Cómo el estudio de la historia de la Iglesia fortalece mi fe
Cuando estudiaba en la escuela secundaria en Sudáfrica, me gustaba estudiar historia y, cuando fui a la universidad, recibí mi título en historia. Como alumno de Seminario y después de Instituto, disfruté todos los cursos, pero particularmente el de Doctrina y Convenios porque me dio a conocer la historia de la Iglesia. En el transcurso de los años, he disfrutado leer libros sobre la historia de la Iglesia, incluso aquellos que tratan temas difíciles de nuestra historia. Conforme sigo aprendiendo la historia de la Iglesia de diversas fuentes, mi fe se fortalece. Estas son tres maneras en que eso sucede.
La historia de la Iglesia me brinda perspectiva, especialmente en cuanto a las prácticas del pasado, entre ellas las restricciones del sacerdocio y las bendiciones del templo. La primera vez que me enteré que hubo una época en la que a los hombres de raza negra se les impedía poseer el sacerdocio, mi fe se debilitó. ¿Cómo pudo la Iglesia a la que yo amaba negar el sacerdocio a los de raza negra? Algunas personas intentaron mostrarme explicaciones que afirmaban que estaban basadas en la doctrina o en las Escrituras, pero fueron confusas y muy inquietantes.
Con el paso del tiempo, fue la explicación histórica la que tuvo sentido y brindó consuelo. Por ejemplo, la introducción histórica de la Declaración Oficial 2 explica que José Smith sí ordenó a algunos hombres de raza negra, pero que los líderes de la Iglesia dejaron de conferir el sacerdocio a los de raza negra a principios de la historia de la Iglesia, tras lo cual hace esta declaración importante: “Los registros de la Iglesia no ofrecen una idea clara en cuanto a los orígenes de esta práctica”1. Los ensayos de Temas del Evangelio2 y otros manuales de la Iglesia proporcionan más detalles y contexto histórico adicional3. Esas explicaciones históricas me conmovieron y fortalecieron mi fe.
La historia de la Iglesia me ayuda a apreciar a quienes nos han precedido. Este es especialmente el caso cuando uno considera las contribuciones que miembros aparentemente “comunes” han hecho. Por ejemplo, la construcción de las primeras capillas en Sudáfrica, Zimbabue y Zambia en las décadas de 1950 y 1960 fue posible por las contribuciones de los miembros. Recibir las ordenanzas del templo requirió un sacrificio incluso mayor. Con el conocimiento de que tomaría décadas antes de que pudieran tener templos en África, muchos miembros vendieron todas sus pertenencias, incluso sus casas, a fin de contar con el dinero para viajar al templo y participar en esas ordenanzas sagradas. La Iglesia en el continente africano se edificó sobre la fe de esos primeros miembros que tenían poco y que sacrificaron mucho. Cuando leo sus registros, mi fe se fortalece y mi disposición a sacrificarme aumenta.
La historia de la Iglesia me alienta a ser mejor en llevar mis registros. Los líderes de la Iglesia nos han alentado a llevar un diario. ¿Por qué? Porque la historia de la Iglesia es un registro de la “manera de vivir […], [la] fe y [las] obras” de sus miembros (véase Doctrina y Convenios 85:2). Cuando leo la historia de la Iglesia, tal como la nueva historia de Santos, me impresiona que esos tomos son posible solo gracias a los diarios, las cartas y otros registros de miembros comunes de la Iglesia. Sus francas narraciones personales me instan a llevar mi diario de manera más minuciosa, ayudando de esa manera a historiadores futuros a documentar una historia verídica de la Iglesia en África.
También recibo una bendición más personal al leer la historia de la Iglesia y esforzarme por llevar mi propio registro. Tal como el presidente Henry B. Eyring, Segundo Consejero de la Primera Presidencia, ha enseñado, soy bendecido al ver y recordar la mano del Señor en mi vida y en la vida de los miembros de mi familia4. Ese recuerdo fortalece mi testimonio y aumenta mi capacidad para afrontar los desafíos de la vida. Cuando llevo mi propio registro y pienso en los registros detallados de otros miembros de la Iglesia, comienzo a percibir el gran plan del Señor a medida que restaura Su Iglesia y reino en los últimos días.
Estas y muchas otras lecciones que he aprendido al estudiar la historia de la Iglesia han contribuido grandemente a mi desarrollo espiritual y también me han dado el valor de defender mi fe porque entiendo por qué hacemos lo que hacemos. El ser consciente del contexto histórico de muchas de nuestras prácticas y creencias me ha convertido en un mejor maestro y un mejor discípulo.