Cómo encontrar la paz y sanar el alma
A medida que la conversión madura y se sostiene mediante las obras del Espíritu Santo, el alma se sana y encuentra la paz.
Tenemos muchas reuniones de comités en las Oficinas Generales de la Iglesia. A principios de este año, y en una de esas reuniones, el élder Neal A. Maxwell escuchaba con atención una presentación cuyo tema era el desarrollo de los líderes locales. Cerca del final de la reunión, el élder Maxwell preguntó: “¿Hay alguna otra cosa que podamos hacer para ayudar a los obispos a sanar y a llevar paz a los santos?”. A mí me interesó saber más de su inquietud; entonces, poco antes de su fallecimiento, y en la privacidad de su despacho, el élder Maxwell amplió el tema de las doctrinas relacionadas con el obtener la paz y la sanidad. Él alentó el hecho de que yo compartiera estas observaciones con los miembros de la Iglesia.
El élder Maxwell fue y sigue siendo un ejemplo maravilloso de amor abnegado. Su preocupación por los demás era fuerte y sincera, sobre todo por aquellos con dolores físicos y emocionales. Cuando uno salía de la oficina de él, no se podía contener el deseo de ser más semejante a Cristo. Él estableció la pauta que todos debemos seguir. Amaba al Salvador. Fue en realidad un verdadero apóstol y discípulo; le extrañamos.
Él nos dio extraordinarios conceptos de cómo la sanidad y la paz totales sólo se logran mediante la conversión plena del alma; nos relató cómo había aprendido hacía muchos años del presidente Marion G. Romney los pasos que se requieren para la conversión total. Citó unas palabras que el presidente Romney pronunció en un discurso de una conferencia general, en el cual citó las palabras del Salvador a Pedro: “pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas 22:32). El presidente Romney comentó: “Parecería que el ser miembro de la Iglesia y el estar convertido no son necesariamente sinónimos. Estar convertido, como se utiliza aquí, y tener un testimonio, tampoco significan lo mismo. El testimonio se obtiene cuando el Espíritu Santo testifica de la verdad a la persona que sinceramente la está buscando. Un testimonio conmovedor vitaliza la fe; lo cual quiere decir que induce al arrepentimiento y a la obediencia a los mandamientos. La conversión, por otra parte, es el fruto o la recompensa del arrepentimiento y de la obediencia” (en Conference Report, octubre de 1963, pág. 24).
A pesar de que en las Escrituras se encuentran relatos dramáticos en cuanto a la conversión, ésta normalmente no se efectúa en su totalidad de golpe, sino que se realiza por etapas hasta que la persona se convierte en un ser nuevo en su corazón. El “nacer de nuevo” es un término de las Escrituras e implica un cambio tanto en nuestra manera de pensar como de sentir (véase Conference Report, octubre de 1963, págs. 23–24).
En el Libro de Mormón, leemos sobre Enós, quien tuvo hambre de saber más sobre las enseñanzas de su padre acerca de la vida eterna. Después de haber orado todo el día, y ya entrada la noche, vino a él una voz diciendo: “Enós, tus pecados te son perdonados, y serás bendecido”. Enós escribe: “Y yo, Enós, sabía que Dios no podía mentir; por tanto, mi culpa fue expurgada” (Enós 1:5–6).
Tenemos el relato del profeta Alma, hijo, cuando narra la experiencia de su conversión a su hijo Helamán. Él dijo haber llegado a darse cuenta de manera dramática de sus pecados y de errores del pasado, y confesó haberse rebelado contra Dios. Pero después se acordó de haber oído a su padre Alma profetizar concerniente a la venida de un Jesucristo, el Hijo de Dios, quien vendría a expiar los pecados del mundo. Alma dijo: “Y al concentrarse mi mente en este pensamiento, clamé dentro de mi corazón: ¡Oh Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que estoy en la hiel de amargura, y ceñido con las eternas cadenas de la muerte!”. Alma experimentó dolor y culpa eternos, pero se dio cuenta de que había una posible salida mediante la Expiación. Después continúa: “Y he aquí que cuando pensé esto, ya no me pude acordar más de mis dolores; sí, dejó de atormentarme el recuerdo de mis pecados. Y ¡oh qué gozo, y qué luz tan maravillosa fue la que vi! Sí, mi alma se llenó de un gozo tan profundo como lo había sido mi dolor” (véase Alma 36:12–20; cursiva agregada).
Alma pudo sanar su alma por medio del conocimiento de que Jesús vendría a quitar todos sus pecados. Cuando su alma sanó, él halló paz consigo mismo. Los efectos de la experiencia de su conversión tuvieron tanta influencia en Alma que compartió con Helamán lo que había sentido: “Sí, hijo mío, te digo que no podía haber cosa tan intensa ni tan amarga como mis dolores. Sí, hijo mío, y también te digo que por otra parte no puede haber cosa tan intensa y dulce como lo fue mi gozo” (Alma 36:21, cursiva agregada). Le estaba enseñando a su hijo el modelo para encontrar paz y gozo duraderos, al igual que el padre de Enós lo había hecho. Los padres pueden utilizar este ejemplo para enseñar a sus hijos acerca de la Expiación y de la vida eterna. Es un modelo para todos los padres de esta época.
Hay varios puntos instructivos que resaltan en la conversión de Alma:
-
Al igual que Enós, él era plenamente consciente de sus pecados del pasado con los que había ofendido a Dios y por los cuales había sentido remordimiento.
-
Pudo recordar, como Enós, las enseñanzas de su padre: la promesa de la expiación de los pecados por medio de Jesucristo.
-
De manera personal, al igual que Enós, imploró suplicando por su alma.
-
Lo mismo que Enós, experimentó el milagro de la Expiación a tal grado que ya no se pudo acordar de los dolores de sus pecados ni tampoco sintió culpa. La sanidad de su alma fue completa; fue una experiencia de purificación, tanto de la mente como del corazón. El gozo reemplazó la amargura. Se convirtió en un nuevo hombre, nacido otra vez del Espíritu. Así como Enós, inmediatamente dirigió su atención al servicio del Señor y de sus semejantes.
¿Hará el Señor por nosotros lo que hizo por Enós y Alma?
C. S. Lewis lo explica de esta manera: “[Dios] presta Su atención infinita a cada uno de nosotros. No tiene que tratar con nosotros de manera colectiva. Uno está tan a solas con Él como si uno fuera el único ser que Él hubiese creado. Cristo murió por cada uno de nosotros como seres individuales, como si fuéramos el único hombre [o mujer] en el mundo” (Mere Christianity, 1943, pág. 131).
¿Hay algún relato en las Escrituras de una conversión semejante que haya sucedido entre los santos? Tenemos un buen número de ejemplos. El relato de los santos en la época del rey Benjamín lo ilustrará. Leemos sobre la reacción de los santos después de haber escuchado a su rey y profeta enseñar acerca de los mandamientos y de la Expiación de Jesucristo:
“Y todos clamaron a una voz, diciendo: Sí, creemos todas las palabras que nos has hablado; y además, sabemos de su certeza y verdad por el Espíritu del Señor Omnipotente, el cual ha efectuado un potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente…
Y estamos dispuestos a concertar un convenio con nuestro Dios de hacer su voluntad y ser obedientes a sus mandamientos en todas las cosas que él nos mande, todo el resto de nuestros días” (Mosíah 5:2, 5; cursiva agregada).
Notarán que esas palabras son muy similares a los compromisos que se hacen en el convenio del bautismo (véase D. y C. 20:37).
Las bendiciones y las promesas de la conversión son recibidas por convenio por medio del bautismo y de la confirmación, y por medio de todas las ordenanzas del templo y del sacerdocio. Después, mediante el constante arrepentimiento, la obediencia y la fidelidad al guardar los convenios efectuados, los frutos de la conversión crecen y se desarrollan en nosotros. A medida que la conversión madura y se sostiene mediante las obras del Espíritu Santo, el alma se sana y encuentra la paz.
Un día, le preguntaron al presidente Romney cómo alguien podía saber si se había convertido. El presidente Romney respondió: “La persona puede tener la certeza de ello cuando, por el poder del Espíritu Santo, su alma es sanada. Al ocurrir eso, lo reconocerá mediante su forma de sentir, ya que se sentirá como el pueblo del rey Benjamín se sintió al recibir la remisión de sus pecados. Los anales dicen: ‘…el Espíritu del Señor descendió sobre ellos, y fueron llenos de gozo, habiendo recibido la remisión de sus pecados, y teniendo paz de conciencia…’ (Mosíah 4:3)” (en Conference Report, octubre de 1963, pág. 25).
Pedro describe lo que sucede en una conversión plena diciendo que llegamos a ser “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4; véanse también los versículos 1–3, 5–9).
Mediante esta conversión absoluta podemos verdaderamente conocer y sentir el carácter y la grandeza de Dios de manera personal; es el medio por el cual nos hacemos no sólo siervos del Señor sino también llegamos a ser sus amigos. El Señor definió su relación con los santos de los principios del periodo de la Restauración de la siguiente manera: “Y además, os digo, mis amigos, porque desde ahora os llamaré mis amigos” (D. y C. 84:77).
En la conferencia general de octubre del año pasado, el élder Jeffrey R. Holland nos enseñó y compartió su forma de sentir concerniente al carácter y a la grandiosidad de Dios (véase “La grandiosidad de Dios”, Liahona, noviembre de 2003, págs. 70–73). Él habló de la importancia eterna de conocer a Dios el Padre y a Su Hijo Jesucristo. Citó el conocido versículo de la oración intercesora del Salvador: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).
También citó la poco conocida declaración del profeta José Smith: “El primer principio del Evangelio es conocer con certeza el carácter de Dios”.“Quiero que todos ustedes le conozcan y se familiaricen con Él” (History of the Church, tomo VI, pág. 305).
El conocer a Dios y llegar a ser Su amigo viene con el proceso de la conversión. Enós lo descubrió. El pueblo del rey Benjamín lo descubrió y Alma también lo descubrió. Es algo que está disponible para todos los que se arrepientan y obedezcan los mandamientos. Esa conversión es una experiencia intensa y muy personal que tiene que ver con las relaciones. Tiene que ver con el despertar del Espíritu de Cristo que está en todos los hombres y las mujeres (véase D. y C. 84:45–46; 88:11). Implica el despertar en nuestro interior los sentimientos del Espíritu Santo, lo cual nos conduce al testimonio de la verdad. Abarca el recibir el Espíritu Santo después de aceptar el convenio del bautismo. El don del Espíritu Santo nos guía y nos consuela en nuestro discipulado, y nos acerca al Salvador, Quien, a su vez, es nuestro Intercesor ante el Padre, y, mediante nuestra fidelidad, Él nos llevará al Padre a fin de que seamos coherederos con Él (véase Juan 14:6; Romanos 8:17; D. y C. 45:3–5).
Tenemos un gran tesoro de enseñanzas y pensamientos maravillosos que nos han dejado los santos profetas. Ellos son los mensajeros verdaderos de Dios que guían a Sus hijos hacia la salvación y la vida eterna.
Los testimonios de ellos sirven para fortalecer nuestra fe. Por favor, escuchen sus palabras y sus testimonios, porque ellos los guiarán hacia la paz y la sanidad del alma.
Mi testimonio personal es que el Espíritu del Señor es real e inequívoco. Testifico que el Padre y el Hijo son conocibles y que los aman. Siento ese amor mediante el poder del Espíritu. Testifico de estas verdades en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.