Ellos vendrán
“Con fe constante y amor desmedido, seamos un puente para llegar al corazón de aquellos por quienes trabajamos.”
Hace varios años una película poco usual llenó los teatros de este y otros países. Se llamaba Campo de sueños y se trataba de la historia de un joven que reverenciaba a los jugadores de béisbol de su juventud y, por ese motivo, convirtió una gran parte de su plantación de maíz en un campo de béisbol profesional. La gente se burlaba de el y ridiculizaba su falta de sentido común. La película muestra los muchos desafíos que enfrento para completar su proyecto y tener listo el campo para que lo viera la gente. No fue una labor fácil. Durante períodos de duda con respecto al futuro éxito de su sueno, se alentaba ante las palabras confortantes “Si lo construyes, ellos vendrán”. Y ellos sí vinieron. Miles de viajeros acudieron a ese lugar especial lleno de recuerdos del béisbol.
Últimamente he estado reflexionando en la importancia de edificar puentes que lleguen hasta el corazón de las personas. Pienso en los casi 55.000 misioneros regulares de nuestra fe, asignados en casi todo el mundo, con el mandato divino de enseñar, testificar y bautizar. Suya es la enorme tarea de edificar puentes; el solo pensar en esa tarea inspira admiración. Con el mandato de Dios resonando en sus oídos, con la instrucción del Señor penetrándoles el corazón, avanzan en sus importantes llamamientos. Reflexionan en las palabras del Señor: “Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios”(1).
“Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
“enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”(2).
El año pasado fue el centenario del estado de Utah y muchos embajadores de otros países visitaron nuestro Capitolio y también el Edificio Administrativo de la Iglesia. Muchos también hicieron una gira por el Centro de Capacitación Misional en Provo, Utah Visitaron los salones de aprendizaje y escucharon el testimonio de aquellos que salían a sus respectivos campos de trabajo. Se maravillaron ante el dominio del idioma, la fe y el amor de los misioneros. Un embajador declaró: “En todos los misioneros observé que saben cual es su propósito, sienten el cometido de prepararse y de servir, y tienen un corazón feliz’’.
Esos misioneros avanzan con fe; conocen sus deberes; saben que son un eslabón vital para la gente que encuentren como misioneros y en el proceso de enseñar y testificar que experimentaran al llevar a otra gente la verdad del Evangelio restaurado.
Anhelan encontrar mas gente para enseñar. En oración piden la ayuda esencial que todo miembro puede dar en el proceso que lleva a la conversión.
La decisión de cambiar la vida y acercarse a Cristo quizás sea la mas importante de la vida mortal. Ese cambio tan dramático ocurre diariamente en todo el mundo.
En Alma, capitulo 5, versículo 13, se describe este milagro personal: “Y he aquí… en sus corazones … se efectuó un gran cambio; y se humillaron, y pusieron su confianza en el Dios verdadero y viviente”.
El convenio del bautismo de que habla Alma hace que todos nosotros escudriñemos la sinceridad de nuestra alma: “… y ya que deseáis entrar en el redil de Dios y ser llamados su pueblo, y estáis dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras;
“si, y estáis dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar …
“os digo ahora, si este es el deseo de vuestros corazones, ¿que os impide ser bautizados en el nombre del Señor, como testimonio ante el de que habéis concertado un convenio con el de que lo serviréis y guardaréis sus mandamientos, para que el derrame su Espíritu mas abundantemente sobre vosotros?”(3).
Los estudios que hemos realizado indican que la mayoría de los que abrazan el mensaje de los misioneros han tenido otros contactos con La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días: quizás hayan escuchado el magnifico Coro del Tabernáculo Mormon; quizás hayan leído o visto informes en la prensa acerca de nuestro bien viajado presidente Gordon B. Hinckley y sus hábiles participaciones en entrevistas sobre muchos y variados temas; o quizás solo se trate de que conozcan a una persona que es miembro y a quienes respetan. Nosotros como miembros debemos ser lo mejor que podamos. Nuestra vida debe reflejar las enseñanzas del Evangelio y nuestro corazón y nuestra voz deben estar siempre listos para compartir la verdad.
El hermanamiento de los investigadores debe empezar mucho antes del bautismo. Las enseñanzas de los misioneros necesitan a menudo el segundo testimonio de alguien que recientemente se haya convertido a la Iglesia. Es mi experiencia que tal testimonio, que sale del corazón de alguien que haya pasado por ese gran cambio, produce determinación y cometido. Cuando serví como presidente de misión en el este de Canadá, nos dimos cuenta de que en Toronto, al igual que en la mayoría de las ciudades de Ontario y Quebec, no había falta de ayuda voluntaria para acompañar a los misioneros y para hermanar a los investigadores, darles la bienvenida a las reuniones y presentarlos a los oficiales y miembros del barrio o la rama. El hermanar, el brindar amistad y el reactivar son actividades cotidianas en la vida de los Santos de los Últimos Días.
Todo nuevo converso debe recibir un llamamiento en la Iglesia, porque este mantiene su interés y le da estabilidad y crecimiento. Las tareas pueden ser simples, como la que se le dio a Jacob deJager cuando el y su familia se hicieron miembros en Toronto. El tenía cargos importantes en los negocios, pero su primer llamamiento en la Iglesia fue el de repartir los himnarios. El tomo muy en serio ese primer llamamiento y, recordándolo, dijo “Tenía que estar presente en la Iglesia cada semana, o los himnarios no se distribuirían”. Como ustedes saben, mas tarde el elder deJager sirvió durante muchos años como miembro del Primer Quórum de los Setenta. Aun cuando tuvo muchas responsabilidades que exigían mucho de el como Autoridad General, jamas olvido su primer llamamiento en la Iglesia.
La mano invisible del Señor guía los esfuerzos de los que luchan por aprender y vivir la verdad del Evangelio. Cuando era presidente de misión, recibía una carta semanal de cada uno de los misioneros. Una que me complació mucho la recibí de un joven elder que servía en Hamilton. El y su compañero trabajaban con una amorosa familia, un matrimonio joven con dos hijos pequeños. La pareja pensaba que el mensaje era verdadero y no podían negar su deseo de bautizarse; sin embargo, a la esposa le preocupaban sus padres que vivían lejos en el oeste de Canadá, pensando que los repudiarían a ella y a su esposo por unirse a la Iglesia. Decidió escribir a sus padres en Vancouver, la carta decía mas o menos así:
“Queridos mamá y papá:
“Deseo agradecerles con todo el corazón la bondad, la comprensión y las enseñanzas que me dieron en mi juventud. John y yo hemos encontrado una gran verdad: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Hemos estudiado las charlas y nos bautizaremos el próximo sábado por la tarde. Esperamos que ustedes comprendan, de hecho, esperamos que reciban a los misioneros en su hogar, como nosotros los recibimos en el nuestro”.
La carta se selló con una lágrima, se le puso una estampilla y se envió a Vancouver. El mismo día en que se recibió en Vancouver, el matrimonio de Hamilton recibió una carta de los padres de la esposa, que decía;
“Estamos muy lejos de ustedes; de lo contrario les hablaríamos en persona. Deseamos decirles que los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días han llamado a nuestro hogar y no podemos negar la validez de su mensaje. Hemos puesto como fecha para nuestro bautismo la próxima semana. Esperamos que entiendan y no nos critiquen indebidamente por nuestra decisión. Este Evangelio significa tanto para nosotros y nos ha dado tanta felicidad en nuestra vida, que rogamos que algún día ustedes también deseen aprender mas acerca de el”.
¿Se pueden imaginar lo que sucedió cuando la pareja de Hamilton recibió la carta de los padres de la esposa? Les llamaron por teléfono y se derramaron muchas lágrimas de gozo.
Estoy seguro de que hubo un abrazo de larga distancia entre todos dado que ambas familias se hacían miembros de la Iglesia.
Como ven, nuestro Padre Celestial sabe quienes somos: Sus hijos e hijas. Desea darnos durante nuestra vida las bendiciones que merecemos, y El puede hacerlo. El puede lograr cualquier cosa.
En la antigua ciudad de Roma se llevó a cabo un acto de hermanamiento visible y tierno. Hace algunos años mi esposa y yo nos reunimos con cerca de 500 miembros en una conferencia de distrito. El oficial presidente en esa oportunidad era Leopoldo Larcher, un italiano maravilloso. Su hermano había estado trabajando en calidad de empleado prestado en las fabricas de automóviles de Alemania, donde conoció a los misioneros, quienes le enseñaron el Evangelio. Regreso a Italia y le enseñó el Evangelio a su hermano. Leopoldo lo acepto y mas tarde llego a ser el presidente de la Misión Italia Roma y después de la Misión Italia Catania.
Durante esa reunión note que entre la congregación había muchos que se habían prendido un clavel blanco. Le pregunte a Leopoldo: ¿Cual es el significado de la flor blanca?”
El dijo: “Ellos son miembros nuevos. Les damos un clavel blanco a todos los miembros que se han bautizado desde la ultima conferencia de distrito. Así, todos los miembros y los misioneros saben que a ellos se les debe hermanar en forma especial”.
Vi a esos nuevos miembros recibir abrazos y saludos y vi que otros charlaban con ellos. Ya no eran extranjeros ni advenedizos; eran “conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios”(4).
Además de los nuevos conversos a la Iglesia hay algunos que se han apartado del camino elevado y, por una razón u otra, han sido menos activos por meses, quizás por años. Quizás no se les hermano; quizás los amigos se alejaron de su vida. Cualquiera que sea la razón, el hecho permanece: los necesitamos y ellos nos necesitan. Los misioneros pueden visitar en forma eficaz su hogar, y cuando lleguen, los que viven allí tal vez recuerden los gloriosos sentimientos que los embargaron cuando escucharon por primera vez las enseñanzas del Evangelio. Los misioneros pueden enseñarles y ver los cambios que se efectúan en su vida a medida que regresan a la actividad.
Necesitan amigos con testimonios; necesitan saber que realmente nos interesamos por cada uno de ellos.
Los asesores de quórumes del Sacerdocio Aarónico y las maestras de las Mujeres Jóvenes están en la línea de batalla, y a su alcance están los milagros. )Cual es el maestro que mejor recuerdan de su juventud? Yo creería que probablemente es el que conocía su nombre, que les daba la bienvenida a la clase, que se interesaba en ustedes como personas y que realmente les amaba. Cuando un líder camina a través del sendero de la vida con un precioso joven a su lado, los dos llegan a formar un lazo de responsabilidad entre sí; ese vínculo protege al joven de las tentaciones del pecado y lo mantiene caminando seguro en el sendero que lo lleva adelante y hacia arriba en forma recta hacia la vida eterna. Edifiquen un puente que llegue hasta cada joven.
Todos los que esta tarde estamos aquí y en otras partes del mundo debemos responder al llamado de nuestro Profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, de no escatimar esfuerzos por hermanar y reactivar a aquellos que necesiten nuestra ayuda, nuestro trabajo y nuestro testimonio.
Permítanme compartir con ustedes dos visitas a conferencias de estaca que dan evidencia del milagro que puede suceder cuando aceptamos de corazón las palabras del himno pionero: “Pon tu hombro a la lid”(5).
Una visita fue a la Estaca Millcreek, en Salt Lake City, hace algunos años. Mas de cien hermanos futuros elderes habían sido ordenados al oficio de elder durante el año anterior. Le pregunte al presidente James Clegg el secreto de su éxito. Fue demasiado humilde para darse el crédito. Su consejero revelo que el presidente Clegg, al darse cuenta de la situación, en forma personal había hecho los arreglos para tener una entrevista con cada uno de esos futuros elderes. Durante la entrevista el presidente Clegg mencionaba el templo del Señor, las ordenanzas salvadoras y los convenios que allí se recalcaban, y terminaba con esta pregunta: “)No desearía llevar a su querida esposa y a sus hijos a la Casa del Señor, para que sean una familia eterna? Recibía la respuesta positiva, se empezaba el proceso de reactivación y se alcanzaba la meta.
La otra visita fue a la Estaca North Carhon, en Price, Utah también hace muchos años. Noté durante mi visita que en un año habían rescatado a ochenta y seis futuros élderes y los habían llevado, junto con su respectiva esposa, al Templo de Manti. Le pregunte a Cecil Broadbent, el presidente de la estaca; “)Como lo hizo, presidente?”
El dijo: “No lo hice yo, sino mi consejero, el presidente Judd”.
El presidente Judd era un galés grande y de un sano color sonrosado que era minero de carbón. Le pregunte: “Presidente, )me puede decir como rescataron a 86 hermanos en un año?”
Esperaba con ansias su respuesta, y el dijo: “¡No!”
Me sorprendió; nadie me había dicho no en forma tan directa en mi vida, y le pregunte: “¿Por que no?”
El dijo: “Porque usted se lo va a decir a los lideres de otras estacas que visite y no llevaremos la delantera en la Iglesia en reactivación”. Estaba sonriendo, y supe que lo decía en broma. El dijo: “Hagamos un trato, élder Monson. Le diré cómo rescatamos a 86 hermanos en un año si me consigue dos pases para la conferencia general”.
Le dije “¡De acuerdo!” Y me lo dijo. Lo que no me dijo fue que pensaba seguir pidiendo boletos para cada conferencia durante los siguientes diez años. Y fielmente vino cada seis meses a obtener sus dos pases.
En ambos casos, en las Estacas Millcreek y North Carbón, al igual que en otras que han tenido éxito en esta fase de la obra, prevalecieron cuatro principios:
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Se manejó la oportunidad de reactivación a nivel de barrio.
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El obispo del barrio participo en el programa.
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Se proporcionaron maestros calificados e inspirados.
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Se dio atención individual a la persona.
Al edificar un puente para llegar a los investigadores, a los nuevos conversos o a los miembros menos activos, cuando hacemos nuestra parte, el Señor hace la suya. Testifico respecto a esta verdad.
Cuando yo era obispo, un domingo de mañana me di cuenta de que faltaba uno de los presbíteros en la reunión del sacerdocio. Deje el quórum en manos del asesor y fui al hogar de Richard. Su madre me dijo que estaba trabajando en el Taller de West Temple.
Fui al taller en busca de Richard y miré por todas partes, pero no lo pude encontrar. Repentinamente sentí la inspiración de mirar en el pozo de engrasado situado al lado del taller. De entre la obscuridad pude ver que brillaban dos ojos; luego escuche a Richard: “¡Me encontró, obispo, voy a salir! “. Después de eso rara vez falto a la reunión del sacerdocio.
La familia se mudo a una estaca vecina. Paso el tiempo y recibí una llamada telefónica informándome que Richard había recibido el llamamiento para servir en una misión en México y la familia me invitaba a hablar en su reunión de despedida. En la reunión, cuando hablo Richard, menciono que el cambio en su determinación de ir a una misión sucedió un domingo por la mañana, pero no en la capilla, sino mientras contemplaba desde la obscuridad del pozo de engrasado a su presidente de quórum que le extendía la mano.
Richard se ha mantenido en contacto conmigo a través de los años, contándome sobre su testimonio, su familia y su fiel servicio en la Iglesia, incluso su llamamiento de obispo.
Mis queridos hermanos, con fe constante y amor desmedido, seamos un puente para llegar al corazón de aquellos por quienes trabajamos. Como en la película Campo de sueños, si lo construimos, ellos vendrán. Testifico de esta verdad, en el nombre de Jesucristo. Amén.