“La única iglesia verdadera y viviente”
De un discurso que pronunció el 25 de junio de 2010 en un seminario para nuevos presidentes de misión.
¿Qué significa que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días sea la única iglesia verdadera?
Nuestra primera responsabilidad y nuestro primer objetivo es testificar de Jesucristo a un mundo que está deseando saber de Su misión divina. En respuesta a esa gran responsabilidad, hablaré acerca de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días como “la única iglesia verdadera y viviente”. Al hacerlo, sé que iré en contra de la poderosa marea de lo que se denomina “políticamente correcto”.
La opinión que está de moda en estos tiempos es que todas las iglesias son verdaderas. A decir verdad, la idea de que todas las iglesias son iguales es la doctrina del anticristo, que se pone de manifiesto en el relato del Libro de Mormón sobre Korihor (véase Alma 30). Ese relato se dio con el fin de enseñarnos una lección esencial para nuestra época.
Una revelación dada al profeta José Smith en 1831, poco después de la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tenía que ver con aquellos a quienes se había dado “poder para establecer los cimientos de esta iglesia”. El Señor después hizo referencia a la Iglesia como “la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra, con la cual yo, el Señor, estoy bien complacido” (D. y C. 1:30).
A causa de esa declaración del Señor, nos referimos a ésta, Su Iglesia —nuestra Iglesia— como la “única iglesia verdadera”. A veces lo hacemos de un modo que ofende en gran manera a las personas que pertenecen a otras iglesias o que se adhieren a otras filosofías. Sin embargo, Dios no nos ha enseñado nada que deba hacernos sentir superiores a otras personas. Desde luego todas las iglesias y filosofías tienen algo de verdad en ellas; unas más que otras. Ciertamente Dios ama a todos Sus hijos, y ciertamente el plan de Su evangelio es para todos Sus hijos, todo de acuerdo con Su propio tiempo.
Entonces, ¿qué significa que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días sea la única iglesia verdadera?
Hay tres características: (1) la plenitud de la doctrina, (2) el poder del sacerdocio y (3) el testimonio de Jesucristo, que explican por qué Dios ha declarado y por qué Sus siervos sostienen que ésta es “la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra”.
1. La plenitud de la doctrina
Cuando Jesucristo estuvo en la tierra, enseñó la plenitud de Su doctrina, la cual es el plan que nuestro Padre Celestial ha establecido para el progreso eterno de Sus hijos. Más adelante, muchas de esas verdades del Evangelio se perdieron al ser modificadas por los principios o las filosofías que en ese entonces prevalecían en el mundo donde se predicaba el cristianismo, y mediante las manipulaciones de los líderes políticos. A esa pérdida de la plenitud de la verdad la llamamos Apostasía.
Muchas denominaciones religiosas o filosofías que existen en el mundo actual cuentan, en mayor o menor medida, con verdades que Dios reveló en épocas anteriores, junto con una mezcla de las filosofías o manipulaciones de los hombres. Creemos que la mayoría de los líderes y discípulos religiosos son creyentes sinceros que aman a Dios y que lo entienden y lo sirven lo mejor que pueden. Estamos en deuda con los hombres y las mujeres que mantuvieron viva la luz de la fe y del aprendizaje a través de los siglos hasta la actualidad. Deseamos que todos los que investiguen la Iglesia y que provengan de otras iglesias o sistemas de creencias retengan todo lo bueno que posean y que vengan y vean de qué modo podemos aumentar su entendimiento de la verdad y su felicidad en la medida en que lo pongan en práctica.
Dado que era mucho lo que se había perdido en la Apostasía, fue necesario que el Señor restaurara la plenitud de Su doctrina. Eso comenzó con lo que llamamos la primera visión de José Smith.
La plenitud del evangelio de Jesucristo comienza con la certeza de que vivimos como espíritus antes de venir a esta tierra; afirma que esta vida mortal tiene un propósito; enseña que nuestra más sublime aspiración es llegar a ser como nuestros padres celestiales. Eso lo logramos al ser dignos de la condición y las relaciones celestiales glorificadas que se llaman exaltación o vida eterna, las cuales nos otorgarán el poder para perpetuar nuestras relaciones familiares por la eternidad.
La doctrina de Jesucristo, comprendida en su plenitud, es el plan por medio del cual podemos llegar a ser lo que se supone que los hijos de Dios deben llegar a ser. Ese estado inmaculado y perfecto será el resultado de una sucesión constante de convenios, ordenanzas y acciones; de la acumulación de decisiones correctas y del arrepentimiento constante. “…esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios” (Alma 34:32). Eso es posible por medio de la expiación de Jesucristo y la obediencia a las leyes y ordenanzas de Su evangelio.
El evangelio restaurado de Jesucristo lo abarca todo, es universal, misericordioso y verdadero. Tras la experiencia necesaria de la vida mortal, todos los hijos y las hijas de Dios resucitarán e irán a un reino de gloria aún más maravilloso de lo que cualquier persona mortal pueda comprender. Con excepción de unos pocos, hasta los más inicuos finalmente irán a un maravilloso —aunque menor— reino de gloria. Todo eso ocurrirá gracias al gran amor que Dios tiene por Sus hijos, y todo eso es posible debido a la expiación y resurrección de Jesucristo, quien “glorifica al Padre y salva todas las obras de sus manos” (D. y C. 76:43).
2. El poder del sacerdocio
La segunda y absolutamente esencial característica de la “única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra” es la autoridad del sacerdocio.
La Biblia deja en claro que la autoridad del sacerdocio es necesaria y que esa autoridad se tenía que conferir mediante la imposición de manos de aquellos que la poseían. La autoridad del sacerdocio no provino del deseo de servir ni de la lectura de las Escrituras. Cuando esa autoridad del sacerdocio se perdió por medio de la Apostasía, tuvo que ser restaurada por aquellos seres resucitados que la habían poseído durante su vida en la tierra y que fueron enviados para conferirla. Eso sucedió como parte de la restauración del Evangelio y esa autoridad del sacerdocio, junto con las llaves necesarias para dirigir su funcionamiento, se encuentran en esta Iglesia y en ninguna otra.
Como resultado de tener el poder del sacerdocio, los líderes y miembros debidamente autorizados de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días reciben el poder para llevar a cabo las ordenanzas requeridas del sacerdocio, como el bautismo, conferir el don del Espíritu Santo y la bendición y el reparto de la Santa Cena.
Nuestro amado profeta, el presidente Thomas S. Monson, al igual que cada profeta y presidente de la Iglesia, posee las llaves del sacerdocio, las cuales le dan derecho a recibir revelación para toda la Iglesia. Esta Iglesia es “viviente” porque tenemos profetas que siguen dándonos la palabra del Señor necesaria para nuestros tiempos.
3. El testimonio de Jesucristo
La tercera razón por la que somos “la única iglesia verdadera” es que tenemos la verdad restaurada acerca de la naturaleza de Dios y de nuestra relación con Él; es por eso que tenemos un testimonio singular de Jesucristo. De manera notable, nuestra creencia en la naturaleza de Dios es lo que nos distingue de los credos formales de la mayoría de las denominaciones cristianas.
Los Artículos de Fe, la única declaración formal de nuestras creencias, comienzan de la siguiente manera: “Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo”. Esta creencia en la Trinidad es algo en común con el resto del mundo cristiano, pero para nosotros significa algo diferente que para la mayoría. Sostenemos que esos tres miembros de la Trinidad son tres seres separados y distintos y que Dios el Padre no es un espíritu, sino un ser glorificado con un cuerpo tangible, al igual que Su Hijo resucitado, Jesucristo. Aunque son personajes separados, Ellos son uno en propósito.
La primera visión de José Smith demostró que el concepto que prevalecía en cuanto a la naturaleza de Dios y la Trinidad eran falsos y no podían conducir a sus seguidores al destino que Dios deseaba para ellos (véase José Smith—Historia 1:17–19). El subsiguiente caudal de revelación moderna aclaró la importancia de esa verdad fundamental y también nos dio el Libro de Mormón. Este nuevo libro de Escritura es un segundo testamento de Cristo que corrobora las profecías y enseñanzas bíblicas en cuanto a la naturaleza y la misión de Cristo, amplía nuestra comprensión de Su evangelio y Sus enseñanzas durante Su ministerio terrenal y, además, brinda muchas enseñanzas mediante las cuales podemos saber la verdad de esas cosas.
No estamos fundados en la sabiduría del mundo ni en las filosofías de los hombres, sin importar cuán tradicionales o respetadas sean. Nuestro testimonio de Jesucristo se basa en las revelaciones de Dios a Sus profetas y a nosotros en forma personal. (Véase 1 Corintios 2:1–5; 2 Nefi 28:26.)
Entonces, ¿qué afirmamos por causa de nuestro testimonio de Jesucristo?
Jesucristo es el Hijo Unigénito de Dios, el Eterno Padre. Él es el Creador de este mundo. Mediante Su incomparable ministerio terrenal, Él es nuestro maestro. Por causa de Su resurrección, todos los que han vivido serán levantados de entre los muertos. Él es el Salvador, cuyo sacrificio expiatorio pagó por el pecado de Adán y abrió la puerta para que nosotros seamos perdonados de nuestros pecados personales a fin de que seamos limpios para regresar a la presencia de Dios, nuestro Padre Eterno. Ése es el mensaje central de los profetas de todas las edades.
Solemnemente declaro mi testimonio de Jesucristo y de la veracidad de Su evangelio. Él vive y Su evangelio es verdadero. Él es la Luz y la Vida del mundo (véase D. y C. 34:2). Él es el Camino que conduce a la inmortalidad y la vida eterna (véase Juan 14:6). Para mí, el milagro de la expiación de Jesucristo es incomprensible, pero el Espíritu Santo me ha dado un testimonio de su veracidad y puedo regocijarme en que tengo la posibilidad de dedicar mi vida a proclamarla.