Permaneced en lugares santos
La comunicación con nuestro Padre Celestial, incluso nuestras oraciones hacia Él y Su inspiración para con nosotros, es necesaria a fin de superar las tormentas y las pruebas de la vida.
Mis queridos hermanos y hermanas, hemos escuchado muy buenos mensajes esta mañana y felicito a cada uno de los que han participado. En particular, estamos encantados de tener al élder Robert D. Hales con nosotros otra vez y que se sienta mejor. Te amamos Bob.
Al meditar sobre lo que quería decirles esta mañana, he sentido la impresión de compartir ciertas ideas y sentimientos que considero pertinentes y oportunos. Ruego que sea guiado en mis palabras.
Yo ya he vivido en la tierra por 84 años. Para darles una perspectiva, nací el mismo año que Charles Lindbergh piloteó solo el primer vuelo de Nueva York a París en un monoplano de un solo motor y un solo asiento. Mucho ha cambiado desde entonces en estos 84 años. Ya hace mucho que el hombre ha ido y regresado de la luna. De hecho, la ciencia ficción del pasado se ha convertido en la realidad de hoy. Y esa realidad, gracias a la tecnología de nuestros días, está cambiando tan rápido que apenas podemos mantenernos al día con ella, si es que lo logramos. Para quienes recordamos los teléfonos en que había que discar y las máquinas de escribir manuales, la tecnología de hoy es más que sólo sorprendente.
También las normas morales de la sociedad han cambiado a gran velocidad. Comportamientos que antes se consideraban inapropiados e inmorales ahora no sólo se toleran sino que incluso, muchísimas personas las consideran aceptables.
Recientemente leí en el Wall Street Journal un artículo de Jonathan Sacks, el rabino principal de Gran Bretaña. Entre otras cosas él escribe: “En prácticamente toda sociedad occidental hubo una revolución moral en la década de los años 60, un abandono de toda su ética tradicional de autocontrol. Los Beatles cantaban: ‘Todo lo que necesitas es amor’. Se desechó el código moral judeocristiano y en su lugar surgió [el dicho]: [Haz] lo que sea que a ti te venga bien. Los diez mandamientos se volvieron a escribir como las Diez Sugerencias Creativas”.
El rabino Sacks continúa con pesar:
“Hemos dilapidado nuestro capital moral con el mismo abandono imprudente que hemos derrochado nuestro capital económico…
Hay muchas partes [del mundo] donde la religión es algo del pasado y no existe una voz compensatoria a la cultura de cómpralo, gástalo, úsalo y haz alarde de ello, porque te lo mereces. El mensaje es que la moralidad está pasada de moda, la conciencia es para los débiles y el único mandato preponderante es: ‘No permitirás que te descubran’”1.
Mis hermanos y hermanas, esto, lamentablemente, describe gran parte del mundo que nos rodea. ¿Retorcemos las manos en desesperación y nos preguntamos cómo sobreviviremos en un mundo como éste? No; tenemos el evangelio de Jesucristo en nuestras vidas y sabemos que la moralidad no está pasada de moda, que nuestra conciencia está allí para guiarnos y que somos responsables por nuestras acciones.
Aunque el mundo haya cambiado, las leyes de Dios permanecen constantes; no han cambiado; no cambiarán. Los Diez Mandamientos son exactamente eso: mandamientos; no son sugerencias. Son un requisito en todos los aspectos hoy como lo fueron cuando Dios se los dio a los hijos de Israel. Si sólo escuchamos, oiremos el eco de la voz de Dios hablándonos aquí y ahora:
“No tendrás dioses ajenos delante de mí.
“No te harás imagen… de cosa alguna…
“No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano…
“Acuérdate del día del reposo para santificarlo…
“Honra a tu padre y a tu madre…
“No matarás.
“No cometerás adulterio.
“No hurtarás.
“No dirás… falso testimonio.
“No codiciarás…”2.
Nuestro código de conducta es definitivo; no es negociable. Se encuentra no sólo en los Diez Mandamientos sino también en el Sermón del Monte que el Señor nos dio cuando vivía sobre la tierra. Se encuentra a lo largo de Sus enseñanzas; se encuentra en las palabras de la revelación moderna.
Nuestro Padre en los Cielos es el mismo ayer, hoy y para siempre. El profeta Mormón nos dice que Dios “es inmutable de eternidad en eternidad”3. En este mundo donde casi todo parece estar cambiando, Su constancia es algo de lo cual podemos depender, un ancla a la cual podemos sostenernos con firmeza y estar seguros, para que no seamos arrastrados hacia aguas desconocidas.
A veces puede parecerles que las personas del mundo disfrutan mucho más que ustedes. Algunos quizás se sientan restringidos por el código de conducta al cual nos adherimos en la Iglesia. No obstante, mis hermanos y hermanas, yo les declaro que no hay nada que traiga mayor gozo a nuestra vida ni más paz a nuestra alma que el Espíritu que podemos recibir al seguir al Salvador y guardar los mandamientos. Ese Espíritu no puede estar presente en el tipo de actividades en las que tantos en el mundo participan. El apóstol Pablo declaró la verdad: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”4. El término el hombre natural puede referirse a cualquiera de nosotros si permitimos que lo sea.
Debemos estar atentos en un mundo que se ha alejado tanto de lo que es espiritual. Es esencial que rechacemos cualquier cosa que no se ajuste a nuestras normas, negándonos, en el proceso, a renunciar a lo que más deseamos: la vida eterna en el reino de Dios. Las tormentas aún nos azotarán en ocasiones, porque son una parte inevitable de nuestra existencia en la mortalidad. Sin embargo, nosotros estaremos mucho mejor preparados para afrontarlas, aprender de ellas y sobrellevarlas si tenemos el Evangelio como centro de nuestra vida y el amor del Salvador en nuestro corazón. El profeta Isaías declaró: “Y el efecto de la rectitud será paz; y el resultado de la rectitud, reposo y seguridad para siempre”5.
Como medio para estar en el mundo pero no ser del mundo, es necesario que nos comuniquemos con el Padre Celestial por medio de la oración. Él quiere que lo hagamos; Él contestará nuestras oraciones. Como se registra en 3 Nefi 18, el Salvador nos amonestó a: “…velar y orar siempre, no sea que entréis en tentación; porque Satanás desea poseeros…
“Por tanto, siempre debéis orar al Padre en mi nombre;
“y cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, si es justa, creyendo que recibiréis, he aquí, os será concedida”6.
Obtuve mi testimonio del poder de la oración cuando tenía unos doce años. Había trabajado arduamente para ganar dinero y había podido ahorrar cinco dólares. Eso fue durante la Gran Depresión, cuando cinco dólares eran una suma considerable de dinero, en especial para un niño de 12 años. Le di a mi padre todas mis monedas, un total de cinco dólares, y él me dio un billete de cinco. Sé que había planeado comprar algo específico con los cinco dólares, pero después de todos estos años no recuerdo lo que era; sólo recuerdo lo importante que el dinero era para mí.
En esa época no teníamos una máquina de lavar ropa; así que mi madre mandaba la ropa sucia a la lavandería todas las semanas. Después de un par de días, nos devolvían una pila de lo que nosotros llamábamos “ropa mojada”, y mi madre colgaba las prendas en la cuerda del patio del fondo para que se secaran.
Había puesto mi billete de cinco dólares en el bolsillo de mis pantalones. Como quizás se imaginen, mamá los envió a la lavandería con el billete adentro. Cuando me di cuenta de lo que había pasado, estaba desesperado. Sabía que en la lavandería siempre revisaban los bolsillos antes de lavar la ropa. Si no encontraban y sacaban el dinero de mi bolsillo en ese momento, sabía que era casi seguro que se caería del bolsillo al lavar el pantalón y que un empleado de la lavandería se quedaría con él porque no sabría a quién devolvérselo, aun cuando quisiera hacerlo. Las posibilidades de recuperar mis cinco dólares eran muy remotas, hecho que mi madre confirmó cuando le dije que había dejado el billete en mi bolsillo.
Yo quería el dinero; necesitaba el dinero; había trabajado arduamente para ganarlo. Me di cuenta de que había una sola cosa que podía hacer. En mi desesperación, me dirigí a mi Padre en los Cielos y le rogué que de alguna manera mantuviera el dinero seguro en el bolsillo hasta que nos devolvieran la ropa mojada.
Después de dos días muy largos, cuando vi que se acercaba la hora en que la camioneta que traía la ropa llegaba, me senté junto a la ventana a esperar. Cuando la camioneta se detuvo junto a la acera, mi corazón latía muy fuerte. Apenas entraron la ropa mojada a casa, tomé mis pantalones y corrí a mi cuarto. Revisé los bolsillos con las manos temblando. Cuando no encontré nada de inmediato, pensé que todo estaba perdido; entonces mis dedos tocaron el billete mojado de cinco dólares. Lo saqué del bolsillo y me inundó un gran alivio. Ofrecí una oración sincera de agradecimiento a mi Padre Celestial, pues sabía que Él había contestado mi oración.
Desde aquel entonces hace tiempo, se me han respondido innumerables oraciones. No ha pasado ni un día sin que yo me comunique con mi Padre Celestial mediante la oración. Es una relación que atesoro, una sin la cual estaría literalmente perdido. Si no tienen ese tipo de relación con su Padre Celestial, los insto a que trabajen para lograr esa meta. Al hacerlo, tendrán derecho a recibir Su inspiración y Su guía en la vida, las cuales cada uno de nosotros necesita para sobrevivir espiritualmente en nuestra estadía aquí sobre la tierra. Esa inspiración y esa guía son dones que Él nos da gratuitamente, si simplemente las buscamos. ¡Y qué tesoro valioso son!
Siempre me siento humilde y agradecido cuando mi Padre Celestial se comunica conmigo mediante Su inspiración. He aprendido a reconocerla, a confiar en ella y a seguirla; he recibido esa inspiración una y otra vez. Una experiencia algo dramática sucedió en agosto de 1987 durante la dedicación del Templo de Fráncfort, Alemania. El presidente Ezra Taft Benson había estado con nosotros los primeros dos días de la dedicación, pero había regresado a casa, así que yo tuve la oportunidad de dirigir las sesiones restantes.
El sábado tuvimos una sesión para los miembros holandeses que pertenecían al distrito del Templo de Fráncfort. Yo conocía bien a uno de los excelentes líderes de los Países Bajos, el hermano Peter Mourik. Justo antes de la sesión tuve la clara impresión de que debía llamar al hermano Mourik a hablarles a sus hermanos, los miembros holandeses, durante la sesión, y que de hecho, debía ser el primer orador. Como no lo había visto en el templo esa mañana, le pasé una nota al élder Carlos E. Asay, el Presidente de Área, preguntándole si Peter Mourik estaba presente en la sesión. Apenas un momento antes de ponerme de pie para comenzar la sesión, recibí una nota del élder Asay indicando que el hermano Mourik en realidad no estaba presente, estaba ocupado con otras cosas y planeaba asistir a la sesión dedicatoria del templo al día siguiente con las estacas de los soldados estacionados en Alemania.
Al ponerme de pie para dar la bienvenida a la gente y detallar el programa, recibí una vez más la impresión inequívoca de que debía anunciar a Peter Mourik como el primer orador. Eso iba en contra de todos mis instintos, ya que el élder Asay me acababa de decir que el hermano Murik definitivamente no estaba en el templo. Sin embargo, confiando en la inspiración, anuncié la presentación del coro y la oración, y luego indiqué que nuestro primer orador sería el hermano Peter Mourik.
Al regresar a mi asiento miré hacia el élder Asay; vi la mirada de pánico que tenía. Más tarde él me dijo que cuando anuncié al hermano Mourik como primer orador, no podía creer lo que oía. Dijo que sabía que yo había recibido la nota y que no podía imaginarse por qué anunciaría al hermano Mourik como orador cuando yo sabía que él no estaba en el templo.
Mientras sucedía todo esto, Peter Mourik estaba en una reunión en las oficinas de área en Porthstrasse. En el transcurso de la reunión, de repente se volvió hacia el élder Thomas A. Hawkes Jr, que entonces era el representante regional y le preguntó: “¿En cuánto tiempo podemos llegar al templo?”.
El élder Hawkes, que tenía fama de manejar bastante rápido en un pequeño auto deportivo, le contestó: “¡Puedo llegar en 10 minutos!, pero, ¿por qué necesita ir al templo?”.
El hermano Mourik admitió que no sabía por qué tenía que ir al templo, pero sabía que tenía que ir. Los dos salieron para el templo de inmediato.
Durante el magnífico número musical del coro, miré alrededor pensando que en cualquier momento vería a Peter Mourik; pero no lo vi. Sin embargo, sorprendentemente, no sentía pánico, sino que tenía la dulce e innegable seguridad de que todo saldría bien.
El hermano Mourik entró por la puerta de entrada justo en el momento que concluía la primera oración, y todavía no sabía por qué estaba allí. Mientras caminaba rápidamente por el pasillo, me vio en el monitor y escuchó que yo anunciaba: “Ahora escucharemos al hermano Peter Mourik”.
Para la sorpresa del élder Asay, seguidamente Peter Mourik entró al salón y tomó su lugar frente al púlpito.
Después de la sesión, el hermano Mourik y yo hablamos de lo que había pasado antes de que se presentara a hablar. He meditado sobre la inspiración que se recibió ese día, no sólo yo sino también Peter Mourik. Esa extraordinaria experiencia me ha dado un testimonio innegable de la importancia de ser digno de recibir ese tipo de inspiración, de confiar en ella y de seguirla, cuando se presenta. Sé sin lugar a duda que el Señor quería que quienes estaban presentes en esa sesión de la dedicación del Templo de Fráncfort escucharan el poderoso y conmovedor testimonio de Su siervo, el hermano Peter Mourik.
Mis amados hermanos y hermanas, la comunicación con nuestro Padre Celestial, incluso nuestras oraciones hacia Él y Su inspiración para con nosotros, es necesaria a fin de superar las tormentas y las pruebas de la vida. El Señor nos extiende la invitación: “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente, y me hallaréis…7. A medida que lo hagamos, sentiremos Su Espíritu en la vida, el cual nos dará el deseo y el valor de permanecer firmes en rectitud, de “[permanecer] en lugares santos y no [ser] movidos”8.
A medida que los vientos del cambio soplen a nuestro alrededor y la fibra moral de la sociedad continúe desintegrándose ante nuestros propios ojos, recordemos las preciosas promesas del Señor a quienes pongan su confianza en Él: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te fortalezco; siempre te ayudaré; siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”9.
¡Qué promesa grandiosa! Que recibamos esa bendición, ruego sinceramente en el nombre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Amén