No [traten] con liviandad las cosas sagradas
Examinen sus decisiones haciéndose esta pregunta: “¿Están mis decisiones firmemente asentadas en la rica tierra del evangelio de Jesucristo?”.
Hermanos y hermanas, las decisiones que tomamos en esta vida afectan enormemente el curso de nuestra vida eterna. Hay fuerzas visibles así como invisibles que influyen en nuestras decisiones. Aprendí esto hace unos cinco años, de un modo que podría haber sido devastador.
Viajaba con mi familia y unos amigos por el sur de Omán; decidimos descansar en una playa en la costa del Océano Índico. Poco después de llegar, Nellie, nuestra hija de dieciséis años, preguntó si podía nadar hasta lo que pensó que era un banco de arena. Al observar las agitadas aguas le dije que yo iría primero, ya que pensé que podría haber corrientes peligrosas.
Después de nadar durante un rato, llamé a mi esposa en voz alta para saber si estaba cerca del banco de arena; su respuesta fue: “Ya te lo has pasado”. Sin darme cuenta, me había quedado atrapado en la contracorriente1 que me arrastraba rápido mar adentro.
No sabía qué hacer. Lo único que podía pensar era en dar la vuelta y volver nadando hacia la costa, que es exactamente lo que no se debe hacer. Me sentía impotente. Fuerzas fuera de mi control me arrastraban lejos mar adentro y, lo que es peor, mi esposa, confiando en mi decisión, me había seguido.
Hermanos y hermanas, pensé que muy probablemente no sobreviviría y que, debido a mi decisión, causaría la muerte de mi esposa también. Tras un enorme esfuerzo y lo que creo que fue intervención divina, nuestros pies tocaron de algún modo el fondo arenoso y pudimos regresar a salvo con nuestros amigos e hija.
La vida terrenal está llena de corrientes, algunas de ellas seguras y otras no. El presidente Spencer W. Kimball enseñó que en nuestra vida hay fuerzas poderosas, parecidas a las corrientes invisibles del océano2. Esas fuerzas son reales y nunca debemos ignorarlas.
Permítanme hablarles de otra corriente, una corriente divina que ha llegado a ser una gran bendición en mi vida. Yo soy converso a la Iglesia. Antes de mi conversión, la ambición de mi vida era esquiar así que, cuando acabé la escuela secundaria, me fui a Europa a cumplir ese deseo. Tras unos meses de lo que parecía una vida ideal, sentí que debía irme. En aquel momento no entendía de dónde venía esa impresión, pero decidí seguirla. Acabé en Provo, Utah con algunos amigos que, como yo, eran miembros de otra religión.
Estando en Provo, conocí a personas que estaban viviendo una vida muy distinta a la mía. Me sentía atraído hacía ellas, aunque no sabía por qué. Al principio me resistía a estos sentimientos, pero pronto encontré una paz y consuelo que nunca había sentido. Comencé a abrazar una nueva corriente que me trajo entendimiento de un amoroso Padre Celestial y de Su Hijo Jesucristo.
Me bauticé con mis amigos en 1972. Esta nueva corriente que escogí seguir, el evangelio de Jesucristo, proporcionó dirección y significado a mi vida. Sin embargo, no estuvo exenta de desafíos. Todo era nuevo para mí. A veces me sentía perdido y confundido. Las preguntas y los desafíos provenían tanto de mis amigos como de mi familia.
Debía tomar una decisión. Algunas de sus preguntas me creaban dudas e incertidumbre. Era una decisión importante. ¿Dónde podría acudir en busca de respuestas? Había muchos que querían convencerme del error de mis caminos, (eran) “contracorrientes”, resueltas a apartarme de esa corriente de paz que había llegado a ser una maravillosa fuente de felicidad. Aprendí muy claramente el principio de que hay “oposición en todas las cosas” y la importancia de actuar por mí mismo y no dejar mi albedrío en manos de otras personas3.
Me preguntaba: “¿Por qué habría de apartarme de aquello que me ha traído gran consuelo?” Como el Señor recordó a Oliver Cowdery: “¿No hablé paz a tu mente en cuanto al asunto?”4 Mi experiencia había sido parecida. Por lo tanto me volví, con un compromiso todavía mayor, a un amoroso Padre Celestial, a las Escrituras y a amigos de confianza.
Aun así, había muchas preguntas que no podía responder. ¿Cómo afrontaría la incertidumbre que me creaban? En lugar de dejar que destruyeran la paz y felicidad que habían llegado a mi vida, decidí apartarlas por un tiempo y confiar en que, en el tiempo del Señor, Él revelaría todas las cosas. Encontré solaz en Su declaración al profeta José Smith: “He aquí, sois niños pequeños y no podéis soportar todas las cosas por ahora; debéis crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad”5. Escogí no renunciar a lo que sabía que era verdad por seguir una corriente debatible y desconocida, una “contracorriente” en potencia. Como enseñó el presidente N. Eldon Tanner, aprendí “cuánto más sabio y mejor es que el hombre acepte las verdades sencillas del Evangelio… y que acepte mediante la fe aquellas cosas… que no puede comprender”6.
¿Significa eso que no hay lugar para la investigación sincera? Pregunten al joven que buscó refugio en una arboleda sagrada cuando quiso saber a cuál de todas las iglesias debía unirse. Tomen Doctrina y Convenios en sus manos; mucho de lo que se ha revelado en este registro inspirado es el resultado de una humilde búsqueda de la verdad. Como descubrió José Smith, “si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría pídala a Dios, quien da a todos abundantemente… y le será dada”7. Al hacer preguntas sinceras y buscar respuestas divinas, aprendemos “línea sobre línea, precepto tras precepto”8 a medida que aumentamos en conocimiento y sabiduría.
La pregunta no es “¿hay lugar para la investigación honesta y sincera?”, sino “¿dónde busco la verdad cuando surgen preguntas?” “¿Seré lo suficientemente sabio para aferrarme a lo que sé que es verdad a pesar de algunas preguntas que pueda tener?” Testifico que hay una fuente divina, Uno que sabe todas las cosas, el fin desde el principio. Para Él todas las cosas están presentes9. Las Escrituras testifican que Él “no anda por vías torcidas… ni se aparta de lo que ha dicho”10.
En este viaje terrenal nunca debemos pensar que nuestras decisiones sólo nos afectan a nosotros. Hace poco vino a mi casa un joven. Tenía un buen espíritu pero me pareció que no era del todo activo en la Iglesia. Me dijo que había crecido en un hogar en el que se vivía el Evangelio hasta que su padre le fue infiel a su madre, lo cual resultó en divorcio e hizo que todos sus hermanos cuestionaran la Iglesia y se alejaran. Tenía el corazón lleno de pesar al hablar con este joven padre que ahora, debido a las decisiones de su padre, estaba criando a esos preciosos espíritus fuera de las bendiciones del evangelio de Jesucristo.
Conozco otro hombre que una vez fue fiel miembro de la Iglesia. Tenía preguntas sobre cierta doctrina y en lugar de preguntar al Padre Celestial escogió confiar únicamente en la guía de fuentes seculares. Su corazón se desvió a medida que buscaba lo que parecían ser los honores de los hombres. Tal vez su orgullo se vio satisfecho, al menos temporalmente, pero fue separado de los poderes del cielo11. En lugar de encontrar la verdad, perdió su testimonio y arrastró a muchos miembros de su familia.
Estos dos hombres quedaron atrapados en contracorrientes invisibles y arrastraron a muchos con ellos.
En cambio pienso en LaRue and Louise Miller, los padres de mi esposa, que a pesar de no haber tenido nunca muchas posesiones materiales, escogieron enseñar a sus hijos la doctrina pura del Evangelio restaurado y vivirla cada día de su vida. Al hacerlo, han bendecido a su posteridad con los frutos del Evangelio y la esperanza de la vida eterna.
Ellos establecieron en su hogar un modelo en el que se honraba el sacerdocio, donde abundaban el amor y la armonía y donde los principios del Evangelio dirigían su vida. Juntos, Louise y LaRue mostraron lo que significa vivir una vida que tiene como modelo a Jesucristo. Sus hijos pudieron ver claramente cuáles de las corrientes de la vida les traerían paz y felicidad, y ellos escogieron en consecuencia. Como enseñó el presidente Kimball: “Si podemos crear… una corriente fuerte y permanente que fluya hacia nuestra meta de una vida recta, tanto nosotros como nuestros hijos progresaremos a pesar de los vientos contrarios de adversidad, decepción [y] tentación”12.
¿Importan nuestras decisiones? ¿Nos afectan sólo a nosotros? ¿Hemos fijado un curso firme en la corriente eterna del Evangelio restaurado?
De vez en cuando tengo una imagen que me persigue. ¿Qué habría pasado si ese día de septiembre, mientras nos relajábamos en una playa del Océano Índico, le hubiera dicho a mi hija Nellie: “Sí, nada hasta el banco de arena”? ¿O si ella también hubiera seguido mi ejemplo y no hubiera podido nadar de regreso? ¿Y si hubiera tenido que vivir sabiendo que mi ejemplo la había empujado a una contracorriente mar adentro para no volver?
¿Son importantes las corrientes que decidimos seguir? ¿Importa nuestro ejemplo?
Nuestro Padre Celestial nos ha bendecido con el don divino del Espíritu Santo para guiarnos en nuestras decisiones. Nos ha prometido inspiración y revelación si vivimos dignos de recibirlas. Les invito a que aprovechen este divino don y examinen sus decisiones haciéndose esta pregunta: “¿Están mis decisiones firmemente asentadas en la rica tierra del evangelio de Jesucristo?”. Los invito a hacer los ajustes que sean necesarios, ya sean pequeños o grandes, para asegurarse las bendiciones eternas del plan del Padre Celestial para ustedes y para aquellos a quienes aman.
Testifico que Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. Testifico que los convenios que hacemos con Él son sagrados y santos. Nunca tratemos con liviandad las cosas sagradas13. Que permanezcamos siempre fieles, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.