1990–1999
Un Convenio De Amor
Abril 1995


Un Convenio De Amor

“Debido a nuestra relación con El, podemos brindarnos luz y ternura el uno al otro y retener nuestras almas eternamente.”

Porque los montes se moverán, y lbrantará dijo Jehová …” (Isaías 54:10; véase también 3 Nefi 22:10).

Este tipo de lenguaje bíblico me causa maravilla y de nuevo me inunda con la certeza del amor de Dios y de la importancia que tenemos para El. ¿Acaso habló El de esa manera a nuestras inteligencias en el concilio que se llevó a cabo hace mucho tiempo, cuando entendíamos lo suficiente para decidiros a seguir a Cristo? Sin duda, fue en aquel entonces, en la vida preterrenal, que empezamos a hacer nuestra parte por establecer con nuestro Salvador una relación que se basa en convenios y que es tan vital para nuestra vida eterna. Pienso que en aquella etapa tomamos la decisión de dejarnos guiar, igual que lo necesitamos ahora, por el amor que el Señor siente por nuestra naturaleza divina y única. La decisión que tomamos en aquel entonces fue de suma importancia. Ahora, cuando enfrentamos decisiones y dilemas, podemos recurrir nuevamente a esa misma fuente a fin de que nos de valor para seguir adelante en nuestra jornada por la vida.

“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41: 10).

De las muchas bendiciones que he recibido por medio de mi conocimiento del Evangelio de Cristo, la bendición por la que mas agradecida estoy es la doctrina que nos enseña que nuestra vida aquí tiene un significado eterno y es para la gloria de Dios. Nosotros somos esenciales para que se lleve a cabo Su gran obra. El nos enseña que a medida que recibimos Su luz, podemos hacer que esa luz se refleje en el mundo.

Debemos esforzarnos constantemente por tener esa luz y ese conocimiento como un contrapeso del error y el miedo que caracterizan a este mundo. Todavía hoy vemos a nuestro alrededor las tentaciones que existían en tiempos antiguos, pero ahora se nos presentan de una forma distinta; vemos tentaciones que parecen grandiosas y atractivas, y que, por medio de la tecnología, pueden infiltrarse en dondequiera. Están dirigidas a los jóvenes, a los ingenuos y a los vulnerables; de hecho, están dirigidas a cada uno de nosotros. Vemos que se enseña la violencia en los juegos electrónicos e inclusive nos enteramos de horribles actos violentos que se perpetran en nuestras propias vecindades. En medio del peligro, el amor se enfría y quizás busquemos protegernos con la misma clase de armas con que nos están amenazando. Peor aun, debido al miedo, tal vez tratemos de protegernos el uno del otro en vez de ser una luz y una protección el uno para el otro.

En la traducción que hizo José Smith de la Biblia al idioma inglés, en el capitulo 16 de Mateo, se aclaran algunos puntos que los discípulos de Cristo deben comprender:

“No quebrantéis mis mandamientos para que salvéis vuestra vida; porque todo el que quiera salvar su vida en este mundo, la perderá en el mundo venidero.

“Y todo el que pierda su vida en este mundo por causa de m£, la hallara en el mundo venidero.

“Por tanto, abandonad el mundo, y salvad vuestra alma” Joseph Smith Translation, Mateo 16:27 -29. Traducción libre).

Debemos depender de la luz de Cristo para comprender lo que nos enseñan estos versículos; no obstante, no podemos permitir que el miedo nos prive de la posesión de nuestra propia alma. Esto es lo que dice en la sección 101 de Doctrina y Convenios:

“Por tanto, no temáis ni aun a la muerte; porque en este mundo vuestro gozo no es completo, pero en mi vuestro gozo es cumplido.

“De manera que no os afanéis por el cuerpo, ni por la vida del cuerpo; mas afanaos por el alma y por la vida del alma.

“Y buscad siempre la faz del Señor, para que con paciencia retengáis vuestras almas, y tendréis vida eterna” (D. y C. 101:36-38).

La respuesta del alma se manifiesta cuando percibimos y aceptamos las amorosas promesas que Cristo nos hace. Isaías hizo esta descripción de lo que el Señor ya ha hecho por nosotros:

“Así dice Jehová Dios, Creador de los cielos, y el que los despliega; el que extiende la tierra y sus productos; el que da aliento al pueblo que mora sobre ella, y espíritu a los que por ella andan” (Isaías 42:5).

Luego, Isaías habla de la ternura de Cristo que alimenta nuestra alma y del sentimiento de seguridad que Su amor y bondad infunden en nosotros:

“Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones.

“He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias.

“Cantad a Jehová un nuevo cántico, su alabanza desde el fin de la tierra …” (Isaías 42:6, 9-10).

En el libro de Alma se enseña que el cántico que el Señor nos ha pedido que cantemos es la canción del amor que redime (véase Alma 5:26). Mas adelante, cuando le preguntaron al Salvador en Palestina cual era el primero y grande mandamiento, El dijo sin vacilar:

“… Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.

“Y el segundo es semejante: Amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37, 39).

Estas declaraciones son a la vez claras y extensas y nos indican cómo podemos empezar a participar en el convenio del Señor. Por supuesto, como El nos conoce, no nos pide que hagamos nada imposible.

El amor de Cristo exige un gran cambio en el corazón y gran humildad; exige que nos despojemos del orgullo y de la envidia; exige que no nos burlemos de nuestros hermanos ni persigamos a nadie. Cristo sabia que el hecho de descubrir alguna de esas características en nosotros seria doloroso y que la introspección de por si requeriría un gran esfuerzo de nuestra parte. El dijo:

“… si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti … (Mateo 18:8).

El Señor no sugirió con eso que nos mutiláramos, sino que quiso indicar Su percepción de que el despojarnos de tales faltas podría ser muy doloroso. Después de haber hecho los cambios que sólo nosotros podemos hacer, entonces, por la sangre expiatoria de Cristo, podemos recibir el perdón que sólo El puede ofrecer. El hecho de que debemos hacer cambios para recibir la ayuda del Señor demuestra la alta confianza y el respeto que el Señor tiene por nuestras habilidades. Cualquiera que haya experimentado el amor que el Señor nos brinda sabe del valor que sentimos al cumplir lo que El nos ha confiado y honrarlo buscando Su Espíritu y esforzándonos por vivir rectamente. El también nos ha dicho:

“… No se apartara de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se quebrantara …” (Isaías 54:10; 3 Nefi 22:10) y “… He aquí que yo cimentaré tus piedras con bellos colores, y con zafiros echaré tus cimientos” (3 Nefi 22:11; véase también Isaías 54:11).

Ese lenguaje bíblico capta mi atención. En medio de un mundo atribulado, yo dependo de los convenios que he hecho con el Señor, los cuales son verdaderamente como zafiros y son un tesoro de valor inestimable; por medio de ellos tengo un vínculo eterno con mis seres queridos y con Dios; son los principios y ordenanzas del Evangelio de Jesucristo restaurados, que están al alcance tanto de hombres como de mujeres justos mediante el poder del Santo Sacerdocio de Dios: el bautismo, el don del Espíritu Santo, la Santa Cena y los convenios del templo. Estos son los medios que se nos dan y que libremente hemos escogido para alcanzar la vida eterna.

“Ahora pues, a causa del convenio que habéis hecho, seréis llamados progenie de Cristo, hijos e hijas de el, porque he aquí, hoy el os ha engendrado espiritualmente; pues decís que vuestros corazones han cambiado por medio de la fe en su nombre; por tanto, habéis nacido de el y habéis llegado a ser sus hijos y sus hijas” (Mosíah 5:7).

Gracias a Su gran amor y debido a nuestro deseo de ser guiados por Su luz, formamos, entonces, parte de la familia de Cristo. Por motivo de los convenios que hacemos, recibimos protección de la soledad y la discordia. Debido a nuestra relación con El, podemos brindarnos luz y ternura los unos a los otros y poseer nuestras almas eternamente.

Testifico que es una gran bendición saber estas cosas. Estoy humildemente agradecida por las Escrituras y por el conocimiento que tengo de que Cristo vive y dirige Su Iglesia. Se que El puede vivir en cada uno de nosotros si nos esforzamos por guardar Sus mandamientos, y lo digo humildemente en el nombre del Señor Jesucristo. Amen.