Recuerden lo más importante
Lo más importante es nuestra relación con el Padre Celestial y Su Hijo Amado, con nuestra familia y con nuestro prójimo, y permitir que el Espíritu nos guíe.
Al recordar este fin de semana la entrada triunfal del Salvador a Jerusalén poco antes de Su sacrificio expiatorio, recuerdo Sus palabras de esperanza y consuelo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”1.
Lo amo, le creo a Él y testifico que Él es la Resurrección y la Vida.
Este testimonio me ha consolado y fortalecido durante los últimos cuatro años y medio desde que falleció mi esposa, Barbara. La echo de menos.
He estado reflexionando a menudo sobre nuestro matrimonio eterno y nuestra vida juntos.
Anteriormente he relatado cómo conocí a Barbara y cómo esa experiencia me permitió utilizar la habilidad de “hacer seguimiento” que había aprendido en la misión. Tuve que hacer un seguimiento rápido con ella después de conocerla, porque era hermosa, popular y tenía una agenda social muy ocupada. Me enamoré rápidamente, porque ella era tratable y amigable. Admiraba su bondad. Sentía que ella y yo éramos el uno para el otro. Me pareció así de sencillo.
Barbara y yo salimos juntos y nuestra relación comenzó a crecer, pero ella no estaba segura de que el matrimonio conmigo fuera lo correcto para ella.
No era suficiente que yo lo supiera; Barbara necesitaba saber por sí misma. Yo sabía que, si dedicábamos tiempo a ayunar y orar al respecto, Barbara podría recibir una confirmación del cielo.
Pasamos un fin de semana sin vernos para poder ayunar y orar individualmente y llegar a saber por nosotros mismos. Afortunadamente para mí, ella recibió la misma confirmación que yo. El resto, como dicen, es historia.
Cuando Barbara falleció, nuestros hijos pusieron en su lápida varias lecciones que Barbara quería que recordaran. Una de esas lecciones es: “Lo más importante es lo que más perdura”.
Hoy compartiré algunos sentimientos y pensamientos que provienen de mi corazón sobre lo que es más importante.
Primero, la relación con nuestro Padre Celestial y Su Hijo, el Señor Jesucristo, es lo más importante. Esta relación es importante ahora y en la eternidad.
Segundo, las relaciones familiares están entre las cosas más importantes.
A lo largo de mi ministerio, he visitado a muchas personas y familias afectadas por desastres naturales devastadores. Muchos quedaron desplazados, hambrientos y asustados. Necesitaban asistencia médica, alimentos y refugio.
También necesitaban a su familia.
Reconozco que algunas personas tal vez no tengan las bendiciones de una familia unida, así que incluyo a parientes, amigos e incluso familias del barrio como “familia”. Estas relaciones son esenciales para la salud emocional y física.
Esas relaciones también pueden brindar amor, gozo, felicidad y un sentido de pertenencia.
Nutrir estas relaciones importantes es una elección. La decisión de formar parte de una familia requiere dedicación, amor, paciencia, comunicación y perdón2. Puede haber ocasiones en que no estemos de acuerdo con otra persona, pero podemos estarlo sin ser desagradables. En el noviazgo y el matrimonio, no nos enamoramos y desenamoramos como si fuéramos piezas que son movidas [por otros] en un tablero de ajedrez. Nosotros decidimos amarnos y apoyarnos el uno al otro. Hacemos lo mismo en otras relaciones familiares y con amigos que son como familia para nosotros.
La proclamación sobre la familia declara que “[e]l divino plan de felicidad permite que las relaciones familiares se perpetúen más allá del sepulcro. Las ordenanzas y los convenios sagrados disponibles en los santos templos hacen posible que las personas regresen a la presencia de Dios y que las familias sean unidas eternamente”3.
Otra cosa muy importante es seguir los susurros del Espíritu en nuestras relaciones más importantes y en nuestros esfuerzos por amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, tanto en nuestro ministerio privado como en el público. Aprendí esta lección temprano en mi vida mientras servía como obispo.
Una noche fría y nevada de invierno, cuando salía de mi oficina del obispado, tuve la fuerte impresión de ir a visitar a una anciana viuda del barrio. Miré mi reloj y eran las 10:00 de la noche. Consideré que era demasiado tarde para hacer una visita así y, además, estaba nevando. Decidí visitar a esa querida hermana a primera hora de la mañana en lugar de molestarla a esa hora tan tarde. Conduje a casa y me fui a la cama, pero di vueltas toda la noche, porque el Espíritu trataba de decirme algo.
Temprano a la mañana siguiente, conduje directamente a la casa de la viuda. Su hija abrió la puerta y dijo entre lágrimas: “Obispo, gracias por venir. Mamá falleció hace dos horas”. Me sentí desolado. Nunca olvidaré los sentimientos de mi corazón. Lloré. ¿Quién más que esta querida viuda merecía que su obispo la tomara de la mano, la consolase y tal vez le diera una bendición final? Perdí esa oportunidad, porque razoné hasta darme motivos para ignorar esa fuerte impresión del Espíritu4.
Hermanos y hermanas, hombres y mujeres jóvenes y niños de la Primaria, testifico que seguir las impresiones del Espíritu es una de las cosas que más importan en todas nuestras relaciones.
Por último, en este fin de semana del Domingo de Ramos, testifico que estar convertidos al Señor, dar testimonio de Él y servirle también están entre las cosas más importantes.
La fe en Jesucristo es el fundamento de nuestro testimonio. Un testimonio es una confirmación de la verdad eterna que queda grabada en cada corazón y en cada alma por medio del Espíritu Santo. Un testimonio de Jesucristo, nacido del Espíritu y fortalecido por Él, cambia vidas; cambia la forma en que pensamos y cómo vivimos. Un testimonio nos dirige hacia nuestro Padre Celestial y Su Hijo divino.
Alma enseñó:
“He aquí, os testifico que yo sé que estas cosas de que he hablado son verdaderas. Y, ¿cómo suponéis que yo sé de su certeza?
“He aquí, os digo que el Santo Espíritu de Dios me las hace saber. He aquí, he ayunado y orado muchos días para poder saber estas cosas por mí mismo. Y ahora sé por mí mismo que son verdaderas; porque el Señor Dios me las ha manifestado por su Santo Espíritu”5.
No basta con tener un testimonio. A medida que crece nuestra conversión a Jesucristo, de manera natural deseamos testificar de Él: de Su bondad, amor y misericordia.
A menudo, en nuestras reuniones de testimonio los domingos de ayuno, escuchamos las frases “estoy agradecido” y “yo amo” más de lo que oímos las frases “yo sé” y “yo creo”.
Los invito a compartir su testimonio de Jesucristo con más frecuencia. Testifiquen de lo que saben, creen y sienten, no solo de aquello por lo que están agradecidos. Testifiquen de sus propias experiencias de llegar a conocer y amar al Salvador, de vivir Sus enseñanzas y de Su poder redentor y habilitador en la vida de ustedes. Al dar testimonio de lo que saben, creen y sienten, el Espíritu Santo confirmará la verdad a quienes escuchen sinceramente su testimonio. Lo harán, porque los habrán visto llegar a ser seguidores pacíficos de Jesucristo. Verán lo que significa ser Su discípulo. También sentirán algo que tal vez no hayan sentido antes. Un testimonio puro proviene de un corazón que ha cambiado, y puede ser llevado por el poder del Espíritu Santo al corazón de otras personas que estén abiertas a recibirlo.
Aquellos que sientan algo como resultado del testimonio de ustedes pueden pedirle al Señor en oración que confirme la veracidad de su testimonio. Entonces podrán saber por sí mismos.
Hermanos y hermanas, les testifico que sé que Jesucristo es el Salvador y Redentor del mundo. Él vive. Él es el Hijo resucitado de Dios, y esta es Su Iglesia, dirigida por Su profeta y Sus apóstoles. Ruego que algún día, cuando pase al mundo venidero, pueda hacerlo con mi testimonio ardiendo intensamente.
En mi ministerio, he aprendido que lo más importante es nuestra relación con el Padre Celestial y Su Hijo Amado, con nuestra familia y con nuestro prójimo, y permitir que el Espíritu del Señor nos guíe en esas relaciones para que testifiquemos de las cosas que son más importantes y que más perduran. En el nombre de Jesucristo. Amén.