Gloria en lugar de ceniza: El camino sanador del perdón
Vivir de manera que ofrezcas gloria en lugar de las cenizas que haya en tu vida es un acto de fe que sigue al Salvador.
El libro de 1 Samuel incluye un relato poco conocido de David, el futuro rey de Israel, y una mujer llamada Abigail.
Después de la muerte de Samuel, David y sus hombres huyeron del rey Saúl, que buscaba acabar con la vida de David. Ellos brindaban protección a los rebaños y a los sirvientes de un hombre rico llamado Nabal, que era perverso. David envió a diez de sus hombres a saludar a Nabal y a pedirle los alimentos y suministros que tanto necesitaban.
Nabal respondió a la petición de David con desprecio y echó a sus hombres con las manos vacías.
Ofendido, David preparó a sus hombres para enfrentarse a Nabal y a su casa diciendo: “[…] él me ha devuelto mal por bien”1. Un sirviente avisó a Abigail, la esposa de Nabal, acerca del desprecio de su marido hacia los hombres de David. Abigail se apresuró a reunir los alimentos y suministros necesarios y fue a interceder.
Cuando Abigail se encontró con él, “postrándose sobre su rostro delante de David, se inclinó a tierra.
“Y se echó a sus pies y dijo: Señor mío, sobre mí sea el pecado […].
“Ahora pues […], Jehová te ha impedido venir a derramar sangre y vengarte por tu propia mano […].
“Y ahora este presente que tu sierva ha traído a mi señor sea dado a los criados […].
“Y yo te ruego que perdones a tu sierva esta ofensa […].
“Y dijo David a Abigail: Bendito sea Jehová Dios de Israel, que te envió para que hoy me encontrases;
“y bendito sea tu razonamiento, y bendita tú, que me has impedido hoy el ir a derramar sangre y a vengarme por mi propia mano […].
“Y recibió David de su mano lo que le había traído y le dijo: Sube en paz a tu casa, y mira que he escuchado tu voz y te he tenido respeto”2.
Ambos partieron en paz.
En este relato, Abigail podría considerarse como un modelo o símbolo poderoso de Jesucristo3 . A través de Su sacrificio expiatorio, Él puede liberarnos del pecado y del peso de un corazón contencioso, y proveernos del sustento que necesitamos4.
Así como Abigail estaba dispuesta a tomar los pecados de Nabal sobre sí misma, el Salvador también ha tomado sobre Sí —de forma incomprensible— nuestros pecados y los pecados de quienes nos han herido u ofendido5. En Getsemaní y en la cruz, Él pagó por esos pecados y preparó la manera para que podamos sanar un corazón vengativo. Esa “manera” es mediante el perdón, que puede ser una de las cosas más difíciles que alguna vez haremos y lo más sublime que alguna vez experimentaremos. En el camino del perdón, el poder expiatorio de Jesucristo puede fluir en nuestra vida y comenzar a sanar las profundas heridas del corazón y del alma.
El presidente Russell M. Nelson enseñó que el Salvador nos brinda la capacidad para perdonar:
“Mediante Su infinita expiación, pueden perdonar a quienes los hayan lastimado y que quizás nunca acepten la responsabilidad de su crueldad hacia ustedes.
“Por lo general, es fácil perdonar a quien procura el perdón de ustedes con sinceridad y humildad, pero el Salvador les dará la capacidad de perdonar a quienes los hayan maltratado de alguna manera. Entonces sus actos hirientes ya no podrán amargarles el alma”6.
La abundante ofrenda de comida y sustento que dio Abigail nos enseña que el Salvador ofrece a quienes hemos sido lastimados o heridos el sustento y la ayuda que necesitamos para ser curados y sanados7. No tenemos que enfrentar nosotros solos las consecuencias de las acciones de otras personas, sino que también podemos ser sanados y tener la oportunidad de ser salvados del peso de un corazón contencioso y de cualquier acción que podría acarrear.
El Señor ha dicho: “Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres”8. El Señor nos requiere perdonar por nuestro propio bien9, pero Él no nos pide que lo hagamos sin Su ayuda, Su amor y Su comprensión. Mediante nuestros convenios con el Señor, cada uno puede recibir el poder fortalecedor, la guía y la ayuda que necesitamos tanto para perdonar como para ser perdonados.
Ruego que sepan que perdonar a alguien no quiere decir que se pongan en una situación donde les seguirán haciendo daño. “Podemos esforzarnos por perdonar a alguien y aun así sentirnos inspirados por el Espíritu a alejarnos de esa persona”10.
Así como Abigail ayudó a David a no tener un corazón turbado11 y a recibir la ayuda que necesitaba, el Salvador les ayudará de la misma manera. Él les ama, Él va a su encuentro en el camino “y en sus alas traerá sanidad”12. Él desea que sientan paz.
Personalmente, he sido testigo del milagro de Cristo que sanó mi corazón contencioso. Con el permiso de mi padre, les comparto que crecí en un hogar donde no siempre me sentí a salvo debido a maltratos emocionales y verbales. En mis años de adolescencia y juventud, estaba resentida con mi padre y guardaba enojo en el corazón por esa herida.
Con los años y al esforzarme por hallar paz y sanación en el camino del perdón, me di cuenta, de manera muy profunda, que el mismo Hijo de Dios que había expiado mis pecados, es el mismo Redentor que también salvaría a quienes me habían hecho tanto daño. No podría creer plenamente en esa primera verdad sin creer en la segunda.
Conforme mi amor por el Salvador ha aumentado, también lo ha hecho mi deseo de reemplazar el dolor y la ira por Su bálsamo sanador. Ha sido un proceso que ha tomado muchos años y requirió valor, vulnerabilidad, perseverancia y aprender a confiar en el poder divino del Salvador para salvar y sanar. Todavía me queda mucho por hacer, pero mi corazón ya no está en pie de guerra. He recibido un “corazón nuevo”13, un corazón que ha experimentado el profundo y perdurable amor de un Salvador personal, que ha estado a mi lado, que delicada y pacientemente me ha guiado a un lugar mejor, que lloró conmigo y que conoció mi dolor.
El Señor me ha enviado bendiciones compensatorias, así como Abigail llevó lo que David necesitaba. Él ha enviado mentores a mi vida; y lo más dulce y transformador de todo ha sido mi relación con mi Padre Celestial. Mediante Él, con gratitud he conocido el amor bondadoso, protector y rector de un Padre perfecto.
El élder Richard G. Scott dijo: “No puedes borrar el pasado, pero puedes perdonar14. El perdón sana heridas espantosas y trágicas porque permite que el amor de Dios elimine de tu corazón y de tu mente el veneno del odio. También limpia tu conciencia del deseo de venganza y da lugar al amor purificador, sanador y restaurador del Señor”15.
Mi padre terrenal también ha tenido un milagroso cambio en el corazón en los últimos años y ha acudido al Señor, algo que yo no esperaba que ocurriese en esta vida. Es otro testimonio para mí del poder absoluto y transformador de Jesucristo.
Sé que Él puede sanar al pecador y a aquellos contra quienes se ha pecado. Él es el Salvador y el Redentor del mundo, quien ha dado Su vida para que podamos vivir de nuevo. Él dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los quebrantados”16.
A todos los que están quebrantados, cautivos, heridos y quizás cegados por el dolor o el pecado, Él ofrece sanación, recuperación y liberación. Testifico que la sanación y la recuperación que Él ofrece es real. El tiempo de esa sanación es personal y no podemos juzgar los tiempos de otras personas. Es importante que nos permitamos el tiempo necesario para sanar y ser bondadosos con nosotros mismos durante el proceso. El Salvador siempre es misericordioso y atento, y está listo para ofrecer el socorro que necesitamos17.
En el camino del perdón y de la sanación se encuentra la opción de no perpetuar patrones o relaciones dañinas en nuestras familias o en cualquier otro ámbito. A todas las personas dentro del ámbito de nuestra influencia les podemos ofrecer bondad por crueldad, amor por odio, amabilidad por agresividad, seguridad por angustia y paz por contención.
Ofrecer lo que se te ha negado es una parte poderosa de la sanación divina que es posible mediante la fe en Jesucristo. Vivir de manera que ofrezcas, como ha dicho Isaías, gloria en lugar de las cenizas que haya en tu vida18 es un acto de fe que sigue el ejemplo supremo de un Salvador que sufrió todo para que Él pudiera socorrer a todos.
José de Egipto vivió una vida de cenizas. Sus hermanos lo odiaban, fue traicionado y vendido como esclavo, fue encarcelado injustamente y olvidado por alguien que había prometido ayudarlo. Aun así, confió en el Señor. “Jehová estaba con José”19 y consagró sus pruebas para su propia bendición y crecimiento, y para la salvación de su familia y de todo Egipto.
Cuando José se encontró con sus hermanos, siendo un gran líder de Egipto, su perdón y refinada perspectiva se manifestaron en las palabras de gracia que habló:
“Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese haberme vendido acá, porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros […].
“Así, pues, no me enviasteis vosotros acá, sino Dios”20.
Por medio del Salvador, la vida de José se transformó en “gloria en lugar de ceniza”21.
Kevin J Worthen, rector de BYU, dijo que Dios “puede hacer que ocurra lo bueno […] no solo a partir de nuestros éxitos, sino también a partir de nuestros fracasos y de los fracasos de otras personas que nos causan dolor. Dios es así de bueno y así de poderoso”22.
Testifico que el mayor ejemplo de amor y perdón es el de nuestro Salvador Jesucristo, quien en amarga agonía dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”23.
Sé que nuestro Padre Celestial desea bondad y esperanza para cada uno de Sus hijos. En Jeremías leemos: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz”24.
Jesucristo es su Mesías personal, su amoroso Redentor y Salvador, quien conoce los ruegos de su corazón. Él desea su sanación y felicidad, Él los ama, Él llora con ustedes en sus pesares y se regocija al sanarlos. Ruego que tengamos esperanza y tomemos Su mano amorosa que está siempre extendida25 a medida que andemos por el camino sanador del perdón, es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.