La vida eterna es conocer a nuestro Padre Celestial y a Su Hijo, Jesucristo
Dios y Cristo literalmente son Padre e Hijo: seres separados, distintos e individuales que tienen una total unidad en Su propósito.
Hace muchos años estudié los testimonios finales de los profetas de cada dispensación. Cada uno dio un testimonio poderoso de Dios el Padre y de Su Hijo Jesucristo.
A través de los años, al leer esos testimonios y muchos similares, siempre me ha conmovido percibir la profundidad del amor del Padre Celestial por Su Hijo mayor y cómo Jesús demuestra Su amor mediante Su obediencia a la voluntad de Su Padre. Testifico que cuando hacemos lo necesario para conocerlos y conocer Su amor mutuo, obtendremos “el mayor de todos los dones de Dios”, o sea, la vida eterna1. Porque “ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”2.
¿Cómo podemos hacer que ese don sea nuestro? Viene como un asunto de revelación personal, de lo cual se ha hablado y enseñado esta mañana.
¿Recuerdan la primera vez que supieron que Dios existía y pudieron sentir Su amor? Cuando yo era niño, solía mirar el cielo estrellado y meditar y sentir Su presencia. Me emocionaba explorar la magnífica belleza de las creaciones de Dios: desde los insectos pequeños hasta los altos árboles. Al reconocer la belleza de esta Tierra, sabía que mi Padre Celestial me amaba. Sabía que yo literalmente era de progenie espiritual, que todos somos hijos e hijas de Dios.
¿Cómo lo supe?, podrían preguntar. En las Escrituras se enseña: “A algunos el Espíritu Santo da a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios, y… a otros les es dado creer en las palabras de aquéllos, para que también tengan vida eterna, si continúan fieles”3. Desde mi punto de vista, eso no significa que algunas personas dependerán para siempre del testimonio de otros.
Mi propio testimonio creció conforme aprendía acerca del Padre Celestial y el Salvador por las enseñanzas y el testimonio de mis padres, maestros, las Escrituras—las cuales leo con diligencia—y especialmente el Espíritu Santo. Al ejercer la fe y al obedecer los mandamientos, el Espíritu Santo testificó que lo que estaba aprendiendo era verdad. Fue así que llegué a saber por mí mismo.
En ese proceso, buscar la revelación personal es la clave. Nefi nos invita a cada uno: “Deleitaos en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer”4.
Antes de mi octavo cumpleaños, procuré saber más acerca del bautismo. Leí las Escrituras y oré. Aprendí que recibiría el don del Espíritu Santo cuando fuera confirmado. También empecé a entender que Dios y Cristo literalmente son Padre e Hijo: seres separados, distintos e individuales que tienen una total unidad en Su propósito. “Nosotros [les] amamos a [ellos], porque [ellos] nos [amaron] primero”5. Una y otra vez observé cómo se aman uno a otro y cómo trabajan juntos para nuestro bien. Escuchemos varios de los muchos pasajes de las Escrituras en los que se enseña esta verdad:
Al enseñar acerca de nuestra vida premortal, el Padre Celestial se refirió a Jesucristo como “mi Hijo Amado, que fue mi Amado y mi Escogido desde el principio”6. Cuando el Padre creó la tierra, lo hizo “por medio de [Su] Unigénito”7.
Se le dijo a María, la madre de Jesús, que daría a luz al “Hijo del Altísimo”8; y cuando Jesús era joven, le dijo a Su madre que Él “debía estar en los asuntos de [Su] Padre”9. Años después, en el bautismo del Salvador, el Padre Celestial habló desde los cielos, y dijo: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”10.
Para enseñar a Sus discípulos a orar, Jesús dijo estas palabras:
“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”11.
Le enseñó a Nicodemo: “…de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito”12; y explicó Sus milagros al decir: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, esto también lo hace el Hijo de igual manera”13.
Al aproximarse el momento de la Expiación, Jesús oró y dijo: “Padre, la hora ha llegado… Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese”14. Luego, al caer sobre Él el peso de nuestros pecados, suplicó: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”15. En Sus últimos momentos en la cruz, Jesús rogó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, y luego exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”16.
Luego visitó, en el mundo de los espíritus, a los espíritus de los que habían muerto para “[darles] poder para levantarse, después que Él resucitara de los muertos, y entrar en el reino de su Padre”17. Después de Su resurrección, el Salvador se apareció a María Magdalena, y le dijo: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre”18.
Cuando visitó al pueblo en el Continente Americano, Su Padre lo presentó diciendo: “He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre”19. Cuando Jesús descendió entre la gente en el templo, se presentó a sí mismo diciendo: “He aquí, yo soy Jesucristo… he glorificado al Padre, tomando sobre mí los pecados del mundo”20. Cuando enseñó Su doctrina, explicó:
“…es la doctrina que el Padre me ha dado; y yo doy testimonio del Padre, y el Padre da testimonio de mí”21.
“…he aquí… el Padre y yo somos uno”22.
En estos pasajes, ¿podemos ver un modelo que testifica del Padre y del Hijo como seres distintos e individuales? Entonces, ¿en qué sentido son “uno” ? No es porque sean la misma persona, sino porque están unidos en propósito, igualmente dedicados a “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”23.
Jesús es un Dios y, sin embargo, continuamente se distingue como un ser separado e individual al orar a Su Padre y al decir que está haciendo la voluntad de Su Padre. Durante Su ministerio entre los nefitas, suplicó: “Padre, no te ruego por el mundo, sino por los que me has dado del mundo… para que yo sea en ellos como tú, Padre, eres en mí, para que seamos uno, para que yo sea glorificado en ellos”24.
Con esto en mente, no nos sorprende que la restauración del Evangelio haya comenzado con la aparición no de uno, sino de dos seres glorificados. De su Primera Visión, el profeta José Smith testificó: “Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo! ”25.
El joven Profeta, que entró con fe inquebrantable en la arboleda para averiguar a qué iglesia debería unirse, salió con el conocimiento y testimonio del único Dios verdadero y de Jesucristo, a quien Dios había enviado. José, al igual que los profetas que lo antecedieron, fue entonces un instrumento para restaurar al mundo el conocimiento que lleva a la vida eterna.
Ustedes también pueden buscar al Padre Celestial y a “este Jesús de quien han [testificado] los profetas y apóstoles”26 en las Escrituras y en esta conferencia general. Al buscar un testimonio personal-su revelación personal- descubrirán que nuestro Padre Celestial ha proporcionado una manera especial para que conozcan la verdad por sí mismos: a través del tercer miembro de la Trinidad, un personaje de espíritu al que conocemos como el Espíritu Santo.
“Y cuando recibáis estas cosas” —entre ellas las que les he compartido hoy— “quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo;
y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas”27.
Hermanos y hermanas, testifico que nuestro Padre Celestial quiere que busquemos ese conocimiento ahora. Las palabras del profeta Helamán claman desde el polvo: “…recordad… recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento…un fundamento sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán”28. En verdad, no caeremos.
Ese fundamento seguro es Jesucristo. Él es la “Roca del Cielo”29. Cuando edificamos nuestra casa sobre Él, podrán descender las lluvias de los últimos días, podrán venir los torrentes y podrán soplar los vientos, pero no caeremos. No caeremos porque nuestro hogar y nuestra familia estarán fundados sobre Cristo30.
Testifico que un hogar así es “una casa de gloria”31. En él nos reunimos para orar a nuestro Padre Celestial en el nombre de Jesucristo, Su amado Hijo. En él les glorificamos y les expresamos nuestra gratitud. En él recibimos al Espíritu Santo y “la promesa que [nos da] de vida eterna, sí, la gloria del reino celestial”32.
Doy mi testimonio especial de que nuestro Salvador es Jesucristo, que Él vive. Que nuestro eterno Padre Celestial nos ama y vela por nosotros. Que tenemos un profeta en esta dispensación- aun el presidente Thomas S. Monson-quien nos guía y dirige. El Espíritu Santo testifica que esto es verdad a todo aquel que va y busca el conocimiento. En el nombre de Jesucristo. Amén.