2010–2019
En sol y sombra, Señor, acompáñame
Conferencia General de octubre de 2019


11:32

En sol y sombra, Señor, acompáñame

Testifico que “en sol y sombra” el Señor nos acompañará, que nuestras “aflicciones [pueden ser] consumidas en el gozo de Cristo”.

Uno de nuestros himnos expresa la súplica al Señor: “En sol y sombra, acompáñame”1. Hace tiempo, iba en un avión que se acercaba a una fuerte tormenta. Vi por la ventana un denso manto de nubes debajo de nosotros. Los rayos del sol poniente se reflejaban en las nubes y estas brillaban con intensidad. Poco después, el avión descendió por las pesadas nubes y de repente nos envolvió una espesa oscuridad que opacó por completo la intensa luz que habíamos presenciado un poco antes2.

Rayos del sol poniente
Nubes oscuras

En la vida podrían formarse nubes negras que nos impidan percibir la luz de Dios y hasta ocasionar que nos preguntemos si aún existe. Algunas de ellas son nubes de depresión, ansiedad y otras aflicciones mentales y emocionales que podrían distorsionar la forma en que nos vemos a nosotros mismos, a los demás e incluso a Dios, y afectan a mujeres y hombres de toda edad y en todos los rincones del mundo.

Igual de dañina es la nube de escepticismo que insensibiliza y que podría afectar a los que no hayan sufrido esos desafíos. Como otras partes del cuerpo, el cerebro está sujeto a enfermedades, traumas y desequilibrios químicos. Si nuestra mente padece, es apropiado que procuremos ayuda de Dios, de las personas que nos rodean y de profesionales médicos o de la salud mental.

“Todos los seres humanos, hombres y mujeres, son creados a la imagen de Dios. Cada uno es un amado hijo o hija procreado como espíritu por padres celestiales y […] cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos”3. Al igual que nuestros Padres Celestiales y nuestro Salvador, tenemos un cuerpo físico4 y sentimos emociones5.

Mis queridas hermanas, es normal sentirnos tristes o preocupadas de vez en cuando. La tristeza y la ansiedad son sentimientos humanos naturales6. No obstante, si constantemente estamos tristes y si el dolor no nos permite sentir el amor del Padre Celestial y Su Hijo, y la influencia del Espíritu Santo, entonces quizá suframos de depresión, ansiedad u otra afección emocional.

Hace tiempo, mi hija escribió: “Hubo una época en la que me embargaba una gran tristeza. Siempre pensé que la tristeza era motivo de vergüenza y señal de debilidad, y por eso me la guardaba para mí misma […]. Me sentía insignificante”7.

Una amiga lo describió así: “Desde niña he luchado constantemente con sentimientos de desesperanza, oscuridad, soledad y temor, y la sensación de estar destrozada o tener defectos. Me esforzaba por ocultar mi dolor para nunca dar otra impresión que no fuera la de positivismo y fortaleza”8.

Mis queridas hermanas, nos puede suceder a cualquiera, sobre todo si como creyentes del plan de felicidad, nos imponemos cargas innecesarias al pensar que tenemos que ser perfectos ahora, lo cual puede ser abrumador. Lograr la perfección es un proceso que tendrá lugar a lo largo de nuestra vida mortal y más allá, y solo mediante la gracia de Jesucristo9.

En cambio, al hablar abiertamente de nuestros problemas emocionales, reconociendo que no somos perfectos, damos permiso a los demás de expresar sus desafíos y juntos comprendemos que hay esperanza y que no tenemos que sufrir a solas10.

Esperanza en la Segunda Venida

Como discípulos de Jesucristo, hemos hecho convenio con Dios de que estamos “dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros” y “a llorar con los que lloran”11. Esto podría incluir informarnos sobre las enfermedades emocionales, encontrar recursos que nos ayuden a afrontarlas y, principalmente, acudir nosotros y llevar a los demás a Cristo, quien es el Maestro Sanador12. Aunque no podamos identificarnos con lo que los demás estén pasando, el validar la realidad de su dolor puede ser un gran primer paso para hallar comprensión y sanación13.

En algunos casos se puede determinar la causa de la depresión o ansiedad, pero en otros podría ser difícil de discernir14. El cerebro podría padecer debido al estrés15 o la intensa fatiga16, lo cual a veces se puede mejorar ajustando la dieta, el sueño y el ejercicio. Otras veces, podrían necesitarse terapia o medicamentos bajo la dirección de profesionales capacitados.

Si no se atienden, las afecciones mentales o emocionales pueden causar aislamiento, malentendidos, ruptura de relaciones, daño autoinfligido y hasta el suicidio. Esto lo he vivido en carne propia porque mi propio padre se suicidó hace muchos años. Su muerte fue impactante y devastadora para mi familia y para mí. Me ha tomado años procesar el dolor y hasta hace poco me enteré de que hablar del suicidio de maneras apropiadas en realidad ayuda a evitarlo en lugar de propiciarlo17. Finalmente he hablado abiertamente de la muerte de mi padre con mis hijos y he visto la sanación que el Salvador puede brindar en ambos lados del velo18.

Penosamente, muchos que sufren casos graves de depresión se distancian de los demás santos porque sienten que no encajan en un molde imaginario. Podemos ayudarles a saber y sentir que sí tienen un lugar entre nosotros. Es importante darnos cuenta de que la depresión no se deriva de la debilidad y normalmente tampoco del pecado19. Más bien, “aumenta si se mantiene en secreto y se mitiga con la empatía”20. Juntos podemos romper las nubes del aislamiento y el estigma para que se levante la carga de la vergüenza y se produzcan milagros de sanación.

Durante Su ministerio terrenal, Jesucristo sanó a los enfermos y afligidos. Sin embargo, cada persona tuvo que ejercer fe en Él y actuar a fin de que Él le sanara. Algunos caminaron grandes distancias, otros extendieron la mano para tocar Su manto y otros tuvieron que ser llevados a Él para ser sanados21. ¿No necesitamos todos desesperadamente de Él para recibir sanación? “¿No somos todos mendigos?”22.

Sigamos la senda del Salvador; mostremos más compasión y dejemos de juzgar y de ser los inspectores de la espiritualidad de los demás. Una de las mayores dádivas que podemos ofrecer es escuchar con amor, y podemos ayudar a llevar y disipar las cargadas nubes que asfixian a nuestros seres queridos y amigos23 para que mediante nuestro amor puedan volver a sentir al Espíritu Santo y percibir la luz que emana de Jesucristo.

Si te rodea constantemente un “vapor de tinieblas”24, acude al Padre Celestial. Nada por lo que hayas pasado puede alterar la verdad eterna de que tú eres Su hija, y que Él te ama25. Recuerda que Cristo es tu Salvador y Redentor, y que Dios es tu Padre. Ellos comprenden. Imagínalos sentados cerca de ti, escuchando y ofreciéndote apoyo26. “[Ellos te] consolará[n] en [tus] aflicciones”27. Haz todo lo que puedas y confía en la gracia expiatoria del Señor.

Tus aflicciones no te definen, sino que te pueden refinar28. Debido a un “aguijón en [la] carne”29, podrías tener la capacidad para sentir más compasión por los demás. Siguiendo la guía del Espíritu Santo, cuenta tu historia para que “socorr[as] a los débiles, levant[es] las manos caídas y fortale[zcas] las rodillas debilitadas”30.

Si batallamos o ayudamos a alguien que batalla, estemos dispuestos a seguir los mandamientos de Dios para que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros31. Hagamos las “cosas pequeñas y sencillas”32 que nos darán fortaleza espiritual. Como dijo el presidente Russell M. Nelson: “Nada abre tanto los cielos como la combinación de mayor pureza, estricta obediencia, búsqueda diligente, el deleitarse a diario en las palabras de Cristo en el Libro de Mormón, y dedicar tiempo frecuente a la obra del templo y de historia familiar”33.

El Salvador sanando

Recordemos todos que nuestro Salvador Jesucristo “[ha tomado] sobre sí […] [nuestras] debilidades […] para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de […] [saber] cómo socorrer[nos], de acuerdo con [nuestras] debilidades”34. Él vino “a vendar a los quebrantados de corazón […] a consolar a todos los que lloran […] [a dar] gloria en lugar de ceniza, aceite de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar de espíritu apesadumbrado”35.

La Segunda Venida

Testifico que “en sol y sombra” el Señor nos acompañará, que nuestras “aflicciones [pueden ser] consumidas en el gozo de Cristo”36 y que “es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos”37. Testifico que cuando Jesucristo vuelva a la tierra “en sus alas traerá sanidad”38. Al final, Él “enjugará […] toda lágrima de [nuestros] ojos […] y ya no habrá más […] llanto”39. Para todos los que “ven[gamos] a Cristo y [nos] perfeccion[emos] en Él”40 “no se pondrá jamás [el] sol […] porque Jehová será [nuestra] luz eterna, y los días de [nuestro] duelo se acabarán”41. En el nombre de Jesucristo. Amén.