“Tenía un gran deseo de ir a Perú”
En 1851, el élder Parley P. Pratt, del Cuórum de los Doce Apóstoles, viajó a Chile, donde comenzó a trabajar para llevar el Evangelio a Sudamérica. Si bien Pratt no logró avances sustanciales en el resto de Sudamérica, vio en Perú, donde la libertad religiosa estaba protegida por la constitución de la nación, un campo potencialmente fértil para la predicación del Evangelio. “Tenía un gran deseo de ir a Perú”, escribió más tarde, “pero una bolsa vacía y una lengua imperfecta, que apenas me había permitido empezar a hablar en ese idioma […], se combinaron para hacerme esperar un poco”. Pratt regresó a Utah y comenzó a estudiar español, con la esperanza de traducir el Libro de Mormón, que consideraba como la llave que abriría la predicación en Sudamérica.
Después de la muerte de Pratt en 1857, la obra de traducción y predicación del Libro de Mormón en América Latina perdió fuerzas. La traducción completa del Libro de Mormón no se completó sino hasta 1886. Y no se hicieron intentos oficiales de establecer la Iglesia en el continente hasta la década de 1920, cuando unos Santos de los Últimos Días alemanes emigraron a Argentina y Brasil y se estableció una misión con sede en Buenos Aires.
De vez en cuando, misioneros y miembros de Argentina viajaban al norte, a Perú, predicando el Evangelio y repartiendo literatura por el camino. En 1927, J. Vernon Sharp, uno de los primeros misioneros en Argentina, pasó unos días en Mollendo, Perú, predicando a un ministro protestante que había recibido un ejemplar del Libro de Mormón.
Frederick S. Williams, quien fue presidente de las Misiones Argentina y Uruguay, se mudó a Perú en enero de 1956. Williams solicitó a la Primera Presidencia que enviara misioneros y se organizara una rama. Los misioneros llegaron en mayo y, el 8 de julio de 1956, el élder Henry D. Moyle, del Cuórum de los Doce Apóstoles, organizó la rama en Lima.
El mes siguiente, Vernon y Fawn Sharp llegaron para presidir la recién organizada Misión Andes, con sede en Lima. En noviembre, cuando el élder Harold B. Lee, del Cuórum de los Doce Apóstoles, vino a dedicar el país, 700 conversos habían sido bautizados y se habían organizado tres ramas. Roberto Vidal se unió a la Iglesia en 1957 y, en 1970, cuando se organizó la Estaca Lima, fue llamado a ser el primer presidente.
En Arequipa, en el extremo sur del país, la Iglesia también se estableció a finales de la década de 1950. En enero de 1960, un fuerte terremoto sacudió la ciudad y fallecieron más de cuarenta personas. La mayoría de los edificios de la ciudad quedaron destruidos. Luego del terremoto, los residentes de la ciudad sufrieron la angustiosa experiencia de más de 100 réplicas. Muchos tenían miedo de dormir en sus casas por la noche y preferían hacerlo en espacios abiertos, para estar a salvo de la amenaza de derrumbes.
Posteriormente, los misioneros que servían en la Rama Arequipa fueron a los hogares de todos los miembros para velar por su seguridad. Se alegraron al saber que ninguno de los santos locales resultó herido y que sus casas seguían en pie. Los santos locales también se cuidaron mutuamente y colaboraron en las labores de recuperación de sus comunidades.