2005
El Consolador
abril de 2005


Ven y escucha la voz de un profeta

El Consolador

Hace siglos, el Salvador llevó a Sus amados discípulos a un lugar favorito, el huerto de Getsemaní, por última vez. Jesús sabía la terrible prueba que le esperaba y se lamentó, diciendo: “…Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad”(Marcos 14:34).

Sin duda, los once apóstoles se daban cuenta —sin comprender— que estaba por ocurrir un hecho muy importante. Jesús les había dicho que los dejaría; sabían que el Maestro a quien amaban y en quien dependían se iba a alguna parte, pero no sabían a dónde. Le habían oído decir: “Nos os dejaré huérfanos… Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:18, 26).

Quiero que la gente joven tenga plena conciencia de este don especial del Espíritu Santo. La fuerza consoladora del Espíritu Santo puede morar con nosotros las veinticuatro horas del día: mientras trabajamos, mientras nos divertimos, mientras descansamos. Su influencia fortalecedora puede acompañarnos año tras año, en los momentos de gozo y de pesar, cuando nos alegramos así como cuando sufrimos.

Este Consolador puede acompañarnos en nuestro esfuerzo por mejorar; puede ser una fuente de revelación para advertirnos de un peligro inminente y para evitar que cometamos errores; puede aguzarnos los sentidos para que veamos más claramente, escuchemos con más cuidado y recordemos lo que debemos recordar; Su influencia puede aumentar nuestra felicidad.

Aunque en esta vida no podemos vivir en la presencia del Salvador como lo hicieron Simón Pedro, Santiago, Juan, María, Marta y demás personas, el don del Espíritu Santo puede ser nuestro Consolador y brújula segura.

De un discurso pronunciado en la conferencia general de abril de 1989.