Las canciones que no pudieron cantar
Aunque no sepamos todas las respuestas, sí conocemos principios importantes que nos permiten afrontar las tragedias con fe y confianza.
Muchas personas enfrentan serios problemas o incluso tragedias durante esta jornada terrenal. En todo el mundo vemos ejemplos de pruebas y tribulaciones1. Nuestra alma se conmueve al ver imágenes de muerte, sufrimiento y desesperación en la televisión. Vemos a los japoneses luchando heroicamente contra la devastación que dejaron el terremoto y maremoto. Revivir las inolvidables escenas de destrucción de las torres del World Trade Center que volvimos a ver hace poco fue doloroso. Algo se conmueve en nosotros cuando nos enteramos de tales tragedias, en especial cuando las padecen personas inocentes.
A veces las tragedias son muy personales: Un hijo o una hija fallece a temprana edad o cae víctima de una devastadora enfermedad; la vida de un padre amoroso se acaba debido a un acto desconsiderado o un accidente. Siempre que las tragedias ocurren, lloramos y procuramos llevar la carga los unos de los otros2. Lamentamos las cosas que no se cumplirán y las canciones que no se cantarán.
Entre las preguntas más frecuentes que se hacen a los líderes de la Iglesia están: “¿Por qué un Dios justo permite que sucedan cosas malas, especialmente a las personas buenas?”; “¿por qué aquellos que son justos y están al servicio del Señor no son inmunes a esas tragedias?”
Aunque no sepamos todas las respuestas, conocemos principios importantes que nos permiten afrontar las tragedias con fe y confianza de que se ha planeado un futuro brillante para cada uno de nosotros. Algunos de los principios más importantes son:
Primero, tenemos un Padre Celestial que nos conoce, nos ama personalmente y entiende perfectamente nuestro sufrimiento.
Segundo, Su hijo Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor; Su expiación no solamente proporciona la salvación y la exaltación, sino que también compensará todas las injusticias de la vida.
Tercero, el plan de felicidad del Padre para Sus hijos incluye no sólo la vida premortal y mortal sino también la vida eterna, incluso una grande y gloriosa reunión con aquellos que hemos perdido. Todas las injusticias serán enmendadas, y veremos con perfecta claridad y con una perspectiva y entendimiento impecables.
Desde la limitada perspectiva de aquellos que no tienen conocimiento, entendimiento ni fe en el plan del Padre —que ven el mundo sólo a través de los lentes de la mortalidad con sus guerras, violencia, enfermedad y maldad— esta vida puede parecer deprimente, caótica, injusta y sin sentido. Los líderes de la Iglesia han comparado esta perspectiva con alguien que entra en la mitad de una obra teatral de tres actos3. Aquellos que desconocen el plan del Padre no entienden lo que sucedió en el primer acto, o en la existencia premortal, ni los propósitos que se establecieron allí; ni tampoco entienden la aclaración y la resolución que viene en el tercer acto, que es el glorioso cumplimiento del plan del Padre.
Muchos no aprecian que, bajo Su amoroso y comprensivo plan, los que parecen estar en desventaja sin tener culpa, en última instancia no son sancionados4.
En algunos meses se cumplirán los 100 años del trágico hundimiento del transatlántico Titanic. Las catastróficas circunstancias que rodearon ese horrendo hecho han resonado a través del siglo desde que ocurrió. Los promotores del nuevo buque de lujo, que tenía la altura de un edificio de 11 pisos y casi el tamaño de 3 estadios de fútbol5, afirmaron exagerada e injustificadamente la invulnerabilidad del Titanic en las aguas invernales repletas de témpanos de hielo. Este barco, supuestamente era imposible de hundir; sin embargo, cuando se sumió en el congelado Océano Atlántico, más de 1.500 almas perdieron su vida terrenal6.
En muchos sentidos, el hundimiento del Titanic es una metáfora de la vida y de muchos principios del Evangelio. Es un ejemplo perfecto de la dificultad de mirar solamente con el lente de esta vida terrenal. La pérdida de vidas fue catastrófica en sus consecuencias, pero fue accidental. Con la masacre de las dos guerras mundiales y con el reciente décimo aniversario de la destrucción de las torres del World Trade Center, hemos vislumbrado en nuestra época la conmoción, la agonía y los problemas morales que rodean a los hechos derivados del mal ejercicio del albedrío. Hay terribles repercusiones para las familias, los amigos y las naciones como resultado de esas tragedias, independientemente de la causa.
Con respecto al Titanic, se aprendieron lecciones sobre los peligros del orgullo, de viajar en aguas turbulentas y de “que Dios no hace acepción de personas”7. Los afectados provenían de todo tipo de condiciones sociales. Algunos eran ricos y famosos, como John Jacob Astor; pero también había trabajadores, inmigrantes, mujeres, niños y miembros de la tripulación8.
Hubo por lo menos dos conexiones de Santos de los Últimos Días con el Titanic. Ambas ilustran el desafío que implica entender las pruebas, las tribulaciones y las tragedias, y proporcionan perspectiva en cuanto a la forma de sobrellevarlas. El primero es un ejemplo del estar agradecidos por las bendiciones que recibimos y de los desafíos que evitamos. Se trata de Alma Sonne, quien más tarde sirvió como Autoridad General9. Él era mi presidente de estaca cuando nací en Logan, Utah. Tuve mi entrevista para la misión con el élder Sonne. En esos días, todos los futuros misioneros eran entrevistados por una Autoridad General. Él marcó una gran influencia en mi vida.
Cuando Alma era jovencito, tenía un amigo que se llamaba Fred y que estaba menos activo en la Iglesia. Tuvieron numerosas conversaciones sobre el hecho de servir en una misión, y con el tiempo, Alma Sonne convenció a Fred para que se preparara y sirviera. Ambos fueron llamados a servir en la Misión Británica. Al término de sus misiones, el élder Sonne, secretario de la misión, hizo los arreglos para regresar a los Estados Unidos y compró boletos para viajar en el Titanic para él, Fred y cuatro misioneros más que también habían terminado su misión10.
Cuando llegó el momento de viajar, por alguna razón, Fred se retrasó. El élder Sonne canceló los seis boletos para abordar el primer viaje del nuevo y lujoso transatlántico, y reservó los pasajes para ir en otro barco que partiría el día siguiente11. Los cuatro misioneros que estaban entusiasmados por viajar en el Titanic, expresaron su desilusión. La respuesta del élder Sonne parafraseó el relato de José y sus hermanos en Egipto que se halla en Génesis: “¿Cómo volveremos a nuestras familias sin el joven?”12. Él explicó a sus compañeros que todos llegaron a Inglaterra juntos y que todos deberían regresar a casa juntos. El élder Sonne posteriormente se enteró del hundimiento del Titanic, y con gratitud le dijo a su amigo Fred: “Me salvaste la vida”. Fred le respondió: “No, tú me salvaste la mía al persuadirme a venir en esta misión”13. Todos los misioneros agradecieron al Señor el haberlos preservado14.
A veces, como en el caso del élder Sonne y sus compañeros de misión, los que son fieles reciben grandes bendiciones. Debemos agradecer todas las entrañables misericordias que llegan a nuestra vida15. No nos damos cuenta del caudal de bendiciones que recibimos día a día. Es sumamente importante que tengamos un espíritu de gratitud en nuestro corazón16.
Las Escrituras son claras; los que son rectos, siguen al Salvador y guardan Sus mandamientos prosperarán en la tierra17. Un elemento esencial de prosperar es tener El espíritu en nuestra vida.
Sin embargo, la rectitud, la oración y la fidelidad no siempre tendrán como resultado finales felices en la vida terrenal; muchos experimentarán duras pruebas. Cuando eso suceda, Dios aprueba el sólo hecho de tener fe y buscar las bendiciones del sacerdocio. El Señor ha declarado: “Los élderes… serán llamados, y orarán por ellos y les impondrán las manos en mi nombre; y si murieren, morirán para mí; y si vivieren, vivirán para mí”18.
Resulta instructivo que la segunda conexión de Santos de los Últimos Días con el Titanic no tuviese un final feliz en la vida terrenal. Irene Corbett tenía 30 años; era una joven esposa y madre de Provo, Utah, que tenía muchos talentos en el arte y la música; y también era maestra y enfermera. Ante la insistencia de profesionales médicos de Provo, ella asistió a un curso de partera en Londres por 6 meses. Su gran deseo era hacer una diferencia en el mundo. Era meticulosa, amable, devota y valiente. Una de las razones por la que escogió el Titanic para regresar a los Estados Unidos fue porque pensó que los misioneros viajarían con ella y que eso le brindaría protección adicional. Irene fue una de las pocas mujeres que no sobrevivieron a esa terrible tragedia. A la mayoría de las mujeres y niños los colocaron en botes salvavidas, y al final los rescataron. No había suficientes botes salvavidas para todos, pero se cree que ella no llegó a los botes salvavidas porque, debido a su capacitación especial, estaba atendiendo a las necesidades de muchos pasajeros que resultaron heridos en el choque con el témpano de hielo19.
Existen muchas clases de retos. Algunos nos brindan experiencias necesarias. Los resultados desfavorables en esta vida terrenal no son evidencia de falta de fe o de alguna imperfección en el plan global de nuestro Padre en los Cielos. El fuego purificador es real, y las cualidades de carácter y rectitud que se forjan en el horno de la aflicción nos perfeccionan, nos purifican y nos preparan para encontrarnos con Dios.
Mientras el profeta José Smith se hallaba preso en la cárcel de Liberty, el Señor le declaró que pueden sobrevenir muchas calamidades a la humanidad. El Señor declaró en parte: “Si eres arrojado al abismo; si las bravas olas conspiran contra ti; si el viento huracanado se hace tu enemigo… y todos los elementos se combinan para obstruir la vía… todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien”20. El Señor concluyó Su instrucción así: “Tus días son conocidos y tus años no serán acortados; no temas, pues…, porque Dios estará contigo para siempre jamás”21.
Algunos desafíos son el resultado del albedrío de los demás. El albedrío es esencial para el desarrollo y el crecimiento espiritual personal. La mala conducta es un elemento del albedrío. El capitán Moroni explicó esta doctrina tan importante: “El Señor permite que los justos sean muertos para que su justicia y juicios sobrevengan a los malos”. Él dejó claro que los fieles no están perdidos, sino que “entran en el reposo del Señor su Dios”22. Los malvados serán responsables de las atrocidades que cometan 23.
Otros retos provienen de la desobediencia a las leyes de Dios. Los problemas de salud derivados del cigarrillo, del alcohol o del abuso de drogas son sorprendentes. El número de quienes son encarcelados por delitos relacionados al alcohol y las drogas también es alto24.
Asimismo, el índice de divorcios a causa de infidelidad es significativa. Muchas de esas pruebas y tribulaciones podrían evitarse mediante la obediencia a las leyes de Dios25.
Mi querido presidente de misión, el élder Marion D. Hanks (que falleció en agosto), nos pidió a los misioneros que memorizáramos una declaración para resistir a los desafíos de la vida terrenal: “No existe ninguna posibilidad, suerte ni destino que pueda evitar, impedir o controlar la firme resolución de un alma decidida”26.
Él reconocía que eso no se aplica a todos los desafíos que encontramos, pero sí se aplica a los asuntos espirituales. He apreciado su consejo en mi vida.
Una de las razones que ocasionó la terrible pérdida de vidas en el Titanic es que no había suficientes botes salvavidas. Independientemente de las pruebas que afrontemos en esta vida, la expiación del Salvador proporciona botes salvavidas para todos. Para los que piensen que las pruebas que enfrentan no son justas, la Expiación compensa todas las injusticias de la vida27.
El evitar pensar demasiado en las oportunidades que se perdieron en esta vida constituye un reto particular para los que han perdido a seres queridos. A menudo, los que mueren prematuramente han demostrado capacidades, intereses y talentos significativos. Con nuestro entendimiento limitado, lamentamos las cosas que no se llevarán a cabo y las canciones que no se cantarán. Eso se ha descrito como morir con la música por dentro. La música, en este caso, es una metáfora de cualquier tipo de potencial que no se alcanzó. A veces las personas han tenido una preparación significativa pero no han tenido la oportunidad de ponerla en práctica en la vida terrenal28. Uno de los poemas clásicos más citados, “Elegía escrita en un cementerio de aldea”, de Thomas Gray, refleja tales oportunidades perdidas:
Flores que nacen para un rubor invisible,
gastando su dulzura en el aire desierto29.
La oportunidad perdida podría estar relacionada con la familia, la ocupación, los talentos, las experiencias u otras cosas. Todos estos fueron interrumpidos en el caso de la hermana Corbett. Había canciones que no cantó y potencial que no alcanzó en esta vida terrenal, pero cuando miramos a través del amplio y claro lente del Evangelio en vez del limitado lente de la mera existencia mortal, sabemos de la gran recompensa eterna que ha prometido un Padre amoroso en Su plan. Como el apóstol Pablo enseñó: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman”30. Una estrofa de un hermoso himno en inglés nos brinda consuelo, solaz y una visión clara: “Y Jesús al escuchar puede oír las canciones que no puedo cantar”31.
El Salvador dijo: “Consuélense, pues, vuestros corazones… quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios”32. Tenemos su promesa de que cantaremos con nuestros hijos “cantos de gozo sempiterno”33. En el nombre de Jesucristo, nuestro Salvador. Amén.