Jesucristo es la respuesta
Una velada con una Autoridad General • 8 de febrero de 2019 • Tabernáculo de Salt Lake City
Queridos hermanos y hermanas, los que se encuentran aquí en el Tabernáculo de la Manzana del Templo y los que están congregados alrededor del mundo, es un honor para la hermana Rasband y para mí estar con ustedes aquí. Recuerdo la influencia que mis maestros de Seminario e Instituto tuvieron, la cual cambió mi vida. Hasta el día de hoy, veo su huella en la forma en que estudio las Escrituras y, en particular, en lo mucho que amo el Libro de Mormón.
También valoré la experiencia social de estar en un lugar seguro con mis amigos que disfrutaban estar juntos en el entorno del Evangelio. Pasábamos tiempo en el edificio de Seminario en la escuela secundaria y en el de Instituto en la universidad. En particular, me gustaba llevar a Melanie Twitchell a los bailes de Instituto; ella es ahora mi maravillosa y hermosa esposa.
Como maestros de Seminario e Instituto, ustedes trabajan largas horas para traer almas a Jesucristo; oran por sus alumnos; estudian para poder contestar sus preguntas; se preparan espiritualmente para enseñar por el Espíritu; edifican, se comprometen e iluminan las verdades del Evangelio.
Cuando el Señor busca a aquellos que pueden ayudar al alumno que tiene dificultades, al que tiene dudas, a uno de Sus preciados hijos cuyo testimonio y comprensión van decayendo, Él los ha preparado a ustedes para dar un paso al frente y trabajar en equipo con los padres y líderes de la Iglesia. Se presentan ante sus alumnos y reafirman la verdad de que Jesucristo vive, de que nuestro Padre Celestial nos ama a cada uno, y que tenemos un lugar en Su plan eterno. Y lo mejor de todo, es que ustedes realmente creen en ello.
Tal como el élder Jeffrey R. Holland ha dicho, ustedes son “maestro[s] que ha[n] venido de Dios”1.
“… cuántos… se sienten movidos a cantar del amor redentor; y esto por el poder de su palabra que está en [ustedes]; por consiguiente, ¿no [tienen] mucha razón para regocijar[se]?
“Sí, [tienen] razón de alabarlo para siempre, porque es el Más Alto Dios”2.
Sin embargo, a veces el peso de edificar, enseñar y alentar a los jóvenes es casi más de lo que pueden soportar. El Señor sabe que esta obra de traer almas a Él puede ser difícil. Eso lo aprendí cuando era presidente de misión en la ciudad de Nueva York, cuando este pasaje de Alma me llegó al corazón: “Y cuando nuestros corazones se hallaban desanimados, y estábamos a punto de regresar, he aquí, el Señor nos consoló, y nos dijo: Id entre vuestros hermanos… y sufrid con paciencia vuestras aflicciones, y os daré el éxito”3.
El adversario no se conforma con la mala influencia que ha tenido hasta ahora en el reino de Dios en la tierra; él quiere más. Es agresivo y despiadado, y va tras quienes ustedes enseñan, cuyos corazones “[desfallecen]… a causa del temor”4.
Algunos alumnos se descarrían pero, con el Espíritu del Señor, ustedes pueden volver a encaminarlos. Recuerden las palabras de Pablo: “… estamos atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; abatidos, pero no destruidos”5.
¿Por qué?
Porque la causa de Cristo les llama con esta promesa eterna: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”6.
El Señor ha dicho: “Sed de buen ánimo, pues, y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé; y testificaréis de mí, sí, Jesucristo, que soy el Hijo del Dios viviente; que fui, que soy y que he de venir”7.
No podemos ser de “buen ánimo”8 y estar sumidos en el temor. Los dos, la alegría y el temor, no pueden existir en nosotros al mismo tiempo. Y si seguimos el mandato del Señor, si tenemos buen ánimo, estaremos preparados para dar testimonio de Él, el Salvador del mundo. Lo conoceremos por quién es Él y reconoceremos el papel singular que tiene al ayudarnos por encima de los caprichos del mundo.
Ser de buen ánimo es confiar en Él cuando las cosas no marchan como lo planeamos. Significa perseverar cuando las tareas y circunstancias en la vida nos llevan a distintas direcciones, cuando la tragedia y las dificultades destruyen nuestros sueños. Pero el Señor nos recuerda que “en este mundo vuestro gozo no es completo, pero en mí vuestro gozo es cumplido”9.
En sus clases, ustedes pueden reconocer a los alumnos que viven con “buen ánimo”. Aún tienen desafíos y problemas, pero los enfrentan con fe y confianza en Dios. Se sientan en clase, ansiosos por responder preguntas, con la esperanza de conocer las verdades que se les enseñan, y confían en quiénes son. Para ellos, “Soy un hijo de Dios”10 es conocimiento así como seguridad, no solo un pasado recuerdo del canto en la Primaria. Van en busca de experiencias espirituales, conocimiento y contexto que les ayudarán a resolver sus preguntas. Quieren que se refuerce esa esperanza al navegar por un mundo contencioso y, en medio de sus muchas presiones, la esperanza es más fuerte que sus problemas diarios.
En mis días en Seminario e Instituto —parecería que fue hace mucho tiempo—, los alumnos iban a clase creyendo, o al menos eso me pareció a mí. No los llenaba de dudas lo que encontraban en internet, porque no había internet; no llevaban en sus mochilas las preocupaciones que el mundo les lanzaba sobre religión, revelación, profetas o la creencia en Dios.
¿Y qué de los alumnos de la última fila que están dormidos con el rostro encima de los libros? ¿O la chica que acaba de raparse y no te mira a los ojos? ¿O los dos que solían entrar a clase charlando y ahora apenas se hablan? ¿Y qué del alumno excepcional que parece haber perdido interés en conversar sobre el Evangelio y que ahora falta más de lo que asiste? ¿Y qué de las miradas perdidas y vacías de algunos, que tampoco tienen interés de aprender? Algunos alumnos van a clase, se sientan y luego se salen, sin llevarse nada consigo, ni siquiera el Espíritu. El estrés, el miedo, la tentación, la crisis y la decepción se han apoderado de sus preciadas vidas.
¿Alguna vez se han preguntado: “Qué es lo que está pasando”? ¡Yo sí!
Miedo y desesperación: eso es lo que está pasando. Miedo a no ser aceptado por los amigos; miedo al rendimiento académico, a las presiones y los problemas en el hogar que ellos no pueden resolver; miedo de no poder confiar en nadie y que nadie confíe en ellos; miedo a estar solo, y miedo a estar en grupos; miedo de ser una carga para los demás; miedo a la religión organizada o a cualquier religión; miedo a que no haya solución o alivio a su dolor. El miedo provoca desánimo y desesperación, ansiedad y depresión; el miedo fomenta frustraciones que no tienen una buena conclusión. El miedo da por sentado que nadie entenderá y, lo peor de todo, es que nadie pregunta: “¿Qué ocurre?”.
El miedo en sus múltiples formas se manifiesta, lamentablemente, en la más cruel de las conclusiones: el suicidio.
Cuando el gobernador de Utah creó un grupo especial el año pasado para hacer frente al aumento de suicidios de adolescentes, le pidió al presidente Russell M. Nelson que nombrara a un líder de la Iglesia para ese servicio. El presidente Nelson me asignó la enorme responsabilidad. He aprendido que nadie es inmune. El suicidio de adolescentes es una crisis que ocurre en todo el mundo. Las estadísticas muestran que el suicidio se encuentra entre las tres causas principales de muerte entre los jóvenes de 15 a 24 años. Y esto: “Los intentos de suicidio son 20 veces más frecuentes que los suicidios consumados”11. Esas estadísticas son terribles mis queridos hermanos y hermanas.
Todos debemos hacer frente a este problema. Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, debemos comprometernos a hacer todo lo posible para reformular la idea de que el suicidio es una respuesta, una respuesta que siquiera valga la pena considerar. Debemos hablar con los adolescentes sobre el suicidio y amarlos para disuadirlos de que lo consideren como una solución a su dolor. La vida del presidente Thomas S. Monson personificaba la frase “al rescate”. Esa debe ser nuestra responsabilidad.
Eso es lo que el Salvador hizo por todos nosotros; vino a nuestro rescate con la Expiación y continúa expresando ese amor profundo al sanarnos, alentarnos y al darnos paz si tan solo nos acercamos a Él.
Podemos expresar amor si eso es lo que los jóvenes necesitan, encontrarles un amigo, escucharlos y buscarlos con una palabra o un gesto amable. Tal vez tengamos que trabajar con sus padres y obispos para obtener servicios de asesoramiento para dificultades, depresión u otra enfermedad mental. Podemos marcar una diferencia en sus vidas. Las personas que en particular son vulnerables al suicidio son los jóvenes y jóvenes adultos solteros que luchan con cuestiones de género. Necesitan ser rodeados con los brazos de su Salvador y saber que se les ama. Muchas veces el Señor nos llama y Él espera que seamos Sus brazos amables y acogedores. Debemos alentar a los amigos de ellos a que también lo sean.
El suicidio está íntimamente relacionado con el dolor de las preguntas sin responder, las penas, las angustias, y lo que habría sucedido si las cosas hubiesen sido diferentes. La pérdida de esas vidas son tragedias tan enormes que debemos buscar formas nuevas y más eficaces de aconsejar, de mostrar atención y preocupación, y estar cerca de los jóvenes y darles apoyo. Tan solo intenten decir el nombre de “Jesucristo” en una situación peligrosa con alguien que ha perdido la esperanza. El solo invocar Su nombre, con reverencia, puede marcar una diferencia en un momento difícil.
Algunas comunidades se enfrentan a lo que llaman suicidios de “grupo”, donde un adolescente toma tales medidas severas y otros lo ven como una opción y lo imitan.
Permítame compartir con ustedes la historia de una joven adolescente británica, que se emitió en el noticiero BBC en abril de 2018. La historia era sobre una joven de 16 años, Hati Sparey-South, que “ya había intentado suicidarse, y lo habría intentado de nuevo y quizás con éxito si no hubiera sido por una maestra que notó lo triste que se veía”. Tres de sus amigas ya se habían quitado la vida. Ella había estado sufriendo grave depresión durante dos años.
Hati dijo: “Estaba sumamente triste y no podía dormir”. Todo era oscuridad; sus padres se habían separado y su madre había estado hospitalizada varias veces por problemas de salud. Con toda la atención puesta en su madre, nadie notó el oscurecimiento en los ojos de Hati. Nadie preguntaba: “¿Cómo te encuentras? ¿Cómo te sientes?”.
Un día, entró a la clase con una camiseta horrible; y acababa de raparse. Su maestra preguntó: “Oye, ¿estás bien? ¿Cómo estás?”.
Hati respondió: “Bien”, pero no se detuvo allí. Alguien se había fijado. “En realidad me siento muy mal”, dijo. “Me siento muy triste y no dejo de llorar”.
Después, Hati lloró y lloró, y el maquillaje se le escurrió por el rostro. Pero no importaba ahora porque alguien se había acercado a ella.
Esa maestra hizo una pregunta simple que le hacía a muchos jóvenes, pero al enviar una señal de que a ella le importaba, Hati se aferró a esa mano caritativa y consiguió la ayuda que necesitaba.
Ella explicó más tarde: “Parece algo tan insignificante, pero es increíblemente potente cuando le dices a un joven: ‘¿Cómo estás?’ cuando entran al salón de clases, y que aunque respondan ‘Bien’, sabes que te habrán escuchado”12.
Mi querido hermano Jeffrey R. Holland ha dicho: “Mis hermanos y hermanas, sea cual fuere su lucha —mental, emocional, física o de otro tipo— ¡no nieguen el preciado valor de la vida acabando con ella! Confíen en Dios. Aférrense a Su amor. Sepan que un día el alba brillará intensamente y todas las sombras de la mortalidad huirán. Aunque sintamos que somos ‘como una vasija quebrada’, como dijo el salmista, debemos recordar que esa vasija está en las manos del alfarero divino”13.
No es fácil saber quiénes están en peligro. Estos jóvenes tocan el trombón, cantan en el coro, juegan en equipos de fútbol o trabajan en una tienda de comestibles al salir de la escuela. Algunos van a la Iglesia; son amigos de quienes asisten a las clases de ustedes, aunque algunos han dejado de participar en la religión desde hace mucho tiempo. Pero hay cosas que tienen en común: decepción, malas notas en una prueba, una ruptura romántica, una serie de intimidaciones, estrés académico y lo que podríamos llamar la desdicha de los adolescentes.
La Iglesia ha tomado en serio el suicidio de adolescentes, creando un sitio web con información, videos en línea, ayuda para quienes se sienten solos, líneas de ayuda y una lista de señales de advertencia que, al igual que Hati, son un llamado de auxilio.
Tengan a bien familiarizarse con esos recursos y cumplirán así con su llamamiento como “maestro que ha venido de Dios”14.
¿Cómo podemos comunicarle al que sufre que el Señor sabe cómo se siente? Él ha tomado sobre Sí tus desafíos y errores muy personales; Él los ha llevado para que tengan a ese Alguien que ministrará con total comprensión donde duele y por qué.
El tener una mayor comprensión de Jesucristo ayudará a aquellos que están perdiendo la esperanza. El amor que Él tiene por ellos y el lugar profundo y exaltado que les ha preparado en las eternidades es un mensaje de esperanza. Él los ama y ellos deben saberlo. En las Escrituras dice: “… yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé”15Su promesa de estar allí no es una falsa promesa reservada para quienes no tienen problemas o quienes son miembros del consejo de Seminario. Él apoyará a cada uno de nuestros jóvenes, a cada uno de nosotros, en nuestros momentos más difíciles. Ese es el poder de la Expiación y es preciso que lo enseñemos de tal forma que conmueva a los que están sufriendo.
Ayuden a los alumnos a reconocer un pasaje de las Escrituras que puedan recordar cuando estén en una situación peligrosa o necesiten la fuerza para alejarse de ella. “Sed de buen ánimo, pues, y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros”16 es un pasaje excelente.
La vida siempre ha estado llena de dificultades; nadie es inmune a ello. Ni ustedes, ni yo, ni ellos. Algunos jóvenes sufren porque creen que son los únicos que tienen problemas. Todos los demás parecen libres de dificultades. Erróneamente han pensado que si estudian las Escrituras, guardan los mandamientos y oran a diario, las angustias, la confusión, la falta de popularidad y los accidentes los pasarán por alto. Simplemente no funciona así. las pruebas nos llegan a todos.
Los problemas, los desafíos, las pruebas, las tribulaciones, las dificultades, las desgracias, llámenles como quieran, forman parte de esta experiencia mortal para fortalecernos y edificarnos. La bendición es que mediante la expiación de Jesucristo todavía podemos ser “de buen ánimo”17.
No permitan que el rigor académico de la instrucción del Evangelio se vuelva más importante que el poder del Espíritu para conmover y alentar a sus alumnos. Prepárenlos para recibir inspiración y actuar de acuerdo con ella. Prepárenlos para recibir revelación personal, tal como ha recalcado el presidente Nelson18.
Al hacerlo, experimentarán el milagro de la dirección y guía del Señor, que es una forma muy real de Su amor.
¿Por qué elegiría hablarles sobre el suicidio y sus acompañantes: el miedo, la soledad, la desesperación, la ansiedad y el dolor en un entorno reverente como este? Porque ustedes, queridos hermanos y hermanas, forman parte del cuerpo de “socorristas”, y si no es así, los invito a integrarlo. El suicidio y sus tenebrosos acompañantes son reales. Van aumentando entre nuestros jóvenes en una plaga que atrae incluso a los elegidos, que son jóvenes y con un futuro prometedor, para que crean que la vida no tiene ningún propósito para ellos. Nada se aleja más de la verdad.
La vida es frágil; no sabemos cuándo le va a pasar algo a alguien que nos tome por completo de sorpresa. Nos sentimos desprevenidos y sin saber qué hacer, pero si han venido de un hogar de oración familiar, de estudio de las Escrituras y de noche de hogar, entonces las herramientas para “aferrarse” están más firmemente establecidas. Sin embargo, no cometan el error de pensar que uno de nuestros jóvenes puede no estar en riesgo, incluso cuando existan todos esos factores. En una actividad de la noche de hogar, se pidió que cada miembro escribiera una cosa que era importante para ellos. El joven de catorce años, que parecía tener todo lo que necesitaba, escribió esto: “Saber que puedo contar con alguien”.
Tengo un buen amigo que no asistió a Seminario hasta su último año en la escuela secundaria. No asistía a la Iglesia desde que tenía 13 años. Debido a que le gustaba cantar, decidió ver si podía integrar el coro de Seminario y lo logró. (¡Todos el mundo logra entrar al coro de Seminario!). Él no recuerda ninguna de las lecciones en la clase; sin embargo, cada vez que cantaban, se sentía el Espíritu, y se dio cuenta de que era diferente del coro escolar con el que cantaba al otro lado de la calle. Sintió algo que nunca había sentido. Sintió el Espíritu. Venía de un hogar roto, sin tener instrucción en el Evangelio, y no estaba familiarizado con el Espíritu. Llegó a apreciarlo y a confiar en él. Es firme en el evangelio de Jesucristo porque “había alguien en quien podía confiar”. Y ahora, años después, todavía habla con frecuencia con su maestro de Seminario, que era un “maestro que ha venido de Dios”19.
Para aquellos de entre los que ustedes enseñan que no tienen una red de apoyo, esa fortaleza en el hogar, las enseñanzas de ustedes se vuelven cruciales para su bienestar. Quizás sean los que hacen una pregunta en privado solo para hablar más del Evangelio porque es la única vez que tienen esa conexión espiritual durante el día. Atesoren por favor esas oportunidades y dediquen tiempo a esas personas.
La sanación se logra mediante el Salvador, que “descendió debajo de todo”20 para que pudiera saber “según la carne… cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos”21.
Piensen en la ocasión en la que Jesús alimentó a los cinco mil con los pocos pescados y panes del almuerzo de un joven y luego subió a la montaña para orar solo. Sus discípulos se embarcaron en el mar de Galilea y, a medida que avanzaba la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el agua. Al verlo, “dieron voces de miedo”22 y Él les dijo: “¡Tened ánimo! ¡Yo soy, no tengáis miedo!”23.
Cuando Pedro valientemente saltó por el costado del bote esa noche al llamado del Señor y comenzó a caminar sobre el agua, se llenó de buen ánimo hasta que miró hacia abajo y vio el mar agitado y tempestuoso. Entonces clamó de miedo.
Jesús se acercó a él no con burla, sino con compasión. Moroni describe nuestra propia vacilación así: “Cristo te anime, y sus padecimientos y muerte… y su misericordia y longanimidad, y la esperanza de su gloria y de la vida eterna, reposen en tu mente para siempre”24.
Él nos estaba hablando a todos nosotros porque todos, hermanos y hermanas, estamos en el agua.
En otro lugar del Nuevo Testamento, un grupo se reunió alrededor de un “paralítico tendido en una cama”25. El Señor Jesús miró al hombre herido, sintió la fe de quienes lo rodeaban, y dijo: “Ten ánimo”26.
En esta última dispensación, Jesucristo habló a través de José Smith a Sus siervos que habían salido en misiones y se enfrentaban a peligros y calamidades, diciendo: “Sed de buen ánimo, hijitos, porque estoy en medio de vosotros”27.
José Smith vio en visión a los apóstoles en su misión en Inglaterra, “de pie, juntos, formando un círculo, muy fatigados, con los vestidos hechos pedazos y los pies hinchados, con la mirada hacia el suelo, y Jesús estaba en medio de ellos, mas no lo vieron. El Salvador los contempló y lloró”28.
¿Pueden ver el modelo? El poder habilitador de Cristo se manifiesta en la simplicidad de que Él siempre está disponible, siempre. Pase lo que pase, Él estará con nosotros, nos consolará, y nos sanará si acudimos a Él y aprovechamos Su poder para salvarnos. Muy a menudo, Él sana el corazón herido. ¿Y cómo sucede, preguntamos? Por el poder de la Expiación que ejercitamos en nuestras vidas hoy, no al final, antes del juicio final, sino cada día al procurar ser como Él, amar lo que Él ama y seguir a Sus profetas escogidos.
Cuando estudio la Expiación, trato de imaginar el estado miserable de las cosas alrededor del Salvador cuando se arrodilló en el jardín de Getsemaní. Y Él oró “diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”29. Sobre Sus padecimientos, Él dijo: “… cuán dolorosos no lo sabes; cuán intensos no lo sabes; sí, cuán difíciles de aguantar no lo sabes”30. Nuestros jóvenes necesitan entender esa profunda declaración.
“Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle”31.
En Su necesidad, tomando el peso de todos nuestros pecados sobre Él, nuestros días difíciles, nuestras debilidades y decepciones, se le apareció un ángel para consolarlo. En sus tribulaciones, hermanos y hermanas, el Señor ha proporcionado “ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”32. Queridos maestros, ustedes pueden ser ese ángel.
En la Última Cena, el Salvador había dado claridad a Su misión y había prometido paz, al decir: “En el mundo tendréis aflicción. Pero confiad; yo he vencido al mundo”33. Él estaba tan seguro de lo que le esperaba, tan seguro del papel que jugaría en la ejecución del gran Plan de Salvación que alentó a sus discípulos: “Sed de buen ánimo”.
El élder Neal A. Maxwell observó: “La inimaginable agonía de Getsemaní estaba a punto de descender sobre Jesús; la traición de Judas era inminente. Luego vendría el arresto y el juicio de Jesús; la dispersión de los Doce como ovejas; la terrible flagelación del Salvador; el juicio injusto; el clamor de la muchedumbre por Barrabás en lugar de Jesús; y luego la terrible crucifixión en el Calvario. ¿Por qué había que alegrarse? Tal como había dicho Jesús: ¡Él había vencido al mundo! La Expiación estaba a punto de ser una realidad. La resurrección de toda la humanidad estaba asegurada. “La muerte se habría de eliminar; Satanás no había logrado detener la Expiación”34.
Podemos enseñar la verdad que mencionó el presidente Russell M. Nelson: “Sin la infinita Expiación de nuestro Redentor, ninguno de nosotros tendría esperanza de alguna vez regresar a nuestro Padre Celestial. Sin Su resurrección, la muerte sería el fin. La Expiación de nuestro Salvador hizo que la vida eterna fuese una posibilidad y la inmortalidad una realidad para todos”35.
Reflexionen en cómo pueden inculcar en el corazón de sus alumnos la fortaleza del Salvador, Su amor por todos nosotros y el respeto por el propósito divino del Padre. Oren para ayudarles a saber que la expiación de Jesucristo es para ellos y lo que eso significa en sus vidas tan complejas.
Fomenten el servicio en el reino de Dios que trae consigo el Espíritu de Dios.
Habiendo servido y dirigido el Departamento de Templos de la Iglesia por algunos años, me deleito en asistir al templo y ver las filas de hombres jóvenes y mujeres jóvenes que van al templo para hacer bautismos por los muertos. A medida que hacen hincapié en el poder del templo en su enseñanza, están reforzando esta gran oportunidad de que deben llegar a conocer a Jesucristo, saber que Él es la fuente de su “buen ánimo”.
Agradezco el número cada vez mayor de jóvenes adultos jóvenes recién investidos que sirven como obreros del templo. Vestidos de blanco, en un ambiente sereno y pacífico, se encuentran en tierra santa y dan testimonio de Él, que fue, que es, y que ha de venir36. Nuestro servicio al Señor en el templo es, de verdad, una manera singular de sentir al Salvador cerca.
Animen a sus alumnos a que siempre tengan una recomendación para el templo vigente, de uso limitado o regular, según su edad y las circunstancias, y luego que compartan sus sentimientos acerca de estar en el templo, de la revelación y la inspiración que se reciben a medida que van más allá de esta vida a “las [cosas] de [una] mejor”37, sirviendo a aquellos que no pueden realizar las ordenanzas por sí mismos.
El querido presidente Nelson ha dicho: “Si centramos nuestra vida en el Plan de Salvación de Dios… y en Jesucristo y Su Evangelio, podemos sentir gozo independientemente de lo que esté sucediendo —o no esté sucediendo— en nuestra vida”38.
Cuando fui ordenado Apóstol, el querido presidente Monson declaró que debía ser un testigo especial del nombre de Jesucristo en todo el mundo. No tomé ese mandato a la ligera. Escudriñé las Escrituras, ubicando al Señor por Sus nombres y títulos. Todos estos que voy a compartir con ustedes son de versículos de las Escrituras que nos recuerdan nuestra esperanza que hay en Él. Él es:
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La esperanza de Israel39.
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La estrella resplandeciente de la mañana40.
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El Buen Pastor41.
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Consejero42.
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Príncipe de paz43.
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El Libertador44.
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La Luz del mundo45.
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Sumo sacerdote de las cosas buenas por venir46.
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Poderoso para salvar47.
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El que tiene todo poder48.
La influencia, la huella y el alcance de Cristo lo abarcan todo. Él está allí cuando vacilamos y nos esforzamos por avanzar. Y si tropezamos, Su “luz que brilla en las tinieblas”49 —otro de Sus nombres— resplandece más que nunca. Él nos ama en nuestras horas más brillantes y en las más oscuras.
Ser un discípulo de Jesucristo no da lugar a conjeturas; Su sendero está bien marcado por Sus pasos. A medida que lo seguimos, llegamos a amar lo que Él ama. A medida que renovamos nuestros convenios con Él cada semana al participar de la Santa Cena, crecemos en la comprensión de Él como el Redentor del mundo50, el Espíritu de verdad51, el Verbo52.
Enseñen a sus alumnos el poder de la Santa Cena, especialmente a aquellos que vacilan y que dan por sentado esta preciada ordenanza. Permitan que la bendición de la Santa Cena, la de “siempre… tener su Espíritu [con nosotros]”53 sea algo de lo que hablen para que el poder de sanación de Jesucristo, mediante Su expiación, sea real.
Además, el Salvador se refirió a Sí mismo a través de todas las declaraciones que revelaron tanto Su naturaleza divina como Sus funciones eternas, como estas:
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“… quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios”54.
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“… puedo haceros santos”55.
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“… [hago] la voluntad del Padre”56.
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“Yo, el Señor… me deleito en honrar a los que me sirven”57.
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“… mi gracia os es suficiente”58.
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“… en mí tendrás paz”59.
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“No temáis… porque sois míos”60.
Queridos amigos, hermanos y hermanas, ese es el Salvador que conozco, que amo y venero con todo mi corazón. Desde lo más profundo de mi alma doy testimonio de él y de Su bondad y misericordia. Él ha prometido: “… porque sois mis amigos y tendréis una herencia conmigo”61.
En realidad, hermanos y hermanas, Jesucristo es siempre la respuesta. Al comprender Su misión y Su evangelio, nuestro amor por Él, y nuestra creencia y confianza en Él nos dan fortaleza.
Helamán lo describe bien: “… recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento, para que cuando el diablo lance sus impetuosos vientos, sí, sus dardos en el torbellino, sí, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azoten, esto no tenga poder para arrastraros al abismo de miseria y angustia sin fin, a causa de la roca sobre la cual estáis edificados, que es un fundamento seguro, un fundamento sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán”62.
Les dejo mi bendición de que puedan sentir el amor del Señor en su vida y que ustedes ayuden a sus alumnos a sentir lo mismo. Los bendigo para que tengan esperanza y para que sean “de buen ánimo” para que el Espíritu del Señor pueda permanecer con ustedes, inspirarlos y elevarlos. Los bendigo para que escuchen a sus alumnos, para que perciban lo que ellos no pueden expresar tan bien como quisieran, y que tengan la inspiración para saber lo que el Señor quiere que hagan. Bendigo a sus familias y a sus respectivos cónyuges. Espero que todos sepan del respeto, la confianza y el amor que mis compañeros y yo tenemos por ustedes y la importante labor que realizan para llevar almas a Jesucristo. Y que sientan que el Señor está a su lado mientras dan testimonio de Él, el Salvador del mundo. Jesucristo es siempre la respuesta.
En el nombre de Jesucristo. Amén.
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