“La Navidad es amor semejante al de Cristo”
¡Feliz Navidad a todos! Es una época mágica del año en la que suceden milagros, se ablandan corazones y el amor puro de Cristo se siente y experimenta como en ninguna otra época del año. Es cuando celebramos el nacimiento de Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios en la carne. A nuestro alrededor vemos representaciones de las humildes circunstancias del nacimiento de Jesús: un establo con animales, una virgen hermosa y joven, un esposo preocupado y compasivo y, sobre todo, un pequeño bebé, distinto a cualquier otro bebé nacido en la tierra. El presidente Gordon B. Hinckley citó en una ocasión a E. T. Sullivan, quien dijo: “Cuando Dios quiere hacer una obra grande o remediar un gran mal en el mundo, lo hace de una manera muy curiosa; no provoca grandes terremotos ni envía rayos. En lugar de ello, hace que nazca un niño indefenso… entonces Él espera. Los terremotos y los rayos no son las fuerzas mayores en el mundo. Las fuerzas más poderosas del mundo son los niños”1.
Observen la gran paciencia que Dios el Padre tiene al dejar que se desarrolle el plan que tiene para Sus hijos. El Salvador del mundo no vino a la tierra con una gran muestra de poder y majestuosidad, Él vino como un niño indefenso. El niño Jesús fue por supuesto “una fuerza poderosa del mundo”; no obstante, nació en un modesto establo y Su cama fue un pesebre con paja. “Por medio de él y de él los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios”2. Sin embargo, según la tradición, Él compartió el lugar en el que nació con ovejas y bueyes. Llegaría a ser el Salvador de toda la humanidad, y a pesar de ello, no hubo lugar en el mesón para Su madre y su ansioso esposo. Él es el Redentor de todos nosotros, y aún así, los primeros en ir a verlo fueron humildes pastores. Hay mucho en torno a lo que ocurrió entonces, lo cual podemos meditar y considerar con asombro.
Para mí, uno de los grandes milagros del relato de la Navidad es el amor que refleja. Primero, está el amor que nuestro Padre Celestial tiene por Sus hijos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”3. Ése es el amor que el Salvador siente por cada uno de nosotros. “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos”4. El amor de Dios se ha descrito como: “el amor más fuerte, más noble”5 “y el de mayor gozo para el alma”6. Ese espíritu de amor e interés parece ser particularmente fuerte durante la época navideña.
Hace unos años, una de nuestras hijas vivía en Connecticut. Una noche, asistió a una reunión de la Sociedad de Socorro en la cual se invitó a todas a contar un relato de la vida de uno de sus antepasados. Ella escuchó el relato de una hermana de nombre Donna que tuvo gran significado para su familia a lo largo de los años y que tenía que ver con un pequeño acto de bondad hecho durante la Navidad. Mi hija se sorprendió al escuchar que el nombre de la persona que había mostrado bondad era el de su propio tatarabuelo. Fue una dulce experiencia cuando nuestra hija y Donna compartieron notas después de la reunión y vieron la influencia que sus antepasados habían tenido en la vida de ellas.
Con el permiso de Donna, quisiera narrar una parte de su relato. Tuvo lugar en un pequeño poblado de Utah en diciembre de 1901 y se trata de una familia compuesta de la madre, el padre y ocho hijos. Había sido un año difícil debido a que uno de los hijos estaba mal de salud, lo cual agotó los recursos de la familia y la energía de la madre. En Nochebuena, la madre dijo a sus emocionados hijos que Papá Noel no iba a llegar ese año. Ella simplemente no había podido administrar el dinero ni su energía para hacer algo para darles a sus hijos en Navidad. Los hijos mayores aún tenían esperanzas y el mayor de ellos comenzó a colgar medias en la repisa. Su madre le dijo con tacto que Santa no iba a llegar, pero el chico insistió en que ella estaba equivocada. Finalmente, la madre sugirió que en lugar de colgar medias pusieran un plato para cada integrante de la familia sobre la mesa. Eso dio a los hijos la tranquilidad de que recibirían algo y se fueron a dormir.
En la mañana de Navidad, los niños se despertaron, se vistieron y se dirigieron con ansiedad al comedor para ver sus regalos. En sus platos encontraron un enorme pepinillo en vinagre. Los ojos se les llenaron de lágrimas de desilusión y regresaron a su habitación para que nadie se diera cuenta de su llanto. Su madre se enteró y les dijo: “Niños, no tenía ninguna otra cosa y no soportaba la idea de dejar vacíos sus platos”. La voz se le quebró, pero continuó con valentía: “Tenemos mucho que agradecer”. El padre se unió a la conversación y les recordó que habían sido bendecidos con muchas cosas, como una familia amorosa, la mejor salud de la que gozaban los que habían estado enfermos y la comida que tenían en la mesa. El espíritu se les levantó a medida que comenzaron a celebrar el día. El hijo mayor golpeó la mesa y se sorprendió al encontrar diez centavos cerca de su plato. Estaba convencido de que Papá Noel había llegado y les había dejado diez centavos para comprar dulces. Se puso el abrigo y salió corriendo.
Todas las tiendas estaban cerradas; sin embargo, Jed Stringham, quien regentaba la tienda de comestibles del pueblo, vivía al lado de la tienda. El muchacho llamó a la puerta de Jed y se disculpó por molestarlo en el día de Navidad, pero le explicó que Papá Noel les había dejado diez centavos y que tenía la esperanza de que el hermano Stringham abriría su tienda para venderle dulces para sus hermanos menores.
Jed respondió: “Por supuesto; ven conmigo”. Cuando el chico llegó a casa, llevaba una enorme bolsa y con emoción explicó que el hermano Stringham había puesto una cucharada de cada bandeja de dulces, desde caramelos duros hasta de los mejores. Se la dio y le dijo: “Lleva estos diez centavos de dulces a casa para los niños y cómete algunos tú también”. Era obvio que Jed Stringham había sido muy generoso y que le había dado mucho más que diez centavos de dulces. Hubo suficiente para el deleite de todos los niños. Los hijos recuerdan que su madre dijo: “Que Dios bendiga al hermano Stringham”. Lo que él hizo no fue un sacrificio enorme y requirió poco esfuerzo, pero el relato de la moneda milagrosa de diez centavos y los dulces del hermano Stringham fue de suficiente importancia para la familia y se ha contado una y otra vez en la familia de Donna durante años7. A veces, las cosas pequeñas son las que tienen más significado.
Cuando nuestra hija Emily escuchó el relato, reconoció el nombre de Jed Stringham, quien fue su tatarabuelo, y se sintió conmovida por el hecho de que no sólo abrió la tienda sino también su corazón con ese sencillo acto de bondad en esa memorable mañana de Navidad. Nuestra familia nunca había escuchado ese relato y ahora nos sentimos bendecidos porque hemos recibido una copia, la cual pasará a ser parte de nuestra historia familiar. Nos recuerda a ambos lados de nuestra familia que aquellos que han hecho convenios de ser testigos del Salvador del mundo siempre deben esforzarse por ser generosos con su tiempo y sus medios para bendecir la vida de los que les rodean, sobre todo en Navidad, cuando el corazón de los hijos y los padres está más sensible.
El espíritu de la Navidad nos hace ser más caritativos, considerados y amables. En las Escrituras se nos enseña que: “toda cosa que invita a hacer lo bueno, y persuade a creer en Cristo, es enviada por el poder y el don de Cristo, por lo que sabréis, con un conocimiento perfecto, que es de Dios”8. Ese sentimiento que invita hasta al alma del más cascarrabias a mostrar bondad fraternal en la época navideña, proviene de Dios. ¿Cuánto más amor y compasión tienen en esta época los que ya procuran llegar a ser como el Salvador? El espíritu de la Navidad es amor semejante al de Cristo. La manera de aumentar el espíritu de la Navidad es tender la mano con generosidad a los que nos rodean y dar de nosotros. Los mejores regalos no son cosas materiales, sino los regalos como escuchar, mostrar bondad, recordar, visitar, perdonar y dar tiempo. De mi bisabuelo Stringham he aprendido que, a veces, son los actos pequeños y sencillos los que tienen un mayor impacto.
Al celebrar en esta época el nacimiento de Jesucristo, celebremos también todo lo que simboliza Su nacimiento, en particular el amor. Si vemos pastores, recordemos ser humildes. Si vemos reyes magos, recordemos ser generosos. Si vemos la estrella, recordemos que es la luz de Cristo la que da vida y luz a todas las cosas. Si vemos a un bebé, recordemos amar incondicionalmente, con ternura y compasión. Que podamos abrir la puerta de nuestro corazón y tender la mano a los que viven en soledad, en el olvido o que son pobres de espíritu. Al contemplar el ejemplo y el sacrificio infinito del Salvador, consideremos la forma en que podamos ser más semejantes a Cristo en nuestra relación con nuestros familiares y amigos, no sólo en esta época, sino durante todo el año.
Ruego que estemos llenos del espíritu y del amor de esta época navideña. Testifico que tenemos un Padre Celestial amoroso cuyo plan de felicidad para nosotros es la máxima expresión de amor. Que podamos recordar que, en su momento, nos regocijamos9 al comprender ese plan. Testifico que Jesucristo, cuyo nacimiento y misión honramos y celebramos, es la luz del mundo, nuestro Salvador y Redentor, nuestra esperanza, nuestra ancla y el autor de nuestra salvación. Hay un gozo singular en ese conocimiento. Que todos podamos sentir en abundancia el amor del Salvador en esta época navideña, en el nombre de Jesucristo. Amén.