Capítulo 6
Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor
“Declaramos la divinidad de Jesucristo; lo consideramos como la única fuente de nuestra salvación”.
De la vida de Ezra Taft Benson
“No me es posible recordar algún momento en el que no haya creído en Jesucristo”, dijo el presidente Ezra Taft Benson. “Al parecer, la realidad de Su vida, muerte y resurrección siempre ha sido parte de mí. Me crié en un hogar en el que mis fieles padres creían fervientemente en Cristo y testificaban de Él de igual manera, por lo cual estoy sumamente agradecido”1.
Ese testimonio de Jesucristo fue el cimiento de la vida del presidente Benson. Definió sus prioridades, guió sus decisiones y le ayudó a atravesar las pruebas. Le proporcionó una perspectiva sobre el propósito de la vida terrenal, así como confianza en las promesas y las bendiciones de la vida eterna.
Durante Su ministerio apostólico como testigo especial de Jesucristo, el presidente Benson a menudo testificaba del Salvador. Reconociendo que “a veces se hace la pregunta: ‘¿Son cristianos los mormones?’”, testificó:
“Declaramos la divinidad de Jesucristo; lo consideramos como la única fuente de nuestra salvación; nos esforzamos por vivir Sus enseñanzas, y esperamos con anhelo el tiempo en que Él venga de nuevo a la tierra para gobernar y reinar como Rey de Reyes y Señor de Señores. Empleando las palabras de un profeta del Libro de Mormón, decimos que… ‘no se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual la salvación llegue a los hijos de los hombres, sino en el nombre de Cristo, el Señor Omnipotente, y por medio de ese nombre’” (Mosíah 3:17)2.
Las afirmaciones sobre la divinidad de Jesucristo que hacía el presidente Benson con frecuencia se relacionaban con el Libro de Mormón3. “Mediante el Libro de Mormón Dios ha proporcionado una prueba tangible para nuestros días de que Jesús es el Cristo”, dijo él4. Enseñó que la “misión principal” del Libro de Mormón es convencer a las personas de dicha verdad5. “Más de la mitad de todos los versículos del Libro de Mormón hacen referencia a nuestro Señor”, indicó. “En el Libro de Mormón se le dan más de cien nombres diferentes, los cuales describen en algún sentido en particular Su naturaleza divina”6.
El testimonio del Salvador del presidente Benson demostraba cuán cerca se sentía de Él:
“Con toda mi alma, lo amo.
“Con humildad testifico que Él hoy es el mismo Señor amoroso y compasivo que era cuando caminaba por los polvorientos caminos de Palestina. Está cerca de Sus siervos que están en la tierra. Hoy en día se interesa por cada uno de nosotros y nos ama; pueden estar seguros de ello.
“Él vive hoy en día y es nuestro Señor, nuestro Maestro, nuestro Salvador, nuestro Redentor y nuestro Dios.
“Que Dios nos bendiga a todos para que creamos en Él, para que lo aceptemos, para que lo adoremos, para que confiemos plenamente en Él y para que lo sigamos”7.
Enseñanzas de Ezra Taft Benson
1
A causa del infinito amor que nos tiene, Jesucristo nos ha redimido de las muertes física y espiritual.
Ninguna otra influencia ha producido tanto impacto en esta tierra como la vida de Jesús el Cristo. No podemos imaginarnos lo que sería nuestra vida sin Sus enseñanzas. Sin Él nos encontraríamos perdidos en un espejismo de creencias y cultos, nacidos en el miedo y la oscuridad, donde gobierna lo sensual y materialista. Nos encontramos lejos de la meta que Él nos marcó, pero nunca debemos perderla de vista; ni tampoco debemos olvidar que nuestro gran ascenso hacia la luz, hacia la perfección, no sería posible si no fuera por Sus enseñanzas, Su vida, Su muerte y Su resurrección8.
Para tener algún grado de aprecio y gratitud por lo que [Jesucristo] efectuó por nosotros, debemos recordar estas verdades cruciales:
Jesús vino a la tierra para hacer la voluntad de nuestro Padre.
Vino con el conocimiento previo de que llevaría la carga de los pecados de todos nosotros.
Sabía que sería levantado sobre la cruz.
Nació para ser el Salvador y el Redentor de todo el género humano.
Tenía la capacidad de cumplir con Su misión porque era el Hijo de Dios y poseía el poder de Dios.
Estuvo dispuesto a cumplir con Su misión porque nos ama.
Ningún ser mortal tenía ni el poder ni la capacidad de redimir a todos los demás seres mortales de su estado perdido y caído, ni nadie más podía haber entregado la vida voluntariamente y, de esa manera, lograr la resurrección universal de todos los demás mortales.
Sólo Jesucristo tenía la capacidad y estaba dispuesto a llevar a cabo ese redentor acto de amor9.
[Jesucristo] vino a esta tierra en una época previamente designada y a través de la primogenitura de un linaje real que preservaba Su divinidad. En Su naturaleza se combinaban los atributos humanos de Su madre mortal y los poderes y atributos divinos de Su Padre Eterno.
Su singular legado lo hizo heredero del honroso título de Unigénito del Padre en la carne. Siendo el Hijo de Dios, heredó poderes e inteligencia que ningún ser humano había tenido hasta entonces ni jamás tendrá. Él era literalmente Emanuel, que significa “Dios con nosotros” (véanse Isaías 7:14; Mateo 1:23).
A pesar de que era el Hijo de Dios que fue enviado a la tierra, el plan divino del Padre requería que Jesucristo estuviera sujeto a todas las dificultades y tribulaciones de la vida terrenal. Es así que sufrió “tentaciones… hambre, sed y fatiga” (Mosíah 3:7).
Para poder llegar a ser el Redentor de todos los hijos de nuestro Padre, Jesús tenía que obedecer todas las leyes de Dios a la perfección. Puesto que se sometió a la voluntad del Padre, continuó “de gracia en gracia hasta que recibió la plenitud” del poder del Padre. Por consiguiente tuvo “todo poder, tanto en el cielo como en la tierra” (D. y C. 93:13, 17)10.
Dado que [Jesús] era Dios —sí, el Hijo de Dios— pudo llevar sobre sí el peso y la carga de los pecados de otros hombres. Isaías profetizó con estas palabras acerca de que nuestro Salvador estaría dispuesto a hacerlo: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores… Mas él herido fue por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados” (Isaías 53:4–5).
Ese acto santo y abnegado de tomar voluntariamente sobre sí los pecados de todos los demás hombres es la Expiación. El modo en que un solo Ser pudo cargar los pecados de todas las personas excede el entendimiento del hombre terrenal. No obstante, sé esto: Él tomó sobre sí los pecados de todos, y lo hizo a causa de Su amor infinito por cada uno de nosotros. Él ha dicho: “Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten… padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar” (D. y C. 19:16, 18).
A pesar de aquel sufrimiento atroz, tomó la copa y la bebió; Él sufrió los dolores de todos los hombres para que nosotros no tuviéramos que sufrir; Él soportó la humillación y los insultos de Sus perseguidores sin quejarse ni represalias; Él padeció los azotes y luego la ignominia de una brutal ejecución: la cruz11.
En Getsemaní y sobre el Calvario, [Jesús] llevó a cabo la Expiación infinita y eterna. Fue el mayor acto de amor que se hubiera registrado en la historia. Luego vinieron Su muerte y Su resurrección.
Fue así que llegó a ser nuestro Redentor, al redimirnos a todos de la muerte física y al redimir de la muerte espiritual a aquellos que obedezcamos las leyes y ordenanzas del Evangelio12.
Tal vez nunca entendamos durante la vida terrenal cómo hizo lo que hizo, pero no debemos dejar de comprender por qué lo hizo.
Todo lo que Él realizó fue motivado por el abnegado e infinito amor que nos tiene13.
2
Jesucristo se levantó del sepulcro y hoy vive como un ser resucitado.
Los acontecimientos más importantes de la historia son aquellos que influyen en la mayor cantidad de personas durante los períodos más prolongados. De acuerdo con ese criterio, ningún acontecimiento puede ser más importante para las personas o las naciones que la resurrección del Maestro.
La resurrección literal de toda alma que haya vivido y muerto en la tierra es algo seguro, y no cabe duda que tenemos que prepararnos concienzudamente para dicho acontecimiento. Puesto que la resurrección será una realidad, el objetivo de todo hombre y toda mujer debe ser una resurrección gloriosa.
Nada es más absolutamente universal que la resurrección; todo ser viviente ha de resucitar. “Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22).
Las Escrituras nos indican que, durante el tercer día tras la crucifixión de Jesús, hubo un gran terremoto; se había removido la piedra de la entrada del sepulcro. Algunas de las mujeres de entre Sus más devotos discípulos fueron con especias aromáticas y “no hallaron el cuerpo del Señor Jesús”.
Aparecieron unos ángeles que sencillamente les dijeron: “…¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado…” (Lucas 24:3–6). No hay nada en la historia que se compare con aquel impresionante anuncio: “No está aquí, sino que ha resucitado”.
La realidad de la resurrección de nuestro Señor se apoya en el testimonio de muchos testigos fiables. El Señor resucitado se apareció a varias mujeres, a dos discípulos en el camino a Emaús, a Pedro, a los apóstoles y “después”, según lo que indicó Pablo, “apareció a más de quinientos hermanos a la vez… Y al postrero de todos… se me apareció a mí [Pablo]”. (1 Corintios 15:6, 8)…
Como uno de Sus testigos de los últimos días, yo testifico que Él vive hoy en día. Es un Ser resucitado. Es nuestro Salvador, nuestro Señor, el Hijo mismo de Dios. Testifico que vendrá de nuevo como nuestro Señor glorificado y resucitado, y ese día no está distante. Para todos los que lo acepten como Salvador y Señor, Su resurrección literal significa que la vida no termina con la muerte, ya que Él prometió: “…porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Juan 14:19)14.
Sólo Él tenía el poder de resucitar. Y así fue que, al tercer día tras Su sepultura, salió vivo del sepulcro y se mostró a muchas personas… Como uno de [Sus] testigos especiales así llamados en estos días, testifico que Él vive. Él vive en un cuerpo resucitado. No hay ninguna verdad ni hecho de los cual esté más seguro, ni en los que confíe más, que en la verdad de la resurrección literal de nuestro Señor15.
3
Debemos ser valientes en el testimonio de Jesucristo.
Una de las bendiciones más preciadas que está al alcance de todo miembro de la Iglesia es el testimonio de la divinidad de Jesucristo y de Su Iglesia. El testimonio es una de las pocas posesiones que podemos llevar con nosotros al dejar esta vida.
Tener un testimonio de Jesús es poseer el conocimiento, por medio del Espíritu Santo, de la divina misión de Jesucristo.
El testimonio de Jesús es saber sobre la naturaleza divina del nacimiento de nuestro Señor; que Él es en verdad el Hijo Unigénito en la carne.
El testimonio de Jesús es saber que Él fue el Mesías prometido y que mientras vivió entre los hombres llevó a cabo muchos grandes milagros.
Tener un testimonio de Jesús es saber que las leyes que Él ha establecido como Su doctrina son verdaderas y luego vivir de acuerdo con dichas leyes y ordenanzas.
Poseer un testimonio de Jesús es saber que Él, en el huerto de Getsemaní, tomó voluntariamente sobre Sí los pecados de todo el género humano, lo cual lo hizo padecer tanto en el cuerpo como en el espíritu, y sangrar por cada poro. Todo ello lo hizo para que nosotros no tengamos que padecer si nos arrepentimos (véase D. y C. 19:16, 18).
Poseer un testimonio de Jesús es saber que Él se levantó triunfante del sepulcro con un cuerpo físico resucitado; y gracias a que Él vive, también vivirá todo el género humano.
Poseer un testimonio de Jesús es saber que Dios el Padre y Jesucristo en verdad se aparecieron al profeta José Smith para establecer una nueva dispensación de Su evangelio, a fin de que pudiera predicarse la salvación a toda nación antes de que Él venga.
Poseer un testimonio de Jesús es saber que la Iglesia, la cual Él estableció en el meridiano de los tiempos y la cual Él restauró en la época moderna, es “la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra” (D. y C. 1:30).
Tener dicho testimonio es crucial. No obstante, es de aun mayor importancia ser valiente en nuestro testimonio.
El testimonio de Jesús significa que aceptamos la misión divina de Jesucristo, que abrazamos Su evangelio y efectuamos Sus obras. También significa que aceptamos la misión profética de José Smith y sus sucesores y que seguimos sus consejos. Tal como Jesús ha dicho: “…sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38).
Refiriéndose a aquellos que al final recibirán las bendiciones del reino celestial, el Señor dijo a José Smith:
“Éstos son los que recibieron el testimonio de Jesús, y creyeron en su nombre, y fueron bautizados según la manera de su sepultura, siendo sepultados en el agua en su nombre; y esto de acuerdo con el mandamiento que él ha dado” (D. y C. 76:51).
Son los que son valientes en su testimonio de Jesús y que, como el Señor ha declarado, “vencen por la fe, y son sellados por el Santo Espíritu de la promesa, que el Padre derrama sobre todos los que son justos y fieles” (D. y C. 76:53)16.
4
Tener fe en Jesucristo consiste en confiar por completo en Él y seguir Sus enseñanzas.
El principio fundamental de nuestra religión es la fe en el Señor Jesucristo. ¿Por qué es menester que centremos nuestra esperanza y nuestra confianza en un solo ser? ¿Por qué es tan necesaria la fe en Él si se quiere tener paz interior en esta vida y esperanza en el mundo venidero?
Lo que respondamos a esas preguntas determina si afrontaremos el futuro con valor, esperanza y optimismo, o con desazón, ansiedad y pesimismo.
Mi mensaje y testimonio es éste: Sólo Jesucristo está singularmente capacitado para brindarnos la esperanza, la confianza y la fortaleza que necesitamos para vencer al mundo y elevarnos por encima de nuestras debilidades humanas. Para lograrlo, debemos depositar nuestra fe en Él y vivir de acuerdo con Sus mandamientos y enseñanzas……
La fe en Él es más que meramente reconocer que vive; es más que profesar una creencia.
La fe en Jesucristo consiste en confiar por completo en Él. Por ser Dios, tiene poder, inteligencia y amor infinitos. No existe ningún problema humano que no tenga la capacidad de resolver. Puesto que Él descendió por debajo de todo (véase D. y C. 122:8), sabe cómo ayudarnos a elevarnos por encima de nuestras dificultades diarias.
La fe en Él quiere decir creer que aunque no comprendemos todas las cosas, Él sí lo comprende [todo]. Nosotros, por lo tanto, debemos elevar hacia Él “todo pensamiento” y “no [dudar]” ni “[temer]” (véase D. y C. 6:36).
La fe en Él significa confiar en que tiene todo poder sobre todo hombre y toda nación. No existe ningún mal que no pueda detener. Todo está en Sus manos. Él tiene legítimo dominio sobre esta tierra; sin embargo, permite el mal a fin de que podamos elegir entre lo bueno y lo malo.
Su evangelio es la receta perfecta para sanar todos los problemas humanos y males sociales.
Mas el Evangelio sólo surte efecto si lo ponemos en práctica; por lo tanto, debemos “[deleitarnos] en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:3).
A menos que llevemos a cabo Sus enseñanzas, no mostramos fe en Él.
Piensen en lo diferente que sería el mundo si toda la humanidad hiciera lo que Él dijo: “…Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37, 39).
¿Cuál es entonces la respuesta a la pregunta “¿Qué ha de hacerse en cuanto a los problemas y dilemas que afrontan las personas, las comunidades y las naciones hoy en día?”? He aquí Su sencilla sugerencia:
“Creed en Dios; creed que él existe, y que creó todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra; creed que él tiene toda sabiduría y todo poder, tanto en el cielo como en la tierra; creed que el hombre no comprende todas las cosas que el Señor puede comprender…
“…creed que debéis arrepentiros de vuestros pecados, y abandonarlos, y humillaros ante Dios, y pedid con sinceridad de corazón que él os perdone; y ahora bien, si creéis todas estas cosas, mirad que las hagáis” (Mosíah 4:9–10; cursiva agregada)17.
5
Recibimos las mayores bendiciones y el máximo gozo cuando nos esforzamos por ser semejantes a Jesucristo.
Uno de los propósitos de esta vida es que se nos pruebe para ver si haremos “todas las cosas que el Señor” nuestro Dios nos mandare (Abraham 3:25). En una palabra, debemos saber cuál es la voluntad del Señor y cumplirla; debemos seguir el ejemplo de Jesucristo y ser semejantes a Él.
La pregunta esencial de la vida debe ser la misma que planteó Pablo: “…Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6)…
Necesitamos más hombres y mujeres de Cristo que siempre lo recuerden, que guarden los mandamientos que Él les ha dado. El mejor criterio para medir nuestro éxito es ver qué tan bien podemos andar en Sus pasos en todo momento18.
Algunas personas están dispuestas a morir por su fe, pero no a vivir cabalmente por ella. Cristo vivió y murió por nosotros. Mediante Su expiación, y si seguimos Sus pasos, podemos obtener el más grande de todos los dones, la vida eterna, que es la clase de vida del Gran Eterno, nuestro Padre Celestial.
Cristo hizo la pregunta: “…¿qué clase de hombres habéis de ser?”, para luego responderla, diciendo que debemos ser aun como Él es (3 Nefi 27:27).
Cuanto más se asemeja la vida de una [persona] al ejemplo del Cristo, tanto mejor y más bienaventurada y gozosa es. No tiene nada que ver con las riquezas, el poder y el prestigio terrenales. La única medición verdadera de grandeza, bendiciones y dicha es cuánto se acerca una vida a ser como la del Maestro, Jesucristo. Él es el camino correcto, la verdad plena y la vida en abundancia.
La pregunta constante y más recurrente que nos ocupe la mente y que alcance cada pensamiento y acto de nuestra vida debería ser: “…Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). La respuesta a esa pregunta llega sólo mediante la luz de Cristo y el Espíritu Santo. Afortunados son quienes vivan de modo tal que su todo ser rebose de ambos…
Considerando todo lo que [Jesucristo] ha hecho y hace por nosotros, hay algo que podríamos darle a cambio.
La mayor ofrenda que Cristo nos dio fue Su vida y Su sacrificio. ¿No deberían ser ésos entonces nuestros pequeños presentes para Él, nuestra vida y nuestros sacrificios, no sólo ahora, sino también en lo futuro?19.
[Quienes tienen a] Cristo por caudillo se consumen en Él… La voluntad de ellos es consumida en la de Él (véase Juan 5:30). Hacen siempre lo que agrada al Señor (véase Juan 8:29). No sólo morirían por el Señor, sino que desean vivir por Él, lo cual es más importante aun.
Cuando se entra en sus hogares, los cuadros en las paredes, los libros en los estantes, la música en el ambiente, así como sus palabras y acciones revelan que son cristianos. Son testigos de Dios en todo tiempo, en todas las cosas y en todo lugar (véase Mosíah 18:9). Tienen a Cristo en la mente, pues elevan hacia Él todo pensamiento (véase D. y C. 6:36). Tienen Cristo el corazón, pues sienten afecto por Él para siempre (véase Alma 37:36).
Toman la Santa Cena casi todas las semanas y vuelven a testificar ante su Padre Eterno que están dispuestos a tomar sobre sí el nombre de Su Hijo, a recordarle siempre y a guardar Sus mandamientos (véase Moroni 4:3).
En términos del Libro de Mormón, se “deleitan en las palabras de Cristo” (véase 2 Nefi 32:3), “[hablan] de Cristo” (véase 2 Nefi 25:26), “[se regocijan] en Cristo” (véase 2 Nefi 25:26), “[son] vivificados en Cristo” (véase 2 Nefi 25:25) y “[se glorían] en [su] Jesús” (véase 2 Nefi 33:6). En resumen, se pierden en el Señor y hallan la vida eterna (véase Lucas 17:33)20.
Sugerencias para el estudio y la enseñanza
Preguntas
-
El presidente Benson enseñó que aunque no podemos comprender a cabalidad cómo efectuó el Salvador la Expiación, sí podemos entender por qué la efectuó (véase la sección 1). ¿Qué influencia ejerce en su vida entenderlo?
-
Al estudiar la sección 2, considere la trascendencia de la resurrección del Salvador. ¿Qué impacto tiene Su resurrección en la vida de usted?
-
¿Por qué cree que el testimonio de Jesucristo es “una de las bendiciones más preciadas”? (véase la sección 3). ¿Qué significa para usted ser valiente en el testimonio del Salvador?
-
Medite en las palabras del presidente Benson sobre la fe en Jesucristo (véase la sección 4). ¿De qué forma esa descripción de la fe en Cristo es más que “meramente reconocer que vive”?
-
El presidente Benson dijo que las personas que tienen a “Cristo por caudillo… no sólo morirían por el Señor, sino que desean vivir para Él, que es más importante aun” (véase la sección 5). ¿Qué significa para usted vivir para el Salvador?
Pasajes de las Escrituras relacionados con el tema
Juan 10:17–18; 2 Nefi 9:20–24; 31:20–21; Mosíah 16:6–11; 3 Nefi 27:20–22; Moroni 7:33; D. y C. 19:1–3, 16–19; 76:22–24; Artículos de Fe 1:3.
Ayuda para el estudio
“Al sentir el gozo que se produce al entender el Evangelio, querrá poner en práctica lo que aprenda. Esfuércese por vivir en armonía con la comprensión que ha recibido, ya que, al hacerlo, se fortalecerán su fe, su conocimiento y su testimonio” (Predicad Mi Evangelio, 2004, pág. 19).