2012
La Navidad entre vosotros
Diciembre de 2012


Se dirigen a nosotros

La Navidad entre vosotros

Tomado de “A Mission Christmas”, Church News, 17 de diciembre de 2011, pág. 10.

Élder Jeffrey R. Holland

Conserven la fe; busquen lo bueno de su situación; hagan algo bondadoso por alguien; busquen a Cristo desprovisto de envoltorios y decoraciones brillantes.

Supongo que todos recuerdan su primera Navidad lejos de casa. La razón de estar lejos pudo haber sido el servicio misional o militar, la vida estudiantil o el trabajo. Cualquiera haya sido la razón, esa primera Navidad lejos es un recuerdo punzante para todos nosotros. Dedico mi propio recuerdo en cuanto a ello a quienes hayan estado lejos de casa durante la Navidad o estén lejos de casa este año.

En mi caso se trató de mi servicio como misionero. Durante diecinueve años había disfrutado la Navidad rodeado de familiares y amigos. Supongo que en mi egoísmo juvenil jamás había considerado pasarla de alguna otra forma.

En ese entonces, cuando se acercaba la Navidad de 1960, me hallaba a medio mundo de distancia de todo aquello. Había estado en Inglaterra menos de tres meses cuando, el primero de diciembre, se me convocó a la oficina de la misión para que me reuniera con el élder Eldon Smith, quien acababa de llegar de Champion, Alberta, Canadá, y era mi primer compañero menor. Se nos envió a comenzar la obra misional en la conservadora ciudad de Guildford, en el condado de Surrey, un área que nunca había tenido misioneros Santos de los Últimos Días y, según sabíamos, tenía un único miembro perdido en algún lugar dentro de sus confines. Éramos jóvenes, inexpertos y estábamos un tanto abrumados, mas no se intimidó nuestro corazón.

Nos registramos en la policía, hicimos arreglos para el alojamiento y, al no poder localizar en un principio a nuestro único miembro de la Iglesia, nos dedicamos de lleno a lo único que sabíamos hacer: tocar puertas. Tocábamos puertas por la mañana, tocábamos puertas al mediodía, tocábamos puertas por la tarde, y tocábamos puertas por la noche. Recorrimos aquellas calles en bicicleta durante lo que debió haber sido el diciembre más lluvioso de la historia de Gran Bretaña, o así nos pareció a nosotros. Estábamos mojados en la mañana, al mediodía, en la tarde y en la noche, pero continuamos tocando puertas; y no nos dejaron pasar en casi ninguna de ellas.

Así siguió todo hasta la Nochebuena, cuando las personas estaban aun menos propensas a escuchar a un par de misioneros “de las colonias” [Estados Unidos]. Aquella noche, agotados pero devotos, volvimos a la casa de un solo cuarto que alquilábamos y celebramos un devocional de Navidad. Cantamos un himno navideño y ofrecimos la primera oración. Leímos las Escrituras y escuchamos una cinta titulada La verdadera historia de la Navidad. Después, cantamos otro himno propio de la época, ofrecimos una oración final y nos fuimos a la cama. Estábamos demasiado cansados para soñar con dulces navideños.

Durante la mañana de Navidad seguimos nuestro programa de estudio matutino y abrimos los dos o tres paquetes que habían logrado llegar a la nueva dirección tras nuestro traslado. Después, fuimos a tocar puertas. Tocamos puertas por la mañana, tocamos puertas al mediodía, tocamos puertas por la tarde y tocamos puertas por la noche. No logramos entrar en ninguna de ellas.

Para ser una Navidad tan carente de acontecimientos —claramente la menos festiva de todas las que había tenido o haya tenido desde entonces— es significativo el hecho de que permanezcan en mi corazón aquellos días especiales de 1960 (¡después de más de cincuenta años!) como una de las Navidades más dulces que haya vivido. Pienso que es porque, por primera vez en la vida, comprendí la Navidad en vez de tan sólo disfrutarla. Pienso que por primera vez, de alguna forma realmente elocuente, entendí el significado del nacimiento y de la vida de Cristo: Su mensaje, Su misión y Su sacrificio por los demás.

Debería haber comprendido esa relación a una edad más temprana, pero no lo había hecho, al menos no con la suficiente intensidad. No obstante, esa Navidad en Inglaterra, cuando era un muchacho de diecinueve años que tenía frío, estaba mojado y un tanto abrumado, la “entendí”. En verdad puedo decir que debido a mi misión, la Navidad, al igual que tantos otros aspectos del Evangelio, ha cobrado más significado para mí cada año desde aquella experiencia.

En esta Navidad hago extensivo mi amor a cada misionero, a cada persona que esté en las fuerzas armadas, a cada estudiante, a cada empleado y viajero que no estará en “casa para la Navidad”1, como dice la canción navideña. Conserven la fe; busquen lo bueno de su situación; hagan algo bondadoso por alguien; busquen a Cristo desprovisto de envoltorios y decoraciones brillantes. Hallarán que a pesar de las circunstancias externas, la Navidad, al igual que el reino de Dios, está “entre vosotros” (Lucas 17:21).

Nota

  • James “Kim” Gannon, “I’ll Be Home for Christmas”, 1943.

Ilustración por Paul Mann.