2011
¡Ve a la iglesia!
Agosto de 2011


¡Ve a la iglesia!

Dwight LeRoy Dennis, Utah, EE. UU.

Durante mi primer año de secundaria conocí a una joven Santo de los Últimos Días en la clase de arte; ella fue una influencia tan grande en mi vida que me hice miembro de la Iglesia.

Al terminar la escuela secundaria, mis padres decidieron mudarse de California a Idaho, EE. UU. Enganchamos nuestra casa remolque a la camioneta y nos dirigimos rumbo al norte. Acabábamos de pasar Lovelock, Nevada, cuando empecé a manejar demasiado rápido colina abajo. Como la casa remolque no tenía barras estabilizadoras, empezó a moverse bruscamente de un lado a otro; pisé el freno a fondo y la casa remolque giró noventa grados, lo que nos hizo caer por un terraplén, al fondo del cual la camioneta quedó volcada hacia un lado y la casa remolque hacia el otro.

Afortunadamente, nadie resultó herido, pero tanto el exterior como el interior de la casa remolque eran un completo desastre. El enganche del remolque estaba torcido, las ventanas se habían roto y nuestras pertenencias estaban esparcidas por todas partes.

La policía de carreteras llegó y llamó a una grúa. Mis padres no sabían qué hacer. El poco dinero que tenían fue a parar a la compañía remolcadora. En ese momento tuve la profunda impresión de que al día siguiente, domingo, debía ir a la Iglesia. Papá, que no era miembro de la Iglesia, pensó que yo estaba loco. Teníamos que recoger nuestras pertenencias y arreglar el remolque, y dado que él estaba incapacitado y no tenía buena salud, yo era mayormente quien hacía el trabajo. Pero la impresión de ir a las reuniones de la Iglesia persistía, así que le pedí a mi madre que intercediera por mí ante papá. Lo hizo y, para mi sorpresa, él accedió.

El domingo por la mañana fui al centro de reuniones local y me senté en la última fila de la capilla justo cuando comenzaba la reunión sacramental. Oré para que el Espíritu estuviera con mi familia en aquel momento difícil.

Al término de la reunión se acercaron una o dos personas para presentarse y les expliqué brevemente lo sucedido; luego regresé adonde estábamos acampados y pasé el resto del día ayudando a limpiar todo.

El lunes por la mañana acabábamos de retomar las tareas de limpieza cuando de repente empezaron a llegar miembros del barrio al que había asistido, ofreciéndose para ayudar. El propietario de una vidriería dijo que repondría todas las ventanas de la casa remolque sin costo alguno, y un soldador se ofreció a enderezar el enganche gratuitamente.

Mi padre apenas habló, pero era evidente que estaba asombrado; mi madre lloraba de gratitud, y mi hermana y yo estábamos agradecidos por la ayuda. Al final del día estábamos listos para retomar nuestro viaje a Idaho.

Como resultado de aquella experiencia, aprendí que las impresiones del Espíritu son reales. También sé que nuestras oraciones suelen recibir respuesta a través de otras personas y que confiar en el Señor brindará paz y gozo a nuestro corazón.