distanciamiento físico los unos de los otros, nunca debemos aguantar un tiempo de distanciamiento espiritual de Aquél que con amor nos pide: “Venid a mí”2
Cual estrella que guía en un cielo despejado, Jesucristo ilumina nuestro sendero. Él vino a la tierra en un humilde establo; vivió una vida perfecta; sanó a los enfermos y levantó a los muertos. Fue amigo de los olvidados; nos enseñó a hacer el bien, a obedecer y a amarnos unos a otros. Fue crucificado en una cruz, y se levantó de forma majestuosa tres días después, permitiéndonos a nosotros y a quienes amamos vivir más allá de la tumba. Con Su misericordia y gracia incomparables, tomó sobre Sí nuestros pecados y nuestro sufrimiento, ofreciéndonos perdón conforme nos arrepentimos y paz en las tormentas de la vida. Lo amamos, lo adoramos, lo seguimos. Él es el ancla de nuestras almas.
Curiosamente, si bien esa convicción espiritual crece en nuestro interior, hay muchos en la tierra que saben muy poco de Jesucristo y, en algunas partes del mundo donde Su nombre se ha proclamado durante siglos, la fe en Jesucristo está disminuyendo. Los valientes santos de Europa han visto un declive en la creencia en sus países a lo largo de las décadas3. Tristemente, aquí en Estados Unidos la fe también está menguando. Un estudio reciente reveló que, en los últimos diez años, treinta millones de personas en Estados Unidos han dejado de creer en la divinidad de Jesucristo4. A nivel mundial, otro estudio predice que en las próximas décadas abandonarán el cristianismo más del doble de personas que lo aceptarán5.
Nosotros, por supuesto veneramos el derecho que cada uno tiene de elegir; no obstante, nuestro Padre Celestial declaró: “Este es mi Hijo Amado; a él oíd”6. Testifico que llegará el día en que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Cristo7.
¿Cómo hemos de responder ante nuestro mundo cambiante? Mientras algunos abandonan su fe, otros andan en busca de la verdad. Hemos tomado el nombre del Salvador sobre nosotros. ¿Qué más hemos de hacer?
La preparación del presidente Russell M. Nelson
Parte de la respuesta se podría recibir al recordar la forma en que el Señor instruyó al presidente Russell M. Nelson en los meses anteriores a que se le llamara como Presidente de la Iglesia. Un año antes de su llamamiento, el presidente Nelson nos invitó a estudiar más a fondo las 2200 referencias del nombre Jesucristo que figuran en la Topical Guide [Guía temática, en inglés]8.
Tres meses después, en la conferencia general de abril, habló de cómo, a pesar de las décadas de devoto discipulado, ese estudio más a fondo de Jesucristo había tenido una gran influencia en él. La hermana Wendy Nelson le preguntó en cuanto al efecto que aquello tuvo. Él respondió: “¡Soy un hombre diferente!”. ¿Era un hombre diferente? ¿A los 92 años era un hombre diferente? El presidente Nelson explicó:
“Cuando dedicamos tiempo a aprender sobre el Salvador y Su sacrificio expiatorio, sentimos el deseo de [acercarnos a] Él […].
“Nuestro enfoque [queda] anclado en el Salvador y Su evangelio”9.
El Salvador dijo: “Mirad hacia mí en todo pensamiento”10.
En un mundo de trabajo, preocupaciones y empeños encomiables, mantenemos el corazón, la mente y los pensamientos puestos en Él, quien es nuestra esperanza y salvación.
Si un renovado estudio del Salvador ayudó al presidente Nelson a prepararse, ¿acaso no podría ayudar a prepararnos a nosotros también?
Al hacer hincapié en el nombre de la Iglesia, el presidente Nelson enseñó: “Si […] hemos de tener acceso al poder de la expiación de Jesucristo —para que nos purifique y sane, para que nos fortalezca y magnifique, y para que en última instancia nos exalte— debemos reconocerlo claramente a Él como la fuente de tal poder”11. El presidente Nelson nos enseñó que el uso constante del nombre correcto de la Iglesia, algo que podría parecer insignificante, no lo es en absoluto, y que tendrá gran influencia en el futuro del mundo.
Una promesa para su preparación
Les prometo que conforme se preparen, como lo hizo el presidente Nelson, también ustedes serán diferentes, al pensar más en el Salvador, y hablar de Él con más frecuencia y con menos vacilación. A medida que lleguen a conocerlo y a amarlo más profundamente, sus palabras fluirán con más comodidad, como lo hacen al hablar de uno de sus hijos o de los hijos de un preciado amigo. Aquellos que los oigan tendrán menos deseos de rechazarlos o de debatir con ustedes, y una mayor disposición a escucharlos y aprender de ustedes.
Ustedes y yo hablamos de Jesucristo, pero quizás podamos hacerlo un poco mejor. Si el mundo va a hablar menos de Él, ¿quién hablará más de Él? ¡Nosotros! ¡Junto con otros cristianos devotos!
Hablar de Cristo en nuestro hogar
¿Hay láminas o cuadros del Salvador en nuestro hogar? ¿Hablamos con nuestros hijos a menudo de las parábolas de Jesús? “Las historias de Cristo [son] como un viento que aviva las brasas de fe en el corazón de nuestros hijos y nuestras hijas”12. Cuando sus hijos les hagan preguntas, de manera deliberada consideren enseñar lo que enseñó el Salvador. Por ejemplo, si un hijo les pregunta: “Papi, ¿por qué oramos?”. Podrían responder: “Es una buena pregunta. ¿Recuerdas cuando Jesús oraba? Hablemos de por qué oraba y de cómo lo hacía”.
“… hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo […], para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados”13.
Hablar de Cristo en la Iglesia
Ese mismo pasaje también dice que “predicamos de Cristo”14. En nuestros servicios de adoración, concentrémonos en el Salvador Jesucristo y en la dádiva de Su sacrificio expiatorio. Eso no significa que no podamos contar experiencias de nuestra propia vida o compartir citas de otras personas. Si bien el tema podría ser la familia, el servicio, el templo o una misión reciente, en nuestra adoración todo debe apuntar al Señor Jesucristo.
Hace treinta años, el presidente Dallin H. Oaks habló sobre una carta que había recibido “de un miembro que dijo que había asistido a una reunión [sacramental] y escuchado diecisiete testimonios sin que se nombrara al Salvador”15. El presidente Oaks después indicó: “Tal vez esa descripción sea exagerada, [pero] la cito porque nos brinda un vívido recordatorio a todos nosotros”16. A continuación, nos invitó a que habláramos más de Jesucristo en nuestros discursos y análisis en las clases. He observado que cada vez nos centramos más y más en Cristo en nuestras reuniones de la Iglesia. Continuemos conscientemente con esos empeños tan positivos.
Hablar de Cristo con los demás
Seamos más abiertos y estemos más dispuestos a hablar de Cristo con los que nos rodean. El presidente Nelson dijo: “Los discípulos verdaderos de Jesucristo están dispuestos a destacarse, defender sus principios y ser diferentes a la gente del mundo”17.
A veces pensamos que nuestra conversación con alguien tiene que resultar en que la persona asista a la Iglesia o se reúna con los misioneros. Dejemos que el Señor guíe a las personas conforme estén dispuestas, mientras que nosotros pensemos más en nuestra responsabilidad de ser una voz para Él, considerados y abiertos en cuanto a nuestra fe. El élder Dieter F. Uchtdorf nos ha enseñado que si alguien nos pregunta sobre el fin de semana, debemos estar dispuestos a responder alegremente que nos encantó escuchar a los niños de la Primaria cantar “Yo trato de ser como Cristo”18. Testifiquemos con amabilidad de nuestra fe en Cristo. Si una persona nos cuenta un problema que tenga en su vida personal, podríamos decir: “Juan, María, tú sabes que yo creo en Jesucristo. He estado pensando en algo que Él dijo que podría ayudarte”.
Sean más abiertos en las redes sociales al hablar de su confianza en Cristo. La mayoría de las personas respetará nuestra fe, pero si alguien los rechaza cuando hablen del Salvador, ármense de valor mediante Su promesa: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen […], porque vuestro galardón es grande en los cielos”19. Nos interesa más ser Sus seguidores que agradar a nuestros propios seguidores. Pedro aconsejó: “… estad siempre preparados para responder [sobre] la esperanza que hay en vosotros”20. Hablemos de Cristo.
El Libro de Mormón es un testigo poderoso de Jesucristo. Prácticamente cada página testifica del Salvador y de Su misión divina21. Sus páginas están colmadas de conocimiento sobre Su expiación y gracia. Como compañero del Nuevo Testamento, el Libro de Mormón nos ayuda a comprender mejor por qué el Salvador vino a rescatarnos y cómo podemos venir a Él con más sinceridad.
A veces, algunos de nuestros hermanos cristianos se muestran inquietos en cuanto a nuestras creencias y motivaciones. Regocijémonos genuinamente con ellos en la fe que compartimos en Jesucristo y en los pasajes del Nuevo Testamento que todos amamos. En los días venideros, aquellos que crean en Jesucristo necesitarán de la amistad y del apoyo mutuo22.
A medida que el mundo hable menos de Jesucristo, hablemos nosotros más de Él. Conforme se manifieste nuestro verdadero carácter como discípulos Suyos, muchas personas a nuestro alrededor estarán preparadas para escuchar. Al compartir la luz que hemos recibido de Él, Su luz y Su trascendente poder salvador alumbrará a los que estén dispuestos a abrir el corazón. Jesús dijo: “Yo, la luz, he venido [como tal] al mundo”23.
Aumentar nuestro deseo de hablar de Cristo
Nada aumenta más mi deseo de hablar de Cristo que visualizar Su regreso. Aunque no sabemos cuándo vendrá, ¡los acontecimientos de Su regreso serán grandiosos! Vendrá en las nubes del cielo con majestuosidad y gloria con todos Sus santos ángeles. No solo unos cuantos ángeles, sino todos Sus santos ángeles. Estos no son los querubines de mejillas rosadas que pintó Rafael y que vemos en las tarjetas del día de San Valentín. Son los ángeles de los siglos, los ángeles enviados para cerrar la boca de los leones24, para abrir las puertas de la cárcel25, para anunciar Su tan esperado nacimiento26, para fortalecerle en Getsemaní27, para confortar a los discípulos al tiempo de Su ascensión28 y para iniciar la gloriosa restauración del Evangelio29.
¿Pueden imaginarse ser arrebatados para recibirlo, ya sea en este lado del velo o en el otro?30. Esa es la promesa que Él ha dado a los justos. Esta asombrosa experiencia marcará nuestras almas para siempre.
Cuán agradecidos estamos por nuestro amado profeta, el presidente Russell M. Nelson, quien ha aumentado en nosotros el deseo de amar al Salvador y de proclamar Su divinidad. Soy testigo de que la mano del Señor está sobre él y del don de la revelación que lo guía. Presidente Nelson, esperamos ansiosos escuchar sus consejos.
Mis queridos amigos en todo el mundo, hablemos de Cristo, anhelando Su gloriosa promesa: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre”31. Testifico que Él es el Hijo de Dios. En el nombre de Jesucristo. Amén.