Lo que creemos
Jesucristo es el Hijo Unigénito de Dios
Jesús fue la única persona que nació de una madre mortal, María, y un padre inmortal, Dios el Padre. Por esa razón a Jesús se le llama el Hijo Unigénito de Dios. De Su Padre, heredó poderes divinos (véase Juan 10:17–18); de Su madre, heredó la mortalidad y quedó sujeto al hambre, la sed, la fatiga, el dolor y la muerte.
La vida mortal de Jesucristo comenzó cuando nació en Belén. Lucas relató lo siguiente: “…el ángel Gabriel fue enviado por Dios… a una virgen desposada con un varón que se llamaba José… Entonces el ángel le dijo:… concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Éste será grande y será llamado Hijo del Altísimo… El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:26–27, 30–32, 35; véase también 1 Nefi 11:16–21; Alma 7:10).
Mateo dejó registrado que un ángel también se le apareció a José en un sueño y le dijo: “[María] dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (véase Mateo 1:20–21). Tanto María como José comprendieron que el hijo que nacería de María, que se llamaría Jesús, era el Hijo Unigénito de Dios.
El ángel Gabriel también le dijo a María que su pariente Elisabet estaba embarazada y esperaba un hijo. Cuando María fue a visitarla, Elisabet fue llena del Espíritu Santo y dijo: “¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?” (véase Lucas 1:39–45). Elisabet supo en ese momento que María sería la madre del Hijo de Dios.
Hubo otras personas que también recibieron un testimonio del Espíritu Santo de que Jesucristo es el Hijo de Dios. A continuación aparecen algunos de sus testimonios.
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Algunos de los discípulos del Salvador se encontraban en una barca cuando vieron a Jesucristo caminando sobre las aguas. Ellos “vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mateo 14:33).
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Cuando Jesús preguntó a Sus discípulos “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, Pedro contestó: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!” (Mateo 16:15, 16).
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Antes de que Jesús levantara a Lázaro de entre los muertos, Él preguntó a la hermana de Lázaro, Marta, si creía que Él era “la resurrección y la vida”. Ella respondió: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” (Juan 11:25, 27).
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Adán y Eva ofrecieron sacrificios, los cuales eran “una semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre” (Moisés 5:7).
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Dios le enseñó a Adán que debía “bautiza[rse] en el agua, en el nombre de mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad, el cual es Jesucristo” (Moisés 6:52).
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En las Américas, cinco años antes del nacimiento del Salvador, Samuel el lamanita profetizó: “Viene el Hijo de Dios para redimir a todos los que crean en su nombre” (Helamán 14:2).