Capítulo 21
Jesús predice la destrucción del templo y de Jerusalén — Habla de las señales que precederán a Su segunda venida y enseña la parábola de la higuera.
1 Y mirando, Jesús vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca del tesoro.
2 Y vio también a una viuda pobre que echaba allí dos blancas.
3 Entonces dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre echó más que todos.
4 Porque todos estos, de lo que les sobra echaron para las ofrendas de Dios; mas ella, de su pobreza, echó todo el sustento que tenía.
5 Y a unos que hablaban de que el templo estaba adornado de hermosas piedras y dádivas, dijo:
6 En cuanto a estas cosas que veis, días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida.
7 Y le preguntaron, diciendo: Maestro, ¿cuándo será esto? ¿Y qué señal habrá cuando estas cosas estén a punto de suceder?
8 Él entonces dijo: Mirad que no seáis engañados, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy; y: el tiempo está cerca; por tanto, no vayáis en pos de ellos.
9 Pero cuando oigáis de guerras y de sediciones, no os espantéis; porque es necesario que estas cosas acontezcan primero; mas el fin no será inmediatamente.
10 Entonces les dijo: Se levantará nación contra nación y reino contra reino;
11 y habrá grandes terremotos y, en varios lugares, hambres y pestilencias; y habrá cosas terribles y grandes señales del cielo.
12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores por causa de mi nombre.
13 Y esto os será ocasión para dar testimonio.
14 Proponeos, pues, en vuestros corazones no pensar de antemano cómo habéis de responder;
15 porque yo os daré palabras y sabiduría, a las cuales no podrán resistir ni contradecir ninguno de los que se os opongan.
16 Y seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes y amigos; y matarán a algunos de vosotros.
17 Y seréis aborrecidos por todos por causa de mi nombre.
18 Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.
19 Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas.
20 Y cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.
21 Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella.
22 Porque estos son días de venganza, para que se cumplan todas las cosas que están escritas.
23 Pero, ¡ay de las que estén encintas y de las que críen en aquellos días!, porque habrá gran calamidad en la tierra e ira sobre este pueblo.
24 Y caerán a filo de espada y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles hasta que se cumplan los tiempos de los gentiles.
25 Entonces habrá señales en el sol, y en la luna y en las estrellas; y en la tierra habrá angustia de las naciones y confusión ante el bramido del mar y de las olas;
26 desfalleciendo los hombres a causa del temor y de la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra, porque los poderes de los cielos serán sacudidos.
27 Y entonces verán al Hijo del Hombre que vendrá en una nube con poder y gran gloria.
28 Y cuando estas cosas comiencen a suceder, mirad y levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca.
29 Y también les dijo una parábola: Mirad la higuera y todos los árboles.
30 Cuando veis que ya brotan, vosotros mismos entendéis que el verano ya está cerca.
31 Así también vosotros, cuando veáis suceder estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.
32 De cierto os digo que no pasará esta generación hasta que todo esto haya acontecido.
33 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
34 Y mirad por vosotros, que vuestros corazones no se carguen de glotonería, y de embriaguez y de las preocupaciones de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día;
35 porque como una trampa vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra.
36 Velad, pues, orando en todo tiempo que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que han de venir, y de estar de pie delante del Hijo del Hombre.
37 Y enseñaba de día en el templo; y de noche, saliendo, se quedaba en el monte que se llama de los Olivos.
38 Y todo el pueblo venía a él por la mañana para oírle en el templo.