Escrituras
Moroni 9


La segunda epístola de Mormón a su hijo Moroni.

Comprende el capítulo 9.

Capítulo 9

Tanto los nefitas como los lamanitas se han depravado y degenerado — Se torturan y se asesinan unos a otros — Mormón suplica que la gracia y la bondad de Dios acompañen a Moroni para siempre. Aproximadamente 401 d.C.

1 Mi amado hijo, te escribo otra vez para que sepas que estoy vivo todavía; pero escribo algo de aquello que es penoso.

2 Porque he aquí, he tenido una reñida batalla con los lamanitas, en la cual no vencimos; y Arqueanto ha caído por la espada, y también Luram y Emrón; sí, y hemos perdido un gran número de nuestros mejores hombres.

3 Y ahora bien, he aquí, hijo mío, temo que los lamanitas destruyan a los de este pueblo; porque no se arrepienten, y Satanás de continuo los está provocando a la ira unos contra otros.

4 He aquí, continuamente estoy afanándome con ellos; y cuando les hablo la palabra de Dios con severidad, tiemblan y se enojan conmigo; y cuando no empleo la severidad, endurecen el corazón contra la palabra; por tanto, temo que el Espíritu del Señor ha cesado de luchar con ellos.

5 Porque es tan grande su ira, que me parece que no temen la muerte; y han perdido su amor, el uno para con el otro; y siempre están sedientos de sangre y de venganza.

6 Y ahora bien, mi querido hijo, pese a su dureza, trabajemos diligentemente; porque si dejamos de obrar, incurriremos en la condenación. Porque tenemos una obra que debemos efectuar mientras estemos en este tabernáculo de barro, a fin de vencer al enemigo de toda rectitud, y dar reposo a nuestras almas en el reino de Dios.

7 Y ahora escribo un poco concerniente a los padecimientos de este pueblo, porque según las noticias que he recibido de Amorón, he aquí, los lamanitas tienen muchos prisioneros que tomaron de la torre de Sherriza; y había entre ellos hombres, mujeres y niños.

8 Y a los maridos y padres de estas mujeres y niños los han matado; y alimentan a las mujeres con la carne de sus esposos, y a los niños con la carne de sus padres; y no les dan sino un poco de agua.

9 Mas no obstante esta gran abominación de los lamanitas, no excede a la de nuestro pueblo en Moriántum. Pues he aquí, han tomado cautivas a muchas de las hijas de los lamanitas; y después de privarlas de lo que era más caro y precioso que todas las cosas, que es la castidad y la virtud,

10 después de haber hecho esto, las asesinaron de la manera más cruel, torturando sus cuerpos hasta la muerte; y después que han hecho esto, devoran sus cuerpos como bestias salvajes, a causa de la dureza de sus corazones; y lo hacen como señal de valor.

11 Oh mi amado hijo, ¿cómo puede un pueblo como este, que está sin civilización

12 (y solo han pasado unos pocos años desde que era un pueblo deleitable y civilizado),

13 oh hijo mío, cómo puede un pueblo como este, que se deleita en tanta abominación,

14 cómo podemos esperar que Dios detenga su mano en juicio contra nosotros?

15 He aquí, mi corazón exclama: ¡Ay de este pueblo! ¡Ven en juicio, oh Dios, y oculta sus pecados, e iniquidad, y abominaciones, de ante tu faz!

16 Y además, hijo mío, hay muchas viudas y sus hijas que permanecen en Sherriza; y la parte de las provisiones que los lamanitas no se llevaron, he aquí, el ejército de Zenefi la ha tomado consigo, y a ellas las ha dejado para que anden errando por donde puedan hallar alimento; y muchas ancianas se desmayan por el camino, y mueren.

17 Y el ejército que está conmigo es débil; y los ejércitos de los lamanitas me separan de Sherriza; y cuantos se han pasado al ejército de Aarón han sido víctimas de su espantosa brutalidad.

18 ¡Oh, la depravación de mi pueblo! No tienen ni orden ni misericordia. He aquí, no soy más que un hombre, y no tengo más fuerza que la de un hombre, y ya no me es posible poner en vigor mis órdenes.

19 Y ellos se han empedernido en su perversidad; y son igualmente brutales, pues no perdonan a nadie, ni a jóvenes ni a ancianos; y se deleitan en todo menos en lo que es bueno; y los padecimientos de nuestras mujeres y nuestros hijos por toda la faz de esta tierra sobrepujan a todas las cosas; sí, la lengua no lo puede expresar, ni se puede escribir.

20 Ahora bien, hijo mío, no hablo más de esta horrible escena. He aquí, tú conoces la iniquidad de los de este pueblo; sabes que no tienen principios y han perdido toda sensibilidad; y sus iniquidades sobrepujan a las de los lamanitas.

21 He aquí, hijo mío, no puedo encomendarlos a Dios, no sea que él me castigue.

22 Mas he aquí, hijo mío, te encomiendo a Dios, y confío en Cristo que te salvarás; y le pido a Dios que te conserve la vida para que seas testigo o del regreso de este pueblo a él, o de su entera destrucción; porque yo sé que deben perecer, a menos que se arrepientan y vuelvan a él.

23 Y si perecen, será como los jareditas, por motivo de la obstinación de sus corazones en buscar sangre y venganza.

24 Y si es que perecen, sabemos que un gran número de nuestros hermanos se han pasado a los lamanitas, y que muchos otros también desertarán a ellos. Escribe, pues, algunas cosas, si eres preservado y yo muero y no te veo más; pero confío en que pueda verte pronto, porque tengo unos anales sagrados que quisiera entregarte.

25 Hijo mío, sé fiel en Cristo; y que las cosas que he escrito no te aflijan, para apesadumbrarte hasta la muerte; sino Cristo te anime, y sus padecimientos y muerte, y la manifestación de su cuerpo a nuestros padres, y su misericordia y longanimidad, y la esperanza de su gloria y de la vida eterna, reposen en tu mente para siempre.

26 Y la gracia de Dios el Padre, cuyo trono está en las alturas de los cielos, y de nuestro Señor Jesucristo, que se sienta a la diestra de su poder, hasta que todas las cosas le sean sujetas, te acompañe y quede contigo para siempre. Amén.