“Cambiar mi actitud para obtener un testimonio”, Liahona, julio de 2023.
Jóvenes adultos
Cambiar mi actitud para obtener un testimonio
Por primera vez, tenía una sencilla semilla de fe que era real.
Crecí en la Iglesia, iba a las actividades y participaba en la oración familiar y en el estudio de las Escrituras. Sin embargo, en realidad no tenía un testimonio. No sabía si creía en Dios ni en Su Hijo. No sabía si el Libro de Mormón era verdadero.
Quería tener un testimonio, pero me sentía frustrada tras orar muchas veces sin sentir que hubiera recibido una respuesta. Comencé a preguntarme: “Si Dios es real, ¿por qué no me lo demuestra? ¿Por qué me deja preguntándome al respecto?”.
En retrospectiva, veo claramente por qué no recibía la respuesta: en realidad no estaba haciendo el esfuerzo. Leía las Escrituras cinco minutos, una vez a la semana, y esperaba tener alguna experiencia de revelación solo por pedirla.
No entendía que la fe es un principio de acción.
Una semilla de fe
Para los demás, yo era “activa” en la Iglesia, pero todavía no sabía si la Iglesia era verdadera. Sin embargo, yo sí quería saberlo.
Así que decidí servir en una misión. Cometí el error de suponer que, como misionera, automáticamente tendría más probabilidades de recibir respuestas de Dios. Todavía no hacía grandes esfuerzos por orar o estudiar, pero pronto recibí mi asignación.
Al comienzo de la misión, mientras me capacitaba en internet durante la pandemia, me costaba sentir el Espíritu debido a mi esfuerzo a medias. Pero después llegué al centro de capacitación misional en persona, y el tiempo que pasé allí fue la experiencia más espiritual de mi vida. Era la primera vez que tenía una sencilla semilla de fe que fuera real.
Hacer el cambio
Cuando finalmente entré en el campo misional fue difícil. Sentía que el pequeño testimonio que había obtenido se había perdido.
Un día estaba llorando, y entonces me acudió a la mente cierto recuerdo. Mi papá solía preguntarme cómo había sido mi día en la escuela, y siempre le respondía que había sido aburrido. Y él me decía: “Bueno, eso es porque tú hiciste que fuera aburrido. Si quieres que la escuela sea divertida, haz que sea divertida”. Me di cuenta de que podía aprovechar al máximo el tiempo en la misión mediante el aprendizaje y el crecimiento, o podía sentirme desdichada.
Así que oré con más sinceridad que nunca para decirle al Padre Celestial que iba a tratar de cambiar mi actitud. Después de eso, me sentí motivada a hacer un nuevo esfuerzo. Comencé a estudiar, orar y meditar de verdad y, con el tiempo, aquella chispa de testimonio regresó y continuó creciendo. Me sentía menos frustrada, y empecé a hallar gozo en el Evangelio.
Recibimos aquello que damos
Cuando sientes frustración por creer que tu fe no aumenta, tal vez te preguntes si Dios existe y si a Él le importa aquello. Sin embargo, he aprendido que Él siempre está con nosotros y que nos ayudará a fortalecer nuestra fe y nuestro testimonio si asumimos la responsabilidad y nos esforzamos (véase Moroni 10:4).
El élder Robert D. Hales (1932–2017), del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo: “A pesar de que no parece existir una fórmula exacta por la cual se recibe un testimonio, parecería que hay un modelo discernible”1. Ese modelo incluye tener el deseo sincero de conocer la verdad, orar, estar dispuestos a servir donde se nos llame, esforzarnos por ser obedientes, estudiar las Escrituras y aplicarlas en nuestra vida, y tener una actitud humilde.
Jamás iba a fortalecer mi fe si no cambiaba la actitud, seguía dicho modelo y me conectaba con el Padre Celestial y Jesucristo con todo el corazón. Cuando hice esos cambios, empecé a recibir respuestas y a creer verdades.
La hermana Rebecca L. Craven, Segunda Consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes, recientemente dijo: “Ser discípulos de Jesucristo consiste en algo más que tener esperanza o creer […]; requiere que hagamos algo”2. He aprendido por mí misma que eso es verdad: lo que doy al Evangelio es lo que recibo.
Para los demás, mi nivel de actividad en la Iglesia probablemente parezca el mismo que siempre he tenido. Sin embargo, he cambiado mi compromiso para con el Evangelio en el corazón, y eso ha marcado la diferencia.
La autora vive en Washington, EE. UU.