Sé estas cosas por mí mismo
Saber por nosotros mismos que el evangelio restaurado de Jesucristo es verdadero puede ser una de las más grandes y gozosas experiencias de la vida.
Queridos hermanos, continuamente nos inspiran el ejemplo personal del presidente Thomas S. Monson y su servicio en el sacerdocio. Hace poco se preguntó a varios diáconos: “¿Qué admiran más del presidente Monson?”. Un diácono recordó que el presidente Monson, cuando era niño, dio sus juguetes a amigos necesitados. Otro mencionó que el presidente Monson veló por las muchas viudas de su barrio. Otro indicó que fue llamado a ser apóstol siendo muy joven y que ha bendecido a la gente alrededor del mundo. Después un joven dijo: “Lo que más admiro del presidente Monson es su firme testimonio”.
En verdad, todos hemos sentido el testimonio especial de nuestro profeta sobre el Salvador Jesucristo y su compromiso de siempre seguir la guía del Espíritu. Con cada experiencia que comparte, el presidente Monson nos invita a vivir el Evangelio más plenamente, a procurar tener un testimonio personal y a fortalecerlo. Recuerden lo que dijo en este púlpito hace varias conferencias: “Para que podamos ser fuertes y soportar todas las fuerzas que nos arrastran en la dirección equivocada… debemos tener nuestro propio testimonio. Ya sea que tengan 12 o 112 años, o cualquier edad, pueden saber por ustedes mismos que el evangelio de Jesucristo es verdadero”1.
Aunque esta noche dirijo mi mensaje más a los de 12 años que a los de 112, los principios que comparto se aplican a todos. En respuesta a las palabras del presidente Monson, pregunto: ¿Sabe cada uno nosotros por sí mismo que el Evangelio es verdadero? ¿Podemos decir con confianza que nuestro testimonio realmente es nuestro? Cito de nuevo al presidente Monson: “Sostengo que un testimonio firme de nuestro Salvador y de Su evangelio… los protegerá del pecado y la maldad que los rodea… Si aún no tienen un testimonio de estas cosas, hagan lo necesario para obtenerlo. Es esencial que tengan un testimonio propio, ya que los testimonios de los demás sólo les servirán hasta cierto punto”2.
Sé estas cosas por mí mismo
El aprender por nosotros mismos que el evangelio restaurado de Jesucristo es verdadero puede ser una de las mejores y más felices experiencias de la vida. Quizás tengamos que comenzar dependiendo del testimonio de otros y decir, como los jóvenes guerreros: “No dudamos que nuestras madres lo sabían”3. Es un buen punto de partida, pero debemos construir sobre esa base. Para ser firmes al vivir el Evangelio, nada es más importante que recibir y fortalecer nuestro propio testimonio. Debemos poder declarar como Alma: “[Sé] estas cosas por mí mismo”4.
“Y ¿cómo suponéis que yo sé de su certeza?”, continuó Alma. “He aquí, os digo que el Santo Espíritu de Dios me las hace saber. He aquí, he ayunado y orado muchos días para poder saber estas cosas por mí mismo. Y ahora sé por mí mismo que son verdaderas”5.
Deseo ver las cosas que mi padre vio
Como Alma, Nefi también llegó a conocer la verdad por sí mismo. Tras escuchar a su padre hablar de sus muchas experiencias espirituales, Nefi quería saber lo que sabía su padre. Era más que una simple curiosidad; tenía hambre y sed de saber. Aunque era “muy joven”, tenía “grandes deseos de conocer los misterios de Dios”6. Añoraba “[ver, oír y saber] de estas cosas, por el poder del Espíritu Santo”7.
Mientras Nefi estaba “sentado reflexionando sobre esto, [fue] arrebatado en el Espíritu… hasta una montaña extremadamente alta”, en donde se le preguntó: “¿qué es lo que tú deseas?”. Su respuesta fue sencilla: “Deseo ver las cosas que mi padre vio”8. Por su corazón creyente y su esfuerzo diligente, Nefi tuvo la bendición de una experiencia maravillosa. Recibió un testimonio del futuro nacimiento, vida y crucifixión del Salvador Jesucristo; vio la salida a luz del Libro de Mormón y la restauración del Evangelio en los últimos días; todo ello como resultado de su deseo sincero de saber por sí mismo9.
Estas experiencias personales con el Salvador prepararon a Nefi para la adversidad y los desafíos que pronto enfrentaría. Le permitieron mantenerse fuerte incluso cuando otras personas en su familia estaban dudando. Él pudo hacerlo porque había aprendido por sí mismo y sabía por sí mismo. Él había sido bendecido con su propio testimonio.
Pídala a Dios
Al igual que Nefi, el profeta José Smith también era “muy joven” cuando invadió su “mente una seria reflexión” en cuanto a verdades espirituales. Para José, eran tiempos de “gran inquietud”, ya que estaba rodeado de mensajes conflictivos y confusos acerca de la religión. Deseaba saber cuál de las iglesias era verdadera10. Inspirado por estas palabras bíblicas: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios”11, actuó por sí mismo para hallar la respuesta. En una hermosa mañana primaveral de 1820, entró a una arboleda y se arrodilló para orar. Por causa de su fe y porque Dios tenía una obra especial para él, José recibió una gloriosa visión de Dios el Padre y de Su Hijo Jesucristo, y supo por sí mismo lo que debía hacer.
¿Alcanzan a ver en la experiencia de José un modelo que pueden seguir para obtener o fortalecer su propio testimonio? José permitió que las Escrituras penetraran su corazón. Meditó profundamente en ellas y las aplicó a su propia situación. Después, actuó en base a lo que había aprendido. El resultado fue la gloriosa Primera Visión y todo lo que se recibió a continuación. Esta Iglesia literalmente fue fundada en el principio de que cualquier persona, incluso un joven granjero de 14 años, puede “[pedir] a Dios” y recibir respuesta a sus oraciones.
Entonces, ¿qué es un testimonio?
A menudo escuchamos a miembros de la Iglesia decir que su testimonio del Evangelio es lo más preciado para ellos. Es un don sagrado de Dios que recibimos por el poder del Espíritu Santo. Es la certeza tranquila y firme que recibimos al estudiar, orar y vivir el Evangelio. Es el sentimiento del Espíritu Santo que testifica a nuestra alma que lo que estamos aprendiendo y haciendo es correcto.
Algunos hablan del testimonio como si fuera un interruptor de luz: o está encendido o está apagado; o se tiene un testimonio o no se tiene. En realidad, el testimonio es como un árbol que pasa por varias etapas de crecimiento y desarrollo. Algunos de los árboles más altos de la Tierra se encuentran en el Parque Nacional Redwood, en el oeste de los Estados Unidos. Cuando uno está al pie de esos árboles inmensos, es asombroso pensar que cada uno creció de una semilla pequeña; así es con nuestro testimonio. Aunque comience con una sola experiencia espiritual, puede crecer y desarrollarse con el tiempo, mediante nutrición constante y experiencias espirituales frecuentes.
No es sorprendente, entonces, que cuando el profeta Alma explicó cómo desarrollamos un testimonio, habló de una semilla que se convierte en árbol. “Si dais lugar”, dijo él, “para que sea sembrada una semilla en vuestro corazón, he aquí, si es una semilla verdadera, o semilla buena, y no la echáis fuera por vuestra incredulidad… empezará a hincharse en vuestro pecho; y al sentir esta sensación de crecimiento, empezaréis a decir dentro de vosotros: Debe ser que ésta es una semilla buena, o que la palabra es buena, porque empieza a ensanchar mi alma; sí, empieza a iluminar mi entendimiento; sí, empieza a ser deliciosa para mí”12.
A menudo es así como comienza el testimonio: con sentimientos sagrados, reveladores y que reafirman que la palabra de Dios es verdadera. Sin embargo, por maravillosos que sean esos sentimientos, son sólo el comienzo. El esfuerzo por hacer crecer su testimonio no ha concluido, así como el crecimiento de una secuoya no termina cuando el primer retoño brota del suelo. Si ignoramos o descuidamos esos primeros susurros espirituales o, si no los nutrimos mediante el estudio continuo de las Escrituras, la oración y el procurar más experiencias con el Espíritu, los sentimientos se atenuarán y el testimonio disminuirá.
Como dijo Alma: “… si desatendéis el árbol, y sois negligentes en nutrirlo, he aquí, no echará raíz; y cuando el calor del sol llegue y lo abrase, se secará porque no tiene raíz, y lo arrancaréis y lo echaréis fuera”13.
En la mayoría de los casos, el testimonio crecerá como crece un árbol: gradualmente, casi imperceptiblemente, como resultado de nuestra atención constante y esfuerzo dedicado. “Pero si cultiváis la palabra”, prometió Alma, “sí, y nutrís el árbol mientras empiece a crecer, mediante vuestra fe, con gran diligencia y con paciencia, mirando hacia adelante a su fruto, echará raíz; y he aquí, será un árbol que brotará para vida eterna”14.
Ahora es el momento; hoy es el día
Mi propio testimonio comenzó al estudiar las enseñanzas del Libro de Mormón y meditar en ellas. Al arrodillarme a pedir a Dios en humilde oración, el Espíritu Santo testificó a mi alma que lo que estaba leyendo era verdadero. Ese primer testimonio fue el catalizador de mi testimonio en cuanto a muchas otras verdades del Evangelio porque, como enseñó el presidente Monson: “Cuando sabemos que el Libro de Mormón es verdadero, seguidamente sabemos que José Smith fue en verdad un profeta y que él vio a Dios el Eterno Padre y a Su Hijo Jesucristo. A continuación sabemos que el Evangelio fue restaurado en estos últimos días por medio de José Smith, incluso la restauración del Sacerdocio Aarónico y el de Melquisedec”15. A partir de ese día, he tenido muchas experiencias sagradas con el Espíritu Santo que me han reafirmado que Jesucristo es el Salvador del mundo y que Su Evangelio restaurado es verdadero. Como Alma, puedo decir con certeza que sé estas cosas por mí mismo.
Mis jóvenes amigos, ahora es el momento y hoy es el día para aprender o reafirmar por nosotros mismos que el Evangelio es verdadero. Cada uno de nosotros tiene una obra importante que efectuar. Para lograrla y estar protegidos de la influencia del mundo que parece estar en constante acecho, debemos tener la fe de Alma, Nefi y el joven José Smith para obtener y desarrollar nuestro propio testimonio.
Al igual que el diácono del que hablé antes, admiro al presidente Monson por su testimonio, que es como una enorme secuoya; pero el testimonio del presidente Monson también tuvo que crecer y desarrollarse con el tiempo. Podemos llegar a saber por nosotros mismos, tal como el presidente Monson, que Jesucristo es nuestro Salvador y el Redentor del mundo, que José Smith es el profeta de la Restauración, incluso la restauración del sacerdocio de Dios. Nosotros poseemos ese santo sacerdocio. Que aprendamos estas cosas y las sepamos por nosotros mismos es mi humilde oración; en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.