Dios le advirtió a Noé del diluvio y dijo a los justos cuál era la forma de escapar. Dios le dijo a José de la gran hambruna que iba a invadir Egipto y cómo prepararse. Ese mismo Dios habla actualmente por medio de Sus profetas, ofreciendo consejos que brindan paz y seguridad a quien los siga.
“La paz os dejo, mi paz os doy… No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27). En la sagrada calma del aposento alto, el Salvador continuó diciendo a Sus Apóstoles que se iban a enfrentar a persecución y aflicciones, y luego agregó: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción. Pero confiad; yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
En Su prefacio de Doctrina y Convenios, el Señor advierte que “la paz será quitada de la tierra, y el diablo tendrá poder sobre su propio dominio”. Pero también promete que Él “tendrá poder sobre sus santos, y reinará en medio de ellos” (D. y C. 1:35–36).
En cuanto a la conmoción de los últimos días, se nos dice que “desmayará el corazón de los hombres” (D. y C. 45:26; 88:91). Sin embargo, el mensaje del Evangelio ha sido siempre de paz, paz con respecto al mundo y paz a pesar del mundo. Sin duda la exhortación de “tener ánimo” nos enseña que no debemos permitir que nuestro corazón desmaye.
Toda dispensación ha pasado por tumultos y guerras, por terror y necesidades. Y en todas las dispensaciones el Señor ha enviado a profetas para amonestar a los inicuos y tranquilizar y preparar a los justos; ésta, la grande y última dispensación, no es diferente de las demás. En una línea de sucesión ininterrumpida desde José Smith, hemos tenido profetas y apóstoles, videntes y reveladores, para guiarnos y aconsejarnos. Ellos proclaman el mensaje de paz y esperanza del Salvador y nos ayudan a preparar nuestro hogar y nuestro corazón para que tengamos confianza en lugar de temor y paz en vez de ansiedad.
La reseña histórica que aparece a continuación proporciona una perspectiva tranquilizadora: Aun cuando el mundo ha estado en gran tumulto y los santos hayan sufrido intensa persecución, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha seguido su curso seguro: el número de miembros aumenta; estacas y templos se extienden por toda la tierra, y el Señor continúa guiándonos por medio de Sus siervos escogidos.
En cualquiera de las dificultades que nos esperen, tanto individual como colectivamente, la voz del Señor debe encontrar eco en nuestro corazón: “No temáis, pequeñitos, porque sois míos, y yo he vencido al mundo, y vosotros sois de aquellos que mi Padre me ha dado” (D. y C. 50:41).