Fe y llaves
Tenemos que saber que las llaves del sacerdocio en efecto las poseen los que nos guían y nos sirven. Eso requiere el testimonio del Espíritu.
En una capilla lejos de Salt Lake City, en un lugar al que rara vez va un miembro del Quórum de los Doce, se acercó a mí un padre de familia que llevaba de la mano a su pequeño hijo. Al llegar junto a mí, miró al niño, lo llamó por su nombre y, señalándome con la cabeza le dijo: “Él es apóstol”. Comprendí, por el tono de la voz de ese padre, que esperaba que el hijo sintiese algo más que si estuviera delante de un señorial visitante. Esperaba que el niño sintiese la convicción de que las llaves del sacerdocio estaban en la tierra en la Iglesia del Señor. Ese niño va a necesitar esa convicción una y otra vez. La necesitará cuando abra la carta de algún futuro profeta que nunca habrá visto y que le llame a una misión. Le será imprescindible si le toca sepultar a un hijo, a la esposa o a uno de los padres. Le hará falta para tener la valentía de seguir la indicación de prestar servicio. La necesitará para tener el consuelo que brinda el confiar en el poder para sellar que ata para siempre.
Los misioneros invitarán hoy día a investigadores a conocer a un obispo o a un presidente de rama con el mismo propósito. Esperarán que los investigadores sientan mucho más que si conociesen a un hombre bueno o incluso a un gran hombre. Rogarán que los investigadores sientan la convicción de que ese hombre, al parecer común y corriente, posee llaves del sacerdocio en la Iglesia del Señor. Los investigadores necesitarán esa convicción cuando entren en las aguas del bautismo. Les será imprescindible cuando paguen el diezmo. Esa convicción les hará falta cuando el obispo se sienta inspirado a darles un llamamiento. La necesitarán cuando le vean presidir en la reunión sacramental y cuando los nutra al enseñarles el Evangelio.
Y así, misioneros y padres de familia, y todos los que servimos a los demás en la Iglesia verdadera, deseamos lograr que los que amamos adquieran un testimonio perdurable de que los siervos del Señor en Su Iglesia poseen las llaves del sacerdocio. Hablo hoy para animar a todos los que se esfuerzan por infundir y fortalecer ese testimonio.
Será útil reconocer algunas cosas. Primero, Dios es infatigable y generoso al brindar las bendiciones del poder del sacerdocio a Sus hijos. Segundo, Sus hijos deben escoger por sí mismos hacerse merecedores de recibir esas bendiciones. Y, tercero, Satanás, el enemigo de la rectitud, ha intentado desde el principio debilitar la fe necesaria para recibir las bendiciones que se hacen posibles mediante el poder del sacerdocio.
Aprendí acerca de esos principios de un sabio maestro, hace casi veinticinco años. Dirigí la palabra en un antiguo anfiteatro de Éfeso. Un sol radiante inundaba el mismo lugar donde estuvo el apóstol Pablo para predicar. Mi tema era Pablo, el apóstol llamado por Dios para servir a la gente.
El auditorio lo formaban cientos de Santos de los Últimos Días sentados en las hileras de bancos de piedra donde se sentaron los efesios hace más de un milenio. Entre ellos, se hallaban dos apóstoles vivientes, el élder Mark E. Petersen y el élder James E. Faust.
Como se podrán imaginar, habiéndome preparado con esmero, había leído los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas, tanto las de Pablo como las de sus compañeros apóstoles. Había leído la epístola de Pablo a los efesios y meditado en ella.
Hice lo mejor que pude por honrar a Pablo y su oficio. Después del discurso, varias personas me hicieron agradables comentarios. Los dos apóstoles que estaban presentes fueron generosos al darme su parecer, pero después, el élder Faust me llevó a un lado y con una sonrisa y dulzura en la voz, me dijo: “Ése fue un buen discurso. Pero no mencionó lo más importante que pudo haber dicho”.
Le pregunté de qué se trataba. Semanas más tarde accedió a decírmelo. Su respuesta ha influido en mí desde entonces.
Me dijo que yo podía haber dicho a la congregación que si los santos que oyeron a Pablo hubiesen tenido un testimonio del valor y del poder de las llaves que él poseía, quizá los apóstoles no habrían sido quitados de la tierra.
Entonces, volví a leer la epístola de Pablo a los efesios. Comprendí que Pablo deseaba que la gente viese lo valioso de la cadena de las llaves del sacerdocio que se extendía desde el Señor, y por conducto de Sus apóstoles, hasta ellos, los miembros de la Iglesia del Señor. Pablo procuraba edificar un testimonio de esas llaves.
Pablo testificó a los efesios que Cristo estaba a la cabeza de Su Iglesia. Y enseñó que el Salvador edificó Su Iglesia sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, que poseían todas las llaves del sacerdocio.
A pesar de la claridad y del poder de sus enseñanzas y de su ejemplo, Pablo sabía que vendría la apostasía, y sabía que los apóstoles y los profetas serían quitados de la tierra. También sabía que éstos serían restituidos en algún gran día futuro. Él escribió en cuanto a aquella época a los efesios, refiriéndose a lo que el Señor haría: “…reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”1.
Pablo miraba hacia el futuro ministerio del profeta José Smith cuando los cielos se abrirían de nuevo. Eso ocurrió. Juan el Bautista vino y confirió a mortales el Sacerdocio de Aarón y las llaves del ministerio de ángeles y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados.
Apóstoles y profetas antiguos volvieron y confirieron a José las llaves que ellos poseyeron en la vida terrenal. Hombres mortales fueron ordenados al santo apostolado en febrero de 1835. Las llaves del sacerdocio se dieron a los Doce Apóstoles a finales de marzo de 1844.
El profeta José Smith sabía que su muerte era inminente. Sabía que las valiosísimas llaves del sacerdocio y del apostolado no debían perderse y que no se volverían a perder.
Uno de los apóstoles, Wilford Woodruff, nos dejó el siguiente relato de lo que sucedió en Nauvoo cuando el Profeta habló a los Doce:
“En aquella ocasión el profeta José se levantó y nos dijo: ‘Hermanos, he deseado vivir hasta ver terminado este templo; yo no lo haré, pero ustedes sí. He sellado sobre sus cabezas todas las llaves del reino de Dios. He sellado sobre ustedes cada llave, poder y principio que el Dios del cielo me ha revelado. Ahora no importa a dónde vaya ni lo que haga, el reino descansa sobre ustedes’ ”2.
Todo profeta que ha seguido a José, desde Brigham Young hasta el presidente Hinckley, ha poseído y ejercido esas llaves, y ha tenido el sagrado apostolado.
Pero tal como en la época de Pablo, el poder de esas llaves del sacerdocio para nosotros requiere nuestra fe. Tenemos que saber que las llaves del sacerdocio en efecto las poseen los que nos guían y nos sirven. Eso requiere el testimonio del Espíritu.
Y ese conocimiento depende de nuestro testimonio de que Jesús es el Cristo y de que Él vive y dirige Su Iglesia. También debemos saber por nosotros mismos que el Señor restauró Su Iglesia y las llaves del sacerdocio por conducto del profeta José Smith. Y debemos tener la convicción mediante el Espíritu Santo, y renovarla a menudo, de que esas llaves se han traspasado sin interrupción hasta el profeta viviente, y de que el Señor bendice y dirige a los de Su pueblo por conducto de las llaves del sacerdocio que llega por los presidentes de estaca y de distrito, y por los obispos y los presidentes de rama a nosotros, estemos donde estemos y no importa lo lejos que nos encontremos del profeta y de los apóstoles.
Esa certeza no es fácil tenerla hoy en día, ni fue fácil en los tiempos de Pablo. Siempre ha resultado difícil ver en falibles seres humanos a los siervos autorizados de Dios. Pablo debe de haber parecido un hombre común a muchas personas. Algunos consideraban que el temperamento jovial de José Smith no era adecuado para lo que ellos esperaban de un profeta de Dios.
Satanás siempre tentará a los santos de Dios para debilitar su fe en las llaves del sacerdocio. Una de las formas en la que lo hace es señalar las imperfecciones humanas de los que las poseen. De ese modo puede disminuir nuestra fe y así separarnos de las llaves del sacerdocio mediante las cuales el Señor nos ata a Él y puede llevarnos a nosotros y a nuestros familiares a Su lado y al de nuestro Padre Celestial.
Satanás consiguió debilitar la fe de hombres que habían visto, junto con José Smith, los cielos abiertos y oído la voz de ángeles. La evidencia inequívoca de sus ojos y de sus oídos no fue suficiente cuando ya no pudieron ver con el ojo de la fe que las llaves del sacerdocio seguían en poder de José.
La advertencia para nosotros es clara. Si buscamos flaquezas humanas en las personas siempre las hallaremos. Si nos concentramos en buscar las debilidades de los que poseen las llaves del sacerdocio, nos ponemos en peligro. Si hablamos a otras personas de esas debilidades, las ponemos en peligro a ellas.
Vivimos en un mundo en el que el criticar es el deporte sangriento preferido. Desde hace largo tiempo ha sido la base de la estrategia de las campañas políticas. Es el tema de gran parte de los programas televisivos de todo el mundo y por ello se venden los periódicos. Cada vez que conocemos a alguien, nuestra primera y casi inconsciente reacción es buscarle imperfecciones.
Para conservarnos firmes en la Iglesia del Señor, podemos y tenemos que adiestrar nuestros ojos para ver el poder del Señor en el servicio de los que Él ha llamado. Tenemos que ser dignos de contar con la compañía del Espíritu Santo. Y debemos orar para que el Espíritu Santo nos ayude a ver que los hombres que nos guían poseen ese poder. En lo que a mí respecta, esas oraciones son contestadas más a menudo cuando yo mismo estoy dedicado de lleno al servicio del Señor.
Ocurrió tras el desastre que se produjo en Idaho cuando reventó una represa un día de junio. Un torrente de agua dio contra la población que vivía a los pies de ella. Miles de personas, en su mayoría Santos de los Últimos Días, tuvieron que huir para ponerse a salvo.
Me encontraba allí cuando los pobladores comenzaron la tarea de la reparación. Vi al presidente de estaca reunir a sus obispos para guiar a los miembros. En los primeros días, quedamos aislados de cualquier supervisión de fuera del lugar. Yo estaba en una reunión de líderes locales cuando llegó un director de la agencia federal de desastres.
Intentó hacerse cargo de la reunión. Con gran pujanza comenzó a anotar lo que él decía era preciso hacer. Al leer en voz alta cada punto, el presidente de estaca, que estaba sentado cerca de él, decía con suavidad: “Ya hemos hecho eso”. Al cabo de unos cinco o diez minutos, el funcionario federal se quedó callado y tomó asiento; escuchaba en silencio mientras el presidente de estaca recibía los informes de los obispos e impartía instrucciones.
A la reunión del día siguiente, el funcionario federal llegó temprano y se sentó en la hilera de atrás. El presidente de estaca dio comienzo a la reunión. Recibió más informes y dio instrucciones. Después de unos minutos, el oficial federal, que había ido con toda la autoridad y los recursos de su gran agencia, dijo: “Presidente Ricks, ¿qué desea que hagamos nosotros?”.
Él reconoció el poder. Yo vi más; vi la evidencia de las llaves y de la fe que desentraña el poder de ellas. Sucedió de nuevo cuando un matrimonio regresó al pueblo inmediatamente después de haber reventado la represa. Ellos no fueron a su casa, sino que fueron primero a buscar a su obispo. Éste estaba cubierto de lodo, dirigiendo a los hermanos en la tarea de quitar el barro de las casas de los miembros del barrio. Le preguntaron qué deseaba que ellos hicieran.
Se pusieron manos a la obra. Mucho después, tomaron unos minutos para ir a ver su propia casa. Ésta había desaparecido. Entonces volvieron a trabajar a donde el obispo les indicaba que ayudasen. Ellos sabían adónde acudir para recibir las instrucciones del Señor para prestar servicio en Su Iglesia.
En ese entonces aprendí el modo como las estacas de Sión vienen a ser lugares de seguridad. He presenciado la forma en la que se vuelven como una gran familia unida, cuyos miembros cuidan unos de otros, y ello proviene de la sencilla fe.
Por la fe, las personas son bautizadas y reciben el Espíritu Santo. Al continuar guardando los mandamientos, ese don se vuelve constante para ellas y ven las cosas espirituales, por lo que les resulta más fácil ver el poder de Dios que actúa por medio de personas comunes a las que Dios llama a servirles y guiarlas. Los corazones se ablandan y los extranjeros llegan a ser conciudadanos en el reino del Señor, unidos por los vínculos del amor.
Ese estado de felicidad no durará sin la renovación constante de la fe. El obispo que amamos será relevado al igual que el presidente de estaca. Los apóstoles a los que seguimos con fe serán llevados de esta vida al Dios que los ha llamado.
Con esos cambios constantes, viene una gran oportunidad. Podemos actuar de modo de hacernos merecedores de la revelación que nos permite saber que las llaves son traspasadas por Dios de una persona a otra. Podemos procurar tener esa experiencia una y otra vez; y debemos hacerlo, a fin de recibir las bendiciones que Dios tiene para nosotros y que desea que ofrezcamos a otras personas.
Puede ser que la respuesta a su oración no sea tan espectacular como lo fue cuando algunos miembros vieron a Brigham Young, cuando éste hablaba, transfigurarse en el martirizado profeta José, pero puede ser igualmente segura. Y acompañarán a esa certeza espiritual la paz y el poder. Sabrán de nuevo que ésta es la Iglesia verdadera y viviente del Señor, que Él la guía por medio de sus ordenados siervos y que Él se interesa por nosotros.
Si un número suficiente de nosotros ejerce esa fe y recibe esa certeza, Dios elevará a los que nos guían y de ese modo nos bendecirá a nosotros y a nuestras familias. Llegaremos a ser lo que Pablo tanto deseaba para aquellos a los que servía:
“…edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo…”3.
Testifico que sé que Jesucristo es nuestro Salvador y que Él vive. Sé que Él es la roca sobre la cual se yergue ésta, Su Iglesia verdadera.
En el nombre de Jesucristo. Amén.