2000–2009
Seguridad para el alma
Octubre 2009


Seguridad para el alma

Quiero que quede absolutamente claro cuando esté ante el tribunal del juicio de Dios que he declarado al mundo… que el Libro de Mormón es verdadero.

Las profecías sobre los últimos días a menudo hacen referencia a calamidades de gran escala tales como terremotos, hambre e inundaciones; éstas, a la vez, pueden estar relacionadas con las vasta agitación económica o política de uno u otro tipo.

Pero existe una clase de destrucción de los últimos días que siempre me ha sonado más personal que pública, más individual que colectiva, una advertencia que quizá se aplique más dentro de la Iglesia que fuera de ella. El Salvador advirtió que en los últimos días aun los que son “del convenio”, los escogidos mismos, podrían ser engañados por el enemigo de la verdad1. Si pensamos en ello como una forma de destrucción espiritual, eso podría arrojar luz sobre otra profecía de los últimos días. Piensen en el corazón como el centro figurativo de nuestra fe, el lugar poético de nuestras lealtades y valores; entonces, consideren la declaración de Jesús de que en los últimos días “[desfallecerían] los hombres” 2.

Lo alentador es, desde luego, que nuestro Padre Celestial conoce todos esos peligros de los últimos días, esos problemas del corazón y del alma, y nos ha dado consejo y protección con respecto a ellos.

En vista de ello, siempre ha sido significativo para mí que el Libro de Mormón, una de las poderosas piedras clave 3 del Señor en este contraataque frente a las dificultades de los últimos días, comience con una gran parábola de la vida, una amplia alegoría de la esperanza contra el temor, de la luz contra la oscuridad, de la salvación contra la destrucción, una alegoría a la que, de modo conmovedor, se refirió la hermana Ann Dibb esta mañana.

En el sueño de Lehi, una jornada que ya era difícil, se complica más cuando surge un vapor de tinieblas que nubla toda la vista del seguro pero estrecho camino que su familia y otros habían de seguir. Es imperativo notar que ese vapor de tinieblas desciende sobre todos los viajeros, sobre los fieles y los resueltos (hasta podríamos decir los escogidos), y sobre los débiles y los que no tienen cimientos. El punto principal del relato es que los viajeros que tienen éxito resisten todas las distracciones, incluso la tentación de caminos prohibidos y las burlas provocadoras de los vanos y orgullosos que han seguido dichos caminos. El registro dice que los que estaban protegidos “siguieron hacia adelante, asidos constante y tenazmente” a la barra de hierro que sigue infaliblemente el curso del camino verdadero4. Sin importar la obscuridad de la noche o del día, la barra señala el camino de ese sendero solitario y redentor.

Nefi dice después: “vi que la barra de hierro… representaba la palabra de Dios, la cual conducía… al árbol de la vida;… una representación del amor de Dios”. Al ver esa manifestación del amor de Dios, Nefi dice: “…vi al Redentor del mundo… quien salió, ejerciendo su ministerio entre el pueblo…

“…Y vi a multitudes de personas que estaban enfermas y afligidas con toda clase de males, y con demonios y con espíritus impuros;… Y fueron sanadas por el poder del Cordero de Dios; y los demonios y los espíritus impuros fueron echados fuera” 5.

Amor. Curación. Ayuda. Esperanza. El poder de Cristo para combatir toda dificultad en todo momento, incluso el final de los tiempos. Ése es el puerto seguro al que Dios quiere que acudamos en nuestros días de desesperación personal o pública. Ése es el mensaje con el que el Libro de Mormón comienza y es el mensaje con el que acaba, llamándonos a todos a “venir a Cristo, y perfeccionarnos en él” 6. Esa frase que proviene del testimonio final de Moroni, escrito mil años después de la visión de Lehi, es el testimonio sobre el único verdadero camino de un hombre moribundo.

Permítanme referirme a un testimonio moderno “de los últimos días”. Cuando José Smith y su hermano Hyrum partieron hacia Carthage para enfrentar lo que ellos sabían que sería su inminente martirio, Hyrum leyó estas palabras para consolar el corazón de su hermano:

“Tú has sido fiel; por tanto… serás fortalecido, aun hasta sentarte en el lugar que he preparado en las mansiones de mi Padre.

“Y ahora yo, Moroni, me despido… hasta que nos encontremos ante el tribunal de Cristo” 7.

Esos son unos pocos versículos del capítulo 12 de Éter del Libro de Mormón. Antes de cerrar el libro, Hyrum dobló la esquina de la hoja de la que había leído, marcándola como parte del testimonio sempiterno por el cual esos dos hermanos estaban a punto de morir. Tengo en mi mano ese libro, el mismo ejemplar del que leyó Hyrum, y aún se ve la misma esquina doblada de la página. Más tarde, cuando estaba en la cárcel de Carthage, José el Profeta se volvió hacia los guardias que lo tenían cautivo y dio un poderoso testimonio de la autenticidad divina del Libro de Mormón8. Poco después, las pistolas y las balas acabarían con la vida de esos dos testadores.

Como uno de los miles de elementos de mi propio testimonio de la divinidad del Libro de Mormón, presento esto, como una evidencia más de su veracidad. En ésa, su más apremiante y última hora de necesidad, yo les pregunto: ¿blasfemarían esos hombres ante Dios y continuarían basando su vida, su honor y su propia búsqueda de la salvación eterna en un libro (y por ende en una iglesia y un ministerio) que ellos hubieran inventado de la nada?

Olvídense por un momento de que las esposas de ellos están a punto de convertirse en viudas y sus hijos a punto de quedarse huérfanos; olvídense de que el pequeño grupo de sus seguidores quedarán “sin casa, sin hogares y sin amigos” y que sus hijos dejarán huellas de sangre sobre ríos congelados y desoladas praderas9; olvídense que legiones perecerán y otras vivirán declarando en los cuatro cabos de la tierra que saben que el Libro de Mormón y la Iglesia que lo proclama son verdaderos. Descarten todo eso y díganme si en esta hora de muerte, ¿entrarían estos dos hombres en la presencia de su Juez Eterno, hallando solaz y citando un libro, el cual, si no fuera la mismísima palabra de Dios, los tildaría de impostores y charlatanes por la eternidad? ¡Ellos no harían eso! Estaban dispuestos a morir antes que negar el origen divino y la veracidad eterna del Libro de Mormón.

Durante 179 años este libro ha sido examinado y atacado, negado y fragmentado, estado bajo el escrutinio y la crítica, quizá como ningún otro libro de la historia religiosa moderna, o quizá como ningún otro libro en la historia de la religión; pero todavía permanece firme. Fallidas teorías sobre sus orígenes han surgido, se han diseminado y han desaparecido, desde las de Ethan Smith y Solomon Spaulding, hasta las de obsesivos paranoicos y genios muy astutos; pero ninguna de esas francamente patéticas respuestas sobre el libro ha resistido el análisis, porque no hay ninguna otra respuesta como la que dio José que era un joven traductor indocto. En esto me uno a mi propio bisabuelo que dijo bien llanamente: “Ningún hombre inicuo podría escribir un libro como éste, y ningún hombre bueno lo escribiría, a menos que fuera verdad y que Dios le hubiera mandado hacerlo”10.

Testifico que nadie puede llegar a la fe cabal en esta obra de los últimos días, y por lo tanto hallar la medida plena de paz y consuelo en nuestros días, hasta que acepte la divinidad del Libro de Mormón y del Señor Jesucristo de quien éste testifica. Si alguien fuera tan insensato o se le hubiera engañado tanto, al punto de rechazar las 531 páginas [en inglés] de un texto previamente desconocido, repleto de complejidad literaria y semítica, sin intentar sinceramente hallar una explicación del origen de esas páginas, en especial sin tomar en cuenta el poderoso testimonio de Jesucristo y el impacto espiritual tan profundo que ese testimonio ha tenido en los que hoy llegan a millones de lectores, entonces, esa persona, ya sea un escogido o no, ha sido engañada; y si se va de esta Iglesia, tendrá que hacerlo esquivando el Libro de Mormón para poder salir. En este sentido, el libro es exactamente lo que se dijo que era Cristo: “piedra de tropiezo y roca de escándalo” 11, una barrera en el camino de los que no desean creer en esta obra. Testigos, incluso testigos que fueron hostiles a José, testificaron hasta la muerte que habían visto un ángel y que habían palpado las planchas; ellos dijeron: “[Las planchas] se nos han mostrado por el poder de Dios y no por el de ningún hombre…” y afirmaron “por tanto, sabemos con certeza que la obra es verdadera” 12.

Ahora, yo no navegué con el hermano de Jared cuando cruzó el océano para establecerse en un mundo nuevo; no escuché al rey Benjamín decir ese sermón angelical; no prediqué con Alma ni Amulek, ni fui testigo de la muerte en la hoguera de los inocentes que creyeron; no estuve en medio de la multitud de nefitas que tocaron las heridas del Señor resucitado, ni lloré con Mormón ni con Moroni por la destrucción de toda una civilización; pero mi testimonio de este registro y de la paz que trae al corazón humano es tan vinculante y claro como fue el testimonio de ellos. Al igual que ellos: “Doy [mi nombre] al mundo para testificar al mundo lo que [he] visto. Al igual que ellos: No [miento], pues Dios es [mi] testigo”13.

Pido que mi testimonio del Libro de Mormón y todo lo que ello implica, que comparto aquí bajo mi propio juramento y oficio, sea registrado por los hombres en la tierra y los ángeles en el cielo. Espero tener algunos años más en mis “últimos días”, pero los tenga o no, quiero que quede absolutamente claro cuando esté ante el tribunal del juicio de Dios que he declarado al mundo, con el lenguaje más directo que pueda expresar, que el Libro de Mormón es verdadero, que salió a la luz de la forma que José dijo que salió y que fue dado para traer felicidad y esperanza a los fieles durante las tribulaciones de estos últimos días.

Mi testimonio hace eco al de Nefi, quien escribió parte del libro en sus “últimos días”:

“…escuchad estas palabras y creed en Cristo; y si no creéis en estas palabras, creed en Cristo. Y si creéis en Cristo, creeréis en estas palabras, porque son las palabras de Cristo… y enseñan a todos los hombres que deben hacer lo bueno.

“Y si no son las palabras de Cristo, juzgad; porque en el postrer día Cristo os manifestará con poder y gran gloria que son sus palabras” 14.

Hermanos y hermanas, Dios siempre brinda seguridad para el alma y, con el Libro de Mormón, Él también lo ha hecho en nuestra época. Recuerden esta declaración del mismo Jesús: “El que atesore mi palabra, no será engañado”15, entonces, en los últimos días ni el corazón ni la fe de ustedes desfallecerán. De esto testifico fervientemente, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase Mateo 24:24. Véase también José Smith—Mateo 1:22.

  2. Lucas 21:26.

  3. Véase History of the Church, tomo IV, pág. 461.

  4. 1 Nefi 8:30.

  5. 1 Nefi 11:25, 27–28, 31.

  6. Moroni 10:32.

  7. Éter 12:37–38. Véase también D. y C. 135:5.

  8. Véase History of the Church, tomo VI, pág. 600.

  9. Véase “La carta a Wentworth”, Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, págs. 463–475.

  10. George Cannon, citado en “The Twelve Apostles”, en Historical Record, por Andrew Jenson, tomo VI, pág. 175.

  11. 1 Pedro 2:8.

  12. “El Testimonio de los Tres Testigos”, Libro de Mormón.

  13. “El Testimonio de los Ocho Testigos”, Libro de Mormón; cursiva agregada.

  14. 2 Nefi 33:10–11; cursiva agregada.

  15. José Smith—Mateo 1:37.

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