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Capítulo 3: Jesucristo, nuestro Líder escogido y nuestro Salvador


Capítulo 3

Jesucristo, nuestro Líder escogido y nuestro Salvador

Cropped portion of Carl Bloch's painting depicting Christ sitting at a table with the two men with whom He walked on the road to Emmaus.

Se necesitaba un Líder y un Salvador

  • ¿Por qué fue necesario que saliéramos de la presencia de nuestro Padre Celestial? ¿Por qué necesitamos un Salvador?

Cuando se nos presentó el plan de salvación en el mundo espiritual preterrenal, nos sentimos tan felices que nos regocijamos (véase Job 38:7).

Comprendimos que tendríamos que dejar nuestro hogar celestial durante algún tiempo, es decir, que no viviríamos en la presencia de nuestro Padre Celestial. En la época que pasaríamos alejados de Él, todos cometeríamos pecados y algunos nos perderíamos. Nuestro Padre Celestial conocía y amaba a cada uno de nosotros, y sabía que necesitaríamos ayuda, por lo que planeó la manera de ayudarnos.

Necesitábamos un Salvador que pagara por nuestros pecados y que nos enseñase la forma de regresar a nuestro Padre Celestial. El Padre dijo: “…¿A quién enviaré?…” (Abraham 3:27). Jesucristo, que entonces se llamaba Jehová, dijo: “…Heme aquí; envíame…” (Abraham 3:27; véase también Moisés 4:1–4).

Jesús estuvo dispuesto a venir a la tierra, a dar Su vida por nosotros y a tomar sobre Sí nuestros pecados. Él, al igual que nuestro Padre Celestial, deseaba que decidiéramos si obedeceríamos los mandamientos de nuestro Padre Celestial. Sabía que debíamos ser libres para elegir a fin de que nos probáramos a nosotros mismos que éramos dignos de obtener la exaltación. Jesús dijo: “…Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre” (Moisés 4:2).

Satanás, que se llamaba Lucifer, también dijo: “…Heme aquí, envíame a mí. Seré tu hijo y redimiré a todo el género humano, de modo que no se perderá ni una sola alma, y de seguro lo haré; dame, pues, tu honra” (Moisés 4:1). Satanás quería forzarnos a hacer su voluntad. De acuerdo con su plan, no se nos permitiría elegir y él nos quitaría la libertad de escoger que nos había concedido nuestro Padre. Satanás quería recibir todo el honor ante nuestra salvación; bajo su propuesta, se hubiera frustrado nuestro propósito de venir a la tierra (véase Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: David O. McKay, 2004, pág. 228).

Jesucristo llegó a ser nuestro Líder escogido y nuestro Salvador

  • A medida que lea esta sección, piense en cuanto a los sentimientos que tiene por el Salvador.

Después de escuchar a Sus dos hijos, nuestro Padre Celestial dijo: “…Enviaré al primero” (Abraham 3:27).

Jesucristo fue escogido y preordenado para ser nuestro Salvador; muchos pasajes de las Escrituras hablan acerca de ello (véase, por ejemplo, 1 Pedro 1:19–20; Moisés 4:1–2). Uno de esos pasajes nos dice que, muchos años antes de Su nacimiento, Jesús se le apareció al hermano de Jared, un profeta del Libro de Mormón, y le dijo: “He aquí, yo soy el que fue preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo… En mí todo el género humano tendrá vida, y la tendrá eternamente, sí, aun cuantos crean en mi nombre…” (Éter 3:14).

Cuando Cristo vivió en la tierra, enseñó: “…he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió… Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:38, 40).

La guerra en los cielos

Debido a que nuestro Padre Celestial escogió a Jesucristo para que fuera nuestro Salvador, Satanás se llenó de ira y se rebeló, y hubo guerra en los cielos. Satanás y sus seguidores lucharon contra Jesucristo y los seguidores del Salvador; éstos últimos vencieron a Satanás “por medio de la sangre del Cordero y de la palabra de su testimonio” (Apocalipsis 12:11).

En esa gran rebelión, Satanás y todos los espíritus que le habían seguido fueron echados de la presencia de Dios y se los expulsó del cielo. Una tercera parte de las huestes celestiales fueron castigadas por seguir a Satanás (véase D. y C. 29:36) y se les negó el derecho de recibir cuerpos mortales.

Debido a que estamos aquí en la tierra y tenemos un cuerpo mortal, sabemos que escogimos seguir a Jesucristo y a nuestro Padre Celestial. Satanás y sus seguidores también están en la tierra, pero como espíritus, y no han olvidado quiénes somos; ellos están diariamente a nuestro alrededor tentándonos e incitándonos a hacer aquellas cosas que no le agradan a nuestro Padre Celestial. En nuestra vida preterrenal, escogimos seguir a Jesucristo y aceptar el plan de Dios. Debemos continuar siguiendo a Jesucristo aquí en la tierra; sólo siguiéndole a Él podremos regresar a nuestro hogar celestial.

  • ¿De qué manera continúa en la actualidad la guerra de los cielos?

Tenemos las enseñanzas del Salvador para guiarnos

  • Piense en qué manera han influido en usted las enseñanzas del Salvador.

Desde el principio, Jesucristo reveló el Evangelio, el cual nos enseña qué debemos hacer para regresar a la presencia de nuestro Padre Celestial. En el tiempo señalado, Jesucristo mismo vino a la tierra y nos enseñó el plan de salvación y exaltación por medio de Su palabra y Su manera de vivir. Estableció Su Iglesia y Su sacerdocio en la tierra y tomó sobre Sí nuestros pecados.

Al seguir Sus enseñanzas, podemos heredar un lugar en el reino celestial. Él llevó a cabo la parte que le correspondía a fin de ayudarnos a regresar a nuestro hogar celestial, y ahora depende de cada uno de nosotros hacer nuestra parte y llegar a ser dignos de la exaltación.

Pasajes adicionales de las Escrituras