La Apostasía Y La Restauración
“El objetivo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es ayudar a todos los hijos de Dios a comprender su potencial y a alcanzar su mas elevado destino.”
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tiene muchas creencias en común con otras iglesias cristianas, pero también tenemos diferencias, y son esas diferencias las que explican por que enviamos misioneros a otros cristianos, por que edificamos templos, además de las capillas, y por que nuestras creencias nos brindan tanta felicidad y fortaleza para hacer frente a las dificultades de la vida y de la muerte. Deseo hablar en cuanto a algunas de las importantes aportaciones que hace nuestra doctrina a la fe cristiana. Mi tema es la Apostasía y la Restauración.
El año pasado, unos arqueólogos descubrieron un fuerte romano y una ciudad en el Sinaí, cerca del Canal de Suez. Pese a que en una época fue una ciudad importante, el sitio había quedado enterrado por las arenas del desierto y su existencia había quedado en el olvido durante cientos de años (véase “Remains of Roman Fortress Emerge from Sinaí Desert”, Deseret News, 6 de octubre de 1994, pág. A-20) .
Descubrimientos como este contradicen la suposición común de que el conocimiento aumenta con el paso del tiempo. De hecho, en algunos asuntos, el conocimiento general del hombre pasa por un período de regresión a medida que algunas verdades importantes se tergiversan, se dejan de lado, e incluso hasta caen en el olvido. Por ejemplo, en muchos respectos, los indios americanos sabían cómo vivir mas en armonía con la naturaleza que nuestra sociedad contemporánea. De igual forma, los artistas y artesanos de la actualidad no han podido recobrar algunas técnicas y materiales del pasado, como es el caso con el barniz del violín Stradivarius.
Seríamos mucho mas sabios si pudiéramos recuperar el conocimiento de cosas importantes que se han tergiversado, dejado de lado u olvidado; es to se aplica también al conocimiento religioso y explica la necesidad de la restauración del evangelio que nosotros proclamamos.
Cuando se le pidió a José Smith que aclarara los puntos principales de nuestra fe, escribió lo que ahora conocemos como los Artículos de Fe. El primero de ellos declara: “Nosotros creemos en Dios, el Eterno Padre, y en Su Hijo, Jesucristo y en el Espíritu Santo”. Mas tarde, el Profeta dijo que entre “los primeros y sencillos principios del evangelio” se incluye el de “conocer con certeza el carácter de Dios” (véase Liahona de enero de 1987, pág. 51). Debemos empezar por conocer la verdad con respecto a Dios y a nuestra relación con El. Todo lo demás se deriva de ese concepto .
Junto con las demás denominaciones cristianas, creemos en una Trinidad compuesta del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; sin embargo, testificamos que estos tres miembros de la Trinidad son tres seres distintos y separados. También testificamos que Dios el Padre no es sólo un espíritu sino una persona glorificada, con un cuerpo tangible, como lo es Su Hijo resucitado, Jesucristo.
Cuando por primera vez los profetas dieron a conocer al hombre las enseñanzas que actualmente tenemos en la Biblia, estas “eran claras y puras, y las mas preciosas y fáciles para el entendimiento” (1 Nefi 14:23). Aun en la versión traducida que tenemos hoy día. el lenguaje de la Biblia confirma que Dios el Padre y Su Hijo resucitado, Jesucristo, son seres tangibles y separados. Para mencionar sólo dos de las muchas enseñanzas similares: la Biblia declara que el hombre fue creado a la imagen de Dios y describe a tres miembros separados de la Trinidad que se manifestaron en el momento del bautismo de Jesús (véase Génesis 1:27; Mateo 3:13-17).
En contraste, muchos cristianos rechazan la idea de un Dios tangible y de una Trinidad compuesta de tres seres separados. Creen que Dios es espíritu y que la Trinidad es un solo Dios. De acuerdo con nuestro punto de vista, esos conceptos son evidencia de una separación de la verdad que llamamos la Gran Apostasía.
Opinamos que los conceptos que se manifiestan en declaraciones no relacionadas con las Escrituras, tales
como “el incomprensible misterio de Dios” y “el misterio de la Santa Trinidad” se atribuyen a las ideas de la filosofía griega. Esos conceptos filosóficos transformaron el cristianismo en los primeros siglos posteriores a la muerte de los Apóstoles. Por ejemplo, los filósofos de aquel entonces afirmaban que la materia física era diabólica y que Dios era un espíritu, sin sentimientos ni pasiones. A la gente que creyó y aceptó esas enseñanzas, incluso los eruditos que llegaron a ser prominentes conversos al cristianismo, se le hacia muy difícil aceptar las enseñanzas básicas de los primeros días del cristianismo: un Hijo Unigénito que dijo que había sido hecho a la imagen misma de Su Padre Celestial y que enseñó a Sus seguidores que fueran uno, como El y Su Padre eran uno, y un Mesías que murió en la cruz y mas tarde apareció a Sus discípulos como un ser resucitado de carne y huesos.
El conflicto entre el mundo especulativo de la filosofía griega y la fe y las practicas simples y literales de los primeros cristianos produjo severas contenciones que amenazaron ensanchar las divisiones políticas del fragmentado Imperio Romano. Esto llevó al emperador Constantino a convocar el primer concilio mundial de la iglesia en el año 325 d. de ].C. La decisión de este concilio de Nicea permanece como el acontecimiento singular mas importante, después de la muerte de los Apóstoles, en lo que respecta a la definición del concepto cristiano de la Trinidad. El Credo de Nicea borró la idea de los seres separados de Padre e Hijo, al definir a Dios el Hijo como “una substancia con el Padre”.
Hubo concilios posteriores, y de sus decisiones, y de los escritos de religiosos y filósofos, surgió una síntesis de la filosofía griega y de la doctrina cristiana unidas, en la que los cristianos ortodoxos de esa época perdieron la plenitud de la verdad con respecto a la naturaleza de Dios y de la Trinidad. Las consecuencias de ello persisten en los varios credos cristianos que declaran una Trinidad de un solo ser y que describen a ese ser solo, o Dios, como “incomprensible” y “sin cuerpo, partes o pasiones”. Una de las características que distinguen a la doctrina de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el rechazo de todos esos credos postbíblicos (véase de Stephen E. Robinson, Are Mormons Christians?, Salt Lake City: Bookcraft, 1991; Encyclopedia of Mormonism, ed. por Daniel H. Ludlow, 4 tomos, Nueva York: Macmillan Publishing Co., 1992: “Apostasy”, “Doctrine”, “God the Father” y “Godhead”).
En el proceso al que llamamos Apostasía, el Dios personal y tangible que se describe en el Antiguo y
en el Nuevo Testamento fue reemplazado por la deidad abstracta e incomprensible formulada al transigir con los principios especulativos de la filosofía griega. Se retuvo el lenguaje original de la Biblia, pero los así llamados “significados ocultos” se explicaron entonces en el vocabulario de una filosofía ajena a sus origines. En el lenguaje de esa filosofía, Dios el Padre cesó de ser un Padre en cualquier sentido, menos en el alegórico; dejó de existir como un Personaje comprensible y compasivo. Y la identidad separada de Su Hijo Unigénito quedó enterrada en una abstracción filosófica que trató de definir una substancia común y una relación incomprensible.
Por cierto que estas descripciones de una filosofía religiosa son poco diplomáticas, pero me apresuro a aclarar que los Santos de los Últimos Días no aplicamos esa critica a los hombres y las mujeres que profesan tales creencias. Creemos que la mayoría de los lideres y discípulos religiosos son creyentes sinceros que aman a Dios y lo entienden y le sirven de la mejor manera posible. Estamos en deuda con los hombres y las mujeres que mantuvieron viva la luz de la fe y del aprendizaje a través de los siglos, hasta el presente. Todo lo que tenemos que hacer es poner en contraste la luz amortiguada que reina entre la gente que no esta familiarizada con los nombres de Dios y de Jesucristo, para apreciar la gran contribución de los maestros cristianos a través de las edades. Les honramos como siervos de Dios.
Luego vino la Primera Visión. Un joven sin educación básica, en busca del conocimiento de la fuente suprema, vio a dos Personajes de un fulgor y gloria indescriptibles, y oyó a uno de ellos decir, mientras señalaba al otro: “Este es mi Hijo Amado. ¡Escúchalo!” (José Smith-Historia 1:17.) La enseñanza divina de esa visión dio comienzo a la restauración de la plenitud del Evangelio de Jesucristo. Dios el Hijo dijo al joven Profeta que todos los “credos” de las iglesias de ese día “eran una abominación a su vista” (v. l9). Afirmamos que esta declaración divina fue una condena de los credos, no de los fieles seguidores que creían en ellos. La Primera Visión de José Smith demostró que los conceptos que prevalecían con respecto a la naturaleza de Dios y de la Trinidad no eran verdaderos y que no podrían conducir a sus adherentes al destino que Dios deseaba para ellos. Después de recibir Escrituras y revelaciones modernas, este Profeta contemporáneo declaró:
“El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre; así también el Hijo; pero el Espíritu Santo no tiene un cuerpo de carne y huesos, sino es un personaje de Espíritu …” (D. y C. 130:22).
Esta creencia no significa que afirmemos poseer la suficiente madurez espiritual como para comprender a Dios; ni tampoco comparamos nuestros cuerpos mortales imperfectos con Su ser inmortal y glorificado. Pero en cambio, podemos entender lo que El ha revelado sobre Si mismo y sobre los otros miembros de la Trinidad. Y ese conocimiento es esencial para comprender el propósito de la vida terrenal y de nuestro destino eterno como seres resucitados después de esta vida.
En la teología de la Iglesia restaurada de Jesucristo, el propósito de la vida terrenal es prepararnos para lograr nuestro destino como hijos de Dios: llegar a ser como El. Tanto José Smith como Brigham Young enseñaron que “ningún hombre … puede llegar a conocerse a si mismo a menos que conozca a Dios, y no puede conocer a Dios a menos que se conozca a si mismo” (en Joumal of Discourses, 16:75; véase también The Words of Joseph Smith, ed. por Andrew F. Ehat y Lyndon W. Cook, Provo: Religious Studies Center, Brigham Young University, 1980, pág. 340).
La Biblia describe a los mortales como “hijos de Dios” y como “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:16-17). También declara que “padecemos juntamente con el, para que junta. mente con el seamos glorificados” (Romanos 8:17), y que “cuando el se manifieste, seremos semejantes a el” (1 Juan 3:2). Nosotros tomamos estas enseñanzas de la Biblia en forma literal; creemos que el propósito de la vida terrenal es adquirir un cuerpo físico y que, por medio de la expiación de Jesucristo y de la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio, podemos cumplir con los requisitos para obtener el estado celestial, glorificado y resucitado, llamado exaltación o vida eterna.
Como otros cristianos, nosotros también creemos en un cielo o paraíso y un infierno después de la vida mortal; pero, para nosotros, esa división en dos partes de los justos y de los inicuos es sólo temporaria, mientras los espíritus de los muertos esperan la resurrección y el juicio final. Los destinos que le siguen al juicio final son bastante diversos. Nuestro conocimiento restaurado de la separación de los tres miembros de la Trinidad nos proporciona una clave para entender la diversidad de la gloria de la resurrección.
En su juicio final, se asignara a los hijos de Dios a un reino de gloria, conforme a la obediencia que hayan demostrado. En sus epístolas a los Corintios, el apóstol Pablo describió esos lugares. Habló de una visión en la que “fue arrebatado hasta el tercer cielo … donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2 Corintios 12:2, 4). Con respecto a la resurrección de los muertos, describió “cuerpos celestiales”, “cuerpos terrenales” ( 1 Corintios 15:40) y “cuerpos telestiales” (Traducción de José Smith, 1 Cor. 15:40), cada uno de los cuales correspondía a un grado diferente de gloria. Comparó esas diferentes glorias con el sol, la luna y las diversas estrellas (véase 1 Corintios 15:41).
Mediante la revelación moderna aprendemos que estos tres diferentes grados de gloria tienen una relación particular con los tres diferentes miembros de la Trinidad.
El grado mas bajo es la esfera telestial de aquellos que ‘no recibieron el evangelio, ni el testimonio de Jesús, ni a los profetas” (D. y C. 76:101) y que habrán tenido que sufrir por su iniquidad. Sin embargo, aun ese reino tiene una gloria que “sobrepasa todo entendimiento” (D. y C. 76:89). Sus ocupantes recibirán al Espíritu Santo y la ministración de ángeles, porque aun los que hayan sido inicuos, al final serán “herederos de [este grado de] salvación” (D. y C. 76:88).
El grado de gloria que le sigue, el terrestre, “excede a la gloria de lo telestial en todas las cosas, si, en gloria, en poder, en fuerza y en dominio” (D. y C. 76:91). La gloria terrestre sera morada de aquellos que fueron los “hombres honorables de la tierra” (D. y C. 76:75). Su característica mas importante es que los que sean merecedores de la gloria terrestre “reciben de la presencia del Hijo” (D. y C. 76:77). Los conceptos que son familiares para todos los cristianos podrían comparar este reino mas elevado con el cielo, debido a que contara con la presencia del Hijo.
En contraste con la cristiandad tradicional, nos unimos a Pablo al afirmar la existencia de un tercer o mas alto cielo. La revelación moderna lo describe como el reino celestial, o sea, la morada de aquellos “cuyos cuerpos son celestiales, cuya gloria es la del sol, si, la gloria de Dios” (D. y C. 76:70). Los que se hagan merecedores de este reino de gloria “moraran en la presencia de Dios y su Cristo para siempre jamas” (D. y C. 76:62). Los que hayan llenado los requisitos mas elevados para merecer este reino, entre los que se incluyen la fidelidad a los convenios hechos en el templo de Dios y el casamiento por la eternidad, serán exaltados al estado de dioses, que se conoce como la “plenitud” del Padre o la vida eterna (D. y C. 76:56, 96; véase también D. y C. 131, 132:19-20). (Este destino de vida eterna o vida de Dios tendría que resultarles familiar a los que hayan estudiado la antigua doctrina cristiana de la deificación.) Para nosotros, la vida eterna no es una unión mística con un Dios-espíritu incomprensible. La vida eterna es una vida de familia, con un amoroso Padre Celestial, en compañía de nuestros progenitores y de nuestra posteridad.
La teología del Evangelio restaurado de Jesucristo es general, universal, misericordiosa y verdadera. Después de la experiencia indispensable de la vida terrenal, todos los hijos de Dios serán resucitados un día para ir a un reino de gloria. Los justos-sea cual fuere su afiliación o creencia religiosa-irán al final a un reino de gloria mas maravilloso de lo que cualquiera de nosotros se pueda imaginar. Incluso los inicuos, o casi todos ellos, irán finalmente a un magnifico reino de gloria, aunque menor. Todo eso ocurrirá debido al amor de Dios por Sus hijos y gracias a la expiación y resurrección de Jesucristo, “que glorifica al Padre y salva todas las obras de sus manos” (D. y C. 76:43).
El objetivo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es ayudar a todos los hijos de Dios a comprender su potencial y a alcanzar su mas elevado destino. La Iglesia existe para proporcionar a los hijos de Dios los medios para entrar en el reino celestial y lograr la exaltación. Esta es una religión centrada en la familia, tanto en la doctrina como en la practica. El conocimiento que tenemos de la naturaleza y el propósito de Dios, el Eterno Padre, explica nuestro destino y la relación que tendremos en Su familia eterna. Nuestra teología empieza con padres eternos; nuestra mayor aspiración es llegar a ser como ellos. En el plan misericordioso del Padre, todo esto se hace posible mediante la expiación del Unigénito del Padre, nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Los padres terrenales participamos en el plan del evangelio al proveer cuerpos mortales para los hijos espirituales de Dios. La plenitud de la salvación eterna es una meta que concierne a toda la familia.
Es la realidad de esas posibilidades gloriosas lo que nos hace proclamar nuestro mensaje de la cristiandad restaurada a toda la gente, incluso a los buenos y activos cristianos de otras creencias. Esa es la razón por la que edificamos templos. Esta es la fe que nos da fortaleza y gozo para enfrentar los problemas de la vida terrenal. Ofrecemos estas verdades y oportunidades a toda la gente, y testifico de su veracidad, en el nombre de Jesucristo. Amen.