Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
Capítulo 6: Cómo llegar a ser perfectos ante el Señor: ‘Un poco mejor día tras día’


Capítulo 6

Cómo llegar a ser perfectos ante el Señor: “Un poco mejor día tras día”

“No esperen llegar a ser perfectos de inmediato. Si lo hacen, se desilusionarán. Sean mejores hoy de lo que fueron ayer, y sean mejores mañana de lo que son hoy”.

De la vida de Lorenzo Snow

El presidente Lorenzo Snow asistió en cierta ocasión a una reunión del sacerdocio en la que un representante de cada quórum de élderes se puso de pie y presentó un informe sobre la obra que su quórum había efectuado. Escuchar a esos jóvenes hombres le recordó al presidente Snow a sí mismo, muchos años antes. Cuando se puso de pie para hablar, dijo:

“Deseo decir algo, de ser posible, que ustedes jamás olviden, y creo que tal vez puedo hacerlo.

“Veo, tal como veo casi siempre que los élderes jóvenes se reúnen y, de hecho, cuando los élderes de edad madura se reúnen, una especie de renuencia a hablar en frente de otras personas. Lo veo aquí esta mañana, en los jóvenes hombres que se han levantado para expresarse y brindar información concerniente a la obra en particular que han estado efectuando.

“No resultaría impropio, tal vez, si les contara un poco sobre las experiencias que tuve cuando comencé a hablar en público, incluso antes de que fuera élder. Recuerdo la primera vez que se me pidió que compartiera mi testimonio… Era algo que temía sobremanera, aunque al mismo tiempo sentía que era mi deber levantarme; no obstante, aguardé y aguardé. Alguien compartió su testimonio, otra persona lo hizo, luego otra, y ya casi habían concluido; sin embargo, aún temía levantarme. Jamás había hablado frente a un grupo de personas… [Finalmente] resolví que era hora de que me pusiera de pie, y lo hice. Pues bien, ¿durante cuánto tiempo suponen que hablé? Calculo que medio minuto; no pudo haber sido más de un minuto. Aquel fue mi primer intento; y el segundo, creo, fue casi lo mismo. Era tímido… pero tomé la determinación, resuelta y firmemente, de que en cualquier momento en que se me pidiera que cumpliera con algún deber de esa u otra naturaleza, lo haría sin importar cuál pudiera ser el resultado. Eso es parte de la base de mi éxito como élder de Israel”.

El presidente Snow les dijo a los hombres jóvenes que poco después de esa experiencia, llevó a cabo su primera reunión como misionero de tiempo completo. “Jamás temí tanto algo en la vida como aquella reunión”, recordó. “Oré todo el día, me aparté e invoqué al Señor. Nunca antes había hablado [en público], excepto en esas reuniones de testimonio. Le tenía pavor. No creo que persona alguna haya temido una situación más de lo que yo la temía en aquel momento. Se convocó la reunión y el salón estaba bastante lleno… Comencé a hablar y creo que tomé unos cuarenta y cinco minutos”1. En otra relación sobre la misma reunión, escribió: “Cuando me puse de pie ante aquella congregación, aunque no sabía ni una sola palabra de lo que iba a decir, tan pronto como abrí la boca para hablar el Espíritu Santo reposó poderosamente sobre mí, colmándome la mente de luz y comunicándome ideas y las palabras adecuadas mediante las cuales impartirlas. Las personas estaban asombradas y solicitaron otra reunión”2.

El presidente Snow compartió la lección que deseaba que los hombres jóvenes aprendieran de su experiencia: “Mis jóvenes amigos, tienen la oportunidad de llegar a ser grandes: tan grandes como deseen ser. Al comenzar en la vida, quizás pongan el corazón en cosas muy difíciles de lograr, aunque posiblemente estén dentro de su alcance. Es posible que fracasen en sus primeros esfuerzos por satisfacer sus deseos, y sus esfuerzos posteriores tal vez no sean lo que podría llamarse exitosos. Pero, al grado en que sus esfuerzos sean sinceros, y al grado en que sus deseos estén fundados en la rectitud, la experiencia que obtengan mientras traten de lograr los deseos de su corazón será, necesariamente, de beneficio para ustedes, e incluso sus errores, si es que los cometen, se tornarán para su provecho”3.

Ése era un tema predilecto del presidente Snow; con frecuencia recordaba a los santos en cuanto al mandato del Señor de ser perfectos, y les aseguraba que mediante su propia diligencia y con la ayuda del Señor podrían obedecer ese mandamiento. Él enseñó: “Debemos sentir en nuestro corazón que Dios es nuestro Padre y que, aunque cometamos errores y seamos débiles, aun así, si vivimos tan perfectamente como podamos, nos irá bien”4.

Las enseñanzas de Lorenzo Snow

Con diligencia, paciencia y ayuda divina podemos obedecer el mandato del Señor de ser perfectos.

“Y siendo Abram de edad de noventa y nueve años, se le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto” [Génesis 17:1].

Tocante a ello, citaré parte de las palabras del Salvador de Su Sermón del Monte, tal como aparecen en el último versículo del capítulo 5 de Mateo.

“Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” [Mateo 5:48]…

Aprendemos que el Señor se le apareció a Abraham y le hizo promesas muy grandes, y que antes de que éste estuviera preparado para recibirlas se le solicitó cierto requisito, que él [Abraham] debía llegar a ser perfecto ante el Señor. Y el Salvador requirió lo mismo de Sus discípulos, que llegaran a ser perfectos, así como Él y Su Padre Celestial eran perfectos. Creo que esto es un asunto que concierne a los Santos de los Últimos Días; y deseo pronunciar algunas palabras por vía de sugerencia, para la reflexión de aquellas personas a quienes les concierne.

El Señor propone conferir a los Santos de los Últimos Días las más supremas bendiciones; pero, al igual que Abraham, debemos prepararnos para ellas, y para hacerlo se nos ha dado la misma ley que el Señor le dio a él para que la observemos. También se requiere de nosotros que alcancemos un estado de perfección ante el Señor; y el Señor, en este caso, al igual que en cualquier otro, no ha requerido algo que no pueda cumplirse, sino que más bien ha dispuesto los medios a utilizar por los Santos de los Últimos Días mediante los cuales pueden avenirse a Su santo orden. Cuando el Señor se lo requirió a Abraham, le dio los medios a través de los cuales éste podría reunir las condiciones para obedecer aquella ley y cumplir plenamente con el requisito. Tenía el privilegio del Santo Espíritu, ya que se nos dice que a Abraham se le predicó el Evangelio, y mediante ese Evangelio podía obtener la ayuda divina que le facultaría para comprender las cosas de Dios, y sin ella ningún hombre podría hacerlo; sin ella ningún hombre podría alcanzar un estado de perfección ante el Señor.

Y así en referencia a los Santos de los Últimos Días; no es posible que cumplan con tal norma moral y espiritual excepto por medio de ayuda y asistencia sobrenaturales [celestiales]. Tampoco esperamos que los Santos de los Últimos Días cumplan o puedan avenirse de inmediato a esa ley en toda circunstancia. Se requiere tiempo; se requiere mucha paciencia y disciplina de la mente y el corazón para obedecer ese mandamiento. Y aunque al principio fracasemos en nuestros intentos, aun así el desaliento no debe disuadir a los Santos de los Últimos Días de esforzarse por ejercer la determinación de cumplir con el gran requisito. Aunque Abraham haya tenido la fe para andar ante el Señor de acuerdo con esa ley divina, hubo ocasiones en que su fe fue muy probada; pero aun así no se desalentó, ya que ejerció la determinación de cumplir con la voluntad de Dios.

Quizás pensemos que no podemos vivir a la altura de la ley perfecta, que la obra de perfeccionarnos es demasiado difícil. Tal vez eso en parte sea verdad, pero sigue siendo un hecho que es un mandato del Todopoderoso para nosotros y no podemos ignorarlo. Cuando experimentamos tiempos de prueba, entonces es el momento de que saquemos provecho del gran privilegio de invocar al Señor para recibir fortaleza y entendimiento, inteligencia y gracia, mediante los cuales podamos vencer la debilidad de la carne, contra la que tenemos que librar una guerra continua5. [Véanse las sugerencias 1 y 2 en la página 110.]

Cuando cumplimos con un requisito del Señor, somos perfectos en ese aspecto.

A Abraham se le pidió que dejara su parentela y su país [véase Abraham 2:1–6]. Si no hubiera cumplido con ese requisito, no habría tenido la aprobación del Señor; pero sí cumplió, y al dejar su hogar, sin duda vivía en obediencia a esa ley divina de la perfección. Si no hubiese cumplido con ello, ciertamente no podría haber obedecido los requisitos del Todopoderoso. Y al dejar la casa de su padre, mientras se sometía a esa prueba, hacía lo que su propia conciencia y el Espíritu de Dios lo justificaban a hacer, y nadie pudo haberlo hecho mejor, siempre y cuando no estuviera haciendo nada incorrecto al realizar esa labor.

Cuando los Santos de los Últimos Días recibieron el Evangelio en las naciones distantes, y cuando la voz del Todopoderoso les indicó que dejaran la tierra de sus padres, que dejaran sus seres queridos tal como Abraham lo hizo, en la medida en que cumplieron con ese requisito, hasta ese punto andaban en obediencia a aquella ley, y fueron tan perfectos como el hombre puede llegar a ser dadas las circunstancias y el campo de acción en el que actuaban, lo cual no equivale a que fuesen perfectos en conocimiento ni poder, etc.; aunque sí en sus sentimientos, integridad, motivaciones y determinación. Y al estar cruzando el gran océano, si no murmuraban ni se quejaban, sino que obedecían los consejos que se les habían dado y se comportaban de manera apropiada en todo sentido, eran tan perfectos como Dios les requería ser.

El designio del Señor es elevarnos al reino celestial. Ha hecho saber mediante revelación directa que somos Su linaje, engendrados en los mundos eternos, que hemos venido a esta tierra con el propósito especial de prepararnos para recibir la plenitud de la gloria de nuestro Padre cuando regresemos a Su presencia. Por lo tanto, debemos procurar la capacidad de guardar esa ley a fin de santificar nuestras motivaciones, deseos, sentimientos y afectos para que sean puros y santos, y nuestra voluntad en todas las cosas se subordine a la de Dios y no tengamos voluntad propia excepto hacer la voluntad de nuestro Padre. Tal hombre es perfecto en su esfera de acción e invoca las bendiciones de Dios en todo lo que haga y dondequiera que vaya.

No obstante, estamos sujetos a la insensatez, a la debilidad de la carne, y somos en mayor o menor medida ignorantes; por lo tanto, estamos sujetos a errar. Sí, pero ello no es motivo para que no nos sintamos deseosos de cumplir con este mandato de Dios, especialmente al considerar que Él ha puesto a nuestro alcance los medios para lograr tal obra. Yo entiendo que ése es el significado de la palabra perfección, según lo que nuestro Salvador ha expresado y según lo que el Señor le dijo a Abraham.

Una persona puede ser perfecta en algunas cosas y no serlo en otras. La persona que obedece la Palabra de Sabiduría fielmente es perfecta en lo que concierne a esa ley. Cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y nos bautizamos para la remisión de éstos, somos perfectos en lo que respecta a esa cuestión6. [Véase la sugerencia 3 en la página 110.]

En lugar de desalentarnos cuando fallamos, podemos arrepentirnos y pedir fortaleza a Dios para actuar mejor.

Ahora bien, el apóstol Juan nos dice que “somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él aparezca, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él se purifica, así como él es puro” [véase 1 Juan 3:2–3]. Los Santos de los Últimos Días tienen la expectativa de alcanzar ese estado de perfección; de llegar a ser semejantes a nuestro Padre y Dios, hijos aptos y dignos de morar en Su presencia; tenemos la expectativa de que, cuando el Hijo de Dios aparezca, recibamos nuestros cuerpos renovados y glorificados y que se “transfor[me] el cuerpo de nuestra humillación, para ser semejante al cuerpo de su gloria” [véase Filipenses 3:21].

Ésas son nuestras expectativas. Ahora bien, que todos los presentes se planteen esta pregunta a sí mismos: ¿Están nuestras expectativas bien fundadas? En otras palabras, ¿procuramos purificarnos? ¿Cómo pueden los Santos de los Últimos Días sentirse justificados a menos que procuren purificarse aun como Dios es puro, a menos que procuren mantener su conciencia sin remordimiento ante Dios y los hombres cada día de su vida? Sin duda nosotros, muchos de nosotros, andamos ante Dios día a día, semana a semana y mes a mes sin sentir condenación, comportándonos de forma apropiada y procurando sinceramente y con toda mansedumbre que el Espíritu de Dios dicte nuestro curso diario; pero aun así, puede haber algunos momentos de nuestra vida en los que seamos muy probados y quizás [nos sintamos] derrotados; incluso si así fuese, ésa no es razón para que no intentemos otra vez, y para que además lo hagamos con mayor fuerza y determinación para lograr nuestro objetivo7.

El Señor desea mostrar clemencia a Sus hijos sobre la tierra, mas requiere de ellos un verdadero arrepentimiento cuando transgreden o fallan en algún deber. Espera su obediencia y que se esfuercen para dejar de lado todo pecado, para purificarse a sí mismos y en verdad llegar a ser Su pueblo, Sus santos, de modo que estén preparados para entrar en Su presencia, ser hechos semejantes a Él en todas las cosas y reinar con Él en Su gloria. Para lograrlo, deben andar por el sendero estrecho y angosto, hacer que su vida sea mejor y más radiante, ser llenos de fe y caridad, que es el amor puro de Cristo, y cumplir fielmente con todo deber del Evangelio8.

Si pudiéramos leer en detalle sobre la vida de Abraham o la vida de otros grandes hombres que eran santos, sin duda hallaríamos que sus esfuerzos por ser justos no siempre fueron coronados con el éxito. Por consiguiente, no debemos desalentarnos si somos vencidos en un momento de debilidad; sino que, por el contrario, debemos arrepentirnos de inmediato del error o la equivocación que hayamos cometido, enmendarlo tanto como sea posible, y luego buscar a Dios a fin de pedirle renovados bríos para continuar y mejorar.

Abraham pudo andar ante Dios de manera perfecta día tras día cuando dejó la casa de su padre, y dio muestras de una mente superior y bien disciplinada en el modo de proceder que sugirió cuando sus pastores contendieron con los pastores de su sobrino Lot [véase Génesis 13:1–9]. Sin embargo, llegó un momento en la vida de Abraham que debe haber sido de gran prueba; de hecho, difícilmente pueda concebirse algo más severo; fue cuando el Señor le pidió que ofreciera a su amado y único hijo como sacrificio, sí, aquel mediante el cual [Abraham] esperaba el cumplimiento de la gran promesa que el Señor le había hecho; pero al manifestar la disposición apropiada fue facultado para superar la prueba y probarle a Dios su fe e integridad [véase Génesis 22:1–14]. Difícilmente puede suponerse que Abraham heredó tal estado mental de sus padres idólatras; aunque es congruente creer que bajo la bendición de Dios se le facultó para adquirirlo, tras atravesar una batalla con la carne semejante a la nuestra, derrotándosele en ocasiones, sin duda, para luego vencer hasta estar facultado para soportar una prueba tan severa.

“Haya, pues, en vosotros”, dice el apóstol Pablo, “este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el que, siendo en forma de Dios, no tuvo como usurpación el ser igual a Dios” [véase Filipenses 2:5–6]. Ahora bien, todo hombre que tenga ese objetivo presente se purificará así como Dios es puro y tratará de andar en perfección ante Él. Tenemos nuestras pequeñas insensateces y debilidades; debemos tratar de vencerlas tan rápidamente como sea posible, y debemos inculcar ese sentimiento en el corazón de nuestros hijos a fin de que el temor de Dios crezca con ellos desde su misma infancia y para que aprendan a comportarse apropiadamente ante Él en toda circunstancia.

Si el esposo puede vivir con la esposa durante un día sin contender, sin tratar mal a nadie ni ofender el Espíritu de Dios de manera alguna, hasta ese grado está bien; es perfecto hasta ese punto. Después, debe tratar de ser igual al día siguiente; mas suponiendo que fracasara en su intento al día siguiente, no habría razón por la cual no podría tener éxito al hacerlo el tercer día…

Los Santos de los Últimos Días deben cultivar esa aspiración constantemente, la cual los apóstoles explicaron tan claramente en los tiempos antiguos. Debemos tratar de andar cada día de modo tal que nuestra conciencia esté libre de remordimientos ante toda persona. Y Dios ha dispuesto en la Iglesia ciertos medios a través de los cuales podemos recibir ayuda, a saber, apóstoles, profetas y evangelistas, etc., “a fin de perfeccionar a los santos”, etc. [véase Efesios 4:11–12]; y además nos ha conferido Su Santo Espíritu, que es un guía infalible, el cual permanece a nuestro lado cual un ángel de Dios diciéndonos qué hacer y proporcionándonos fortaleza y socorro cuando surgen circunstancias adversas en nuestro camino. No debemos permitirnos estar desalentados cada vez que descubramos nuestra debilidad. Difícilmente podemos hallar algún ejemplo en todos los ejemplos gloriosos que nos han dado los profetas, antiguos o modernos, en el que éstos hayan permitido que el maligno los desalentara; sino que, por el contrario, procuraron vencer de forma constante, ganar el galardón y así prepararse para una plenitud de gloria9. [Véase la sugerencia 4 en la página 110.]

Con la ayuda divina podemos vivir por encima de las insensateces y vanidades del mundo.

Una vez que resolvemos en nuestra mente que en verdad tenemos el poder en nuestro interior, mediante el Evangelio que hemos recibido, de conquistar nuestras pasiones, apetitos y de someter nuestra voluntad a la de nuestro Padre Celestial en todas las cosas y, en vez de ser el medio de generar sentimientos desagradables en nuestro círculo familiar y en aquellas personas con quienes nos relacionamos, más bien ayudamos en gran manera a crear un pedacito de cielo en la tierra, entonces puede decirse que la mitad de la batalla está ganada. Una de las principales dificultades por las que muchos pasamos es que somos demasiado propensos a olvidar el gran objetivo de la vida, el motivo por el que nuestro Padre Celestial nos envía aquí a vestirnos de mortalidad, así como el santo llamamiento al cual hemos sido llamados; y por consiguiente, en lugar de elevarnos por encima de las pequeñas y transitorias cosas del tiempo, a menudo nos permitimos descender al nivel del mundo sin obtener provecho de la ayuda divina que Dios ha instituido, la cual es la única que puede facultarnos para vencerlas. No seremos mejores que el resto del mundo si no cultivamos el deseo de ser perfectos así como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto.

Ésa fue la exhortación del Salvador a los santos de la antigüedad, quienes eran personas de pasiones semejantes [a las nuestras] y estaban sujetos a las mismas tentaciones que nosotros, y Él sabía si las personas podrían cumplirla o no; el Señor jamás ha requerido ni requerirá cosas a Sus hijos que les sean imposibles de realizar. En especial, deben cultivar ese deseo los élderes de Israel que esperen salir al mundo a predicar el Evangelio de salvación en medio de una generación corrupta y perversa, entre un pueblo que está lleno de maldad y corrupción. Y no sólo ellos, sino todos, cada joven y jovencita que pertenezca a esta Iglesia y que sea digno de ser llamado santo debe cultivar dicho deseo de vivir a la altura de ese requisito para que su conciencia esté limpia ante Dios. Es algo hermoso tener ese objetivo en mente, ya sea en los jóvenes o en los adultos; es especialmente maravilloso ver a nuestros jóvenes tomar decisiones que permiten que la luz y la inteligencia de Dios brillen en su rostro, que tengan un entendimiento correcto de la vida y que sean capaces de vivir por encima de las insensateces y vanidades del mundo y de los errores e iniquidades del hombre10.

No hay necesidad de que los Santos de los Últimos Días se preocupen por las cosas de este mundo; todas ellas perecerán. Debemos poner el corazón en las cosas de arriba; esforzarnos para procurar esa perfección que estaba en Cristo Jesús, que fue perfectamente obediente al Padre en todas las cosas y así obtuvo Su gran exaltación y llegó a ser un modelo para Sus hermanos. ¿Por qué inquietarnos y preocuparnos por las cosas temporales cuando nuestro destino es tan grandioso y glorioso? Si permanecemos firmes en el Señor, guardamos Sus mandamientos, nos formamos a semejanza de Sus perfecciones y nos esforzamos por lograr las realidades eternas de Su reino celestial, nos irá bien en todas las cosas y triunfaremos, y al final obtendremos la victoria11.

En todos sus actos y en su conducta, siempre sean conscientes de que ahora preparan y forjan una vida que continuará a través de las eternidades; no actúen en base a principio alguno que les avergonzaría o no estarían dispuestos a observar en el cielo; no empleen ningún medio para el logro de objetivos que una conciencia celestial e iluminada desaprobaría. Aunque los sentimientos y las pasiones les inciten a actuar, permitan que siempre les rijan y gobiernen principios puros, honorables, santos y virtuosos12.

No podemos llegar a ser perfectos de inmediato, mas podemos ser un poco mejores día tras día.

El niño pasa de la infancia a la juventud y de la juventud a la edad adulta mediante un crecimiento constante y continuo; pero no advierte cómo ni cuándo ocurre el crecimiento. No se da cuenta de que está creciendo, pero al observar las leyes de la salud y al ser prudente en su proceder, con el tiempo, llega a la edad adulta. Así ocurre con los Santos de los Últimos Días; crecemos e incrementamos. No somos conscientes de ello en el momento, pero después de un año, aproximadamente, descubrimos que estamos, por así decirlo, muy arriba en el monte, acercándonos a la cima de la montaña. Consideramos que tenemos fe en el Señor, que Sus providencias siempre son beneficiosas, que estamos conectados con Él, que en verdad es nuestro Padre y que nos guía a lo largo de la vida13.

No esperen llegar a ser perfectos de inmediato. Si lo hacen, se desilusionarán. Sean mejores hoy de lo que fueron ayer, y sean mejores mañana de lo que son hoy. No permitamos que las tentaciones que quizás nos vencen hoy parcialmente nos venzan tanto mañana. Así, pues, continúen siendo un poco mejores día tras día; y no dejen que su vida se malgaste sin hacer el bien a otras personas, así como a nosotros mismos14.

Cada día que ha pasado o cada semana que ha pasado debe ser la mejor que hayamos experimentado; es decir, debemos mejorar un poco todos los días, en conocimiento y sabiduría, y en capacidad para hacer el bien. Conforme transcurre nuestra vida, debemos vivir cada día más cerca del Señor15. [Véase la sugerencia 5 en la página 111.]

Sugerencias para el estudio y la enseñanza

Considere estas ideas al estudiar el capítulo o al prepararse para enseñarlo. Para obtener ayuda adicional, consulte las páginas V–VIII.

  1. El presidente Snow reconoció que el mandato de ser perfectos causa preocupación en algunos Santos de los Últimos Días (páginas 101–103). Conforme estudie el capítulo, procure buscar consejos que puedan reconfortar a una persona que esté preocupada por el mandato de ser perfectos.

  2. En la sección que comienza en la página 101, la frase “ayuda sobrenatural” se refiere a la ayuda del Señor. ¿De qué maneras nos ayuda el Señor a llegar a ser perfectos?

  3. En la página 103, estudie las observaciones del presidente Snow sobre Abraham y los primeros pioneros Santos de los Últimos Días. ¿Qué piensa usted que signifique ser perfecto en “el campo de acción en el que actua[mos]”? Medite sobre lo que usted puede hacer para llegar a ser más perfecto en sus “sentimientos, integridad, motivaciones y determinación”.

  4. El presidente Snow dijo: “No debemos permitirnos estar desalentados cada vez que descubramos nuestra debilidad” (página 107). ¿Cómo podemos superar el desaliento? (Para ver algunos ejemplos, véanse las páginas 104–107].)

  5. ¿Cómo le ayuda saber que no debe “espe[rar] llegar a ser perfec[to] de inmediato”? (Véase la página 109). Considere maneras específicas en las que puede seguir el consejo del presidente Snow de “ser un poco mejores día tras día”.

  6. Busque una o dos afirmaciones del capítulo que le resulten particularmente inspiradoras. ¿Qué le agrada de esas afirmaciones?

Pasajes de las Escrituras que se relacionan con el tema: 1 Nefi 3:7; 3 Nefi 12:48; Éter 12:27; Moroni 10:32–33; D. y C. 64:32–34; 67:13; 76:69–70.

Ayuda didáctica: “Las personas se sienten conmovidas cuando se reconocen las contribuciones que hacen. Usted podría hacer un esfuerzo especial por reconocer los comentarios de cada persona y, si es posible, hacer que tales comentarios sean parte de los análisis de la clase” (La enseñanza: El llamamiento más importante, pág. 38).

Notas

  1. En “Anniversary Exercises”, Deseret Evening News, 7 de abril de 1899, pág. 9.

  2. En Eliza R. Snow Smith, Biography and Family Record of Lorenzo Snow, 1884, pág. 16.

  3. En “Anniversary Exercises”, pág. 9.

  4. En “Impressive Funeral Services”, Woman’s Exponent, octubre de 1901, pág. 36.

  5. Deseret News: Semi-Weekly, 3 de junio de 1879, pág. 1.

  6. Deseret News: Semi-Weekly, 3 de junio de 1879, pág. 1.

  7. Deseret News: Semi-Weekly, 3 de junio de 1879, pág. 1.

  8. Deseret Semi-Weekly News, 4 de octubre de 1898, pág. 1.

  9. Deseret News: Semi-Weekly, 3 de junio de 1879, pág. 1.

  10. Deseret News: Semi-Weekly, 3 de junio de 1879, pág. 1.

  11. Deseret Semi-Weekly News, 4 de octubre de 1898, pág. 1.

  12. Millennial Star, 1 de diciembre de 1851, pág. 363.

  13. En Conference Report, abril de 1899, pág. 2.

  14. Improvement Era, julio de 1901, pág. 714.

  15. Improvement Era, julio de 1899, pág. 709.

En el Sermón del Monte, el Salvador dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48).

El Señor mandó a Abraham: “…anda delante de mí y sé perfecto” (Génesis 17:1).

Debemos esforzarnos día a día a fin de mejorar la relación que tenemos con los miembros de [nuestra] familia.