Ser moderados en todas las cosas
El aprender a ser moderado en todas las cosas es un don espiritual que está a nuestra disposición por medio del Espíritu Santo.
En respuesta a la consulta del profeta José Smith, el Señor le instruyó: “Y nadie puede ayudar [en la obra] a menos que sea humilde y lleno de amor, y tenga fe, esperanza y caridad, y sea moderado en todas las cosas, cualesquiera que le fueren confiadas”1.
La instrucción de ser moderados en todas las cosas se aplica a cada uno de nosotros. ¿Qué es la moderación y por qué quiere el Señor que seamos moderados? Una definición limitada podría ser “ejercer autodominio en lo que respecta a la comida y la bebida”. En efecto, ese significado podría ser una buena norma para obedecer la Palabra de Sabiduría. A veces, la moderación se define como “contener el enojo o no perder los estribos”. Sin embargo, esas definiciones son sólo algunas formas en las que se usa la palabra en las Escrituras.
En el sentido espiritual, la moderación es un atributo divino de Jesucristo, y Él desea que cada uno de nosotros lo desarrolle. El aprender a ser moderado en todas las cosas es un don espiritual que está a nuestra disposición por medio del Espíritu Santo.
Cuando el apóstol Pablo describió ciertos frutos del Espíritu en su epístola a los gálatas, habló de “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre [y] templanza [o sea moderación]”2.
En la carta que Pablo le escribió a Tito, al describir los atributos que debe tener un obispo para ayudar en la obra, dijo que el obispo no debe ser “soberbio, [ni] iracundo…” sino “dueño de sí mismo”3; y para ser dueño de sí mismo se debe tener moderación en todas las cosas, o sea, ejercer autodominio.
Cuando Alma el joven enseñó en la tierra de Gedeón, dijo lo siguiente:
“…espero que no os hayáis envanecido con el orgullo de vuestros corazones; sí, confío en que no hayáis puesto vuestros corazones en las riquezas y las vanidades del mundo…”.
“…quisiera que fueseis humildes, que fueseis sumisos y dóciles; fáciles de persuadir; llenos de paciencia y longanimidad; siendo moderados en todas las cosas” 4.
En otro mensaje más adelante, Alma enseñó a su hijo Shiblón y, por extensión, también a todos nosotros: “Procura no ensalzarte en el orgullo”5; en vez, debía ser “diligente y moderado en todas las cosas”6. El ser moderado significa examinar nuestras expectativas y deseos, y ser diligentes y pacientes en nuestro esfuerzo por alcanzar metas dignas.
Hace unos años, volvía a casa del trabajo en el auto cuando un gran camión semirremolque que iba en dirección opuesta perdió uno de sus neumáticos dobles. El neumático voló sobre la medianera que separaba los carriles y vino rebotando hacia mi lado de la carretera. Los autos empezaron a virar en ambas direcciones sin saber en qué dirección iría el neumático. Yo me fui hacia la izquierda para esquivarlo cuando tendría que haberme desviado hacia la derecha, y la goma rebotó por última vez justo en el costado de mi parabrisas.
Un amigo llamó a mi esposa para avisarle del accidente. Ella me dijo después que en lo primero que pensó fue en las heridas que me habría causado el vidrio al hacerse pedazos. En efecto, quedé cubierto con trocitos del vidrio roto, pero no sufrí ni siquiera un rasguño. Definitivamente no fue por mis habilidades para conducir; más bien fue porque el parabrisas estaba hecho de vidrio templado.
El vidrio templado, así como el acero templado, pasa por un proceso de calentamiento bien controlado que aumenta su resistencia; por lo tanto, cuando el vidrio templado está bajo presión, no se rompe fácilmente en fragmentos dentados que puedan causar daño.
Del mismo modo, un alma templada, una que sea humilde y llena de amor, es también una persona de mayor fortaleza espiritual. Con mayor fortaleza espiritual, podemos desarrollar el autodominio y vivir con moderación; aprendemos a controlar o moderar el enojo, la vanidad y el orgullo. Con mayor fortaleza espiritual nos protegemos de los peligrosos excesos y adicciones destructivas de nuestro mundo actual.
Todos buscamos la serenidad y todos deseamos seguridad y felicidad para nuestra familia. Si tratamos de encontrar el lado bueno de la recesión de este año pasado, tal vez sea que las pruebas que algunos de nosotros hayamos enfrentado nos hayan enseñado que la paz interior, la seguridad y la felicidad no provienen de comprar una casa ni de acumular posesiones que hacen que la deuda contraída resulte mayor de lo que nuestros ahorros o ingresos nos permitan.
Vivimos en un mundo impaciente y desenfrenado, lleno de incertidumbre y de contención; es parecido a la comunidad de conversos de varias religiones donde vivía José Smith cuando era un muchacho de catorce años y buscaba respuesta para sus dudas. El joven José comentó: “…toda esa buena voluntad del uno para con el otro, si es que alguna vez la abrigaron, se había perdido completamente en una lucha de palabras y contienda de opiniones”7.
La seguridad para nuestra familia se obtiene aprendiendo a usar el autodominio, evitando los excesos de este mundo y siendo moderados en todas las cosas. La paz interior proviene de una fe en Jesucristo fortalecida. La felicidad se consigue al ser diligente en guardar los convenios hechos en el bautismo y en los santos templos del Señor.
¿Qué ejemplo mejor de templanza o moderación tenemos que el de nuestro Salvador Jesucristo?
Al sentir el corazón agitado por el enojo debido a discusiones y a contención, el Salvador enseñó que debemos “[arrepentirnos y volvernos] como un niño pequeñito”8. Debemos reconciliarnos con nuestro hermano y venir a Cristo con íntegro propósito de corazón9.
Cuando los demás son crueles, Jesús enseñó: “…pero mi bondad no se apartará de ti”10.
Cuando afrontamos aflicciones, Él dijo: “Ten paciencia en las tribulaciones; no ultrajes a los que ultrajan. Gobierna tu casa con mansedumbre y sé constante”11.
Cuando somos oprimidos, podemos recibir consuelo al saber que Él “fue oprimido y afligido, pero no abrió su boca”12; y que “ciertamente él ha llevado nuestros pesares y sufrido nuestros dolores”13.
Cuando Jesucristo, el más grande de todos, sufrió por nosotros hasta el punto de sangrar por cada poro, no expresó enojo ni injurió por su padecimiento; con autodominio sin par, o templanza, no pensó en Sí mismo sino en ustedes y en mí. Luego, con humildad y lleno de amor, dijo: “Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres”14.
Durante este año pasado he tenido el privilegio de dar testimonio de la realidad de nuestro Salvador y de la restauración del Evangelio a santos y a amigos por toda Asia; la mayoría de ellos son la primera generación de Santos de los Últimos Días, y viven en el confín de la Iglesia. La jornada de ellos en estos últimos días en su medio nos recuerda la de los primeros Santos de los Últimos Días en tiempos pasados.
En ese maravilloso mundo tan diverso de Asia, donde los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días son una mínima fracción de un uno por ciento de la inmensa población, he obtenido un aprecio mayor por el atributo cristiano de la moderación. Amo y honro a esos santos que me han enseñado por el ejemplo lo que significa ser humilde y lleno de amor, “moderado en todas las cosas, cualesquiera que le fueren confiadas” 15. Por medio de ellos, he llegado a comprender mejor el amor que Dios tiene por todos Sus hijos.
Dejo mi testimonio de que nuestro Redentor vive y de que Su divino don de la moderación está al alcance de cada uno de los hijos de Dios; en el nombre de Jesucristo. Amén.