“Sauniatu”, Historias mundiales: Samoa, 2020
“Sauniatu”, Historias mundiales: Samoa
Sauniatu
El 27 de septiembre de 1904, Elisala Fanene caminaba con dificultad en medio de la lluvia y de una densa vegetación, acompañando a los líderes de la misión en una expedición tierra adentro en Upolu. Esperaban finalmente encontrar allí un lugar donde los santos samoanos pudieran congregarse y formar juntos una comunidad, de la misma manera que los primeros santos en lugares como Kirtland, Nauvoo y Utah o los santos hawaianos en Lanai y Laie. Elisala era la persona adecuada para la expedición: un misionero fiel desde 1897, era respetado por los santos del lugar y cruzaba a menudo las montañas entre Siumu, donde presidía una rama, y las oficinas de la misión en Pesega.
Cuando el grupo llegó a un río, Elisala llevó sobre su espalda a los otros hombres a través del agua. Allí encontraron la tierra que habían estado buscando: una inclinada planicie lluviosa rodeada por el borde de un antiguo volcán. En octubre, Elisala y su familia se convirtieron en tres de los ocho colonizadores originales.
El día en que comenzaron a despejar el terreno para formar una aldea, Elisala se percató de que estaba demasiado mojado para encender una fogata para cocinar, así que trabajaron todo el día sin comer. Pronto, más santos se unieron a ellos. Opapo, otro misionero con experiencia, llegó con su esposa, To’ai, y sus tres hijos. En enero, cuando la tierra fue dedicada para que “llegara a ser una tierra escogida y un lugar apto para que los santos se reunieran y llegaran a ser un pueblo escogido del Señor”, Opapo y Elisala se contaban entre los oradores y animaron a la congregación de unas treinta personas a “permanecer como santos y a no ser débiles en la obra de Dios”. Los santos entonces votaron por un nombre para la aldea, seleccionando “Sauniatu” [“Prepárense”] como un recordatorio para prepararse para la obra de Dios.
Los santos vivieron por la fe mientras trabajaban para establecer una nueva comunidad sin el beneficio de los tradicionales líderes de una aldea ni de lazos ancestrales con la tierra. Al poco tiempo de haber terminado la primera capilla del asentamiento, esta se vio amenazada por el fuego de un edificio cercano. Mientras otras personas transportaban agua desde el río, Opapo, percibiendo la urgencia de la situación, subió al techo de la capilla, levantó el brazo derecho y oró: “Padre, podemos salvar la casa pequeña, pero no podemos salvar la grande”. Luego invocó al sacerdocio para mandar al viento que cambiara de dirección. La capilla se salvó.
También ejercieron la fe frente a las enfermedades. Una noche, un mensajero se le apareció en sueños a Elisala con instrucciones específicas en cuanto a la manera de cuidar a su hijo enfermo, Ailama. Como se le indicó, Elisala fue hasta un árbol wili-wili que se encontraba a aproximadamente un kilómetro y medio de distancia, le quitó parte de la corteza y la machacó para extraer el jugo. Ailama, que recordaba haber visto ángeles esa noche cerca de su casa, bebió el jugo y pronto se recuperó.
Al igual que otras comunidades del Pacífico, Sauniatu fue azotada por la epidemia mundial de gripe de 1918. Casi todas las personas de la comunidad se enfermaron. Tom, el hijo de doce años de Elisala, uno de los pocos que se sentían suficientemente bien para desplazarse, hizo todo lo que pudo para cuidar de la comunidad. “Cada mañana iba de casa en casa para alimentar y limpiar a la gente, y para ver quiénes habían muerto”, recordó Tom. Salvó a muchos y ayudó a enterrar a más de veinte personas, incluyendo a su padre, antes de que la epidemia cesara.
Hacia la década de 1930, Sauniatu se había transformado en un lugar de recogimiento de menor importancia, pero siguió siendo significativo como un lugar para la educación temporal y espiritual, y sirvió como un monumento a la fe de los primeros santos samoanos.