Historia de la Iglesia
“Ocurrió este milagro en mi propiedad”


“Ocurrió este milagro en mi propiedad”

En 1961, Alfonso Torres identificó el terreno para la construcción de la primera capilla en Nicaragua. Para 1962, los misioneros constructores y los Santos de los Últimos Días locales, como Mercedes Leiva Castillo, habían comenzado la construcción de la capilla Las Palmas. Francisco Rojas Rosales, que era miembro de la Iglesia e ingeniero, diseñó techos cóncavos altos para el salón sacramental y el cultural.

La construcción de la capilla unió a los santos y misioneros locales mientras trabajaban en una meta en común. Cuando llegó el momento de llenar el techo de concreto, “la mezcladora estuvo en funcionamiento sin parar durante tres días y tres noches y los miembros se turnaban”, dijo un santo local. “Todo fue como una fiesta. Las familias y la Sociedad de Socorro trajeron comida y bebidas para quienes llegaban a trabajar por la noche”.

Los misioneros constructores de Panamá alardeaban ante sus hermanos santos de Nicaragua que las islas de su país de origen “eran un paraíso y que no había nada mejor en la tierra”. Los santos nicaragüenses decidieron que sus amigos panameños necesitaban ver algunas playas nicaragüenses y planearon una salida grupal para visitar una bahía a unos 130 kilómetros (81 millas) de Managua.

El día del viaje se reunieron en la capilla a las cuatro de la mañana para tomar el autobús. “Llegamos a la bahía exactamente al amanecer”, recuerda un miembro. “Fue algo maravilloso ver el amanecer en San Juan del Sur, admirar la creación de nuestro Padre Celestial, ver un sol tan esplendoroso y contemplar el agua en su inmensidad”.

Después de un divertido día de natación y comida, el grupo emprendió el viaje a casa. En el camino, se dieron cuenta de que se habían olvidado de orar por un regreso a salvo. El esposo de Mercedes, Felipe Silva Castillo, dijo que no se preocuparan, que harían una oración en su próxima parada.

Esa parada se produjo más rápido de lo esperado. Se reventó una rueda del autobús en una curva cerrada y cayó tres o cuatro metros dentro de un maizal. Los tallos de maíz frenaron su caída e impidieron que el vehículo se volcara. Cuando el autobús se detuvo, el grupo se sintió aliviado al descubrir que entre los 110 pasajeros a bordo no había víctimas mortales y casi ningún lesionado.

El dueño del campo escuchó la conmoción. Los santos temían que les cobrara por los daños, lo que los haría retroceder en sus esfuerzos para pagar la capilla. Felipe se ofreció a pagarle. “No, amigo mío, me siento afortunado de que haya ocurrido este milagro en mi propiedad”, dijo el hombre. “Cuando sea viejo, tendré que contárselo a mis hijos”.

Mientras dos hombres maniobraban el autobús vacío de regreso a la carretera, los otros santos se arrodillaron en grupo en el campo de maíz y dieron gracias a Dios. “Todos estuvimos de acuerdo en que el Señor nos protegió de una tragedia grave, pero también reconocimos que, al olvidarnos de orar, nos habíamos olvidado de nuestro Dios y esto fortaleció nuestro testimonio del amor del Padre por Sus hijos”.