¿Era lo suficientemente buena para el templo?
La autora vive en Saint Michael, Barbados.
Sentía que no era lo suficientemente buena para entrar en el templo, pero el Espíritu me dijo lo contrario.
Durante toda mi vida he escuchado lo importante que es que asistamos al templo. Recuerdo que en la Primaria cantaba canciones como “Me encanta ver el templo” y “Las familias pueden ser eternas”, las cuales me recordaban cuán sagrado es el templo y que debemos ser dignos de entrar en él. Me habían enseñado que era el lugar en el que mora nuestro Padre Celestial y que era muy importante llegar a estar dentro de esas paredes santificadas.
Mis padres habían estado dentro de esas paredes, aunque no pudieron frecuentarlas tan seguido como hubieran querido. Fueron al templo por primera vez un año después de casarse. Fue difícil, porque si bien sabían que no tenían los medios económicos para ir, también sabían que no podían dejar de ir. En nuestro hogar siempre se hizo hincapié en que fuéramos al templo lo antes posible y que tuviésemos la meta del matrimonio en el templo. Mis padres también me demostraron cuán importantes y sagrados eran sus convenios. Me enseñaron que recibían muchas bendiciones por guardar sus convenios, y gracias a su ejemplo, tomé la decisión de que eso era algo que yo también deseaba. A lo largo de los años, seguí recordándome a mí misma que “siempre debía tener el templo en la mira”1, aunque el templo más cercano estuviera lejos.
Aquí en Barbados no tenemos el privilegio de tener un templo tan cerca como para llegar caminando o incluso en autobús; a fin de llegar a un templo, debemos viajar muchos kilómetros en avión. Creo que es por eso que muchos miembros atesoran sus visitas al templo.
Finalmente llegó mi oportunidad de ir al templo por primera vez, pero, por alguna razón, sentía mucha ansiedad. El primer pensamiento que acudió a mi mente fue que aunque yo estaba dando mi mejor esfuerzo, no era suficiente; yo no era lo suficientemente digna. Eso me preocupó muchísimo. En verdad estaba esforzándome al máximo, entonces, ¿por qué me sentía tan desanimada con respecto a ir al templo?
Resolví que, para una decisión tan importante como esa, necesitaba buscar una respuesta de mi Padre Celestial. ¿Deseaba Él que yo fuera, o realmente no era lo suficientemente buena?
Las siguientes dos semanas estuvieron llenas de continuos ayunos y de días en los que estuve de rodillas desde la mañana hasta la noche. Me esforcé al máximo por mantenerme cerca del Espíritu, y aunque muchas noches todavía me sentía un poco insegura después de orar de rodillas, estaba segura de que el Padre Celestial me respondería. Solo necesitaba tener paciencia.
El domingo siguiente, mientras me encontraba en la reunión de ayuno y testimonio, el Espíritu se sentía muy fuerte. Yo tenía los ojos cerrados mientras repartían la Santa Cena, y entonces recibí mi respuesta. Sentí como si el Padre Celestial me dijera: “Zariah, si viene de Mí, ¿cómo podría estar mal?”.
Cuando sentí esas palabras, se me llenaron los ojos de lágrimas y tuve un sentimiento de gozo incontenible. Sabía que el Padre Celestial había escuchado cada una de las oraciones que yo había ofrecido. Él sabía lo inepta que me sentía, pero también me recordó que, por medio de Su expiación, el Salvador puede ayudarnos a llegar a ser mejores cada día. Todos los sentimientos de ineptitud se disiparon en ese breve instante.
Cuando llegué a casa esa tarde, compartí mi respuesta con mi familia: que debía ir a la casa del Señor para hacer convenios especiales y sagrados que necesitamos para la vida eterna.
Cuando tuve las entrevistas tanto con el presidente de rama como con el presidente de misión, me sentí aun mejor con respecto a mi decisión. En ambas ocasiones, el Padre Celestial continuó asegurándome que había tomado la decisión correcta, que era digna y que era lo suficientemente buena.
Ese sentimiento permaneció conmigo hasta que llegué a los jardines del templo. Cuando ingresé por primera vez dentro de esas paredes sagradas, sentí como si el Padre Celestial me abrazara y me dijera: “Bienvenida a casa”. Probablemente fue uno de los sentimientos más increíbles, uno que jamás olvidaré.
Estoy muy agradecida por mis padres y por su buen ejemplo, por haberme enseñado la importancia de ir al templo y por ayudarme a que me preparara para entrar en ese sagrado lugar. Pero ante todo, estoy agradecida por mi Padre Celestial, quien ha hecho posible que el cielo toque la tierra; por permitirnos hacer convenios sagrados no solo por nosotros mismos, sino también por los antepasados que no han tenido la oportunidad de hacerlos por sí mismos.
El templo realmente es una prueba del amor que el Padre Celestial tiene por nosotros. Muchas veces somos nuestros peores críticos. Tal vez haya ocasiones en las que nos sintamos imperfectos o desanimados, pero debemos recordar que no tenemos que ser perfectos para ser dignos. Si nos sentimos desalentados por nuestras faltas y sentimos que no somos lo suficientemente buenos, debemos recordar el sacrificio del Salvador y acudir a Él en busca de ayuda. La expiación de Jesucristo hace posible que todos vayan al templo. Por medio del Espíritu, podemos saber que somos “suficientemente buenos”. No somos perfectos, y el Padre Celestial lo sabe, pero lo más importante es hacer todo lo posible para ser dignos, y esforzarnos por hacerlo todos los días. El templo es el lugar más importante en el que podemos estar, y estoy agradecida por haber entrado en él.