La vida y el ministerio de Gordon B. Hinckley
El 16 de febrero de 1998, cerca de seis mil setecientos Santos de los Últimos Días se reunieron en la Plaza de la Independencia en Accra, Ghana, para dar la bienvenida a su Profeta, el presidente Gordon B. Hinckley1. Él se puso de pie ante ellos con una sonrisa e hizo el anuncio largamente esperado de la construcción de un templo en su nación. El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo que cuando el presidente Hinckley hizo ese anuncio, las personas “se levantaron y gritaron de júbilo, lloraron y danzaron, se abrazaron y lloraron”2. Años después, estando ya construido y dedicado el templo, una mujer que había estado presente ese día recordaba los sentimientos de gozo que experimentó, y comentó la manera en que el templo la había bendecido:
“Aún conservo vívido en mi mente el recuerdo de cuando el presidente Gordon B. Hinckley visitó Ghana y anunció un templo para nuestra madre patria. La emoción en el rostro de todos, la felicidad y los gritos de júbilo están grabados claramente en mi mente…
“Gracias a que tenemos un templo en nuestro país, ahora yo estoy casada y sellada a mi esposo por el tiempo y toda la eternidad. La bendición de poder vivir con mi familia más allá de esta vida, me da una gran esperanza para esforzarme por hacer todo lo que pueda para estar con mi familia para siempre”3.
El presidente Hinckley ayudó a personas de todo el mundo a encontrar esa “gran esperanza” para esforzarse por vivir el evangelio de Jesucristo. Tal como lo ilustra la experiencia en Ghana, él ministraba con frecuencia a millares de personas a la vez, pero también ministraba a las personas una por una. El élder Adney Y. Komatsu, de los Setenta, relató sus impresiones como presidente de misión en una visita que el presidente Hinckley hizo a su misión:
“Nunca me criticó durante los tres años que presté servicio, a pesar de mis flaquezas… y eso me dio ánimo para seguir adelante… Siempre que salía del avión me tomaba de la mano como si estuviera bombeando para sacar agua de un pozo y me decía: ‘¿Qué tal, presidente Komatsu, cómo le va?… La obra que está realizando es excelente’. De esa forma me alentaba… y cuando se iba, yo sentía que tenía que dar un 105 por ciento en lugar de solo el 100 por ciento”4.
Las personas se sentían motivadas no solo por las palabras del presidente Hinckley, sino también por la manera como él vivía. El presidente Russell M. Nelson, del Cuórum de los Doce, relata una experiencia:
“Encontrándonos de viaje en Centroamérica, íbamos desde una capilla hacia el aeropuerto, cuando su vehículo [donde viajaban el presidente y la hermana Hinckley] se vio envuelto en un accidente. Mi esposa y yo viajábamos detrás de su automóvil y vimos lo que aconteció. Al llegar a una intersección, se les vino encima un camión cargado con varillas de metal que se encontraban sin asegurar. Para evitar el choque, el conductor del camión aplicó súbitamente los frenos y las varillas de metal se dispararon como jabalinas e impactaron en el vehículo donde viajaba el matrimonio Hinckley. Destrozaron las ventanillas y abollaron los guardabarros y las puertas. El accidente podría haber sido muy grave. Mientras se le extraían las astillas de vidrio de la ropa y de la piel, el presidente Hinckley dijo: ‘Gracias al Señor por Su bendición. Vamos a seguir en otro automóvil’”5.
Esta declaración, expresada espontáneamente en un momento de crisis, es característica de la manera de vivir del presidente Hinckley y de su ministerio como discípulo de Jesucristo. Como observó el élder Holland, él estaba “siempre lleno de fe en Dios y en el futuro”6.
El legado familiar: Un fundamento de fe y perseverancia
Cuando Gordon Bitner Hinckley nació el 23 de junio de 1910, aunque él era el primer hijo que tuvo su madre, ocho hermanos mayores le dieron la bienvenida a la familia. El padre de Gordon, Bryant Stringham Hinckley, se había casado con Ada Bitner después de la muerte de su primera esposa, Christine. Ada y Bryant tuvieron cuatro hijos más después de Gordon, y criaron a su gran familia con amor y sin hacer distinciones de medios hermanos o medias hermanas. Desde temprana edad, Gordon aprendió a valorar a su familia.
Su apellido y su segundo nombre le hacían recordar su noble legado. Entre sus antepasados por el lado de los Hinckley se cuentan algunos de los primeros peregrinos que llegaron a lo que se convertiría en los Estados Unidos de América. Algunos habían sido desterrados a esa tierra en el siglo XVII por causa de sus creencias cristianas. Otros fueron pasajeros en 1620 del buque Mayflower, uno de los primeros barcos que transportó emigrantes desde Europa hasta Norteamérica. Mas de dos siglos después, el abuelo paterno de Gordon, Ira Nathaniel Hinckley, fue uno de los primeros pioneros Santos de los Últimos Días. En 1843, habiéndose quedado huérfano a los 14 años, Ira se unió a la Iglesia en Nauvoo, Illinois, tras escuchar predicar a José Smith y a Hyrum Smith. Anna Barr Musser Bitner Starr, bisabuela de Gordon, también fue pionera. Su hijo, Breneman Barr Bitner, el abuelo materno de Gordon, más tarde recordaría su viaje hacia el Valle de Lago Salado en 1849: “Yo [con 11 años] conduje dos yuntas de bueyes y un carromato muy cargado en medio del calor y del frío, atravesando desiertos, ríos y montañas hasta llegar a este valle”7.
Bryant Hinckley frecuentemente les hacía recordar su rico legado a sus hijos y nietos. Refiriéndose al peligroso viaje de los peregrinos del Mayflower y al largo y crudo invierno que afrontaron cuando llegaron a su destino, él comentó una vez: “Cuando el Mayflower estuvo listo en la primavera para partir de vuelta, solo 49 personas [de 102] habían sobrevivido, y ninguno quiso regresar [a Inglaterra]. Ese mismo espíritu es innato en ustedes: el espíritu de nunca volver atrás”8. Por ser leal a este principio, Gordon disfrutó de oportunidades de aprender, servir y testificar que nunca se hubiera podido imaginar.
Su infancia: Aprendiendo a ser optimista, diligente y fiel
De niño, Gordon Hinckley no tenía la energía ni era robusto como el que la gente llegó a apreciar cuando fue adulto. Era “un niño larguirucho y frágil”, que se enfermaba con facilidad9. A los dos años, Gordon “contrajo una tos ferina de alta gravedad… un médico le dijo a Ada que el único remedio era el aire puro del campo. Bryant atendió al consejo y compró una granja de dos hectáreas en la que construyó una pequeña casa de verano”10. La granja, localizada en una zona del Valle de Lago Salado llamada East Mill Creek, resultó ser una bendición para toda la familia al procurarle a los hijos un lugar para pasear, jugar y aprender lecciones valiosas mientras trabajaban juntos.
Ada y Bryant Hinckley eran padres optimistas y diligentes que creaban oportunidades para que sus hijos crecieran y tuvieran éxito. Comenzaron a realizar noches de hogar cuando se introdujo el programa en 1915; les relataban historias a la hora de dormir, frecuentemente de las Escrituras. Dispusieron una sala de la casa como biblioteca donde los niños pudieran leer buenos libros. Inspiraban a sus hijos a ser disciplinados al alentarles y esperar lo mejor de ellos.
Conforme Gordon crecía, su fe iba en aumento, fortalecida por la constante influencia de la fe de sus padres. Una vez tuvo una experiencia que sentó las bases de su testimonio del profeta José Smith:
“Cuando tenía doce años, mi padre me llevó a una reunión de sacerdocio en nuestra estaca. Yo me senté atrás, pero él, como presidente de la estaca, se sentó al frente. Al comenzar la reunión —la primera de estas a la que yo asistía— unos trescientos o cuatrocientos hombres se pusieron de pie. Todos eran hombres de diferentes procedencias y ocupaciones, pero cada uno tenía en su corazón la misma convicción que los hizo cantar estas grandiosas palabras:
Al gran Profeta rindamos honores.
Fue ordenado por Cristo Jesús
a restaurar la verdad a los hombres
y entregar a los pueblos la luz.
“Al escuchar a esos hombres, sentí algo dentro de mí. El Santo Espíritu depositó en mi tierno corazón la convicción de que José Smith era en verdad un profeta del Todopoderoso”11.
Prosigue su formación académica y vienen tiempos de pruebas
En su tierna infancia, a Gordon no le gustaba la escuela y prefería el aire libre antes que estar entre las paredes y las mesas de un salón de clases. No obstante, al ir madurando, aprendió a valorar los libros, la escuela y la biblioteca de su casa tanto como los campos en los que había corrido descalzo de pequeño. Terminó la secundaria en 1928 y comenzó seguidamente a estudiar en la Universidad de Utah.
Durante sus cuatro años en la universidad, se presentaron desafíos casi abrumadores. En 1929, el mercado de valores de Estados Unidos se desplomó, y se propagó la Gran Depresión por el país y el mundo. El desempleo llegó al 35% en Salt Lake City, pero Gordon tuvo la fortuna de contar con un empleo como obrero de mantenimiento, lo que le permitió costear los gastos de matrícula y los artículos escolares. Bryant, que trabajaba como director del Deseret Gym [instalaciones deportivas pertenecientes a la Iglesia], se rebajó el sueldo para que los demás empleados pudieran conservar sus puestos12.
Estas dificultades económicas pasaron a un segundo plano cuando se descubrió que la madre de Gordon tenía cáncer; falleció en 1930 con cincuenta años, cuando Gordon tenía veinte. La muerte de su madre le produjo unas heridas “profundas y dolorosas”, dijo Gordon13. Esta prueba personal, junto con la influencia de filosofías mundanas y el cinismo de aquellos días, lo llevaron a hacerse preguntas difíciles. “Fue un tiempo de terrible desaliento”, recordaba Gordon, “y su efecto era palpable en la universidad. Yo mismo sentí algo de eso. Comencé a cuestionarme algunas cosas, incluso, tal vez levemente, la fe de mis padres. Esto no es inusual en estudiantes universitarios, pero en aquel entonces, la atmósfera era particularmente crítica”14.
Las preguntas que surgieron en la mente de Gordon, aunque le perturbaban, no lograron estremecer su fe. “Tras esos pensamientos encontré un gran fundamento de amor que recibí de mis buenos padres y de una buena familia, de un obispo maravilloso, de maestros devotos y fieles y de Escrituras que podía leer y estudiar”, comentó. Refiriéndose a los desafíos de aquellos tiempos y lo que estos representaron para él y otros de su edad, dijo: “Aun cuando en nuestra juventud tuvimos problemas para entender muchas cosas, en nuestros corazones había algo de ese amor a Dios y Su gran obra que nos hizo eliminar esas dudas y temores. Amábamos al Señor y amábamos a los amigos buenos y honorables, y de ese amor logramos extraer una gran fortaleza”15.
El servicio misional y la conversión personal
Gordon se graduó de la Universidad de Utah en junio de 1932, con una licenciatura en filología inglesa con mención en lenguas antiguas. Un año después, se vio en una encrucijada: Deseaba continuar sus estudios para llegar a ser periodista. Aun en medio de la Gran Depresión, había logrado ahorrar una modesta suma para poder costearse los estudios. También estaba planteando casarse. La relación afectiva entre él y Marjorie Pay, una joven que vivía del otro lado de la calle, iba en aumento;
pero, justo antes de cumplir veintitrés años, Gordon tuvo una entrevista con su obispo, John C. Duncan, quien le preguntó si había pensado acerca de servir en una misión. Esta sugerencia le resultó “alarmante” a Gordon16, ya que durante la Depresión se llamaba a pocos jóvenes a la misión. Las familias sencillamente no tenían recursos para mantenerlos.
Gordon le dijo al obispo Duncan que iría a servir, pero que le preocupaba cómo iba a hacer su familia para sostenerlo. Sus preocupaciones aumentaron cuando se enteró de que el banco donde tenía sus ahorros había quebrado. “No obstante”, dijo él, “recuerdo que mi padre me dijo: ‘Haremos todo lo posible porque no te falte nada’, y él y mi hermano tomaron la determinación de mantenerme durante la misión. Fue precisamente en esa época cuando descubrimos que mamá había dejado una pequeña cuenta de ahorros, con dinero que había ido guardando después de hacer sus compras. Con esa pequeña contribución añadida, parecía que podría salir como misionero”. Él consideraba sagradas las monedas de su madre. “Las cuidé con mi honor”, comentó17; fue llamado a servir en la Misión Europea.
Sintiendo que su hijo aún se sentía preocupado, Bryant Hinckley le preparó un sencillo recordatorio de la verdadera fuente de fortaleza. “Cuando salí de mi casa para servir en una misión”, dijo Gordon posteriormente, “mi padre me dio una tarjeta en la que había escrito cuatro palabras… ‘No temas, cree solamente’ (Marcos 5:36)”18. Esas palabras inspirarían al élder Gordon B. Hinckley a servir fielmente una misión honorable, especialmente cuando se combinaron con las ocho que su padre le añadió unas semanas más tarde.
Esas ocho palabras adicionales llegaron en un momento de gran desánimo, el cual había comenzado el 29 de junio de 1933, el primer día del élder Hinckley en Preston, Inglaterra. Cuando llegó a su apartamento, su compañero le dijo que le tocaría hablar esa tarde en la plaza de la ciudad. “Creo que usted tiene al hombre equivocado como acompañante”, le respondió el élder Hinckley; sin embargo, unas horas después se hallaba cantando y hablando desde una tarima ante una multitud de espectadores apáticos19.
El élder Hinckley descubrió que muchas personas no estaban deseosas de escuchar el mensaje del Evangelio restaurado. La pobreza que había generado la depresión económica mundial parecía impregnar el alma de todas las personas que le empujaban a un lado para abrirse paso en los tranvías, por lo que él no hallaba motivos para sentirse cercano a ellos; además, se sentía enfermo físicamente. Comentó lo siguiente: “En Inglaterra, los pastos se polinizan y brotan las semillas a finales de junio y comienzos de julio, que fue la época exacta en la que yo llegué”20. Eso disparó sus alergias, lo que hacía que todo le pareciera peor. Extrañaba a su familia y a Marjorie. Echaba de menos la familiaridad de su país. La obra era frustrante. Su compañero y él tenían pocas ocasiones de enseñar a investigadores, si bien hablaban y enseñaban en las pequeñas ramas cada domingo.
Sintiendo que estaba perdiendo el tiempo y desperdiciando el dinero de su familia, el élder Hinckley escribió una carta a su padre para explicarle sus infelices circunstancias. Bryant Hinckley respondió dándole un consejo que su hijo seguiría durante toda su vida: “Querido Gordon”, escribió, “Recibí tu última carta… y tengo solo una sugerencia:” Y entonces escribió las ocho palabras que agregaron peso a las cuatro que le había escrito antes: “Olvídate de ti mismo y ponte a trabajar”21. Ese consejo coincidió con un pasaje de las Escrituras que el élder Hinckley había leído con su compañero esa mañana: “Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio la salvará” (Marcos 8:35).
Con la carta de su padre en la mano, el joven élder Hinckley se puso de rodillas y le hizo la promesa al Señor de que se entregaría a Él. De inmediato sintió el efecto. “El mundo entero cambió para mí”, dijo. “Se disiparon las tinieblas, el sol comenzó a brillar en mi vida; ahora tenía un nuevo interés. Veía la belleza de esa tierra; veía la grandeza de la gente. Me empecé a sentir como en casa en esta tierra maravillosa”22.
Al recordar esos días, Gordon explicó que también recibió ayuda de su madre. Sintió el consuelo de su presencia, especialmente durante los momentos oscuros y desalentadores. “Yo procuré en aquel tiempo, y lo he seguido haciendo desde entonces, conducir mi vida y cumplir con mi deber de tal modo que pudiera honrar su nombre”, dijo. “El pensar que estuviera viviendo por debajo de las expectativas de mi madre me resultaba doloroso, y eso me proporcionó la disciplina que de otro modo podría haberme faltado”23.
Él llegó a ser un misionero consagrado y con propósito. Los registros de los primeros ocho meses de su misión indican que aun cuando no bautizó a nadie, distribuyó 8.785 folletos, estuvo más de 440 horas con miembros, asistió a 191 reuniones, tuvo 220 conversaciones sobre el Evangelio y confirmó a una persona24.
En marzo de 1934, el élder Hinckley fue trasladado de Preston a Londres para servir como asistente del élder Joseph F. Merrill, del Cuórum de los Doce Apóstoles, quien presidía la Misión Europea y la Misión Británica25. Allí pasó el resto de su misión, trabajando en la oficina de día y enseñando el Evangelio por las tardes. Había pocos bautismos de conversos, mas en el corazón del hijo de Bryant y de Ada Hinckley, la chispa de la conversión creció hasta convertirse en una llama inextinguible.
Una nueva oportunidad para servir al Señor
Cuando Gordon regresó de su misión, dijo: “No quiero volver a viajar nunca más. Ya he viajado tan lejos como pude haberlo deseado”26. De camino a casa, él, junto con dos compañeros misioneros, había hecho un recorrido por Europa y Estados Unidos, siguiendo una práctica común en esos días, y se sentía fatigado. Cuando su familia salió de vacaciones poco después de su regreso, él no los acompañó. Pese a su cansancio, se sentía satisfecho al reflexionar sobre sus viajes: Sentía que había visto cumplirse una parte de su bendición patriarcal. Muchos años después, dijo:
“Recibí la bendición patriarcal cuando era niño. En esa bendición, se me dijo que yo elevaría mi voz en testimonio de la verdad entre las naciones de la tierra. Yo había trabajado en Londres por mucho tiempo, donde había dado muchas veces mi testimonio. [Fuimos a Amsterdam], donde tuve la oportunidad de decir algunas palabras en una reunión y expresar mi testimonio. Luego, fuimos a Berlín, donde tuve una oportunidad similar. Después, fuimos a París, donde tuve otra oportunidad similar. Luego, estuvimos en Washington, D.C., y un domingo tuve una oportunidad similar. Al llegar a casa, estaba exhausto… Me dije: ‘… He completado [esa] etapa de mi bendición. He elevado mi voz en las grandes capitales del mundo…’ Realmente pensaba de esa manera”27.
Antes de que Gordon pudiera considerar que había terminado su servicio misional, aún debía cumplir una asignación más. El élder Joseph F. Merrill le había pedido que pidiera una cita con la Primera Presidencia de la Iglesia para darles un informe de las necesidades de la Misión de Europa y la Misión Británica. Poco antes de cumplirse un mes de haber vuelto a casa, la mañana del 20 de agosto de 1935, fue conducido a la sala del consejo del Edificio de Administración de la Iglesia. Al estrechar las manos de los miembros de la Primera Presidencia, los presidentes Heber J. Grant, J. Reuben Clark, hijo, y David O. McKay, de repente se sintió abrumado por la tarea que se le había encomendado. El presidente Grant dijo: “Hermano Hinckley, le damos quince minutos para decirnos lo que el élder Merrill desea que escuchemos”28.
Durante los siguientes quince minutos, el recién relevado misionero planteó las preocupaciones del élder Merrill en cuanto a la necesidad de disponer de mejores materiales impresos para ayudar a los misioneros en la obra. El presidente Grant y sus consejeros hicieron una pregunta tras otra, y la reunión se prolongó una hora más de lo planeado.
Al volver a casa, luego de la reunión, Gordon no podía imaginarse la manera en que esos setenta y cinco minutos cambiarían su vida. Dos días más tarde, recibió una llamada del presidente McKay, quien le ofreció un empleo como secretario ejecutivo del Comité de Radio, Publicidad y Literatura Misional de la Iglesia, el cual recién se había organizado. Ese comité, compuesto por seis miembros del Cuórum de los Doce, se ocuparía de satisfacer las necesidades que Gordon había planteado en su reunión con la Primera Presidencia29.
Una vez más, Gordon pospondría sus planes de cursar un posgrado y seguir la carrera de periodismo. Comenzó a escribir guiones para programas de radio y filminas, así como folletos para misioneros; estableció relaciones profesionales con los pioneros de los medios de comunicación e hizo investigación y escribió acerca de la historia de la Iglesia. Contribuyó a elaborar mensajes destinados a edificar la fe de los miembros de la Iglesia y a ponerse en contacto con personas que no eran de la Iglesia. En una ocasión, un amigo le escribió una carta para felicitarlo por el guión de un programa radiofónico, y le preguntó cómo había desarrollado ese don para escribir y hablar. Gordon le contestó:
“Si poseo algún talento para hablar o escribir, se lo agradezco en sumo grado a mi Padre Celestial. Pienso que muy poco se debe a mis habilidades innatas; antes bien, cualquier facultad que pueda tener ha llegado por medio de las oportunidades que se han abierto ante mí”30.
La labor de Gordon en el comité le permitió perfeccionar sus habilidades como escritor y le brindó el valioso privilegio de aprender de los apóstoles y profetas. Conforme Gordon observaba a seis miembros de los Doce sopesar las decisiones y enseñarse unos a otros, pudo comprender mejor el santo llamamiento de estos hombres diversos y el proceso de revelación que se manifestaba cuando ellos trabajaban en consejo.
El élder Stephen L Richards, quien más tarde prestó servicio como Primer Consejero de la Primera Presidencia, era el director del comité. Gordon lo describió como “reflexivo, prudente, cauto y sabio. Él nunca se apresuraba a la acción, sino que era cauteloso antes de proceder. Aprendí que en esta obra lo mejor es proceder con cautela, porque cualquier decisión que uno tome tiene repercusiones de largo alcance que afectan la vida de muchas personas”31.
Los demás miembros del comité eran los élderes Melvin J. Ballard, John A. Widtsoe, Charles A. Callis, Alonzo A. Hinckley (tío de Gordon) y Albert E. Bowen. Con respecto a ellos, Gordon comentó:
“Me llevaba de maravilla con estos grandes hombres, quienes fueron muy amables conmigo; me di cuenta de que eran seres humanos, con debilidades y problemas, pero eso no me molestaba. De hecho, eso me hizo admirarlos más, porque vi en ellos un elemento de divinidad que sobresalía por encima de su naturaleza humana; o como mínimo, un elemento de consagración a una gran causa que ellos colocaban en primer lugar en sus vidas. Observé la inspiración que se manifestaba en sus vidas. No tenía duda alguna de sus llamamientos proféticos ni del hecho de que el Señor hablaba y actuaba por medio de ellos. Veía su lado humano, sus flaquezas, y todos tenían algunas, pero también veía la gran y predominante fortaleza de su fe y de su amor por el Señor, y su lealtad total a la obra y a la confianza que se había depositado en ellos”32.
Matrimonio, familia y servicio en la Iglesia
Naturalmente, Gordon no pensaba solo en el trabajo. Su noviazgo con Marjorie Pay prosiguió al regresar de Inglaterra. Su ausencia había sido tan difícil para Marjorie como para él. “Por muy ansiosa que estuviera porque él sirviera en una misión”, dijo más tarde Marjorie, “nunca olvidaré el sentimiento de vacío y soledad que me embargó una vez que su tren partió de la estación”33.
En el otoño de 1929, cuatro años antes de que Gordon partiera hacia Inglaterra, Marjorie se había matriculado para asistir a la Universidad de Utah, cuando su padre se quedó sin trabajo debido a la Gran Depresión. Inmediatamente, ella abandonó sus estudios y encontró trabajo como secretaria para contribuir al sostén de sus padres y sus cinco hermanos menores, labor que continuó haciendo aun después de que Gordon regresara de su misión en 1935. Ella no volvió a tener la oportunidad de formarse académicamente, pero estaba resuelta a seguir aprendiendo y lo hizo en forma autodidacta mediante la lectura.
A Gordon le atraían la disposición alegre, la ética de trabajo y el profundo compromiso hacia el Evangelio que tenía Marjorie, y ella admiraba su bondad y su fe. “Conforme nos acercábamos al matrimonio”, dijo ella, “tenía la plena certeza de que Gordon me amaba, pero de alguna manera también sabía que yo nunca iba a estar en primer lugar en su vida. Sabía que iba a ocupar el segundo lugar en su vida, porque el Señor iba a ocupar el primer lugar; eso me parecía bien”. Después agregó: “Pensaba que si una mujer entendía el Evangelio y el propósito de nuestra existencia aquí, desearía tener un esposo que pusiera al Señor en primer lugar. Me sentí segura al saber que él era esa clase de hombre”34.
Gordon y Marjorie se casaron en el Templo de Salt Lake el 29 de abril de 1937 y se mudaron a la casita de verano de los Hinckley en East Mill Creek. Instalaron una caldera e hicieron otras mejoras necesarias para poder vivir allí durante todo el año, atendieron la huerta y el jardín y comenzaron a edificar su propia casa en una propiedad adyacente. De este modo, la zona rural donde Gordon había disfrutado los veranos de su infancia, se convirtió en el lugar donde él y Marjorie establecerían su hogar y criarían a sus hijos: Kathleen, Richard, Virginia, Clark y Jane.
Gordon y Marjorie establecieron un hogar donde prevalecían el amor, el respeto mutuo, el trabajo arduo y el vivir el Evangelio. La oración familiar diaria permitía a los hijos contemplar la fe y el amor de sus padres. Cuando la familia oraba junta, los niños también sentían la cercanía de su Padre Celestial.
En el hogar de los Hinckley no había muchas reglas, aunque sí grandes expectativas. Marjorie hizo referencia a las cosas por las que no valía la pena discutir y describió un modelo parental que compartían como esposos. Dijo lo siguiente: “Aprendí que necesitaba confiar en mis hijos, por lo que traté de no decir no, si había la posibilidad de decir sí. En la crianza de nuestros hijos, procuramos ir viviendo el día a día y divertirnos un poco en ello. Al darme cuenta de que, de todas formas, yo no podría tomar todas las decisiones de mis hijos, procuré no preocuparme de cada pequeña cosa”35. Como resultado de esta confianza de los padres, los hijos se sintieron respetados y cobraron confianza y experiencia; y cuando la respuesta era no, los niños entendían que no se trataba de una restricción arbitraria.
En el hogar de los Hinckley también había muchas risas. Marjorie comentó una vez: “En esta vida, la única forma de sobrellevar los problemas es reírse. Se llora o se ríe, y yo prefiero reír, ya que llorar me produce jaqueca”36. Teniendo padres capaces de reírse de sí mismos y ver el humor en la vida cotidiana, los niños veían su hogar como un agradable refugio.
El servicio en la Iglesia siempre formó parte de la vida de Gordon y Marjorie. Gordon sirvió como superintendente de la Escuela Dominical de estaca y luego fue llamado a la Mesa Directiva General de la Escuela Dominical, donde sirvió durante nueve años. Posteriormente, sirvió como consejero de una presidencia de estaca y como presidente de estaca, al tiempo que Marjorie servía en la Primaria, las Mujeres Jóvenes y la Sociedad de Socorro. Sus hijos fueron testigos de que el servicio en la Iglesia es un privilegio que brinda gozo y también siguieron este modelo al llegar a ser adultos.
Se prepara por medio de su trayectoria profesional
Durante los seis primeros años de matrimonio, Gordon continuó trabajando con el Comité de Radio, Publicidad y Literatura Misional de la Iglesia. Él se entregaba a su trabajo, y los proyectos y las fechas límite con frecuencia lo llevaron a dar el máximo de su capacidad y experiencia, y aún más. En una carta a un amigo, escribió:
“Hay mucho que hacer. El trabajo de este comité de largo nombre está creciendo y se torna cada vez más complejo e interesante…
“Las emisiones radiales, las películas y los materiales escritos de diversas clases… me hacen seguir orando, ser humilde, estar ocupado y trabajando muchas horas… Todo lo cual ha servido para hacerme un poco más dependiente de los anteojos… un poco más encorvado, algo más calmado y algo más maravillado en cuanto al destino hacia donde nos lleva todo esto”37.
A principios de la década de 1940, la Segunda Guerra Mundial hizo que Gordon tuviera un cambio de empleo. La obra misional de tiempo completo prácticamente se detuvo debido a la guerra, así que su trabajo de proporcionar materiales misionales se tornó menos urgente. Sintiendo la responsabilidad de contribuir al esfuerzo bélico, envió una solicitud a la escuela de candidatos a oficiales en la Marina de los Estados Unidos. Sin embargo, no fue aceptado debido a su historial alérgico. “Me sentí descorazonado por el rechazo”, admitiría más adelante. “Había estallado la guerra, y todos estaban haciendo algo para ayudar. Yo sentía que debía participar de alguna manera”38. Esta motivación lo llevó a solicitar un trabajo como asistente del superintendente del ferrocarril entre Denver y Río Grande. Siendo que los trenes eran cruciales para el traslado de tropas y suministros para la guerra, Gordon pensó que este trabajo le permitiría servir a su país. La compañía lo contrató en 1943, y estuvo trabajando en su estación en Salt Lake City hasta 1944, cuando su familia y él fueron trasladados a Denver, Colorado.
Los supervisores de la empresa ferroviaria quedaron impresionados con el trabajo de Gordon, y al concluir la guerra en 1945, le ofrecieron un puesto permanente con un futuro profesional aparentemente prometedor. Simultáneamente, el élder Stephen L Richards lo llamó y le pidió que volviera a trabajar tiempo completo para la Iglesia. Aunque la compañía de ferrocarriles podía ofrecerle un salario sustancialmente mejor que la Iglesia, Gordon siguió su corazón y regresó a Salt Lake City39.
En poco tiempo, su trabajo en las Oficinas Generales de la Iglesia se amplió más allá de las responsabilidades que había desempeñado anteriormente. En 1951 fue nombrado secretario ejecutivo del Comité Misional General y se le asignó la supervisión de las operaciones diarias del recién formado Departamento Misional. Ese departamento supervisaría todo lo relacionado con la predicación del Evangelio, lo cual abarcaba la producción, traducción y distribución de materiales para uso de los misioneros; la capacitación de misioneros y presidentes de misión, y las relaciones públicas a través de los medios de comunicación para tender puentes y disipar mitos acerca de la Iglesia40.
En el otoño de 1953, el presidente David O. McKay llamó a Gordon a su oficina y le pidió que considerara un asunto que no estaba directamente relacionado con sus deberes en el Departamento Misional. “Hermano Hinckley”, le dijo, “como usted sabe, estamos edificando un templo en Suiza, que va a ser diferente de los otros templos ya que debe servir a miembros que hablan idiomas diferentes. Deseo que busque una manera de presentar la instrucción del templo en los diversos idiomas de Europa, utilizando para ello la menor cantidad de obreros del templo”41.
El presidente McKay proporcionó a Gordon un lugar donde pudiese buscar inspiración y estar libre de las demandas de su carga de trabajo del Departamento Misional. Estuvo trabajando en días de semana por las tardes, los sábados y algunos domingos, en una pequeña sala del quinto piso del Templo de Salt Lake. Muchos domingos por la mañana iba el presidente McKay para intercambiar ideas, analizar en detalle la presentación de la investidura y orar para pedir guía.
Tras meditar, orar y procurar revelación, Gordon recomendó que se llevara al formato de película la presentación de la investidura, y se doblaran a varios idiomas las palabras de esa instrucción sagrada. El presidente McKay y otros aprobaron su recomendación y le encargaron la producción de la película. Gordon trabajó con un equipo de profesionales talentosos y fieles que finalizaron el proyecto en septiembre de 1955. Él mismo llevó las películas al Templo de Berna, Suiza, y supervisó los preparativos técnicos de las sesiones inaugurales de investidura42.
Gordon se sintió conmovido al ver que su trabajo brindaba gozo a los santos en Europa: “Cuando vi a esas personas, provenientes de diez naciones, congregadas para participar en las ordenanzas del templo; al ver personas mayores que venían del otro lado de la Cortina de Hierro, quienes habían perdido a sus familiares en las guerras que habían asolado sus países; al presenciar las expresiones de gozo y las lágrimas de felicidad que surgían de su corazón por las oportunidades que se les habían brindado; al ver a matrimonios jóvenes con sus familias, con sus hijos felices y hermosos, y al ver a esas familias unirse en relaciones eternas, supe con una certeza aún mayor lo que ya sabía anteriormente, de que [el presidente McKay] había sido inspirado y guiado por el Señor para llevar estas bendiciones inestimables a la vida de estos hombres y mujeres de fe que se habían congregado de las naciones de Europa”43.
Ya habían transcurrido veinte años desde que Gordon había regresado de su misión, y seguía sin cumplir su sueño de cursar un posgrado y llegar a ser periodista. En lugar de ello, había aprendido a usar nuevas tecnologías para difundir la palabra de Dios; había desarrollado relaciones positivas con personas de otros credos religiosos; había estudiado y escrito diversas publicaciones acerca de la historia de la Iglesia y había ayudado a preparar la vía para que miles de Santos de los Últimos Días recibieran las bendiciones del templo. Esas experiencias servirían de cimiento para el servicio que efectuaría el resto de su vida.
Su servicio como Ayudante de los Doce
El sábado 5 de abril de 1958, Richard, hijo de Gordon y Marjorie, contestó una llamada telefónica. El que llamaba no se identificó, pero Richard reconoció la voz del presidente David O. McKay y se apresuró a informar a su padre. Tras hablar brevemente con el presidente McKay, Gordon se duchó rápidamente, se cambió de ropa y fue en su vehículo hasta la oficina del Presidente de la Iglesia. Como ya había recibido asignaciones del presidente McKay antes, él pensaba que se le pediría que ayudara con algún preparativo para la sesión de la conferencia general del día siguiente. Se quedó atónito al comprobar que el presidente McKay tenía otra cosa en mente. Después de saludarlo amigablemente, el presidente le pidió a Gordon que sirviera como Ayudante de los Doce. Los hermanos que servían en ese cargo, el cual se descontinuó en 1976, eran Autoridades Generales de la Iglesia. Gordon estaba sirviendo como presidente de la Estaca East Mill Creek cuando el presidente McKay le extendió ese llamamiento.
Al día siguiente, el élder Gordon B. Hinckley fue sostenido en la conferencia general. A pesar de que en su primer discurso de conferencia confesó sentirse “abrumado con un sentimiento de incapacidad”, acometió su nueva responsabilidad con su fe y vigor característicos44.
Una de las tareas principales del élder Hinckley como Ayudante de los Doce fue supervisar la obra de la Iglesia en Asia. Él conocía muy poco sobre los pueblos de Asia y no hablaba ninguna de sus lenguas, pero pronto desarrolló un gran amor por ellos, y ellos por él. Kenji Tanaka, un Santo de los Últimos Días japonés, comentó la primera reunión del élder Hinckley en Japón: “Se podía ver el entusiasmo del élder Hinckley en sus ojos brillantes. La primera palabra que nos dijo fue: ¡Subarashii! [‘¡Maravilloso!’]. El ambiente rígido y formal de la reunión pasó a ser amistoso y de cercanía con él, y prevaleció un sentimiento de calidez”45.
Esta clase de sentimiento es lo que él transmitía dondequiera que iba por Asia. Ayudó a las personas a entender que con fe en el Señor podían lograr grandes cosas y ayudar al crecimiento de la Iglesia en sus países. Además, se mantuvo cerca de los misioneros de tiempo completo, sabiendo que la diligencia de ellos tendría una influencia directa sobre las personas a las que servían.
Un testigo especial del nombre de Cristo
Otro sábado, el 30 de septiembre de 1961, recibió nuevamente una llamada telefónica que cambiaría su vida. Esta vez fue Marjorie quien escuchó la familiar voz del presidente McKay por teléfono. De nuevo, Gordon B. Hinckley se apresuró a ir a la oficina del Presidente de la Iglesia. Una vez más se sintió atónito y desbordado al conocer la razón de esa reunión. Cuando llegó, el presidente McKay le dijo: “He sentido que debo proponerlo a usted para llenar la vacante en el Cuórum de los Doce Apóstoles, y nos gustaría sostenerle hoy en la conferencia”46. De nuevo, el élder Hinckley siguió adelante con fe y entusiasmo a pesar de sus sentimientos de incapacidad.
Como Apóstol, el élder Hinckley recibió responsabilidades adicionales. En ocasiones se reunió con líderes de gobiernos y otros dignatarios. Con frecuencia, se le pidió hablar públicamente en nombre de la Iglesia ante críticas y disturbios en los Estados Unidos. Estuvo al frente de los esfuerzos por agrandar la capacidad de transmisión de la Iglesia y de emplear la tecnología para compartir el Evangelio en todo el mundo. A pesar de que sus funciones iban en aumento, nunca perdió de vista su responsabilidad de fortalecer la fe de las personas y las familias. Ya fuese que hablara con una persona o con diez mil, él lograba comunicarse en forma personal. Esto llegó a ser una característica distintiva de él: su capacidad para traer personas a Cristo, una a una.
El élder Hinckley continuó supervisando la obra en Asia siete años más, y se regocijó de ver el progreso de sus amigos allí. Comentó lo siguiente: “Es una experiencia inspiradora… poder ser testigo de la forma en que el Señor está entretejiendo el tapiz de Su gran obra en esas… partes del mundo”47.
Conforme fueron cambiando las asignaciones entre los miembros del Cuórum de los Doce, el élder Hinckley tuvo oportunidades de prestar servicio en otras partes del mundo. En todo sitio adonde llegaba, mostraba interés por las personas en forma individual. En 1970, mientras supervisaba la obra de la Iglesia en Sudamérica, viajó a Chile tras haber presidido una conferencia de estaca en Perú. Dos días después de llegar a Chile, se enteró de que se había producido un terremoto devastador en Perú, y que cuatro misioneros estaban desaparecidos. Inmediatamente dispuso lo necesario para regresar a Perú, aun cuando eso retrasaría su vuelta a casa. “No puedo sentirme en paz yéndome a casa cuando hay misioneros desaparecidos”, dijo48.
A la mañana siguiente, regresó a Lima, Perú. Entretanto, los misioneros desaparecidos lograron ubicar a un radioaficionado, pudieron llamar a Lima, y el élder Hinckley habló con ellos. Los misioneros se hallaban en una pequeña sala atestada con otros sobrevivientes, y sus conversaciones se transmitieron por un altavoz. “Cuando se empezó a oír la voz del élder Hinckley en el altavoz, se hizo inmediatamente un gran silencio en la sala que estaba atiborrada de personas que exigían a gritos hablar por la radio. Aunque él hablaba en inglés, y todas esas personas hablaban español, comenzaron a hablar por susurros entre ellos, preguntando: ‘¿Quién es este hombre’? Había una sensación, aun en medio del caos, de que esa voz no era de un hombre común y corriente”49.
En los dos primeros años en que el élder Hinckley supervisó la Iglesia en Sudamérica, visitó cada una de las misiones; creó misiones nuevas en Colombia y Ecuador; ayudó a crear nuevas estacas en Lima, Perú y São Paulo, Brasil; y ayudó a resolver los impedimentos de visados de los misioneros llamados a servir en Argentina. En mayo de 1971 se encontraba ocupado con más proyectos cuando lo asignaron a supervisar ocho misiones de Europa50.
El élder Hinckley a menudo se sentía fatigado debido a su apretada agenda. Siempre se alegraba al volver a casa y pasar tiempo con Marjorie y sus hijos. Sin embargo, Marjorie se dio cuenta de que cuando él estaba alejado del trabajo demasiado tiempo, se ponía inquieto. Su llamamiento como Apóstol, uno de los “testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo” (D. y C. 107:23), nunca se apartaba de su mente.
Asume enormes responsabilidades como Consejero de la Primera Presidencia
El 15 de julio de 1981, luego de haber servido en el Cuórum de los Doce durante casi veinte años, el élder Hinckley recibió otra sorprendente llamada telefónica. El presidente Spencer W. Kimball, Presidente de la Iglesia en aquel entonces, le pidió que sirviera como Consejero de la Primera Presidencia, junto a los presidentes N. Eldon Tanner y Marion G. Romney. Era una excepción a la práctica usual de tener dos consejeros, pero ya existían precedentes de ello. El presidente Kimball y sus consejeros no estaban en buenas condiciones de salud y necesitaban una ayuda extra en la Presidencia51.
En su primera conferencia general como miembro de la Primera Presidencia, el presidente Hinckley expresó: “Mi único deseo es servir con lealtad, dondequiera que sea llamado… Este sagrado llamamiento me ha hecho darme cuenta de mis limitaciones, y si en algún momento he sido causante de ofensa alguna, me disculpo y espero que sepan perdonarme. Sin importar el tiempo que permanezca en este llamamiento, comprometo mis mejores esfuerzos, los que prestaré con amor y fe”52.
Efectivamente, fueron necesarios sus mejores esfuerzos conforme empeoraba la salud de los presidentes Kimball, Tanner y Romney. La mayor parte de la carga diaria del trabajo de la Primera Presidencia fue recayendo sobre el presidente Hinckley. Asimismo, llevó gran parte de la responsabilidad de los grandes proyectos, tales como la dedicación del Templo de Jordan River, Utah. Además, se enfrentó a varias críticas públicas expresadas contra la Iglesia y los líderes de esta, tanto los anteriores como los actuales. En la Conferencia General de abril de 1982, dijo lo siguiente:
“Vivimos en una sociedad que se alimenta de la crítica… Les exhorto a que tengan una visión general y dejen de preocuparse por pequeñeces… Estas pequeñeces son incidentales al compararlas con la magnitud de su servicio [de los líderes de la Iglesia] y la grandeza de sus contribuciones”53.
El presidente Tanner falleció el 27 de noviembre de 1982, y la salud de los presidentes Kimball y Romney se debilitó al punto que en la Conferencia General de abril de 1983, el presidente Hinckley, quien había sido llamado como Segundo Consejero de la Primera Presidencia, estaba sentado solo junto a sillas vacías en el estrado. De un modo muy íntimo, él sintió lo que él había definido en cierta ocasión como “la soledad del liderazgo”54.
El presidente Hinckley procedió con cautela y oración, procurando no actuar sin la autorización del Profeta. Le pidió ayuda a los miembros más antiguos de los Doce, en particular al élder Ezra Taft Benson, quien era el Presidente del Cuórum, para atender los asuntos diarios de la Iglesia. El presidente Hinckley trabajó en estrecha colaboración con el Cuórum de los Doce, guiado siempre por los consejos del presidente Kimball. No obstante, sentía una gran carga.
Aunque las responsabilidades del presidente Hinckley en la Primera Presidencia lo mantuvieron gran parte del tiempo en Salt Lake City, en ocasiones viajó para ministrar a los miembros y misioneros en otras partes del mundo. En 1984, volvió a visitar Filipinas. Dieciocho años antes, había dedicado la primera capilla allí, y ahora iba a dedicar el primer templo. En la oración dedicatoria, dijo:
“Esta nación de las Filipinas es una nación conformada por muchas islas, y su pueblo ama la libertad y la verdad; sus corazones sienten profundamente el testimonio de Tus siervos y son receptivos al mensaje del Evangelio eterno. Te damos gracias por la fe que ellos tienen. Te damos gracias por su espíritu de sacrificio. Agradecemos el milagro del progreso de Tu obra en esta tierra”55.
El progreso continuo de la Iglesia se hizo evidente en junio de 1984, cuando el presidente Hinckley, en nombre de la Primera Presidencia, anunció el llamamiento de las Presidencias de Área: miembros de los Setenta que vivirían en diversas partes del mundo para supervisar la obra de la Iglesia en áreas geográficas asignadas. Trabajando bajo la dirección de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce, esos hermanos se encargarían de brindar gran parte del liderazgo y la capacitación que se requiriera en sus Áreas. “No podemos tomar todas las decisiones en Salt Lake City”, dijo. “Tenemos que hacer algo para descentralizar la autoridad”56. Aproximadamente un año más tarde, el presidente Hinckley dijo a los líderes de la Iglesia de todo el mundo: “Tengo la confianza de que, en los últimos meses, hemos dado un paso hacia delante grande e inspirado. Confío en que la presencia frecuente de estos buenos hombres entre ustedes les brindará una gran seguridad. Estos líderes, efectivamente, hacen que todo el cuerpo de la Iglesia esté unido”57.
Tras dirigir la Iglesia durante un periodo de doce años de extraordinario crecimiento, el presidente Spencer W. Kimball falleció el 5 de noviembre de 1985. Por ser el apóstol de mayor antigüedad, Ezra Taft Benson fue apartado como Presidente de la Iglesia. Él pidió al presidente Gordon B. Hinckley que prestara servicio como Primer Consejero de la Primera Presidencia, y a Thomas S. Monson que sirviera como Segundo Consejero. Al haber tres miembros saludables en la Primera Presidencia, el presidente Hinckley sintió que su carga se aligeraba, y tuvo más oportunidades de visitar a los santos de todo el mundo.
En el transcurso de pocos años, la salud del presidente Benson comenzó a deteriorarse, y las responsabilidades de dirigir la Iglesia recayeron nuevamente en el presidente Hinckley. Mas ahora, él no se hallaba solo en la Primera Presidencia. Con gran vitalidad y energía, los presidentes Hinckley y Monson condujeron la Iglesia por un curso fijo, respetando siempre el llamamiento del presidente Benson como profeta, vidente y revelador. Cultivaron una gran amistad y cimentaron una relación perdurable.
El presidente Benson falleció el 30 de mayo de 1994, y el presidente Howard W. Hunter llegó a ser el Presidente de la Iglesia. Nuevamente, los presidentes Hinckley y Monson prestaron servicio como consejeros. En junio, el presidente Hinckley y su esposa acompañaron al presidente Hunter y a su esposa, Inis, y al élder M. Russell Ballard y a su esposa, Bárbara, a Nauvoo, Illinois, para conmemorar el 150 aniversario del martirio de José Smith y Hyrum Smith. Ese fue el único viaje que el presidente Hunter y el presidente Hinckley realizaron juntos. Durante años, el presidente Hunter había padecido muchos problemas de salud; después del viaje, decayó rápidamente. El 27 de febrero de 1995, le pidió al presidente Hinckley una bendición de sacerdocio. En la bendición, el presidente Hinckley suplicó por la vida del presidente Hunter, pero también dijo que él estaba en las manos del Señor58. Pocos días después, el 3 de marzo de 1995, el presidente Hunter falleció.
Profeta, vidente y revelador y Presidente de la Iglesia
La muerte del presidente Hunter, si bien no ocurrió en forma inesperada, impuso una carga pesada sobre el matrimonio Hinckley. Por ser el Apóstol de mayor antigüedad, le correspondía al presidente Hinckley llegar a ser el Presidente de la Iglesia. La hermana Hinckley recordó el momento en que recibieron la noticia del fallecimiento del presidente Hunter: “El presidente Hunter se había marchado, y habíamos quedado solos para seguir adelante. Me sentí tan triste, tan sola. Gordon se sentía igual. Él estaba paralizado, y se sentía extremadamente solo. No quedaba nadie que pudiera entender por lo que él estaba pasando”59.
Después del funeral del presidente Hunter, el presidente Hinckley halló consuelo en el templo. Estuvo solo en la sala de reuniones de la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce en el Templo de Salt Lake, donde estudió detenidamente las Escrituras y meditó en cuanto a lo que leía. Reflexionó sobre la vida, el ministerio y la expiación de Jesucristo. Luego, estudió los retratos en la pared que muestran a todos los Presidentes de la Iglesia desde José Smith hasta Howard W. Hunter. Escribió lo siguiente en su diario personal:
“Estuve caminando frente a esos retratos, y miré a los ojos de estos hombres allí representados. Sentía casi como que podía conversar con ellos. Sentía como si ellos me hablaran y me expresaran su confianza… Me senté en la silla que había ocupado como Primer Consejero del Presidente. Dediqué bastante tiempo a contemplar esos retratos. Cada uno parecía cobrar vida, sus ojos parecían estar sobre mí. Sentí que me alentaban y me ofrecían su apoyo. Parecían decirme que ellos habían hablado en mi favor en un concilio que se efectuó en los cielos; que no tenía motivos para sentir temor; que sería bendecido y sostenido en mi ministerio.
“Me arrodillé y rogué al Señor. Hablé con Él extensamente en oración… Tengo plena confianza en que, por el poder del Espíritu, escuché la palabra del Señor, no vocalmente, sino como una calidez que sentí dentro de mi corazón con respecto a las preguntas que había planteado en mi oración”60.
Tras esa experiencia, nuevamente escribió lo que pensaba: “Me siento mejor, y siento una mayor seguridad en mi corazón de que el Señor está haciendo Su voluntad en lo referente a Su causa y reino; que yo seré sostenido como Presidente de la Iglesia y profeta, vidente y revelador; y que serviré como tal por el tiempo que el Señor desee. Contando con la confirmación del Espíritu en mi corazón, estoy listo para seguir adelante y hacer el mejor trabajo del que sea capaz. Se me hace difícil creer que el Señor me esté colocando en esta responsabilidad elevada y sagrada… Espero que el Señor me haya capacitado para hacer lo que Él espera de mí. Daré a Él toda mi lealtad, y ciertamente procuraré Su guía”61.
El presidente Gordon B. Hinckley fue apartado como Presidente de la Iglesia el 12 de marzo de 1995, y al día siguiente habló en una conferencia de prensa y contestó las preguntas de los periodistas. El élder Jeffrey R. Holland comentó que “hacia el final del agradable, con frecuencia ingenioso y siempre victorioso intercambio que se estableció en esta conferencia de prensa sobre muy diversas preguntas y respuestas, un periodista le preguntó: ‘¿Cuál será su enfoque? ¿Cuál será el lema que seguirá su administración?’
“Inmediatamente contestó: ‘Seguir adelante. Sí, nuestro lema será seguir adelante con la gran obra que nuestros antecesores hicieron avanzar’”62.
El presidente Hinckley fue fiel a esa promesa. Con el debido respeto por los profetas que le habían antecedido, siguió adelante con la obra que ellos realizaron. Y con fe en Dios el Padre y en Su Hijo Jesucristo, siguió la revelación para llevar a cabo la obra de nuevas maneras.
Hace salir la Iglesia “de la obscuridad” (D. y C. 1:30).
Al comienzo del ministerio del presidente Hinckley, el élder Neal A. Maxwell, del Cuórum de los Doce, observó: “El presidente Hinckley está ayudando a que la Iglesia salga de la obscuridad. La Iglesia no puede avanzar lo que debe si estamos escondidos debajo de un almud. Alguien debe dar la cara, y el presidente Hinckley está dispuesto a hacerlo. Él es un hombre que entiende nuestra historia así como nuestro presente, y tiene dones maravillosos de expresión que le permiten presentar nuestro mensaje de una manera que atrae a las personas de todas partes”63.
La amplia experiencia del presidente Hinckley con los medios de comunicación y difusión lo había preparado para esa labor. Como Presidente de la Iglesia, con frecuencia concedió entrevistas a periodistas de todo el mundo, respondiendo a sus preguntas acerca de la doctrina y las normas de la Iglesia y compartiendo su testimonio del Salvador y el Evangelio restaurado. Con ello, fue aumentando la comprensión hacia la Iglesia y se forjaron amistades.
Mención especial merece una entrevista en 1996 con el experimentado periodista Mike Wallace del programa de televisión 60 Minutes [60 minutos]. El señor Wallace era famoso por ser un reportero implacable, y el presidente Hinckley admitió tener algunas reservas iniciales antes de que se transmitiera el programa por televisión a escala nacional en los Estados Unidos. Él dijo: “Si todo sale bien, y resulta favorable para nosotros, me sentiré muy agradecido; pero si no fuera así, prometo de corazón que nunca volveré a dejarme atrapar por algo así”64.
La entrevista resultó favorable, porque mostró muchos aspectos positivos de la Iglesia. Otro fruto de la entrevista fue que Mike Wallace y el presidente Hinckley se hicieron amigos.
En 2002, Salt Lake fue la sede de los Juegos Olímpicos de Invierno, y esto colocó a la Iglesia en el centro de la atención internacional. Se consultó al presidente Hinckley y a sus consejeros en cuanto a una parte de la planificación. “Tomamos deliberadamente la decisión de no aprovecharnos de la ocasión ni del lugar para hacer proselitismo, pero teníamos confianza en que algo maravilloso resultaría para la Iglesia de este acontecimiento”65; y tenía razón. Decenas de miles de personas visitaron el Valle de Lago Salado y fueron recibidas por amables anfitriones, que eran Santos de los Últimos Días y otras personas que colaboraron para hacer que los Juegos Olímpicos fueran un éxito. Esos visitantes anduvieron por la Manzana del Templo, escucharon al Coro del Tabernáculo y visitaron la Biblioteca de Historia Familiar. Miles de millones de personas vieron el Templo de Salt Lake en la televisión y recibieron una imagen favorable de la Iglesia que los periodistas comunicaban. Tal como el presidente Hinckley dijo, fue “algo maravilloso… para la Iglesia”.
Además de utilizar los medios de comunicación tradicionales, el presidente Hinckley adoptó innovaciones. Por ejemplo, consideraba internet como un medio para acercar la Iglesia a sus miembros y compartir el Evangelio restaurado con personas de otros credos. Durante su administración, la Iglesia dio inicio a los sitios web LDS.org, FamilySearch.org y Mormon.org.
El 23 de junio de 2004, el presidente Hinckley cumplió 94 años, y se le otorgó la Medalla Presidencial de la Libertad, la máxima condecoración civil en los Estados Unidos. Como respuesta a ello, dijo lo siguiente: “Me siento profundamente honrado por recibir esta prestigiosa condecoración del Presidente de los Estados Unidos. Me siento sumamente agradecido. En un sentido más amplio, es un reconocimiento y una honra a la Iglesia que tantas oportunidades me ha brindado y cuyos intereses he procurado favorecer”66. Él consideró esa condecoración como una señal del auge de la reputación positiva de la Iglesia y como una evidencia de que en verdad estaba saliendo de la obscuridad.
Viaja entre los Santos de los Últimos Días
Al presidente Hinckley no le gustaban los rigores de los viajes, pero sus ansias de servir entre los Santos de los Últimos Días eran más poderosas que su deseo de quedarse en casa. Expresó que tenía “el deseo de visitar a los de nuestro pueblo, expresarles nuestro agradecimiento, darles ánimo y darles mi testimonio de la divinidad de la obra del Señor”67. Ya desde el comienzo de su administración, comentó: “He resuelto que, mientras tenga fuerzas, iré a ver a los de este pueblo tanto en este país como en el extranjero… Tengo intenciones de seguir activo mientras tenga energías para hacerlo. Deseo juntarme con la gente que amo”68.
Durante su servicio como Presidente de la Iglesia, viajó extensamente por los Estados Unidos y realizó más de 90 visitas a otros países. En total, recorrió más de 1.600 millones de kilómetros en calidad de Presidente de la Iglesia, para reunirse con los santos en todas partes del mundo69.
En algunas regiones, las personas tenían que hacer un esfuerzo aún mayor por verle que el que él hacía por verlos. Por ejemplo, en 1996, la hermana Hinckley y él visitaron las Filipinas, donde el número de miembros de la Iglesia había aumentado a más de 375.000. Estaba programado que el presidente Hinckley y su esposa tomaran la palabra una tarde en una reunión en el Coliseo de Araneta, en Manila. Ya a media tarde, el coliseo “estaba lleno por encima de su capacidad. Se habían formado colas desde las siete de la mañana, aunque la reunión no comenzaría sino doce horas después. El conteo oficial arrojó una asistencia de alrededor de 35.000 personas, que habían colmado los 25.000 asientos del Coliseo y todos sus pasillos y vestíbulos. Muchos de los santos habían viajado veinte horas por barco y autobús para llegar a Manila. Para algunos, el precio del viaje equivalía a varios meses de salario…
“Cuando el presidente Hinckley se enteró de que el coliseo estaba lleno y que el gerente de las instalaciones preguntaba si había alguna manera de empezar la reunión más temprano, él dijo inmediatamente: ‘Vamos’. La hermana Hinckley y él entraron en el vasto auditorio… En el momento justo, toda la congregación se puso de pie y espontáneamente aplaudió, y luego comenzaron a cantar con gran emoción ‘Te damos, Señor, nuestras gracias’”70.
Siendo consciente del hecho de que ni él ni sus hermanos podían ir a todos los lugares que deseaban, el presidente Hinckley fomentó el uso de la tecnología para instruir a los líderes de todo el mundo. Valiéndose de la tecnología satelital, presidió las transmisiones de capacitación mundial de líderes, siendo la primera en enero de 2003.
Promueve la importancia de aprender y enseñar las verdades espirituales y seculares
El presidente Hinckley declaró: “Ninguno de nosotros… sabe lo suficiente. El proceso de aprendizaje no tiene fin. Debemos leer, debemos observar, debemos asimilar y debemos meditar en aquello que dejamos entrar en nuestras mentes”71. También dijo: “La enseñanza eficaz es la esencia misma del liderazgo en la Iglesia. La vida eterna se logrará únicamente cuando a los hombres y a las mujeres se les enseñe con tal eficacia que lleguen a cambiar y a disciplinar su vida. No se les puede obligar a ser rectos o a que deseen ir al cielo; se les debe guiar, y eso significa impartir enseñanza”72.
El presidente Hinckley deseaba proporcionar más nutrición espiritual para los Santos de los Últimos Días en todo el mundo. En 1995, aprobó con mucho entusiasmo un plan para publicar una nueva serie de libros que constituirían una biblioteca del Evangelio para los miembros. Pronto comenzó la Iglesia a publicar la serie titulada Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia, a la que pertenece este volumen.
El aprendizaje secular también era importante para el presidente Hinckley. Estaba preocupado por los miembros de la Iglesia en regiones del mundo sumidas en la pobreza, que no podían costearse una formación académica superior o una capacitación vocacional. Sin esa formación o capacitación, la mayor parte de ellos permanecerían en la pobreza. En la sesión del sacerdocio de la Conferencia General de abril de 2001, el presidente Hinckley dijo:
“En una tentativa por remediar esa situación, proponemos un plan, un plan que creemos ha sido inspirado por el Señor. La Iglesia está estableciendo un fondo constituido en su mayor parte por las contribuciones que han hecho y seguirán haciendo fieles Santos de los Últimos Días para este fin. Estamos profundamente agradecidos a ellos… Lo llamaremos el Fondo Perpetuo para la Educación”73.
El presidente Hinckley explicó que a partir de los fondos donados por miembros de la Iglesia, se otorgarían préstamos a los beneficiarios del programa para que cursaran estudios o recibieran capacitación vocacional. Una vez terminados sus estudios o certificación, estas personas habrían de devolver el importe de su préstamo para que se pudiera ayudar a otras personas. El presidente Hinckley también explicó que el Fondo Perpetuo para la Educación se basaría “en principios parecidos a los que sustentaron el Fondo Perpetuo para la Emigración” que la Iglesia estableció en el siglo XIX para ayudar a los miembros necesitados a emigrar a Sion74.
En el intervalo de seis meses, los Santos de los Últimos Días habían donado millones de dólares al Fondo Perpetuo para la Educación75. Un año después de haber presentado el plan, el presidente Hinckley anunció: “Esta labor [se encuentra] ahora sobre un cimiento sólido… Jóvenes y señoritas de lugares menos privilegiados del mundo, jóvenes y señoritas que en su mayoría sirvieron en misiones, tendrán la oportunidad de lograr una buena formación académica que los sacará de la desesperación de la pobreza en la cual han estado sumidos sus antepasados a lo largo de generaciones”76. Este programa continúa bendiciendo a los Santos de los Últimos Días, tanto a los donantes como a los receptores.
Testifica de la santidad del matrimonio y la familia
En la reunión general de la Sociedad de Socorro que se llevó a cabo el 23 de septiembre de 1995, el presidente Hinckley dijo:
“Con tanta sofistería que se hace pasar como verdad, con tanto engaño en cuanto a las normas y los valores, con tanta tentación de seguir los consejos del mundo, hemos sentido la necesidad de amonestar y advertir sobre todo ello. A fin de hacerlo, nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles, presentamos una proclamación a la Iglesia y al mundo como una declaración y confirmación de las normas, doctrinas y prácticas relativas a la familia que los profetas, videntes y reveladores de esta Iglesia han repetido a través de la historia”77.
Tras esta introducción, el presidente Hinckley leyó por primera vez en público: “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”.
La santidad del matrimonio y la familia era un tema recurrente en las enseñanzas del presidente Hinckley. Él condenó el abuso o maltrato de cualquier índole y alentó a padres e hijos a ser pacientes, amarse, enseñarse y servirse unos a otros. En una carta fechada el 11 de febrero de 1999, él y sus consejeros de la Primera Presidencia dijeron:
“Hacemos un llamado a los padres para que dediquen sus mejores esfuerzos a la enseñanza y crianza de sus hijos con respecto a los principios del Evangelio, lo que los mantendrá cerca de la Iglesia. El hogar es el fundamento de una vida recta y ningún otro medio puede ocupar su lugar ni cumplir sus funciones esenciales en el cumplimiento de las responsabilidades que Dios les ha dado.
“Aconsejamos a los padres y a los hijos que den prioridad absoluta a la oración familiar, a la noche de hogar, al estudio y a la instrucción del Evangelio y a las actividades familiares sanas. Por muy dignas y apropiadas que puedan ser otras exigencias o actividades, no se les debe permitir que desplacen los deberes divinamente asignados que solo los padres y las familias pueden llevar a cabo en forma adecuada”78.
Tender la mano a los nuevos conversos
Al presidente Hinckley le encantaba ver que grandes números de personas se unían a la Iglesia, pero estaba preocupado por las personas representadas por esos números. Al comienzo de su administración, dijo lo siguiente:
“Con un número de conversos cada vez mayor, debemos incrementar de manera substancial nuestros esfuerzos para ayudarlos a integrarse. Cada uno de ellos necesita tres cosas: un amigo, una responsabilidad y ser nutridos por ‘la buena palabra de Dios’ (Moroni 6:4). Tenemos el deber y la oportunidad de proporcionarles estas cosas”79.
El fortalecimiento de los nuevos conversos era un tema constante del presidente Hinckley. El élder Jeffrey R. Holland compartió la siguiente experiencia de la manera en que el presidente Hinckley hacía hincapié en este tema: “En tono humorístico y golpeando la mesa delante de él, nos dijo a los Doce recientemente: ‘Hermanos, cuando mi vida llegue a su fin y esté terminando el servicio funerario, en el espíritu pasaré delante de cada uno de ustedes, les miraré directamente a los ojos y les preguntaré: ‘¿Qué tal les va con el asunto de la retención?’”80.
Construcción de templos
En 1910, el año en que nació Gordon B. Hinckley, había cuatro templos en funcionamiento en el mundo, y todos se hallaban en Utah. Para 1961, cuando fue ordenado Apóstol, la cantidad de templos había aumentado a 12. Ese progreso era significativo, pero el élder Hinckley a menudo expresaba su preocupación de que muchas personas de todo el mundo tenían poco acceso a las bendiciones del templo. En 1973, mientras servía como director del Comité de Templos de la Iglesia, escribió en su diario: “La Iglesia podría edificar [muchos] templos [más pequeños] por el costo del Templo de Washington [entonces en construcción]. Esto llevaría los templos a las personas en vez de hacer que la gente viaje grandes distancias para ir a los templos”81.
Cuando fue sostenido como Presidente de la Iglesia en 1995, el número de templos en funcionamiento había aumentado a 47, pero su deseo de que hubiese más templos seguía siendo fuerte. Dijo lo siguiente: “Ha sido mi ferviente deseo el tener un templo dondequiera que sea necesario, para que doquier que viva nuestra gente, pueda ir a la Casa del Señor sin hacer un sacrificio demasiado grande para recibir sus propias ordenanzas y hacer la obra vicaria por los muertos”82.
En la Conferencia General de octubre de 1997, el presidente Hinckley hizo un anuncio histórico: la Iglesia comenzaría a edificar templos pequeños en todo el mundo83. Posteriormente dijo: “El concepto de los templos pequeños llegó, creo yo, como una revelación directa”84. En 1998, anunció que 30 nuevos templos más pequeños, junto con otros templos ya planeados o en construcción, harían “un total de cuarenta y siete templos nuevos además de los cincuenta y uno que se encuentran en funcionamiento”. Para alegría de todos los que estaban escuchando, el presidente Hinckley después añadió: “Pienso que sería una buena idea que agregáramos dos más con el fin de llegar a los cien para el fin del siglo, dado que se cumplirán dos mil años ‘desde la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en la carne’ (D. y C. 20:1)”. Después prometió: “habrá más que les seguirán”85.
El 1 de octubre de 2000, el presidente Hinckley dedicó el Templo de Boston, Massachusetts, el templo número 100 en funcionamiento. Antes de concluir el año 2000, dedicó dos templos más. Cuando falleció en 2008, la Iglesia tenía 124 templos en funcionamiento y 13 más habían sido anunciados. El presidente Hinckley había participado en la planificación y construcción de la mayoría de ellos, y él, personalmente, había dedicado 85 y rededicado 13 (ocho de los cuales eran templos que él había dedicado previamente).
El Centro de Conferencias
En la Conferencia General de octubre de 1995, el presidente Hinckley dejó entrever una idea que había estado considerando. Refiriéndose al Tabernáculo de la Manzana del Templo, dijo: “Este gran Tabernáculo parece más pequeño cada año. En algunas conferencias regionales solemos reunirnos con grupos aún más numerosos bajo un mismo techo”86. En la Conferencia General de abril de 1996, el presidente Hinckley comentó más acerca de su proyecto:
“Lamento que haya muchas personas que quisieron reunirse aquí esta mañana con nosotros, en este Tabernáculo, y que no pudieron entrar por falta de espacio. Muchas de esas personas se encuentran fuera de este edificio. En este único y extraordinario salón, edificado por nuestros antepasados pioneros, y dedicado para la adoración de Dios, caben cómodamente unas 6.000 personas. Algunos de ustedes que han estado más de dos horas sentados en esas bancas duras quizás duden de la palabra cómodamente.
“Me duele el alma pensar en aquellas personas que querían entrar pero, por falta de espacio, no pudieron. Hace aproximadamente un año, les sugerí a las demás Autoridades Generales que tal vez haya llegado el momento de investigar la viabilidad de construir otra casa dedicada de adoración, una mucho más grande que esta, en donde cabrían de tres a cuatro veces más personas de las que caben en este edificio”87.
El 24 de julio de 1997, fecha en que se conmemoraba el 150 aniversario de la llegada de los pioneros al Valle de Lago Salado, se dio la primera palada del nuevo edificio, que se llamaría el Centro de Conferencias, sobre la manzana contigua al norte de la Manzana del Templo. Pasados menos de tres años, en abril de 2000, se celebraron las primeras sesiones de conferencia general en él, aun cuando el edificio no estaba terminado. El presidente Hinckley dedicó el Centro de Conferencias en la Conferencia General de octubre de 2000. Antes de ofrecer la oración dedicatoria, se puso de pie ante el púlpito elaborado con la madera de un nogal negro que él había cultivado en su propio jardín, y dijo:
“Hoy la dedicaremos como una casa en la cual adorar a Dios el Padre Eterno y a Su Hijo Unigénito, el Señor Jesucristo. Esperamos y rogamos que continúen saliendo al mundo desde este púlpito declaraciones de testimonio y de doctrina, de fe en el Dios viviente, y de gratitud por el gran sacrificio expiatorio de nuestro Redentor”88.
Testimonio de Jesucristo
El 1 de enero de 2000, el presidente Gordon B. Hinckley, junto con sus consejeros en la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles, publicó una proclamación titulada: “El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”. Declararon lo siguiente acerca del Salvador: “Ninguna otra persona ha ejercido una influencia tan profunda sobre todos los que han vivido y los que aún vivirán sobre la tierra”89.
Y ningún otro tuvo una influencia tan profunda sobre la vida del presidente Gordon B. Hinckley. Durante más de 46 años, prestó servicio como testigo especial del nombre de Jesucristo. Pocos meses después de que él y sus hermanos publicaran “El Cristo Viviente”, el presidente Hinckley se puso de pie ante los Santos de los Últimos Días, y dijo: “De todas las cosas por las que me siento agradecido esta mañana, hay una que ocupa el lugar más destacado, y es mi testimonio viviente de Jesucristo, el Hijo del Dios Todopoderoso, el Príncipe de Paz, el Santo [de Dios]”90.
Pruebas y esperanza
Al concluir la Conferencia General de abril de 2004, el presidente Hinckley dijo: “Ahora, mis hermanos y hermanas, con renuencia deseo tratar algo personal por un momento. Algunos de ustedes habrán notado la ausencia de la hermana Hinckley. Por primera vez, en los 46 años desde que llegué a ser Autoridad General, ella no ha asistido a la conferencia general… Regresábamos a casa [desde África, en enero] cuando ella se desmayó del cansancio y ha pasado días difíciles desde ese entonces… Creo que al reloj se le está acabando la cuerda y no sabemos cómo darle cuerda.
“Es un momento profundamente triste para mí. Hemos cumplido 67 años de casados este mes. Ella es madre de nuestros cinco talentosos y capaces hijos, abuela de 25 nietos y con un número cada vez más grande de bisnietos. Hemos caminado juntos, lado a lado a lo largo de estos años, en igualdad y como compañeros a través de la tormenta y bajo el resplandor del sol. Ella ha hablado a lo largo y a lo ancho en testimonio de esta obra; ha impartido amor, ánimo y fe doquier que ha ido”91.
Dos días más tarde, el 6 de abril, Marjorie Pay Hinckley falleció. Millones de personas que apreciaban su corazón compasivo, su brillante sentido del humor y su fe inmutable, lamentaron la pérdida junto con el presidente Hinckley. Él agradeció las cartas de apoyo y amor que recibió de todas partes del mundo. Estas manifestaciones, dijo, “han sido de gran consuelo en momentos de tanto dolor”92. Muchas personas hicieron contribuciones al Fondo Perpetuo para la Educación en nombre de la hermana Hinckley.
Aunque la pérdida de Marjorie fue penosa para él, continuó con la obra de la Iglesia, si bien su propia salud desmejoraba un poco. Comenzó a llevar un bastón; a veces lo utilizaba para apoyarse, pero más a menudo lo usaba para saludar a los miembros de la Iglesia. El presidente Thomas S. Monson se acordó de una conversación que mantuvo con el doctor del presidente Hinckley, quien estaba preocupado en cuanto a la manera en que el presidente Hinckley usaba su bastón. El doctor le dijo: “Lo último que queremos es que se caiga y se rompa la cadera o algo peor. En vez de [apoyarse en su bastón], lo usa para saludar y no lo usa cuando camina; dígale que el bastón se lo prescribió el doctor y que debe usarlo para el propósito que realmente tiene”. El presidente Monson contestó: “Doctor, yo soy el consejero del presidente Hinckley; usted es su doctor, ¡dígaselo usted!”93.
A principios de 2006, a la edad de 95 años, se le diagnosticó un cáncer al presidente Hinckley. En la conferencia general de octubre de ese año, dijo: “El Señor me ha permitido vivir, aunque no sé por cuánto tiempo; pero sea cual sea ese tiempo, seguiré dando lo mejor de mí para realizar la obra que se me ha encomendado… Me siento bien, tengo una salud razonablemente buena; pero, cuando llegue el momento de que deba haber un sucesor, el cambio se hará sin dificultades y de acuerdo con la voluntad de Él, porque ésta es Su Iglesia”94.
Un año después, en octubre de 2007, el presidente Hinckley concluyó su última conferencia general diciendo: “Deseamos de corazón verlos nuevamente el próximo abril. Tengo 97 años, pero espero poder estar. Que durante este tiempo las bendiciones del cielo los acompañen, es nuestra humilde y sincera oración, en el nombre de nuestro Redentor, sí, el Señor Jesucristo. Amén”95.
Virginia, hija del presidente y de la hermana Hinckley, describió los cuatro años después de la muerte de la hermana Hinckley, como “los años culminantes” de la vida del presidente Hinckley. Entonces se refirió a una oración que él ofreció el 20 de enero de 2008, una semana antes de su muerte, cuando se hallaba dedicando una capilla en Salt Lake City que había sido renovada:
“En esa oración, de manera muy fuera de lo común, le suplicó al Señor por sí mismo como profeta. Con gratitud dijo: ‘Desde los días de José Smith hasta hoy, Tú has escogido y nombrado a un profeta para este pueblo. Te damos gracias y te suplicamos que lo consueles, lo sostengas y lo bendigas de acuerdo con sus necesidades y Tus grandes propósitos’”96.
El jueves 24 de enero de 2008, el presidente Hinckley se sintió por primera vez incapacitado para participar con sus hermanos en su reunión semanal en el templo. El domingo siguiente, el 27 de enero, el presidente Monson le dio una bendición del sacerdocio, acompañado por los presidentes Henry B. Eyring y Boyd K. Packer. Ese mismo día, horas más tarde, el presidente Gordon B. Hinckley falleció apaciblemente en su casa, rodeado de sus cinco hijos y sus cónyuges.
Pocos días después, miles de personas rindieron tributo al desfilar ante el féretro del presidente Hinckley en un servicio fúnebre público efectuado en el Salón de los Profetas, del Centro de Conferencias. Líderes de otras religiones, gubernamentales y empresariales enviaron sus condolencias, expresando su gratitud por la influencia y las enseñanzas del presidente Hinckley.
El funeral se llevó a cabo en el Centro de Conferencias y fue transmitido a los edificios de la Iglesia en todo el mundo. Como parte del programa, el Coro del Tabernáculo entonó un nuevo himno titulado: “¿Qué es eso a lo que el hombre llama muerte?”. Las palabras del himno fueron escritas por el presidente Hinckley, a modo de testimonio final de Jesucristo para sus amigos que lo habían considerado un profeta:
¿Qué es eso a lo que el hombre llama muerte,
que sigilosa viene por la noche?
No es el final, sino el comienzo
de mejores esferas y luz más refulgente.
¡Oh, Dios, sana mi alma adolorida,
y sosiega mis temores inquietantes!
Que la esperanza y la fe, puras y eternas,
den fuerza y paz entre mis lágrimas candentes.
No hay muerte, sino cambio,
galardón a la batalla conquistada;
el don de Aquel que amó a los hombres,
sí, el hijo de Dios, el Santo97.