Deja que la virtud engalane tus pensamientos
Debemos mantenernos resueltos y firmemente centrados en perpetuar las virtudes cristianas.
Gracias, élder Pace, por esa hermosa oración, en especial a favor de los que escuchan y de los oradores.
“Deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios” (D. y C. 121:45).
Cuando estaba para cumplir los doce años, había varios requisitos que debía terminar antes de graduarme de la Primaria. Uno de ellos era recitar en orden los trece Artículos de Fe. Los primeros doce eran relativamente fáciles, pero el número trece era mucho más difícil; el desafío que se presentaba era recordar el orden de las virtudes. Gracias a una maestra de la Primaria que fue paciente y persistente, por fin terminé de memorizarlo.
Años más tarde, mi esposa, los hijos y yo nos mudamos a nuestra primera casa y fue una sorpresa saber que mi antigua maestra de la Primaria sería nuestra vecina. Durante los 40 años en los que hemos vivido en el mismo vecindario, esta encantadora maestra de la Primaria mantuvo nuestro pequeño secreto en cuanto a mi discapacidad de aprendizaje.
“Creemos en ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos y en hacer el bien a todos los hombres; en verdad podemos decir que seguimos la admonición de Pablo: Todo lo creemos, todo lo esperamos; hemos sufrido muchas cosas, y esperamos poder sufrir todas las cosas. Si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza, a esto aspiramos” (Artículos de Fe 1:13).
Hoy quisiera hablar de las características individuales a las que llamamos virtudes. Las características virtuosas son el fundamento de una vida cristiana, al igual que la manifestación externa del hombre interior. La mayoría de las virtudes terminan en “dad”: integridad, humildad, caridad, espiritualidad, responsabilidad, urbanidad, fidelidad, y muchas más. Basándome en una licencia literaria, me refiero a las virtudes que tienen esa terminación como las virtudes “dad”. El sufijo “dad” significa cualidad, estado o grado de ser.
Con sólo mirar a nuestro alrededor y ver lo que sucede en nuestras comunidades, notamos que las características individuales de la virtud se encuentran en un abrupto descenso. Piensen en el comportamiento de los conductores que viajan en carreteras congestionadas; los ataques de ira son demasiado comunes. La cortesía está casi extinta en las disertaciones políticas. Al afrontar los países del mundo los desafíos económicos, parece ser que la fidelidad y la honestidad han sido remplazadas por la avaricia y la corrupción. Si se visita una escuela secundaria, a menudo uno se verá sujeto a un lenguaje soez y a normas de vestir inmodestas. Algunos atletas carecen de espíritu deportivo y pocas veces muestran humildad, a menos que hayan sido expuestos públicamente por infidelidad moral o legal. Gran parte de nuestra población siente muy poca responsabilidad por su propio bienestar temporal. Algunas personas con problemas económicos culpan a los bancos y a las casas financieras por prestarles sumas para satisfacer sus deseos insaciables en lugar de las necesidades asequibles. A veces nuestra generosidad en apoyar una buena causa disminuye cuando prevalece nuestra avidez por obtener más de lo que necesitamos.
Hermanos y hermanas, no tenemos que ser parte de la decadencia de virtud que penetra e infecta a la sociedad. Si seguimos al mundo y abandonamos las virtudes cristianas, las consecuencias podrían ser desastrosas. La fe y la fidelidad individual, cuyas consecuencias son eternas, declinarán; habrá un impacto negativo en la solidaridad y la espiritualidad de la familia; la influencia religiosa en la sociedad menguará y se cuestionará la autoridad de la ley, o quizás hasta se ignore. Se habrá plantado el semillero de todo lo que plaga al hombre natural para el total deleite de Satanás.
Debemos mantenernos resueltos y firmemente centrados en perpetuar las virtudes cristianas, entre ellas las que terminan con “dad”, en nuestro diario vivir. La enseñanza de las cualidades virtuosas comienza en el hogar, con padres que se preocupan y dan un buen ejemplo. Un buen ejemplo de los padres alienta la emulación; un mal ejemplo da licencia a los hijos para desatender las enseñanzas de los padres e incluso ir más allá de ese mal ejemplo. Un ejemplo hipócrita destruye la credibilidad.
A Megan, que tiene ocho años, le encanta tocar el piano. Hace poco, su maestra de piano ofreció como premio una rosquilla a quien practicara todos los días. La maestra dijo que llamaría a Megan durante la semana; si ella había practicado ese día, recibiría el premio. Cuando la maestra llamó, Megan no estaba en casa para dar su informe. Durante la lección semanal, la maestra le preguntó si había practicado, a lo que ella respondió que pensaba que sí y aceptó el premio. Cuando la mamá de Megan vio la rosquilla, interrogó a Megan y le ayudó a comprender que tenía que ser honrada. Alentada por su mamá, llamó a su maestra para pedirle disculpas. Durante la conversación salió a relucir que Megan sí había terminado la asignación sobre teoría musical, por lo tanto, aun merecía recibir el premio. Gracias a padres sabios, que se preocuparon, se recordarán por mucho tiempo lecciones valiosas.
Ben, nuestro nieto de 15 años, es un gran entusiasta del esquí; él ha competido en varios encuentros y le ha ido muy bien. Antes de una de esas competencias en Idaho, sus padres le recordaron que sus calificaciones en la escuela determinarían si él podía o no competir. Se reservó alojamiento en el lugar de la competición, los abuelos se prepararon para ir y Ben se estaba esforzando con ahínco por lograr las elevadas metas académicas que tanto él como sus padres esperaban. Sin embargo, al final, no cumplió con su meta. Ben no asistió al encuentro de esquí y perdió valiosos puntos para calificar para las Olimpíadas Juveniles; pero obtuvo una comprensión inestimable de la responsabilidad y del cumplimiento de los compromisos. Al mantenerse firmes, los padres muchas veces sufren y se angustian más que los hijos a quienes procuran enseñar.
El presidente James E. Faust sugirió que la integridad es la madre de muchas virtudes. Él dijo que la integridad se define como una “firme adhesión a un código de valores morales”. También sugirió que “la integridad es la luz que irradia de una conciencia disciplinada; es la fortaleza del deber en nosotros” (“Integrity, the Mother of Many Virtues”, en Speaking Out on Moral Issues, 1998, págs. 61, 62). Es difícil mostrar características virtuosas si la persona carece de integridad. Sin integridad, por lo general se olvida la honradez. Si la integridad está ausente, se pierde la cortesía; si la integridad no es importante, es difícil mantener la espiritualidad. En la época del Antiguo Testamento, Moisés aconsejó a los hijos de Israel que “cuando algún hombre haga un voto a Jehová o haga un juramento, ligando su alma con obligación, no violará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca” (Números 30:2).
El presidente Thomas S. Monson nos recordó hace unos años que ‘…la mayoría de la gente no cometerá actos desesperados si se le enseña que la dignidad, la honradez y la integridad son más importantes que la venganza y el enojo, y si entiende que el respeto y la bondad ofrecerán al final una mejor oportunidad para el éxito’ (“La búsqueda de la paz”, Liahona, marzo de 2004, pág. 4).
Es posible que hayan oído acerca del Batallón Perdido de la Primera Guerra Mundial, de las diez tribus perdidas de Israel o quizás de “los niños perdidos” en la obra Peter Pan de J. M Barrie. Quizás hayan escuchado el álbum musical de Michael McLean titulado “Los villancicos olvidados”. Las cualidades virtuosas, en particular las virtudes que terminan con “dad”, nunca deben olvidarse ni hacerse a un lado, porque si eso pasara, inevitablemente llegarían a ser las “virtudes perdidas”. Si eso sucede, la familia será notablemente debilitada, la fe individual en el Señor Jesucristo será menos firme y las importantes relaciones eternas quizás estén en peligro.
La práctica generalizada de las cualidades de la virtud puede debilitar el dominio de Satanás en la sociedad y desbaratar su insidioso plan de apresar el corazón, la mente y el espíritu de los seres mortales.
Ahora es el momento de unirnos para rescatar y preservar aquello que es “virtuoso, bello, de buena reputación o digno de alabanza”. Al permitir que la virtud engalane nuestros pensamientos incesantemente y al cultivar cualidades virtuosas en nuestra vida personal, nuestras comunidades e instituciones mejorarán, nuestros hijos y familias serán fortalecidos, y la fe y la integridad bendecirán las vidas individuales.
Testifico y declaro que nuestro Padre Celestial espera que Sus hijos ejerzan integridad, urbanidad, fidelidad, caridad, generosidad, moralidad y todas las virtudes que terminan en “dad”. Que tengamos la humildad de aprovechar la oportunidad de cumplir con responsabilidad y demostrar nuestra capacidad para hacerlo, lo ruego en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.