La paz personal en tiempos difíciles
Nunca ha sido tan importante procurar la paz personal.
Recientemente se me asignó dedicar una porción de la parte histórica de la ciudad de Nauvoo. Como parte de la asignación se me permitió visitar la cárcel de Liberty, en Misuri. Al verla, reflexioné sobre los hechos que hacen que esta sea una parte significativa de la historia de la Iglesia. Los santos vieron amenazadas sus vidas con motivo de la orden de exterminio emitida por el gobernador de Misuri. Además, el profeta José y unos pocos selectos compañeros habían sido injustamente encarcelados en la cárcel de Liberty. Uno de los motivos de tan violenta oposición a nuestros miembros fue que la mayoría de ellos se oponía a la esclavitud1. La intensa persecución que padecieron José Smith y sus seguidores constituye un ejemplo extremo del injusto ejercicio del albedrío que puede afectar a las personas justas. El tiempo que José pasó en la cárcel de Liberty nos demuestra que la adversidad no es evidencia de la desaprobación del Señor ni de que Él retire Sus bendiciones.
Me conmovió profundamente leer lo que el profeta José Smith declaró cuando estuvo confinado en aquella cárcel: “Oh Dios, ¿en dónde estás? ¿Y dónde está el pabellón que cubre tu morada oculta?”2. José preguntó cuánto tiempo tendría el pueblo del Señor que “sufri[r] estas injurias y opresiones ilícitas”3.
Estando en la cárcel de Liberty, me emocionó profundamente la respuesta del Señor: “Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos”4. Es evidente que la oposición puede refinarnos para alcanzar un destino celestial y eterno5.
Las preciadas palabras del Salvador “Hijo mío, paz a tu alma”6 tienen un sentido particular para mí y son de gran importancia en nuestra época. Me recuerdan Sus enseñanzas a los discípulos durante Su ministerio terrenal.
Antes del padecimiento de Cristo en el Jardín de Getsemaní y en la cruz, Él mandó a Sus apóstoles que se amasen unos a otros como Él los había amado7 y, posteriormente, los consoló con estas palabras: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”8.
Uno de los títulos más preciados de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es el de “Príncipe de paz”9. Finalmente, Su reino será establecido con paz y amor10. Aguardamos expectantes el reinado milenario del Mesías.
A pesar de esta visión del reinado milenario, sabemos que la paz mundial y la armonía no prevalecen en la actualidad11. En mi vida he visto tan grande falta de civismo. Somos bombardeados por un lenguaje airado y contencioso, y por actos provocadores y devastadores que destruyen la paz y la tranquilidad.
La paz en el mundo no se nos promete ni garantiza hasta la segunda venida de Jesucristo. El Salvador instruyó a Sus apóstoles que en Su misión terrenal no lograría la paz universal. Él enseñó: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra”12. La paz universal no formaba parte del ministerio terrenal inicial del Salvador; la paz universal no existe en la actualidad.
Sin embargo, es posible lograr paz personal a pesar del enojo, la contención y la división que plagan y corrompen nuestro mundo. Nunca ha sido tan importante procurar la paz personal. En un nuevo himno, hermoso y querido, compuesto para los jóvenes de hoy por el hermano Nik Day, que lleva por título “Paz en Cristo”, leemos: “Si no hay paz aquí, siempre en Cristo hay paz”13. Fuimos bendecidos al tener este himno justo antes de la pandemia del COVID-19.
El himno refleja de una manera hermosa la aspiración a tener paz y recalca de manera apropiada que la paz se cimienta en la vida y en la misión de Jesucristo. El presidente Joseph F. Smith declaró: “… jamás habrá ese espíritu de paz y amor […] hasta que los seres humanos reciban la verdad de Dios y [Su] mensaje […] y reconozcan Su poder y autoridad, que son divinos”14.
Si bien jamás retiraremos nuestros esfuerzos por lograr la paz universal, se nos ha asegurado que podemos tener paz personal como enseña Cristo. Este principio se explica en Doctrina y Convenios: “Aprended, más bien, que el que hiciere obras justas recibirá su galardón, sí, la paz en este mundo, y la vida eterna en el mundo venidero”15.
¿Cuáles son algunas de las “obras justas” que nos ayudarán a lidiar con las disputas, atenuar la contención y hallar paz en este mundo? Todas las enseñanzas de Cristo apuntan en esa dirección. Mencionaré unas pocas que me parecen de particular importancia.
Primero: amen a Dios, vivan Sus mandamientos y perdonen a todos
El presidente George Albert Smith se convirtió en Presidente de la Iglesia en 1945. Durante sus años como Apóstol llegó a ser conocido como un líder amante de la paz. En los quince años previos antes de llegar a ser Presidente, las dificultades y las pruebas de una enorme depresión económica mundial, seguidas de la muerte y destrucción provocadas por la Segunda Guerra Mundial, fueron de todo menos pacíficas.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, durante su primera conferencia general como Presidente, efectuada en octubre de 1945, el presidente Smith recordó a los santos la invitación del Salvador de amar al prójimo y perdonar a los enemigos, y luego enseñó: “Tal es el espíritu que deben procurar los Santos de los Últimos Días si esperan algún día permanecer en Su presencia y recibir de Sus manos una gloriosa bienvenida”16.
Segundo: busquen los frutos del Espíritu
El apóstol Pablo, en su epístola a los gálatas, explica la dicotomía que hay entre las obras justas que nos permiten heredar el reino de Dios y aquellas otras que, sin el arrepentimiento, nos descalifican para ello. Entre las que sí nos califican están los frutos del Espíritu: “… amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre [y] templanza”17. Pablo también incluye el sobrellevar las cargas de los demás y no cansarse de hacer el bien18. Entre las obras que no son justas él incluye la enemistad, la ira y las contiendas19.
Una de las grandes lecciones de la época del Antiguo Testamento tiene que ver con el padre Abraham. Abraham y Lot, su sobrino, eran acaudalados, pero llegó un momento en que ya no podían seguir viviendo juntos. Para que no hubiera altercados, Abraham permitió a Lot escoger la tierra que él quisiese. Lot escogió la llanura del Jordán, que era tanto bien regada como hermosa. Abraham tomó la llanura menos fértil de Mamre. En las Escrituras leemos que Abraham entonces levantó su tienda y edificó “un altar a Jehová”20. Lot, por el contrario, “fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma”21. A fin de tener relaciones pacíficas, la lección es clara: debemos estar dispuestos a llegar a un acuerdo y erradicar las contiendas en cuestiones que no tengan que ver con la dignidad. El rey Benjamín enseñó: “Y no tendréis deseos de injuriaros el uno al otro, sino de vivir pacíficamente”22. Sin embargo, en las conductas relacionadas con la rectitud y los imperativos doctrinales es preciso mantenerse firmes e inmutables.
Si queremos tener la paz que es fruto de las obras justas, no pondremos nuestra tienda hacia el mundo; la pondremos hacia el templo.
Tercero: ejerzan el albedrío para escoger la rectitud
La paz y el albedrío están interrelacionados como elementos esenciales del Plan de Salvación. Como se define en el artículo de Temas del Evangelio sobre “Albedrío y responsabilidad”, el albedrío es “la capacidad y el privilegio que Dios nos da de escoger y actuar por nosotros mismos”23. Por tanto, el albedrío es la esencia misma del crecimiento personal y la experiencia que nos bendice cuando seguimos al Salvador24.
El albedrío fue un asunto principal en el concilio preterrenal de los cielos y en el conflicto que surgió entre quienes escogieron seguir a Cristo y los seguidores de Satanás25. Despojarse del orgullo y de la necesidad de control, y escoger al Salvador, nos permitiría tener Su luz y Su paz. No obstante, la paz personal se vería amenazada cuando las personas ejercieran el albedrío de manera dañina y perjudicial.
Estoy convencido de que la pacífica certeza que sentimos en el corazón se vio fortalecida por el conocimiento que teníamos de lo que el Salvador del mundo iba a hacer por nosotros. Esto se explica de manera maravillosa en Predicad Mi Evangelio: “Al confiar en la expiación de Jesucristo, Él nos puede ayudar a sobrellevar bien nuestras tribulaciones, enfermedades y dolor, y podemos sentir gozo, paz y consuelo. Todo lo que es injusto en la vida se puede remediar por medio de la expiación de Jesucristo”26.
Cuarto: edifiquemos Sion en nuestro corazón y en nuestro hogar
Somos hijos de Dios y parte de Su familia. Además, somos parte de la familia en la que nacemos. La institución de la familia es el cimiento tanto de la felicidad como de la paz. El presidente Russell M. Nelson nos ha enseñado —y durante esta pandemia hemos aprendido— que la observancia religiosa centrada en el hogar y respaldada por la Iglesia puede “desatar el poder de las familias […] para transformar [nuestro] hogar en un santuario de fe”27. Si tenemos esta observancia religiosa en nuestro hogar, también tendremos la paz del Salvador28. Somos conscientes de que muchos de ustedes carecen de las bendiciones de un hogar de rectitud y contienden regularmente con quienes eligen la injusticia. El Salvador puede brindarles protección y paz para que, finalmente, estén seguros y a salvo de las tormentas de la vida.
Les aseguro que el gozo, el amor y la realización que se experimentan en una familia amorosa y justa producen paz y felicidad. El amor y la bondad son la clave para tener a Sion en nuestro corazón y en nuestro hogar29.
Quinto: sigan las admoniciones actuales de nuestro profeta
La paz aumenta considerablemente cuando seguimos al profeta del Señor, el presidente Russell M. Nelson. En breve tendremos la oportunidad de escucharlo. Él fue preparado desde la fundación del mundo para este llamamiento; su preparación personal es sobresaliente30.
Él nos ha enseñado que podemos “sentir una paz y un gozo duraderos, incluso en épocas turbulentas”, cuando nos esforzamos por llegar a ser más como nuestro Salvador Jesucristo31. Nos ha aconsejado que nos “arre[pinta]mos todos los días”, para recibir el “poder purificador, sanador y fortalecedor [del Señor]”32. Soy testigo de que nuestro amado profeta ha recibido, y continúa recibiendo, revelación del cielo.
Aunque lo honramos y sostenemos como nuestro profeta, adoramos a nuestro Padre Celestial y a nuestro Salvador Jesucristo, y recibimos la ministración del Espíritu Santo.
Testifico que Jesucristo, el Salvador y Redentor del mundo, guía y dirige Su Iglesia restaurada, y aporto mi testimonio apostólico personal de ello. Su vida y Su misión expiatoria son la verdadera fuente de paz. Él es el Príncipe de paz. Doy testimonio verídico y solemne de que Él vive. En el nombre de Jesucristo. Amén.