Ven, sígueme
Nuestra meta es la conversión


“Nuestra meta es la conversión”, Ven, sígueme — Para el hogar y la Iglesia: Libro de Mormón 2024 (2023)

“Nuestra meta es la conversión”, Ven, sígueme — Para el hogar y la Iglesia: 2024

Padre e hijas alimentando a un cordero

Nuestra meta es la conversión

El propósito de toda enseñanza y todo aprendizaje en el Evangelio es profundizar la conversión y llegar a ser más como Jesucristo. Por esta razón, cuando estudiamos el Evangelio, no nos limitamos a simplemente procurar nueva información, sino que queremos llegar a ser una “nueva criatura” (2 Corintios 5:17). Eso significa confiar en el Padre Celestial y en Jesucristo y depender de Ellos para cambiar nuestro corazón, nuestra visión, nuestras acciones y nuestra naturaleza misma.

Sin embargo, el tipo de aprendizaje del Evangelio que fortalece nuestra fe y conduce al milagro de la conversión no ocurre en forma inmediata, sino que se extiende más allá del salón de clases hasta el corazón y el hogar de las personas. Exige esfuerzos diarios y constantes por entender y vivir el Evangelio. La verdadera conversión requiere la influencia del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo nos guía a la verdad y da testimonio de ella (véase Juan 16:13). Nos ilumina la mente, nos vivifica el entendimiento y nos toca el corazón mediante la revelación de Dios, que es la fuente de toda verdad. El Espíritu Santo nos purifica el corazón. Inspira en nosotros el deseo de vivir conforme a la verdad y nos susurra la manera de hacerlo. Ciertamente, “el Espíritu Santo […] [n]os enseñará todas las cosas” (Juan 14:26).

Por estas razones, en nuestro esfuerzo por vivir, aprender y enseñar el Evangelio, debemos ante todo procurar la compañía del Espíritu. Ese objetivo debe regir nuestras decisiones y guiar nuestros pensamientos y acciones. Debemos procurar todo lo que invite a tener la influencia del Espíritu y rechazar cualquier cosa que aleje dicha influencia, pues sabemos que si somos dignos de la presencia del Espíritu Santo también podemos ser dignos de vivir en la presencia del Padre Celestial y de Su Hijo Jesucristo.