Felices y para siempre
El gozo verdadero y duradero y la eternidad con aquellos a quienes amamos son la pura esencia del plan de felicidad de Dios.
Amigos, queridos hermanos y hermanas, ¿recuerdan haber creído o deseado creer en ser “felices para siempre”?
Luego pasan cosas en nuestra vida y “maduramos”. Las relaciones se complican. Este mundo es ruidoso, ajetreado, agresivo, lleno de poses y fingimiento. Aun así, en “lo más hondo del corazón”1, creemos, o deseamos creer, que en algún lugar, de algún modo, ser felices y para siempre es real y posible.
“Ser felices y para siempre” no son ideas imaginarias de los cuentos de hadas. El gozo verdadero y duradero y la eternidad con aquellos a quienes amamos son la pura esencia del plan de felicidad de Dios. La senda que Él ha preparado con amor puede hacer que nuestra travesía eterna sea feliz y para siempre.
Tenemos mucho que celebrar y mucho por lo que estar agradecidos. No obstante, nadie es perfecto, y ninguna familia lo es. Nuestras relaciones abarcan el amor, la sociabilidad y la personalidad, pero a menudo también los roces, las heridas y, en ocasiones, un dolor profundo.
“Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados”2. Ser vivificados en Jesucristo incluye la inmortalidad: el don que Él nos ha dado de la resurrección física. A medida que vivimos con fe y obediencia, ser vivificados en Cristo también puede incluir una vida eterna abundante y llena de gozo con Dios y con aquellos a quienes amamos.
De manera extraordinaria, el profeta del Señor nos va acercando más a nuestro Salvador, incluso al poner más cerca de nosotros, en muchos lugares, las ordenanzas y los convenios sagrados del templo. Tenemos la gran oportunidad y la dádiva de hallar nuevo entendimiento espiritual, amor, arrepentimiento y perdón, los unos con los otros y con nuestras familias, por el tiempo y por la eternidad.
Me han dado permiso para compartir dos experiencias inusual y espiritualmente directas de unos amigos que hablaron del modo en que Jesucristo une a las familias, sanando incluso el conflicto que ha durado generaciones3. “[I]nfinit[a] y etern[a]”4 y “más fuerte que los lazos de la muerte”5, la expiación de Jesucristo puede ayudarnos a traer paz a nuestro pasado y esperanza a nuestro futuro.
Cuando se unieron a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, una amiga mía y su esposo aprendieron con gozo que las relaciones familiares no son necesariamente “hasta que la muerte los separe”. En la Casa del Señor, las familias pueden ser unidas (o selladas) por la eternidad.
Pero mi amiga no deseaba ser sellada a su padre. “Él no fue un buen esposo para mi madre y no fue un buen padre para sus hijos”, decía ella. “Mi papá tendrá que esperar. No tengo ningún deseo de hacer la obra del templo por él ni de ser sellada a él por la eternidad”.
Durante un año, ella ayunó, oró y habló mucho con el Señor acerca de su padre. Finalmente estuvo preparada, y la obra del templo por su padre se llevó a cabo. Más tarde, ella contó: “Mientras dormía, mi padre se me apareció en un sueño, vestido de blanco; él había cambiado. Me dijo: ‘Mírame, estoy limpio. Gracias por hacer la obra en el templo por mí’”. Su padre añadió: “Levántate y vuelve al templo; tu hermano está esperando ser bautizado”.
Mi amiga explica: “Mis antepasados y aquellos que nos han dejado esperan con ilusión que se lleve a cabo la obra por ellos”.
“Y para mí”, añade ella, “el templo es un lugar de sanación, aprendizaje y reconocimiento de la expiación de Jesucristo”.
Segunda experiencia. Otro amigo investigaba diligentemente su historia familiar, ya que deseaba encontrar a su bisabuelo.
Una mañana temprano, mi amigo dijo que sintió la presencia espiritual de un hombre en su habitación. Ese hombre deseaba que lo encontraran y que su familia lo conociera. Sentía remordimientos por un error del que ahora se había arrepentido, y ayudó a mi amigo a comprender que mi amigo no compartía ADN con la persona que mi amigo pensaba que era su bisabuelo. “En otras palabras”, dijo mi amigo, “yo había encontrado a mi bisabuelo y me enteraba de que él no era la persona que aparecía en nuestros registros familiares como nuestro bisabuelo”.
Sus relaciones familiares se aclararon y mi amigo dijo: “Me siento libre y en paz. Saber quién es mi familia marca la diferencia”. Y él reflexiona: “Una rama torcida no hace que un árbol sea malo. El modo en que llegamos a este mundo es menos importante que quiénes somos cuando lo dejamos”.
Las Santas Escrituras y las experiencias sagradas de sanación personal y paz, incluso con aquellos que viven en el mundo de los espíritus, recalcan cinco principios doctrinales.
Primero: Como parte central del plan de redención y felicidad de Dios, Jesucristo, por medio de Su expiación, promete unir nuestro espíritu y nuestro cuerpo “para nunca más ser separados, a fin de recibir una plenitud de gozo”6.
Segundo: La Expiación —en inglés at-one-ment, que significa ser uno en Cristo— sucede a medida que ejercemos la fe y damos frutos de arrepentimiento7, tanto en esta vida como después de esta vida. Las ordenanzas del templo no nos transforman por sí mismas, ni transforman a quienes están en el mundo de los espíritus, pero esas ordenanzas divinas habilitan convenios santificadores con el Señor que nos ayudan a estar en armonía con Él y los unos con los otros.
Nuestro gozo es completo a medida que sentimos la gracia de Jesucristo y Su perdón. Y cuando nos ofrecemos unos a otros el milagro de Su gracia y Su perdón, la misericordia que recibimos y la que ofrecemos pueden ayudar a hacer que las injusticias de la vida sean justas8.
Tercero: Dios nos conoce y nos ama perfectamente. “Dios no puede ser burlado”9, ni se le puede engañar. Con misericordia y justicia perfectas, Él envuelve entre Sus brazos de seguridad al humilde y al que se arrepiente.
En el Templo de Kirtland, el profeta José Smith vio en una visión a su hermano Alvin que se había salvado en el Reino Celestial. El profeta José se sorprendió, ya que Alvin había muerto antes de recibir la ordenanza salvadora del bautismo10. Con palabras de consuelo, el Señor explicó la razón: el Señor “[nos] juzgar[á] […] según [nuestras] obras, según el deseo de [nuestros] corazones”11. Nuestras almas dan testimonio de nuestras obras y nuestros deseos.
Con gratitud sabemos que los vivos y “[l]os muertos que se arrepientan serán redimidos, mediante su obediencia a las ordenanzas de la casa de Dios”12 y la expiación de Cristo. En el mundo de los espíritus, aun quienes han pecado y transgredido tienen la oportunidad de arrepentirse13.
En contraste, aquellos que deliberadamente escogen la iniquidad, quienes conscientemente demoran el arrepentimiento o de cualquier manera premeditada y con conocimiento quebrantan los mandamientos planeando un arrepentimiento sencillo, serán juzgados por Dios y tendrán “un vivo recuerdo de toda [su] culpa”14. No podemos pecar a sabiendas el sábado y luego esperar un perdón automático por participar de la Santa Cena el domingo. A los misioneros y a otros que digan que seguir el Espíritu significa no tener que obedecer las normas de la misión o los mandamientos, recuerden que obedecer las normas de la misión y los mandamientos invita al Espíritu. Ninguno de nosotros debe posponer el arrepentimiento. Las bendiciones del arrepentimiento comienzan en el momento en que comenzamos a arrepentirnos.
Cuarto: El Señor nos da la oportunidad divina de llegar a ser más como Él al actuar como representantes en las ordenanzas salvadoras del templo, que otras personas necesitan pero no pueden efectuar por sí mismas. Llegamos a ser más completos y perfeccionados15 al convertirnos en “salvadores [en el] monte Sion”16. Al prestar servicio a los demás, el Santo Espíritu de la Promesa puede ratificar las ordenanzas y santificar tanto al que da como al que recibe. Tanto el que da como el que recibe pueden hacer y profundizar convenios transformadores, y recibir con el tiempo las bendiciones prometidas a Abraham, Isaac y Jacob.
Y por último, quinto: Tal como enseña la regla de oro17, una simetría santificadora entre el arrepentimiento y el perdón nos invita a ofrecer a los demás lo que nosotros mismos necesitamos y deseamos.
En ocasiones, nuestra disposición a perdonar a los demás nos habilita, tanto a nosotros como a ellos, a creer que podemos arrepentirnos y ser perdonados. A veces, la disposición a arrepentirnos y la capacidad para perdonar no llegan al mismo tiempo. Nuestro Salvador es nuestro Mediador con Dios, pero también nos ayuda a reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás a medida que venimos a Él. Reparar relaciones interpersonales y sanar corazones es difícil, tal vez nos resulte imposible hacerlo solos, sobre todo cuando el dolor y el sufrimiento son intensos. Pero los cielos pueden darnos fortaleza y sabiduría más allá de las nuestras para saber cuándo aferrarnos y cómo soltarnos.
Nos sentimos menos solos cuando nos damos cuenta de que no estamos solos. Nuestro Salvador siempre comprende18. Con la ayuda de nuestro Salvador, podemos entregarle a Dios nuestro orgullo, nuestras heridas y nuestros pecados. Independientemente de cómo nos sintamos al principio, vamos sanando a medida que confiamos en Él para que sane nuestras relaciones.
El Señor, que ve y entiende perfectamente, perdona a quien es Su voluntad; nosotros, que somos imperfectos, debemos perdonar a todos. A medida que venimos a nuestro Salvador, nos centramos menos en nosotros mismos. Juzgamos menos y perdonamos más. Confiar en Sus méritos, misericordia y gracia19 puede librarnos de la contención, el enojo, el abuso, el abandono, la injusticia y los desafíos físicos y mentales que en ocasiones acompañan al cuerpo físico en un mundo terrenal. Felices y para siempre no significa que cada relación será feliz y para siempre, pero los mil años del Milenio en que Satanás será atado20 pueden darnos el tiempo necesario y maneras sorprendentes de amar, entender y hacer que las cosas funcionen mientras nos preparamos para la eternidad.
La sociabilidad que existe en los cielos la hallamos los unos en los otros21. La obra y la gloria de Dios incluyen que seamos felices y para siempre22. La vida eterna y la exaltación son conocer a Dios y a Jesucristo, y así, por medio del poder divino, donde Ellos están, nosotros estaremos23.
Queridos hermanos y hermanas, Dios nuestro Padre Celestial y Su Hijo Amado viven. Ellos ofrecen paz, gozo y sanación a toda tribu y lengua, a cada uno de nosotros. El profeta del Señor nos muestra el camino. La revelación en los últimos días continúa. Ruego que nos acerquemos más a nuestro Salvador en la santa Casa del Señor, y que Él nos acerque más a Dios y los unos a los otros a medida que entrelazamos nuestros corazones con la compasión, la verdad y la misericordia que provienen de Cristo en todas nuestras generaciones, por el tiempo y por la eternidad, felices y para siempre. En Jesucristo, eso es posible; en Jesucristo, eso es real. De eso testifico en Su sagrado nombre, Jesucristo. Amén.