Un taxista y un cerro prominente
En 1963, Gonzalo Baquero trabajaba como taxista para el Hotel Quito, un distinguido hotel de la capital de Ecuador, cuando dos Santos de los Últimos Días se acercaron a él. Se trataba de A. Theodore Tuttle, la Autoridad General que supervisaba Sudamérica, y Sterling Nicolaysen, el presidente de la Misión Andina, quienes necesitaban que Baquero los guiara a las oficinas gubernamentales. Durante sus trayectos, los dos hombres preguntaron acerca de un cerro prominente que se podía ver desde prácticamente toda la ciudad y que se conocía localmente como el Panecillo. Baquero los llevó hasta la cima para contemplar la ciudad. Ambos líderes creían que había llegado el momento para la apertura de Ecuador a la obra misional, pero el proceso legal tomaría algún tiempo.
Tuttle regresó meses después, en esa ocasión con su esposa y otro matrimonio, a quienes presentó a su amigo taxista como Spencer y Camilla Kimball. Baquero se enteró de que Spencer era un Apóstol que había ido a Ecuador a acelerar el registro de la Iglesia ante el Gobierno. Los Kimball se hicieron amigos del taxista inmediatamente y disfrutaron de las pequeñas excursiones que hicieron con él al monumento a la Mitad del Mundo, a las colinas de Quito y al mercado indígena. Al partir, los Kimball insistieron en que Baquero les escribiera e intercambiaron direcciones postales. Al llegar la Navidad, Baquero les envió una tarjeta navideña.
En diciembre de ese año, Baquero también conoció al futuro apóstol Boyd K. Packer, y lo llevó junto con Tuttle al Panecillo. Baquero los observó mientras los dos hombres tomaban fotografías reverentemente y averiguó que ellos ya habían visualizado el día en el que se edificaría un templo en Quito.
Casi un año después, regresó el amigo de Baquero, el élder Kimball, esta vez con otros líderes y los primeros cuatro misioneros asignados a Ecuador. El Gobierno había otorgado la autorización a la Iglesia y el grupo había acudido a observar una responsabilidad apostólica sagrada: Kimball oraría por la nación de Ecuador y dedicaría el país para la predicación del Evangelio y el establecimiento de Sion.
Kimball no dudó en incluir a Baquero. Durante los dos días siguientes, Baquero y otro taxista llevaron a Kimball y a los misioneros a posibles lugares de predicación, y llegaron hasta Otavalo, que se encontraba a unas cuatro horas al norte. Baquero vio a Kimball interactuar con las personas del lugar y enseñar a un joven mientras le lustraba sus zapatos acerca del Libro de Mormón y del legado de las personas de Otavalo que las relacionaba con un antiguo profeta americano. Los llevó de regreso a Quito y, al caer la tarde, al Panecillo. Caía una lluvia ligera que había disuadido a los turistas, pero permanecía allí una familia local. Kimball los invitó, junto con los dos taxistas, a acercarse a los Santos de los Últimos Días para presenciar la oración dedicatoria.
Baquero escuchó a aquel Apóstol hablar de lo mucho que algunos de los que se encontraban ahí habían esperado para recibir el mensaje del Evangelio, y que Ecuador representaba una oportunidad especial de hacer convenios para los descendientes de Lehi. Al concluir la oración, Kimball suplicó a Baquero y a la familia que se unieran a la Iglesia.
Baquero y su familia recibieron con agrado las enseñanzas de los misioneros. Menos de tres semanas después, Baquero llenó su taxi con algunos de los primeros conversos y condujo cerca de una hora hasta un centro recreativo. Entraron uno por uno en la piscina que se usó como pila bautismal y se bautizaron, cumpliendo así la predicción del élder Kimball de que Baquero estaría entre los primeros miembros ecuatorianos de la Iglesia.