Llegar a ser mejores santos mediante la interacción con otras religiones
La autora vive en Utah, EE. UU.
Cuando prestamos servicio junto con personas de otras religiones, no sólo fortalecemos a la comunidad y mejoramos nuestras relaciones con ellos, sino que también llegamos a ser mejores discípulos de Cristo.
Los líderes de nuestra Iglesia con frecuencia invitan a los miembros a que participen con otras personas de corazón sincero, sea cual sea su afiliación religiosa, para prestar servicio y en causas referentes a asuntos morales y, con frecuencia, ellos mismos dan el ejemplo. Hace poco, los Servicios de la Comunidad Católica otorgaron al presidente Dieter F. Uchtdorf y a su esposa, Harriet, la distinción “Persona humanitaria del Año”; el presidente Uchtdorf comentó la ironía de que “dos alemanes, ex luteranos y actualmente devotos mormones, hayan sido honrados por los católicos de los Estados Unidos de América”1.
Los miembros de la Iglesia en todas partes del mundo han respondido en forma encomiable a la invitación de prestar servicio hombro a hombro con los miembros de otras organizaciones. Me han conmovido las historias de barrios de la Iglesia que cultivan huertos comunales, participan en conferencias interreligiosas sobre valores morales o realizan actividades de limpieza en la comunidad junto con miembros de otras congregaciones.
Al prestar servicio con personas de otras denominaciones religiosas, he visto que la declaración del élder Quentin L. Cook, del Quórum de los Doce Apóstoles, es certera: “El prestar servicio con miembros de otras religiones no sólo fortalece nuestras comunidades, sino que también aumenta, colectiva e individualmente, el amor que tenemos hacia Dios y hacia Sus hijos”2.
Una manera de mejorar el mundo
Hace unos años, una ministra presbiteriana se mudó a mi localidad con el deseo de prestar servicio a todos sus vecinos, no sólo a los miembros de su congregación. Al darse a conocer en nuestro vecindario (predominantemente SUD) con una actitud amistosa, ofrecer ayuda e invitar a la gente a reuniones de vecinos, los miembros del barrio de la Iglesia comenzaron a participar con la congregación de ella en proyectos de servicio; juntos, ella y los vecinos de diversas religiones recaudaron fondos que fueron de gran ayuda para una familia de nuestra Iglesia que tenía enormes gastos médicos.
El apóstol Orson F. Whitney (1855–1931) dijo: “Dios utiliza a más de un grupo de personas para llevar a cabo esta obra grande y maravillosa… Es una obra demasiado extensa y ardua para un solo grupo”3. Cuando la gente buena trabaja unida, se logran resultados extraordinarios. Los esfuerzos de nuestra vecina llevaron a la formación de un comité comunitario interreligioso que, junto con la Sociedad de Socorro de la estaca, organizó una conferencia de mujeres para suministrar paquetes de higiene y libros a agencias de refugiados. Estas relaciones entre agrupaciones religiosas permitieron que los miembros de la estaca ayudaran a una congregación a alimentar a un grupo grande de refugiados y a proporcionar ayuda a otra iglesia cuando necesitaron voluntarios para un centro de personas sin hogar.
“Tenemos la responsabilidad… de trabajar en cooperación con otras religiones y organizaciones”, dijo el presidente Thomas S. Monson a los miembros4; y esos esfuerzos han bendecido al mundo más allá del servicio humanitario prestado. En un discurso dirigido a los líderes cristianos de Estados Unidos, el élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, describió una serie de diálogos entre Santos de los Últimos Días y Cristianos Evangélicos que tuvo lugar en la Universidad Brigham Young5. Uno de los resultados de esas conferencias fue que un teólogo prominente se disculpó por las caracterizaciones erróneas de la religión mormona expresadas por personas de su comunidad religiosa6. Refiriéndose al establecimiento de ese puente de comunicación, el élder Holland expresó: “…y no puedo dejar de pensar que esto sea parte de una orquestación divina de acontecimientos en estos tiempos difíciles”7.
Una manera de mejorar nuestras relaciones
Al prestar servicio con otras personas, hay algunas pautas que contribuyen a que nuestra interacción sea más significativa y a evitar que ofendamos a los demás. En una ocasión, cuando vivía en una ciudad grande y me ofrecí como voluntaria para enseñar en el programa de una iglesia local que estaba abierto al público, me encontré con que la persona que estaba a cargo del programa me rechazó por ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Esa experiencia me persuadió a siempre valorar la contribución de cualquier persona, sin importar su afiliación religiosa (o aun cuando no tenga ninguna). Con gratitud, no dejo pasar la oportunidad cuando alguien demuestra interés por aprender sobre nuestra Iglesia; pero también sé que los Santos de los Últimos Días tomamos seriamente el mandato de Jesús de amar a nuestro prójimo, vestir al desnudo, alimentar al hambriento y visitar a quienes estén en la cárcel (véase Mateo 25:34–36) sin esperar que la persona a quien ayudemos ni los que presten servicio con nosotros se conviertan a nuestra Iglesia. La participación respetuosa y sincera entre religiones no exige nunca que ningún grupo, incluso el nuestro, reniegue de sus creencias; más bien, anima a los participantes a que “…no [contiendan] en contra de ninguna iglesia” (D. y C. 18:20) y “…[se vistan] como con un manto, con el vínculo de la caridad” (D. y C. 88:125).
Un prudente líder de la estaca de nuestro vecindario predominantemente Santo de los Últimos Días, nos dio otra sugerencia útil cuando aconsejó a los miembros que prestaban servicio junto con los de otras religiones a no tratar de “tomar el mando” imponiendo decisiones o su liderazgo, sino a trabajar en consejos y dejar que todos tengan “igual privilegio” (D. y C. 88:122). Aquel líder, que tenía mucha experiencia en cuanto a participar con otras religiones, también animó a los miembros a establecer buenas relaciones con ellos; sabía que algunas personas que habían trabajado junto con Santos de los Últimos Días los consideraban amables y buenos trabajadores, pero más interesados en el trabajo que en establecer amistades.
Las experiencias que he tenido al participar en causas a favor de la comunidad y de la educación me han convencido de que se siente el Espíritu con intensidad cuando diversas personas se unen en una causa justa. El amor fraternal y los motivos puros dan un impulso más fuerte al servicio que el trabajo arduo que se lleva a cabo8.
Un discursante Santo de los Últimos Días observó en una conferencia académica de varias religiones que el conectarse con otras personas contribuye a que los que no son de nuestra fe nos entiendan mejor9. Otra erudita, que no es de nuestra religión y que enseña un curso sobre el mormonismo en una conocida universidad de Estados Unidos, descubrió que sus alumnos deseaban aprender sobre nuestra Iglesia “principalmente… porque se habían criado pensando que esa religión era un culto, pero su experiencia con amigos y colegas mormones no concordaba con esa descripción”10.
Una manera de mejorar nosotros mismos
El hecho de prestar servicio con personas de otras religiones no sólo contribuye a que ellas nos entiendan mejor, sino que también nos motiva a nosotros a aprender de ellas y a ser más conscientes de que Dios no hace “acepción de personas” (D. y C. 1:35). Él ayuda a las personas buenas de toda religión y cultura en los esfuerzos que hacen por mejorar la vida de Sus hijos.
El reconocer lo bueno en los demás nos ayuda a mantenernos humildes, contrariamente a los fariseos a quienes Jesús condenó por su orgullo espiritual (véase Mateo 23) o a los zoramitas, a quienes se describe en el libro de Alma como exclusivistas y arrogantes (véase Alma 31). El estar dispuestos a aceptar lo bueno en otras personas nos ayuda a ser mejores.
Nuestro amor debe extenderse más allá del círculo cerrado de la familia para abarcar no sólo a los amigos sino, en última instancia, a nuestros vecinos e incluso a nuestros enemigos. Un miembro de la Iglesia que prestaba servicio militar durante la ocupación de Japón después de la Segunda Guerra Mundial, contó de su lucha con el resentimiento que tenía hacia el pueblo japonés. No obstante, después de que los japoneses de la localidad lo recibieron con amabilidad en un santuario de adoración, se encontró con que “sus espíritus conmovieron el mío y experimenté un cambio asombroso en mis sentimientos hacia ellos. El rencor que había sentido se desvaneció… Recordé lo que me había sucedido en aquel santuario y la admirable transformación que sentí con respecto a aquella gente”11.
Del mismo modo, cuando aceptamos sinceramente a otras personas en nuestro ambiente, ellas también pueden experimentar una transformación. Una estudiante cristiana evangélica que se graduó de la Universidad Brigham Young escribió un artículo sobre su experiencia, en el que describió la actitud defensiva que tenía al principio hacia los estudiantes SUD. Sin embargo, después de establecer amistades sinceras entre ellos, llegó a apreciar “la importancia que los Santos de los Últimos Días dan a la proximidad de Dios con la humanidad. Empecé a reconocer que, en un esfuerzo por retener la grandeza de Dios, había desestimado Su cercanía, y el darme cuenta de ello tuvo en mí un profundo efecto”12.
En el discurso dirigido a los líderes cristianos, el élder Holland reconoció que “hay un riesgo cuando se aprende algo nuevo acerca de alguien. El conocimiento nuevo siempre tiene un efecto en las perspectivas antiguas; por lo tanto, es inevitable una reconsideración, un reordenamiento y una restructuración de la visión que tenemos del mundo”13. Al hacer amistad con personas de otros credos religiosos, con frecuencia me encuentro analizando nuestras diferencias, tratando de distinguir las divisiones culturales de las doctrinales, al mismo tiempo que procuro apreciar todo lo virtuoso y bueno que ellos ofrecen. Es cierto, a veces el esfuerzo parece arriesgado, pero siempre vale la pena. En el proceso de reestructurar mi paradigma, descubro que voy despojándome más de mis tendencias culturales superficiales y acercándome más a la esencia del Evangelio.
Varios grupos SUD invitaron a mi amiga ministra a hablar sobre el tema de “amar a nuestro prójimo a pesar de las diferencias religiosas” y, en esas ocasiones, sintió amplia aceptación de parte de los que asistieron. A su vez, ella invitó a varios Santos de los Últimos Días, incluso a mí, a hablar sobre el mismo tema a diversas congregaciones. Después de los servicios religiosos, los feligreses me rodeaban para hablar conmigo y abrazarme, e incluso derramaban lágrimas de amor y comprensión mutuos. Por medio de experiencias como éstas, me he dado cuenta de que la conclusión a la que llegó el élder Holland es verdadera:
“Cuando vemos más allá del color de la gente, del grupo étnico, del círculo social, de la iglesia, la sinagoga o la mezquita, del credo y de la declaración de creencias, y cuando nos esforzamos por verlos como quienes realmente son y como lo que realmente son: hijos del mismo Dios, algo bueno y de valor ocurre en nuestro interior y, por tanto, establecemos una unión más íntima con ese Dios que es el Padre de todos nosotros”14.