Cómo asegurar nuestro testimonio
El leer, meditar y aplicar las lecciones de las Escrituras, junto con la oración, se convierte en un factor irremplazable para obtener y preservar un testimonio fuerte y vibrante.
Hace poco, tuve una conversación con un joven que estaba considerando servir en una misión. Mientras hablábamos, se hizo evidente que le costaba tomar la decisión, ya que tenía dudas acerca de la fortaleza de su testimonio del Evangelio de Jesucristo. Él quería saber por qué no había recibido respuestas más claras a sus oraciones y a su estudio de las Escrituras.
Ese joven, a quien llamaré Jim, se crió en el campo misional, en un hogar con padres amorosos que hacían su mejor esfuerzo por enseñar los principios del Evangelio a sus hijos.
Él es un destacado atleta y muy popular entre sus amigos de la escuela. Sin embargo, es sólo uno de los pocos alumnos miembros de la Iglesia de la enorme institución a la que asiste.
Al haber criado a mi familia en el campo misional, de inmediato me identifiqué con los desafíos de Jim: el de querer seguir fiel a los principios del Evangelio y al mismo tiempo ser aceptado por sus amigos más allegados, cuyos valores y creencias por lo general diferían de los de él.
Él procuraba obtener confirmación adicional de su testimonio de Jesucristo y de la restauración del Evangelio.
En esta ocasión me dirijo a Jim y a muchos otros como él, jóvenes y jovencitas de todo el mundo que no están seguros de sus testimonios pero que tienen muchos deseos de obtener un testimonio firme y vehemente que los guíe a través de las dificultades que la vida les depare.
Les hablo también a aquellos adultos que aún no han sentido profundamente el espíritu del Evangelio en su vida. Debido a la falta de un testimonio fuerte, algunos han permitido que sus pensamientos y acciones cotidianos se centren en las cosas del mundo, lo cual ha disminuido la influencia de la luz del Evangelio en su diario vivir.
Y como el élder Neal A. Maxwell lo ha descrito de manera tan elocuente, entre ellos están los “miembros básicamente ‘honorables’ que participan superficialmente sin aumentar su dedicación como discípulos y que están apáticamente empeñados en lugar de estar ‘anhelosamente empeñados’ (D. y C. 76:75; 58:27)” (“Resolved esto en vuestros corazones”, Liahona, enero de 1993, pág. 73).
Al asistir a los servicios fúnebres del élder Neal A. Maxwell y del élder David B. Haight y al escuchar sus bien merecidos homenajes, entendí más plenamente los extraordinarios ejemplos de testimonio y de dedicación en calidad de discípulos que demostraron esos dos grandes líderes. Medité una y otra vez acerca de cómo sus ejemplos podrían fortalecer nuestros testimonios y afianzar nuestra determinación de acercarnos más a Cristo.
Esos dos grandes discípulos de Cristo son un ejemplo de la admonición que nos dio a todos el presidente Gordon B. Hinckley cuando dijo:“Se me ha citado que he dicho: ‘Hagan lo mejor que puedan’. Deseo hacer hincapié en que debe ser lo máximo de lo mejor que puedan. Somos demasiado propensos a contentarnos con un rendimiento mediocre cuando somos capaces de hacer las cosas muchísimo mejor” (“El permanecer firmes e inquebrantables”, Reunión Mundial de Capacitación de Líderes, 10 de enero de 2004, pág. 22).
No cabe duda de que el consejo y el ánimo del presidente Hinckley se aplica más al desarrollo y al fortalecimiento de nuestro testimonio de Jesucristo que a cualquier otra cosa.
El verdadero testimonio trae la luz del Evangelio restaurado de Jesucristo a nuestra vida y dirige nuestra atención hacia la meta que tenemos en común de regresar con nuestro Padre Celestial; no obstante, el testimonio propio se obtiene mediante diversas experiencias y en distintas épocas de la vida.
Al igual que Jim, en mi juventud tuve el privilegio de tener “buenos padres” (1 Nefi 1:1). Ellos enseñaron los principios y los valores del Evangelio a nuestra familia, mediante el precepto y el ejemplo. Cuando era un jovencito, pensé que tenía un testimonio. ¡Era creyente! Después, tuve algunas experiencias espirituales personales por medio de la fe, la oración, el estudio de las Escrituras y, especialmente, las bendiciones de padre en nuestro hogar, lo cual me hizo reflexionar más seriamente acerca de los principios que se me habían enseñado y que yo creía, pero aún más profundamente en cuanto a lo que comenzaba a sentir. Estaré por siempre agradecido a mis padres que me guiaron a lo largo de esas preciadas experiencias espirituales. Ellos han tenido un impacto perdurable en mí y en la fortaleza de mi testimonio.
Creo que Alma debió haber estado pensando en nosotros cuando enseñaba a los zoramitas cómo obtener un testimonio de la verdad.
“Mas he aquí, si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta experimentar con mis palabras, y ejercitáis un poco de fe, sí, aunque no sea más que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros, sí, hasta creer de tal modo que deis cabida a una porción de mis palabras” (Alma 32:27).
Alma continúa diciendo: “Compararemos, pues, la palabra a una semilla”. Y explica cómo, si abrimos el corazón, “empezará a hincharse en vuestro pecho”. (Alma 32:28). Después Alma nos revela el secreto para adquirir un testimonio fuerte.
“Pero si cultiváis la palabra, sí, y nutrís el árbol mientras empiece a crecer, mediante vuestra fe, con gran diligencia y con paciencia, mirando hacia adelante a su fruto, echará raíz; y he aquí, será un árbol que brotará para vida eterna” (Alma 32:41).
¡Y entonces viene la promesa!
“Entonces, hermanos míos, segaréis el galardón de vuestra fe, y vuestra diligencia, y paciencia, y longanimidad, esperando que el árbol os dé fruto” (Alma 32:43).
Reflexionemos un momento, hermanos y hermanas, en lo que Alma nos enseña:
Primero debemos tener un deseo sincero de creer. Frases como “despertar”, “avivar nuestras facultades”, “experimentar” y “ejercitar un poco de fe”, son palabras de acción que dan a entender un esfuerzo continuo de nuestra parte.
Su descripción de la hinchazón en el pecho caracteriza el sentir la presencia del Espíritu Santo. Y como promete Moroni: “…por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:5).
A fin de que ese espíritu siga creciendo, Alma dice que debemos nutrirlo mediante la “fe, con gran diligencia y con paciencia”. Después promete que el galardón de la fe, la diligencia, la paciencia y la longanimidad traerá la vida eterna (Alma 32:41; véase también v. 43).
Así como Alma, los profetas de los últimos días han sido claros en sus enseñanzas en cuanto a las cosas que debemos hacer a fin de obtener y fortalecer nuestro testimonio.
Se nos ha enviado aquí para que nos ocupemos de nuestra propia salvación por medio de las pruebas y los desafíos de la vida diaria. Eso no se puede lograr si dependemos demasiado de la luz prestada que proviene del testimonio de otra persona. A medida que recibamos inspiración al escuchar a profetas, líderes y miembros expresar su testimonio, esos sentimientos espirituales deberán aumentar aún más nuestro deseo de fortalecer nuestras propias convicciones.
Quisiera decirle a mi joven amigo, y a todos ustedes, dondequiera que se encuentren, que nunca dejen de tener fe en el Señor. La respuesta a sus oraciones quizás no sea tan clara ni tan oportuna como ustedes quisieran, pero sigan orando. ¡El Señor les escucha! Al orar, pidan ayuda para comprender la inspiración del Espíritu Santo. Y después, hagan “lo mejor” para ser dignos de recibir esa inspiración. Al reconocer o sentir las impresiones y los susurros del Espíritu, entonces actúen de conformidad con ellos.
Las fervientes oraciones que ofrezcamos a diario en busca de perdón o de ayuda particular son esenciales para nuestra vida y para nutrir nuestro testimonio. Cuando ofrecemos oraciones de forma apresurada o repetitiva, o no les damos mucha importancia, o nos olvidamos de hacerlas, tendemos a perder la cercanía del Espíritu, la cual es esencial para la dirección constante que necesitamos para afrontar con éxito las pruebas de la vida cotidiana. La oración familiar por la mañana y por la noche brinda bendiciones y poder adicionales a nuestras oraciones personales y a nuestro testimonio.
El estudiar, de forma sincera y personal, las Escrituras trae fe, esperanza y la solución para nuestros retos diarios. El leer, meditar y aplicar las lecciones de las Escrituras, junto con la oración, se convierte en un factor irremplazable para obtener y preservar un testimonio fuerte y vibrante.
El presidente Spencer W. Kimball nos recordó la importancia de la lectura constante de las Escrituras cuando dijo:
“He descubierto que cuando descuido mi relación con la Divinidad, cuando parece que ninguna voz divina me habla… si me sumerjo en las Escrituras, la distancia se acorta y la espiritualidad vuelve” (The Teachings of Spencer W. Kimball, editado por Edward L. Kimball, 1982, pág. 135).
El Salvador enseñó: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).
Los fuertes y firmes testimonios que muchos de ustedes, los miembros maravillosos y fieles de la Iglesia poseen, han sido el producto del haber seguido el consejo de nuestros profetas y de las Escrituras y de haber orado al respecto. Esa misma preciada bendición está al alcance de cada uno de nosotros que la busque de corazón.
A mi joven amigo Jim, y a todos los que se preocupen en forma periódica de la fortaleza de su testimonio, tengan en cuenta que nuestro Padre Celestial les ama y vela por ustedes diariamente. Él les responderá a medida que ustedes se esfuercen por guardar Sus mandamientos y traten de alcanzar la mano amorosa que Él les tiende.
Todos compartimos la misma promesa que el Señor dio al profeta José Smith: “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente, y me hallaréis; pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá” (D. y C. 88:63).
El llamado de nuestro profeta de hacer “lo mejor” nos insta a cada uno de nosotros, en forma individual y como familias, a examinar cuidadosamente nuestra vida y después a comprometernos a cambiar aquellas cosas que asegurarán más plenamente que nuestros testimonios sean firmes y seguros.
El testimonio firme se convierte en la fuerza que nos impulsa a cada uno a hacer las cosas “mucho mejor”, y se torna en la impenetrable armadura protectora que nos guarda de las cosas implacables del mundo.
Testifico que tenemos un amoroso Padre Celestial que se preocupa por nosotros y de que Él y Su Amado Hijo Jesucristo se aparecieron al joven José para dar inicio a la restauración del Evangelio en esta última dispensación.
Jesucristo está a la cabeza de esta Iglesia. El presidente Gordon B. Hinckley es Su profeta escogido.
Qué tengamos la valentía y la convicción de seguir el consejo del profeta. Al hacerlo, nuestro testimonio personal estará seguro.
Que así sea, ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.